SABANETA DE BARINAS, Venezuela. –Cuenta que sus piernas relampagueaban sobre las bases, y que con el guante atrapadas las bolas que les eran imposibles a otros. Le dicen «El Rayo» por eso; «siendo niño me lo gané en la pelota», dice Marcos Rosales Barrueta.
Las emociones afloran inevitables en él, cuando recapitula su vida; hora sonríe, hora el dolor le entrecorta el habla. Marcos intenta disimular como puede esas inflexiones, y el cronista trata de hacer lo mismo con el estremecimiento que le ocasionan.
Con sus calles polvorientas, casuchas maltrechas, y la algarabía de unos niños «en alpargatas descalzos, en pantalones cortos», y casi siempre descamisados, que juagaban beisbol con pelotas de goma, la Sabaneta de Barinas de «Hugo (Chávez Frías), yo y unos cuantos chavalos más», vuelve en el relato del Rayo, ilustrada con fotos y con la nostalgia de unos ojos que acentúan la pregunta: «¿por qué, hermano?; Hugo se nos fue demasiado pronto».
Hugo y Marcos eran «pequeñines la primera vez que nos vimos, en la escuelita de aquí; estábamos en aulas distintas, pero nos hicimos amigos en la pelota, y esa relación se extendió a la escuela, pues, llegamos a ser confidentes, hermanitos para toda la vida».
Una amistad que no riñó con la vida militar y política de Hugo Chávez; «para sus proyectos contó con nosotros; tuvo nuestro apoyo; Chávez jamás fue distinto; un domingo nos invitó jugar béisbol en el terreno de la unidad que comandaba en Apure, donde jugó en el equipo de sus soldados; yo con el de Sabaneta».
Hace nueve años que el Mejor Amigo no está, pero su legado permanece: La Revolución Bolivariana avanza, el ALBA renace, la integración de Nuestra América llegará. En #Cuba no te olvidamos #ChávezPorSiempre pic.twitter.com/dGBztEgJJO
— Miguel Díaz-Canel Bermúdez (@DiazCanelB) March 5, 2022
«En uno de sus turnos al bate –prosigue–, Hugo suelta un lineazo; yo estaba en el jardín central y le parto; cuando me doy cuenta de que iba a picar, me tiro y agarro la bola antes de que hiciera contacto con el terreno. Me levanto y veo que Hugo viene hacia mí, caminando rápido y con cara como de disgusto; aquello me sorprendió, sabes; y me digo; “qué vaina estará pasando aquí”; entones se me para en frente, serio, y dice, ¡coño Rayo, me quitaste un doblete!; ahí desplegó una carcajada y me abrazó; ¡qué alivio!».
«Cuando íbamos de regreso a Barinas en un vehículo conducido por Hugo, al pasar frente a una casita, vio unos niños que jugaban descalzos y sin camisa; detuvo el carro y fue a ellos, llamó a su mamá y le dijo, “póngale los zapatos y las camisas que tengan, no importa, voy a llevarlos por allí, y los regreso enseguida”.
«Entonces montó a los chicos, y fuimos al almacén de un vendedor privado, les probó unos pantaloncitos, piezas de arriba, y algo para los pies, los pagó –con ayuda mía porque él casi nunca tenía mucho dinero–, y regresó a los pequeños a su mamá».
«Fui a verlo cuando estaba preso, por lo del 4 de febrero; al verme se sorprendió: “¡no jodas, Rayo, ¿tú aquí?!”; nos abrazamos, él lloró, yo también, tampoco pude evitar las lágrimas cuando lo vi sin vida; ¡me dolió mucho, hermano, todavía duele!».
«Con ese carajo he soñado varias veces, pues; “¿están cuidando a la gente?, ¿están defendiendo esto?”, me pregunta en los sueños. Sí, hermano, es algo recurrente; ¿será que Hugo no se ha ido?; ¿será que de alguna forma sigue aquí con nosotros?».