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Norberto Codina: «La Gaceta me ha regalado motivaciones para soñar»

A Norberto Codina lo hemos leído desde sus versos y también desde sus matices «curatoriales» advertidos en las páginas de La Gaceta de Cuba, publicación de la que es editor hace más de 30 años.  Por esta labor que embellece sus haberes en el mundo de las letras, acaba de merecer el Premio Nacional de Edición 2022.

–Norberto Codina: ¿poeta y editor o editor y poeta?

–Poeta y editor, que es el orden que siempre pongo en mis fichas de autor. Aunque durante mis primeros años en La Gaceta de Cuba antepuse la condición de editor, y escribí pocos poemas. En cuanto al porqué de esa cabal dedicación, la revista lo necesitaba, yo lo necesitaba, pero sin dudas se convirtió en un mal pretexto para cierta pereza creativa, aunque la profesión del editor, en su sentido más integral, es totalmente creativa. Y pienso en lo mucho que le deben piezas de la poesía universal como La tierra baldía, de T.S. Eliot, a la lectura de Ezra Pound; o La elegía a Jesús Menéndez, de Nicolás Guillén, a la de Mirta Aguirre.

Y en cuanto a esa aparente dicotomía, reconozco que más allá de mis poemarios, libros de prosa varia y otros títulos, ya sean compilaciones o antologías, La Gaceta de Cuba es la experiencia más significativa de mi trayectoria profesional, y donde tal vez se resuma mi mínima, pero apasionada contribución a nuestro panorama cultural… aunque suene inmodesto.

–¿Habrá poesía al editar? ¿Puede realmente editarse un poema sin que suceda lo que al mal poeta enamorado de Wichy?

Un poema puede o no editarse, idea con la Wichy nos divirtió más de una vez en las claves lúdicas de su arte poética, como cuando escribió este es un poema carcomido de envidia por Neruda/ un poema sin título ni editor ni ganas. Pero siempre su creador volverá sobre él una y otra vez. El secreto está en saber cuándo detenerse. Y hay otros poemas que se escriben de un golpe –«que brota del alma como una chispa eléctrica», diría Bécquer-, y como en la cita del clásico,…es la rosa/ no la toques más. Y en cuanto a posibles poetas-lectores-editores, hay ejemplos ilustres, como los antes mencionados.

–¿Cómo se explica el placer profesional de la edición de textos? ¿Cuál es el goce que marca al editor, un autor anónimo del que no sabrá jamás el lector?

–Creo en el editor en su sentido más amplio y creativo, algo que estimo escasea hoy por hoy en nuestros medios, y no es suficientemente valorado. Ese editor que inventa colecciones, sueña proyectos editoriales, pide a los autores libros y textos puntuales, el que, desde el anonimato, como mencionas, se implica de forma orgánica en la arquitectura de una publicación determinada.

Mi experiencia es la de las revistas culturales. Y sí existe ese placer profesional cuando se enhebran los hilos de la dramaturgia de un dosier o un número, buscando balances, representatividad, provocaciones, darles visibilidad a los márgenes, y contribuir a eliminar las zonas de silencio, como una lanzadera cuyo resultado final será el que lector sepa apreciar.

«Algunos de nuestros escritores son los primeros en no valorar el trabajo indispensable del editor y, sospechosamente, en su mayoría son autores mediocres. Por suerte existen otros creadores, significativamente con nombre y oficio reconocidos, que no padecen esa tonta soberbia, y son los primeros en entender y agradecer todo lo que sea para bien de un texto que, al fin y al cabo, firmarán ellos. Estoy pensando, para poner un ejemplo ilustre, en el vínculo que tuvo con nosotros ese profesional de la palabra que siempre recordaremos, Orlando Castellanos, quien se sometía gustoso a nuestra lectura implacable, tomaba o rechazaba las sugerencias, hacía bromas sobre ellas, y aún las más desatinadas, las agradecía. Padura y Arturo lo recordarán».

–La Gaceta de Cuba, es obviamente un proyecto colectivo, pero hay un mentor. ¿Qué significa llevar ya por más de 30 años la voz cantante en una publicación como esta, firmada por prominentes autores?

–El acta del jurado –integrado por un grupo de colegas a los que agradezco francamente el afecto que cada uno me expresó–,  al reconocerme como líder «de La Gaceta de Cuba, una de las publicaciones periódicas más importantes de las últimas tres décadas, que ha conseguido delinear un mapa de la mejor literatura actual», se correspondía con algo que sentí, y te dije  cuando me llamaste apenas unos minutos después de conocerse la noticia: «Se trata del reconocimiento a un proyecto, por lo cual lo considero colectivo, a la par que significó la singularidad de que se distinga la edición de revistas». Eso puede sonar a demagogia, retórica o frases hechas al uso, pero durante estos años logramos, y lo menciono con orgullo, un trabajo tan colegiado, que hay una anécdota que siempre disfrutamos, y fue cuando un día en medio de un debate acalorado, que implicaba a todo el equipo, incluyendo la secretaria, la correctora y el diseñador, yo pedí enfáticamente, que me dejaran ser «por cinco minutos el director». Y estoy hablando de un colectivo que tuvo como jefes de redacción a figuras de la talla de Leonardo Padura –por seis años–, y Arturo Arango –por un cuarto de siglo–, para no hablar de un grupo de editores y diseñadores de primera, y sobre todo, con gran sentido de pertenencia. No los nombro en aras de la síntesis, pero todos y cada uno fueron importantes. Tal vez los quiera recordar en la persona del que ya no está, el inefable criollo que fue José Gómez Fresquet, Frémez, un hombre de la cultura, y de las revistas, a tiempo completo.

–¿Cómo calificaría el proceso de creación de un nuevo número y su final publicación?

–El proceso de curaduría de cada número, no importa los años que uno lleve en el oficio, debe generar siempre el encanto y el nerviosismo que padecemos la primera vez, y reconocernos con esa adrenalina es el mejor cumplido a nuestra profesión. Cuando aún no lo hemos terminado, ya debemos estar rumiando, con una natural zozobra, el próximo, o los próximos. Esa agonía que genera el acto de creación debe ser consustancial a todo gestor de revistas culturales. Ir redescubriéndola todos los días, y levantarse pensando en el número presente, y acostarse soñado el número futuro.

–En una declaración al saber del premio me habló de la importancia de que se hubiera desviado la mirada a la edición de revistas…¿Cuál es el misterio que permite que las revistas tengan siempre lectores?

–Durante años aspiramos a que La Gaceta respondiera a aquello que Pedro Henríquez Ureña llamó «un grupo en alta tensión intelectual», por eso también te hablé de que percibía que era un reconocimiento a la revista en mi persona, y esto sin simulada modestia, pues por la alegría y el orgullo de recibirlo, el premio encontró un lugar amable en mi «egoteca». En cuanto a «la importancia de que se hubiera desviado la mirada a la edición de revistas», es hacer justicia en el presente a la larga tradición cubana de revistas y suplementos culturales, desde sus inicios en el xix, como dan fe, entre otros, los acuciosos estudios de Bachiller y Morales y Ambrosio Fornet. Las seis décadas que cumplirá La Gaceta de Cuba este año, incluyendo más de un lamentable paréntesis, como lo padeció en el llamado período especial, o como el que afronta en las circunstancias actuales, asociado en su soporte papel con la sensible contracción de nuestra industria poligráfica, crea nuevos desafíos, como el de retomar lo mejor de su legado, aquel del que nos sentimos orgullosos. Pocho Fornet, editor, crítico, hombre de la literatura y de cine, muy cercano a  esta publicación por varios caminos y razones, tal vez resumió esa particularidad y ese misterio –nunca tan bien dicho– a que te refieres, cuando apuntó: «Te confieso que abro cada Gaceta a ver por dónde viene, si es por la vía de la literatura, si es por la vía de la música, si es por la vía de una colaboración especial, si es por la vía de una crítica o una reseña crítica que realmente resulte sorprendente pero nunca cae en la rutina ni en la expresión simplemente tradicional, predecible del tema que está tratando». En el examen de sus lectores potenciales, y ambiciosamente ideales, siempre nos reconoceremos.

—Si habláramos de entregas, refiérase a la suya como editor de la Gaceta.  ¿Qué le quita? ¿qué le propicia?

Me ha quitado, como apunté antes, –y es legítimo para cualquier actividad humana a la que uno se entregue– horas de sueño y horas de otras actividades más individuales, como la familia, los amigos, o la escritura de un poema. Pero en una noble paradoja, me ha regalado otras motivaciones para soñar, y alcanzar una mayor plenitud afectiva y creativa, algo de que sentirse orgulloso.

–¿Lo invade algún temor ante esta profesión?

–La revista siempre tiene que tener, o por lo menos esa debe ser la voluntad de los editores, un perfil editorial definido; y pensar cuál es su lector natural, porque como en todo circuito de promoción, distribución del arte y la literatura, o incluso de productos de carácter comercial, existen diferentes públicos, diferentes receptores y circuitos. No es lo mismo un libro que una revista artístico-literaria. Hemos tratado: uno, de tener un perfil; y dos, de pensar en un lector llamado «interesado». Fracasar en el intento, lo que es algo latente a la vuelta de cada número, es un temor que siempre me ha acompañado.

¿De qué ángeles tutelares de la literatura se siente muy cerca –si así fuera– en su condición de editor?

–Nunca lo he pensado antes. Pero uno sería Roberto Fernández Retamar. Arturo nos trajo, de los varios años de provechoso aprendizaje al trabajar a su lado, su impronta a la revista, de la que él mismo fue un lector y colaborador hasta el final. O esa interlocutora de lujo, que por cierto en estos días cumplió noventa lúcidos años, que es la doctora Graziella Pogolotti —«nuestra madrina cartesiana», como me gusta llamarla–. Alguna vez escribió sobre ese lector para el que trabajamos y sobre la utilidad misma de la revista: «identificados con ella (con La Gaceta), sus destinatarios se agrupan en círculos concéntricos de profesionales de la cultura, de intelectuales en el más amplio sentido del término y de estudiantes en constante relevo generacional. Ha sembrado inquietudes y atravesado pequeños huracanes. Ha removido prejuicios y tabúes, por eso ha participado activamente en la modelación del presente y habrá de constituir, sin dudas, fuente documental indispensable para el investigador del futuro».

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