RÍO CHICO, Miranda, Venezuela.–Después del banquete, camino ya del hogar, la punzada traidora le ocasionó las primeras heridas intestinales; el héroe se desplomó, tras unos retorcijones. Ante la mirada perpleja del siempre fiel negro Teno, la repentina y feroz agresión que provenía de las entrañas de su jefe y amigo, hizo lo que en diez años no lograron los máuseres españoles ni la incomprensión de más de un compañero de armas del Mayor General Vicente García González.
Sorpresa mayúscula la de Teno, aquella tarde fatídica de Río Chico; quizá ni en las peores encrucijadas de la Guerra Grande, en la manigua cubana, había visto al León de Oriente tan frágil; tal vez en ese momento no sospechaba un desenlace tan doloroso.
El 4 de marzo de 1886, en este poblado costero del centronorte de Venezuela, perteneciente al actual estado de Miranda, cerraba los ojos para siempre el legendario mambí. «Allá en tierras venezolanas –le oyeron decir a Eusebio Leal– se le vio con humildad, como a otros tantos, empuñar el arado y arar la tierra para vivir».
A principios de 1879, acompañado por 75 compatriotas, subordinados suyos durante la primera etapa de la contienda independentista de Cuba, llegó Vicente a Río Chico, donde vivía su hija Caridad, esposa de un hacendado que se dedicaba al cultivo del cacao. El general y sus hombres se sumaron a la tarea, en espera del regreso a la patria.
Enterado de su presencia aquí, y conocedor de las dotes del insigne cubano, otro general: Guamán Blanco, entonces presidente de Venezuela, le ofreció en el ejército un puesto. Vicente García se rehusó, negado a blandir contra pueblo alguno el sable que reservaba para libertar al suyo.
La traición no le dio tiempo de abrir cauce a sus sueños. Aquella tarde, dicen, el plato de quimbombó, manjar que le fascinaba, tenía una carga de vidrio molido, colocada, se supone, por su ¿amigo?, Ramón Dávila, de nacionalidad española.
Se ha dicho que, desconfiada del señor Dávila, Brígida, la esposa del guerrero cubano, más de una vez lo advirtió del peligro, sin lograr persuadirlo.
Se ha dicho más: que murió por un viejo padecimiento intestinal, que el veneno llegó de la mano de un espía infiltrado entre los 75 que viajaron con él, …
La muerte de Vicente García, 136 años después, sigue en la polémica, como él, de cuya existencia lo único que jamás ha generado duda es la lealtad, el valor que en los preparativos de la Guerra Necesaria llevó al Titán de Bronce a escribir: «solo nos falta que Vicente García comulgue con nosotros».
Con dolor describió Martí las horas finales del general cubano, «rodeado de sus hijos de armas, (…), para legarles con el último rayo de sus ojos, la obligación de pelear por su pueblo hasta verlo libre».
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