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Armando Capiró: ¿Qué me falta por hacer?, ir al Palmar de Junco (+ Video)

Armando Capiró en su casa en Santiago de las Vegas. Foto: Cortesía de la autora.

Me bajo en el reparto Alturas del Aeropuerto 1 y comienzo a preguntar por Armando Capiró. En el politécnico Rosalía Abreu me aborda el vendedor de pasteles… “¿Que si sé dónde vive Capiró, el pelotero?, claro. Aquí lo queremos mucho. No todo el mundo es slugger y llega a ser un jugador de ‘cinco herramientas‘. Ah, ¿viste?…sigo el béisbol”. Entonces, me indicó.

Capiró es cacique en su tierra. Como todo hombre de pueblo, ha vivido su vida entera en Santiago de las Vegas, en el municipio habanero de Boyeros. Le bastaron 14 Series Nacionales para llegar a la inmortalidad.

Pasan los años y sigue el mito. Al dar con su casa, orientada por varias voces en el camino, lo encuentro sentado en el portal. Capiró, que el 22 de marzo cumplirá 74 años, anda suspendido, como meditando con sus santos, conversando con sus plantas o rememorando alguna jugada del pasado. No me queda claro en qué piensa, pero lo cierto es que me ve y se sonríe.

−¿Tú eres la periodista?

−Sí.

−¿Vienes por lo del salón de la fama?

−No precisamente. Quiero hacerle una entrevista personal.

−Ah… Ayer cuando hablamos por teléfono pensé que venías por lo que pasó hace unos días.

−Igual, podemos empezar por ahí.

−De eso habló Roberto Pacheco en Deportivamente. Él también iba en la guagua con un grupo de periodistas. A finales de diciembre, Rogelio García y yo fuimos exaltados al Salón de la Fama del Palmar de Junco, y a Pacheco se le dio un reconocimiento como narrador comentarista deportivo.

Capiró relata, entonces, lo que vivieron hace apenas unos días.

“El domingo 20 de febrero íbamos a ir a Matanzas. Rogelio haría el viaje directo desde Pinar del Río, pero nosotros iríamos en un transporte del Inder. La actividad era a las seis de la tarde. Vinieron a recogernos casi a las cuatro. Me acompañaban mi esposa Roneida y mi nieta Melanie.

“Ya cuando nos íbamos, el chofer de la guagua comentó que la manguera se había roto. Nos quedamos en la feria. Picaron la manguera, pusieron la presilla, pasaron tremendo trabajo y arrancaron. Cuando volvimos a llegar a Boyeros, empezó a echar agua la manguera. Y dijo el chofer: ‘No vamos a continuar’. Escuché a mi esposa: ‘Quedarnos botados, no es fácil’…

“Todo se quedó así y no se pudo llegar. Hasta ahora nadie ha llamado ni ha dado una explicación. Confiamos en que iríamos en la guagua, que todo estaba preparado…Pero bueno, son cosas que pasan”.

***

Capiró conversa con la periodista Angélica Arce Montero. Foto: Cortesía de la autora.

Primeros pasos…

Capiró me invita a entrar. Aunque ya el almanaque y una isquemia hacen que no camine con soltura, continúa diáfano y firme de convicciones: recuerda años, nombres, hechos que el tiempo no ha podido borrar.

“Mis padres fueron Adelina Laferté y Joaquín Capiró. Tenía nueve años cuando murió mi mamá. No me vio jugar. Se enfermó de los nervios, porque no podía mantenernos a mi hermano y a mí. Y mira, yo trabajé con el doctor Ordaz muchos años, y cuando aquello no se pudo hacer nada.

“En esa época limpié zapatos para ayudar a mi papá e, incluso, aprendí a tapizar con mi tío. Mi tía Mercedes era conserje de escuela y también nos ayudaba.

“Mi papá trabajaba en el mercado público, específicamente en la tarima de pescado, en el Vedado. En esos tiempos vivimos en Lawton, y luego en Marianao No. 78, pero siempre regresábamos a Santiago. Al llegar la Revolución fue una gran oportunidad. Todo cambió”.

¿Cómo empieza la afición por el béisbol?

–Soy de Santiago de las Vegas, aquí crecíamos jugando pelota. Siendo niño, me entrenaron Pedro Chávez y Rafael Campos. Empecé siendo pícher. Por eso, una tía mía me puso ‘Pichi’. Se me quedó ese sobrenombre. Todo el mundo me lo decía y a mí no me gustaba mucho. Fíjate que por ese apodo no le contestaba a los aficionados en el Latino. Pero al final se me quedó.

“Mi hermano José Capiró fue torpedero y jugó tres años en Camagüey. Lo captaron para la pelota una de las veces que fue a verme jugar. Solo tuve ese hermano, mayor que yo. Los otros eran medios hermanos y no siguieron mi carrera como José. Pocas veces fueron a verme al Latino.

“El Latinoamericano fue mi casa. Pero primero comenzó siendo un sueño. En la secundaria iba todas las tardes al Latino con compañeros míos y aficionados al deporte. No me perdía una provincial y en uno de esos partidos le dije a un amigo mío: ‘Un día ustedes me verán jugar aquí’. Así mismo fue. Ese cuento es famoso, todavía me lo recuerdan”.

¿Practicó otro deporte, además del béisbol?

–Jugaba baloncesto con un compañero de la escuela. También tenis de mesa. Eran nuestros hobbies. Pero el béisbol se me coló dentro.

“Mi padre iba a los terrenos cuando yo empezaba a jugar, y los peloteros le decían: ‘Llévate a José y deja a Armando’.

“A veces, cuando iba a ayudarlo en su trabajo, me decía: ‘Vete para la pelota de nuevo, tú me chivas mucho’, pero eso era de dientes para fuera.

“Siempre que nos veía jugar, gritaba: ‘Mis hijos, mis hijos’. De niño me llevaba a ver la liga profesional entre el Habana y el Almendares. Él era habanista y yo también. Había un pícher norteamericano, Vinagre Maisel, un zurdo de Alabama, que jugaba con el Habana.

“Mi padre me dijo: ‘Cada vez que meta un ponchado, te vas a tomar un heladito de 10 centavos’. Me tomé 22. Tenía un control como pocos. El nombre del lanzador era Wilmer David Mizell. Nunca lo he olvidado”.

Capiró comenzó siendo lanzador. Foto: Vanguardia.

Llegó a lanzar un no hit no run¿Cómo es que se convirtió en jugador de posición?

−Sí, me fue bien como pícher. En los juveniles continué siendo lanzador. Fui transitando. En 1966 di ese no hit no run.

“Estando en la segunda categoría, me pasaron para Occidentales. Un día me probaron contra el equipo de Pedro Natilla Jiménez. El mánager era Francisco Quicutis y los coaches eran el hermano de Pedro Chávez y Guanábana Quintana.

“Todos ellos dijeron: ‘Quicutis, vamos a probar a Capiró’. Entonces, me trajeron del jardín izquierdo a relevar contra Las Villas. Ahí ponché a Owen Blandino y a Silvio Montejo.

“Ese año jugué juvenil, la segunda categoría y la nacional, o sea, las tres series. Tengo un trabajo que me hizo el periódico donde aparece un resumen de los récords de esos campeonatos.

“Pero te digo más, como lanzador hice equipo Cuba. Con el conjunto del municipio Boyeros llegamos hasta la provincial. De ahí nos seleccionaron a seis jugadores para Industriales. Miguelín Álvarez era el director. Era el año 1964.

“Después, nos escogieron a mi hermano y a mí para ir Canadá, igualmente en el 64. Asistimos a un tope Cuba-Canadá, siendo juveniles. El mánager fue Roberto Ledo.

“Recuerdo también que, en la serie juvenil en Las Villas, Natilla Jiménez, que era entrenador con Servio Borges, me dijo: ‘Capiró, tú eres buen bateador, deja de pichar’. Así me hicieron jardinero. Entonces, cogí la potencia y velocidad de mi brazo para emplearla en los jardines”.

¿Por qué adoptó su peculiar forma de batear?

−Yo marcaba con el bate la esquina del home al pícher. Dice Franger Reynaldo que eso a Vinent no le gustaba. Que me tenía roña. Pero yo lo hacía para mi bateo, para irle mejor a la bola difícil. Y se quedó ese estilo.

Tiene la dicha de haber dado el primer jonrón en la inauguración del estadio Capitán San Luis, de Pinar del Río. ¿Cómo recuerda el 19 de enero de 1969?

−Ese jonrón fue a Genaro Castro, hermano de Juan Castro. Yo estaba muy bien ese año, formaba parte de la llamada la “tanda de terror”, junto a Marquetti, Pedro Chávez y Raúl Reyes.

¿Cuánto significó asumir la responsabilidad del cuarto bate en el equipo Cuba?

−Había empezado en el equipo Cuba en los Centroamericanos de 1970. Le bateé de cinco cuatro a Changa Mederos. Al ver eso, Llanusa, el presidente del Inder, dijo que yo iba a ser el cuarto bate.

“Ese año le di jonrón en el Centroamericano a Sandalio Quiñones y después le volví a dar uno en el Mundial de Cartagena. Le bateaba muy bien a los pícheres de Puerto Rico.

“Luego, con la llegada de Muñoz, Cheíto y Marquetti, Servio me cambió a tercer bate. En ese turno estuve muchos años. Es una alta responsabilidad, porque debe ser uno de los buenos bateadores del equipo”.

En 1973 impuso récord al ser el primero en llegar a más de 20 jonrones en Series Nacionales. ¿Cuánto marcó esa temporada en su carrera deportiva?

−Estaba en óptima forma. Recuerdo que ese domingo, 8 de abril de 1973, le rompí el récord a Marquetti. En un doble juego en el Latino bateé tres jonrones contra Constructores. Le di a Bustamante, a Florentino González y a Jesús Barrero, que fue pícher en los juveniles conmigo. ¿Quién me diría que años después le batearía uno de los 22 cuadrangulares?

Huelga, Changa, Muñoz y otros amigos entrañables…

José Antonio Huelga. Foto: Vanguardia.

¿Cómo conoció a José Antonio Huelga y qué hacía cuando se tenía que enfrentar a él?

−Las relaciones eran las mejores. Andábamos en el equipo Cuba ‘para arriba y para abajo’. Fuimos juntos a Italia, Holanda… Cuando me enfrentaba a él, tenía buena frecuencia de bateo. Lo descifraba bien en las preselecciones nacionales y durante la temporada.

“Cuando falleció, íbamos a la primera visita a Japón. Lo invitamos y días antes se fue para Artemisa con unas amistades y ahí tuvo el accidente. Después, fuimos al velorio en Sancti Spíritus, le hicimos guardia de honor”.

¿Y su amistad con Muñoz?

−Muñoz siempre estaba pendiente de la gente que mandaban para Angola.  Y Lázaro Pérez lo fastidiaba con cosas como “¿dónde vas a dejar la yegüita y lo demás…?”… Muñoz le respondía “no, yo no puedo coger avión ni barco”, porque no tenía esa costumbre.

“Entonces, Lázaro le contestaba: ‘Muñoz ve en un caballo volador‘. Y el guajiro se puso bravo. ‘Lázaro siempre está en lo mismo’, decía. Era muy bonchón. Pero al final todos éramos muy unidos.

“La amistad con Muñoz ha sobrevivido el paso de los años. Hace poco lo invitaron a una actividad de los sluggers en el centro cultural Fresa y Chocolate y quedó complacido. Me felicitó y me dijo que el público, siendo contrario, o sea, de La Habana, le dio una gran acogida. Para Muñoz, la rivalidad entre La Habana y Las Villas sigue como el primer día. Eso no cambia”.

Santiago Changa Mederos. Foto: Play-Off Magazine.

¿Qué destacaría de su amistad con Santiago Changa Maderos?

−Vivía cerca de aquí. Me acuerdo de que cuando me estaba recuperando del pelotazo que me dio Julio Romero, él me motivó para que me incorporara a la preselección que se preparaba para el tope con los profesionales de Venezuela.

“No había empezado los entrenamientos debido a la lesión. Julio me había partido el pómulo. Entonces, Changa me embulló y fuimos a prepararnos a la Isla de la Juventud. Ahí fue cuando regresé al equipo nacional.

“Changa se llevaba muy bien conmigo. Éramos compañeros de trabajo, jugamos en los equipos del hospital psiquiátrico, los provinciales, después en el nacional.

“Recuerdo que limpiaba con esmero los spikes. Yo siempre estaba conversando con él. Hablábamos de todos los temas.

“Sentí mucho su fallecimiento. Cuando ocurrió, yo estaba operado y no pude asistir a sus funerales. Hubiese querido estar, porque fuimos grandes amigos”.

¿Cómo recuerda las bolas escondidas de Isasi?

−Siempre ha sido muy ocurrente. Una de las veces que más tengo grabada fue contra Estados Unidos en el Mundial de 1970, celebrado en Colombia. El jardinero izquierdo estaba en segunda base e Isasi le escondió la bola en el guante. El americano se puso bravo y le dio una patada a la segunda almohadilla que la sacó del lugar.

“Isasi nos explicó una vez cómo hacía para que nadie se diera cuenta. Iba al box, ahí el pícher le daba la bola y el jugador no se percataba de que él tenía la pelota escondida”.

Fidel, un apasionado del béisbol. Foto: Trabajadores.

Fidel estaba al tanto de eso, ¿cómo era con ustedes?

−Sí, sí. Se reía con eso. Él no se perdía una. Estaba pendiente de nosotros en todo momento. Jugábamos con él de madrugada, después de la preparación.

“El hacía dos equipos y pichaba en uno. Nos entreteníamos mucho. Pero yo siempre jugué con él. Como bateaba por el centro del terreno, no me gustaba enfrentarlo. El colectivo técnico nos planteaba que había que cuidarlo, era el máximo líder”.

¿Qué resaltaría de esa época?

−El jonrón contra Estados Unidos en los Panamericanos de México, 1975. Changa pichó ese juego y yo se la boté a un zurdo, no recuerdo su nombre. Antes, en 1971, ganamos invictos en nueve salidas la Serie Mundial Amateur, celebrada en La Habana.

“En ese momento Fidel estaba para Chile, nos fue a ver al regreso en el partido de las Estrellas. En ese juego Huelga estuvo impecable y se anotó la victoria. Le di jonrón a Carlos Lowell, de Puerto Rico. Me dio mucha satisfacción.

“Igualmente, recuerdo el Mundial de 1972, que Cuba ganó. El primer rival de consideración fue Japón. Ver en acción al pícher japonés Hideo Furuya fue una sensación para nosotros. Foruya lanzaba submarino. No estábamos muy prácticos en ese lanzamiento. Pero, por suerte, ellos cambiaban el pícher cada tres innings.

“Debo aclarar que en el Mundial de Nicaragua le di jonrón a Herradura en el encuentro de exhibición y jugando también. Además, conecté jonrón por el center field en la Serie de las Estrellas, que es la selección de todos los equipos que jugaron el Mundial contra Cuba, y la ganamos.

“Después, Ortega nos invitó por intermedio de Fidel. Por suerte, ya estaba incorporado de la sanción, de ese tema te hablo más tarde. Mi esposa Roneida le había escrito una emotiva carta al Comandante y el pueblo había exigido mi presencia.

“Entonces, jugamos allá los veteranos contra el mismo conjunto que participó en el mundial de 1972. Eso fue en 1987, la llamada Copa Stanley Callazo. Fuimos dirigidos por Pedro Chávez. Era como el segundo equipo Cuba, el B. La selección cubana de peloteros activos jugó y nosotros, las glorias, participamos en el choque de exhibición”.

Armando Capiró era un jugador de cinco herramientas. Foto: Cortesía de la autora.

En los años 74 y 75, momento de auge del béisbol pinareño, ¿qué representó jugar con Emilio Salgado, Jesús Guerra, Juan Carlos Oliva y Julio Romero?

–Con Emilio Salgado jugué en Occidentales. Ahí hicimos buena amistad. Después, compartimos en el equipo Cuba. Con los pinareños me llevaba muy bien, fíjate que se comentó una vez que querían llevarme para allá a jugar. Pero, no sé, todo se quedó en eso. Soy amigo de Urquiola, Casanova y Julio Romero. A pesar del pelotazo, hay gran amistad también.

“Oliva es muy jaranero y siempre estaba dispuesto a ayudar a sus compañeros. Además, el hermano que jugó en Grandes Ligas, Tony Oliva, nos apoyaba mucho. Venía a los entrenamientos e iba a vernos a la competencias, a los Panamericanos. Eso era así siempre”.

¿Por qué lo intercambiaban en los files, por ejemplo, del izquierdo al derecho, cuando había hombres en primera, o en posición anotadora?

−Servio hacía esos cambios porque, como Wilfredo no era de muy buen brazo, hacía el intercambio y me pasaba para el right field. Aunque siempre se comentó que, por el brazo, yo debí haber jugado el jardín derecho, pero me ponía en el izquierdo.

El lanzador más difícil para usted…

−Siempre respondo que fue Omar Carrero, me pichaba muy incómodo. Aparte, parece que el cácher le indicaba mi posición de bateo, y él me lanzaba según le decía. Tiraba por las esquinas, pegado, afuera. El receptor lo dirigía muy bien. Y tenía una bola de cortalazo muy incómoda.

¿Cuáles fueron sus directores preferidos?

−A lo largo de mi carrera fui dirigido por tres mánagers: Servio, Chávez y Roberto Ledo. Todos me parecieron buenos, me llevé bien con los tres.

“De Servio tengo buenas anécdotas. Todo el mundo lo quería mucho. Era un gran compañero. Ha sido uno de los mentores que más éxito ha tenido. En aquellos años no perdíamos. Él empezó en los Centroamericanos del setenta y después dirigió todo. Durante el tiempo que estuve en el equipo Cuba, siempre fue el director”.

Armando Capiró, uno de los maderos insignes del béisbol cubano. Foto: Cortesía de la autora.

Coménteme sobre los campeonatos que ganó con La Habana…

−En 1968 fuimos campeones con Juan Gómez. Fue una gran emoción, e implantamos récords en juegos ganados. Luego repetimos en 1974. Además, gané en la Serie de Estrellas (los mejores de Oriente y Occidente) y en la Serie del Caribe (amateur), que fue en la Isla de la Juventud.

¿Y la selectiva del 76?

−También fue importante para mí. Sin embargo, tengo una deuda con la Serie Nacional. Gané dos campeonatos con La Habana, pero nunca con Industriales. Estuve tres años y teníamos buen equipo. Contábamos con Raúl Reyes, Marquetti, Pedro Chávez, Urbano González… pero no se pudo.

Hay dos sucesos que coincidieron: el 16 de marzo de 1977, conectó el jonrón número 100 y Wilfredo Sánchez el hit número 1 000.

−El resultado mío fue en Ciego de Ávila, ante los envíos de Manuel Álvarez. Fue una gran alegría, y cuando supe lo de Wilfredo me puse muy feliz también. Éramos como hermanos.

“Esos récords, que fueron con madera, nunca se han podido romper, porque el aluminio no se parte. Cogí muy poco el aluminio, el que usé era de otra calidad.

“Después, llegaron la Hilton y la Mizuno. Yo jugué mucho con la pelota Batos. No es por demeritar, pero ahora hay una pelota Mizuno que bota mucho. Con la fuerza que tenía, hubiera dado más. Si con la Batos daba jonrón, dime tú con las actuales”.

¿Cómo era jugar en el Latino?

−Es el estadio cabecera del país. Jugar ahí es una gran emoción. Sobre todo, por la gran capacidad de público. Es una satisfacción que haya una gigantografía mía en el jardín izquierdo.

Cuando la lesión en la rodilla, tenía 32 años… De no ocurrir, ¿pudiera haber sido el primero en llegar a 200 o 300 jonrones en Series Nacionales?

−Esa lesión me influyó mucho. Después, seguí jugando, pero a los 200 o 300 jonrones pude haber llegado. La lesión me afectó más por el sitio en que fue (el menisco) que por ella en sí. Me la empecé a sentir en un viaje a Guantánamo. En 1979, Álvarez Cambras decidió operarme. Luego, traté de volver a jugar, pero no era lo mismo. Me retiré en 1980.

¿Qué me puede decir de la sanción de 1979?

−Debido a la operación de la rodilla, me habían dejado fuera del Mundial de 1980 en Japón, junto con Anglada y Marquetti. El presidente del Poder Popular en La Habana, Oscar Fernandez Mell, fue el que me sancionó. Dijo que yo había abandonado a los equipos de la capital. Eso fue algo interno. Fidel no estaba al tanto.

“En la sanción tuvo que ver mi primera esposa, que escribió cosas al Comité Central del Partido que no eran ciertas. No hablo mucho de eso, pero era una mujer despechada y eso influyó. Me quemaba los trajes, por celos. Decía mentiras sobre mí. Creó un estado de opinión basado en afirmaciones que no eran verdad.

“Eso hizo que me apartaran. Cuando vino el viaje a Nicaragua para el juego de veteranos, el pueblo empezó a decir que ya yo podía jugar.  Fui a ese tope, luego empecé en las provinciales, pero ya no era lo mismo.

“Me retiraron en un juego que pichó el Duque Hernández contra la industria ligera, efectuado en el hospital psiquiátrico. Luego me hicieron un retiro mixto en el Latino en una selectiva entre Habana y Agricultores, donde pichó José Ibar y, posteriormente, otro con Chávez en el campo de hockey de Santiago”.

Capiró hubiese podido llegar a los 200 jonrones de no ser por la lesión. Foto: Vanguardia.

El número 9, ¿qué significó para usted? ¿Cómo llegó y se quedó?

−Inicialmente, lo tenía Félix Rosa, porque al inicio yo utilicé el 33 con Occidentales. Después, me dieron el 18, 19 y el 20, que lo tuve en la llamada “tanda del terror”, pero después el 9 se quedó.

“Cuando me lo dieron en el 70, pasé a la nacional y me quedé con ese número. Tiene un significado especial, me hizo y se hizo famoso. En Grandes Ligas retiran a los peloteros con sus números. Aquí todavía no se ha llegado a eso, y hay mucho que los usan”.

Al cabo de media hora de conversación, Capiró continúa hilvanando historias de béisbol. Empata una con otra y parece una pasión inagotable. De pronto, quien fuera bautizado por Bobby Salamanca como el Elegante del Diamante, regresa a los fileshace un tiro al cortador y me dice: ‘Periodista, hablemos ahora de la pelota actual y cuánto podemos aportarle las glorias’.

Capiró aún conserva su técnica de bateo. Foto: Play-Off Magazine.

¿Por qué no hay sluggers en la pelota cubana?

−Siempre lo he hablado, los sluggers salen del campo. Se debe mejorar la captación en la base. Mira el prototipo de Muñoz. Es alto, yo también, al igual que Marquetti, Cheíto… Ahora salió Despaigne. Es un gran slugger y de un tamaño significativo.

“Le recomiendo a los jóvenes que se dediquen al máximo al bateo. Que hagan  ejercicios con pesas para la fuerza. Que fortalezcan las muñecas y los antebrazos”.

¿Cuál es su opinión sobre el béisbol cubano, la ofensiva, de modo general?

−La inclusión de los profesionales influye. Es un béisbol superior. Eso afecta también. El equipo de nosotros es de calidad, tiene jóvenes en desarrollo. Antes solo topábamos con amateurs, universitarios. Ahora, al participar el béisbol profesional, se ha puesto más fuerte cualquier competencia.

¿Puede compartir algún consejo para mejorar la defensa?

−Noto que en la Serie Nacional se cometen muchos errores. Creo que la solución está en no cansarse de practicar. Ahora no veo con frecuencia que se hagan infields. Se trata de rescatar elementos de la rutina de entrenamiento que se hacían antes. Retomarlos y con los volúmenes e intensidad necesarios.

¿Qué hace actualmente?

−Estoy retirado. En 1999 fui seleccionado entre las 100 glorias para participar en el primer juego contra los Orioles de Baltimore.

“Hace unos años trabajé de entrenador en el hospital psiquiátrico, e incluso apoyé a los equipos Metropolitanos e Industriales. Con Guillermo Carmona trabajé un año. Fue muy buena idea de Humberto Rodríguez que nos pusieran a las glorias deportivas a brindar nuestra experiencia en el terreno, a apoyar en los entrenamientos.

“Además, participé en el homenaje que se le hizo en Miami a Industriales por sus 50 años. En estos últimos tiempos fui al aniversario del Latino y al juego de exhibición de Granma con Industriales, antes de la Serie 61. Rodolfo Puente nos invita siempre. Es muy amigo mío, jugamos juntos en los equipos Habana y Cuba; además, participó en el campeonato que ganamos en el 68 y también en la selectiva del 76”.

Armando Capiró está retirado en su casa. Foto: Play-Off Magazine.

¿Qué le hace falta al béisbol cubano?

−Lo que está haciendo ahora. Hay muchos peloteros insertados en ligas profesionales. Eso es muy bueno, porque alcanzan la experiencia y la aportan al equipo Cuba, para los topes internacionales.

¿Qué cree de la metodología para la elección del director del equipo Cuba?

−Ya me han quedado claros varios aspectos. Primero pensé que el mánager no saldría de la Serie Nacional y esto era desacertado, porque debe conocer a los peloteros, tener el roce. Si viene de afuera no es lo mismo.

“Pero ya entendí bien la explicación. Lo que ha dicho la Comisión de Béisbol es que el director de la selección cubana no dirigirá en el próximo campeonato. Mi sugerencia es que continúe mientras que tenga un buen resultado”.

¿Y qué características tendría que tener el presidente de la Federación Cubana de Béisbol?

−Hace un tiempo me hicieron una actividad en el salón Adolfo Luque del Latinoamericano. Ese día me atendieron Higinio Vélez y el Comisionado Nacional, Ernesto Reynoso. Me regalaron esta gorra, una camisa, una botella de vino y un cake por el cumpleaños.

“Pienso que el presidente de la Federación Cubana de Béisbol debe ser conocedor, como lo fue Higinio. Que haya dirigido y conozca bien a los peloteros”.

¿En su familia alguien siguió los caminos del deporte?

−Tuve cuatro hijos: tres varones y una hembra, que es Ariadna. Ella juega baloncesto en Brasil y aquí también lo practicó. Tengo cinco nietos. A la mayor, Melanie, le gusta la natación, la gimnasia rítmica, el ballet. De niña corría cantidad, pero ahora está en la secundaria. Veremos qué estudia.

Diciendo esto llega Roneida, la esposa de Capiró. Llevan 37 años juntos. Armando disfruta de sus nietos, la tranquilidad del campo. Cuida con esmero de sus matas de yuca, calabaza, mameyes…

Sigue el béisbol por la televisión y, de vez en cuando, entra en controversia sobre tal o más cual jugada con algún aficionado. Le encanta que vayan a ‘molestarlo’ para entrar en debate.

Afamado por el calor de su hogar vive en un templo de glorias y récords. Capiró no necesita más nada:“¿Qué cómo quiero que me recuerden?, como un hombre sencillo, de pueblo…, de una sola pelota, la revolucionaria. ¿Qué me falta por hacer?, ir al Palmar de Junco”.

Capiró junto a su esposa Roneida y su nieta Melanie cuando era un bebé. Foto: Cortesía del entrevistado.

En video, Capiró le habla a los jóvenes sluggers y jardineros

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