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Rusia-Ucrania: raíces y escenarios

El actual conflicto entre Rusia y Ucrania estremece al mundo por su peligrosidad y complejidades, que se agigantan ante la injerencia sostenida y desplegada por EE.UU. Los medios saturan sus espacios informativos con noticias cada vez más alarmantes. Pareciera que estamos a punto de una monumental debacle mundial. Examinemos el caso lo mejor posible.

Raíces

Existen no pocos elementos que, históricamente hablando, ayudan a comprender la formación y expansión de la lengua, cultura, identidad y múltiples nexos psicosociales del mundo eslavo y de su núcleo protagónico principal: Rusia y la lengua rusa, desde su formación inicial en torno el siglo IX. Su corazón nace en Novgorod y Kiev —en lo que conocemos como El Rus—, y en especial a partir de este último enclave de urbanización, poder, expansión y unificación; hasta que, siglos más tarde, su primacía se desplaza hacia la región y ciudad de Moscú. Desde Alexander Nevski hasta la conocida novela Taras Bulba, así se conforma la Rusia moderna.

Entre los siglos XIII y XVI el Imperio Mongol (La Horda Dorada), se había enseñoreado sobre las tierras rusas —eran tiempos en que Ucrania, Bielorrusia y otros estados que hoy encontramos en los mapas no existían ni remotamente—, pero con su derrota a manos de los príncipes rusos, las amenazas e invasiones desde el este cesaron. Culminó entonces la unificación de Rusia y, a partir de aquí, —como hicieron todos los imperios de esos siglos— se inició su expansión por Asia Central, Siberia y las costas e islas del Extremo Oriente, y en dirección al Mar Negro.

No obstante, desde el siglo XVIII en adelante, fueron las monarquías y poderes imperiales de Europa Occidental los que, una y otra vez, atacaron e invadieron el espacio geoestratégico ruso. Desde Federico el Grande hasta Napoleón Bonaparte; desde los suecos, lituanos y fineses hasta la gran coalición de Gran Bretaña-Francia-Imperio Otomano que pugnaron, inútilmente, por despojar a Rusia de Crimea, un espacio de suma importancia para la economía rusa, dado su acceso al Mar Negro con puertos que no se congelan.

Luego vinieron —una vez más desde el occidente europeo—, los devastadores episodios de la primera y la segunda Guerras Mundiales. Razones de sobra para que la Rusia zarista del pasado, la URSS de su tiempo y la Rusia de hoy; hayan tenido y tengan enorme desconfianza hacia los desplazamientos de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), bloque militar que desde los 90 del siglo pasado ha venido «reclutando» nuevos miembros del finado campo socialista hasta lograr colocarse a las puertas de Ucrania.

Este territorio (Ukrainía en sus orígenes) era identificado por un término que indicaba en lengua rusa: tierras fronterizas o zonas distantes hacia el oeste. Solo en el siglo XVIII comienza a emerger cierta corriente de identidad propia —como parte de las tendencias paneslavistas de la época— en oposición a la opresión zarista. Y cristaliza como Estado, con fronteras cambiantes durante años, en los inicios del poder soviético, tras 1917.

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Manifestación ucraniana por la independencia en Khreshchatyk, en marzo de 1917.

En la década de los 90 del siglo XX, los primeros gobiernos de Kiev se resistieron a las tentaciones y ofertas para sumarse a la OTAN y alterar con ello el espacio inmediato de Rusia en sus fronteras occidentales. Estas delimitan hoy con las repúblicas bálticas (Lituania, Letonia y Estonia), Polonia, Bulgaria, Rumanía y Moldavia, y varios países del Cáucaso. Todos ellos miembros de la OTAN, hostiles a Rusia y con gobiernos que no pocos observadores caracterizan como neoconservadores y hasta fascistoides.

A lo interno, luego de 1991, Ucrania atravesó por un proceso similar al de otras ex-repúblicas soviéticas, identificadas por etapas iniciales en que las viejas estructuras del Partido y el gobierno de la época soviética dominaron la escena política —no pocos transformados en grandes magnates u oligarcas—, echando mano a sus recursos para perpetuarse en el poder.

En Ucrania eso estuvo simbolizado por los presidentes Leonid Kuchmá y Víktor Yanukóvich hasta mediados de la primera década del presente siglo, enfrentados a una creciente ola de descontento y protestas, donde confluían oleadas de generaciones jóvenes de muy diversas filiaciones (desde pro-fascistas seguidores de Stepan Bandera, el mayor y más sanguinario colaborador de los ocupantes nazis; junto a nuevos grupos socialdemócratas, socialcristianos, comunistas y otros).

Dicha situación se conjugaba con un intenso proceso de entrenamiento, asesoría y financiamiento en el terreno, por parte de las grandes potencias europeas y, en especial, de EE.UU. (Departamento de Estado, USAID, y otras instituciones públicas y privadas), que les aportaron más de sesenta y cinco millones de dólares, de acuerdo a medios de prensa de Europa Occidental.

Bajo el efecto de los diversos factores apuntados, el primer gobierno ucraniano, presidido por Víktor Yanukóvich, sería puesto en jaque por las dinámicas de confrontación y cambios. Esto culminó en una renovación del proceso político y electoral sobre nuevas reglas. Le llamarían «La revolución naranja» por el color que identificaba a los opositores.

De ahí emergió como ganador la figura de Víktor Yuschenko, que inició los tanteos para un desplazamiento total hacia Occidente, dio los primeros pasos de asociación con la Unión Europea y coqueteó con la posterior iniciativa de sumarse a la OTAN. A ello daría continuidad el siguiente presidente, Petró Poroshenko, que fue derrotado por el actual mandatario, Volodymyr Zelensky, en medio de un flujo y reflujo de partidos, bloques y alianzas de gran inestabilidad.

A Poroshenko en particular, le correspondió enfrentar las tendencias separatistas del oriente del país (zona del Donbáss) como reacción a sus inclinaciones pro-occidentales/OTAN y a la ruptura con el Patriarcado Cristiano de Moscú, al reforzar el papel de la Iglesias ucraniana y su crecientes nexos con el Papado.

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Petró Poroshenko (Foto: Financial Times)

¿Por qué el oriente del país? Por una diversidad de factores de identidad, lengua, nexos económicos y demográficos, de profundo sentido de pertenencia, que hacen a esa zona proclive a enlazarse con Rusia desde los tiempos de la emperatriz Catalina de Rusia. Y para no olvidar el rol de la lengua rusa y sus muy diversas connotaciones, una breve anécdota: un tiempo atrás, la conocida encuestadora Gallup aplicó un instrumento en Ucrania, pero antes preguntó a los encuestados en qué idioma preferían contestar, si ucraniano o ruso. El 83% escogió el ruso.

Todo esto desembocó en los conocidos episodios bélicos acaecidos en la zona del Donbáss (2013-2014), que culminaron en la autodeterminación de las repúblicas de Lugansk y Donetsk, y su separación del gobierno de Kiev.

Tal desenlace fue consagrado por los Acuerdos de Minsk (2013-2014) —pactados entre Rusia, Ucrania y la Organización de Seguridad y Cooperación Europea (OSCE); respaldados mediante una declaración de apoyo por Francia, Alemania y Rusia—, que continúan pendientes de materialización hasta que no se produzca una solución efectivamente concertada para su puesta en práctica.

Durante semejante conflicto, Rusia decidió apoyar a los separatistas de Luhansk y Donetsk, y avanzar sobre Crimea, donde se hallan los puertos y bases de Sebastopol y Odessa, incorporados unilateralmente a Ucrania en los años 50 bajo la égida de Nikita Jruschov.

Fue a partir de esta coyuntura que EE.UU. y la UE aplicaron sanciones múltiples a Rusia desde el 2014, e impulsaron —como nunca antes— la captación de Ucrania para las filas de la OTAN, sobre todo con el beneplácito del nuevo presidente, Volodymyr Zelensky. Paralelo a ello, el despliegue de fuerzas y medios militares de la OTAN en Ucrania y Estados vecinos se incrementarían a ritmo diario.

Tienen al mundo en vilo, tan preocupados como cuando la famosa Crisis de Octubre de 1962. Washington lleva meses anunciando la invasión rusa a Ucrania para justificar sus propias acciones agresivas. El nudo gordiano o meollo del conflicto en su etapa actual descansa en un tema crucial: ¿se suma o no Ucrania a la OTAN?

Preguntémonos: ¿hay razones de sobra o no para que Rusia se alarme y despliegue medidas defensivas apropiadas, tanto militares como político-diplomáticas? La dirigencia rusa ha reiterado que la incorporación de Ucrania a la OTAN es una amenaza directa a su seguridad y a la de su espacio geoestratégico.

¿Es necesario o no que exista una zona de neutralidad, un espacio de eventual contención, una suerte de Estado-tapón (buffer state, como se identifica en inglés), que separe y aleje a los potenciales contendientes? ¿Exageran los rusos, juegan a la guerra o asumen una postura justificada? ¿Qué razones o justificaciones pueden ser aceptables para colocar la OTAN a las puertas de Moscú?

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Volodymyr Zelensky durante la toma de posesión de su cargo como presidente (Foto: EPA-EFE)

Ninguna. Ya han avanzado de sobra en los últimos treinta años y nadie en su sano juicio se explica por qué un bloque militar de tal envergadura, el único en su tipo a escala mundial, sobrevivió injustificadamente al fin de la primera Guerra Fría —pues ya andamos de lleno en la segunda— con el colapso de la URSS. Hoy esa OTAN asedia en su totalidad las fronteras de Rusia.

Invito a los lectores a que revisen un mapa con el sistema de bases militares norteamericanas en el mundo y vea lo que ahora pretende en las narices mismas de Rusia para que comprueben con creces lo que planteo.

Escenarios

Los llamados politólogos, en especial los norteamericanos, son muy dados a la «construcción» de escenarios posibles, a especular de manera argumentada en qué posibles direcciones puede derivar el conflicto actual; o sea, ¿qué puede ocurrir o no?  Siguiendo su estilo, propongamos algunos:

1. El conflicto desemboca en una confrontación, limitada o generalizada, con el empleo de medios nucleares. Altamente improbable debido a sus devastadoras consecuencias para ambas partes. Hasta hoy ha prevalecido la más plena conciencia de que tal conflagración plasmaría la teoría post-era nuclear e implicaría la Destrucción Mutua Asegurada (DAM o MADen inglés).

2. Tendencia a apaciguarse y negociar un arreglo (similar al desenlace del 2013-2014). Mucho más probable ahora, pues en Europa se abre paso un estado de conciencia contrario a forzar la expansión de la OTAN, teniendo como promotores a Francia y Alemania, que impulsan activamente un desenlace negociado. A lo que se suman duelos verbales y posibles negociaciones en el ámbito de la ONU.

No puede olvidarse que ambos países son piezas clave dentro de la OTAN. El propio Zelenski parece estar  moderándose y llamó en días recientes a «no crear pánico entre la población», agregando que «No consideraba ahora la situación más tensa que antes. La gente en el exterior cree que hay una guerra. Este no es el caso».

En dirección similar se ha pronunciado el presidente de Croacia, Zoran Milanovic, que criticó el proyecto norteamericano de incorporación de Ucrania a la OTAN y con ello de «desestabilizar la situación geopolítica de la región». Dicho mandatario ordenó el retiro de tropas croatas en Polonia, acusó a su propio primer ministro, Andrej Plenkovic, de «ser un agente de Ucrania»,  y apuntó a un ángulo válido cuando afirmó: «Esto no tiene que ver con Ucrania o Rusia, sino con las dinámicas de la política interna de EE.UU.».

No se puede pasar por alto que la administración Biden busca contrarrestar los efectos de descrédito como consecuencia de su desastroso manejo de la retirada de Afganistán, mientras que Trump y sus partidarios procuran capitalizar los beneficios de semejante desastre.

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Presidente de Croacia, Zoran Milanovic (Foto: EPA-EFE)

3. La actual situación económica tiende a empeorar y con ello se refuerza el segundo escenario. Brevemente: a. El pánico al que bien alude Zelensky, agrava el deterioro económico de Ucrania desde hace dos años y mantiene alejada a la inversión extranjera; b. Las operaciones económicas —comercio e inversiones— de la UE en Rusia (en especial de Alemania y Francia) comprenden operaciones enormes; c. Un porciento muy elevado de la seguridad energética de Europa Occidental —máxime ahora que comienzan a desmantelarse las plantas de energía atómica en Alemania—depende de los suministros de gas y petróleo de Rusia.

¿Arriesgar todo esto por las maniobras de Washington de forzar la entrada de Ucrania en la OTAN? No parece que le beneficie a los principales actores económicos de Europa Occidental y los rumbos que deban impulsar o no en contra de Rusia.

4. El gobierno de Zelensky —asumiendo el eventual apoyo de EE.UU, indirecto o directo— decide avanzar militarmente sobre los separatistas de Lugansk y Donetzk —los que contarían seguro con apoyo, directo o indirecto, de Rusia—, a fin de recuperar dichos territorios.

Se origina un conflicto local limitado, cuyo desgaste obligaría a las partes a regresar a los esquemas de negociación definidos en los Acuerdos de Minsk como punto de partida con vistas a un arreglo más abarcador y viable. Escenario que cuenta con muchas probabilidades, pero que cede terreno a la esfera político-diplomática que propugnan Francia y Alemania, ahora con la incorporación de la ONU como marco negociador auxiliar.

5. Un incremento en escala hacia un conflicto local generalizado que involucre directamente las fuerzas militares convencionales de Kiev y Moscú, y que eventualmente incluya también fuerzas convencionales limitadas de la OTAN (países miembros fronterizos con Ucrania), configurándose un conflicto con muchas similitudes al de la desintegración de Yugoslavia en los 90 del siglo pasado y en algunos aspectos a aquellos que se desarrollaron en las repúblicas del Cáucaso en la misma década. Escenario probable en caso de fracasar los procesos de negociación y mediación.

6. Viraje interno en Ucrania. Los servicios de Inteligencia británicos han denunciado que Moscú alienta una suerte de giro político interno en Kiev. Parecen descubrir el agua tibia. No puede omitirse que en Ucrania la oposición a Zelensky, en número y fuerza, es todavía apreciable (no solo de partidarios pro-rusos), incrementada por el rechazo creciente a un conflicto militar y al deterioro económico en ascenso.

¿Cómo se refleja esto en el seno de las fuerzas armadas ucranianas? Alrededor de ello hay un sinfín de especulaciones y rumores, pues los militares ucranianos saben perfectamente que sucumben en caso del escenario (5). Todo esto puede repercutir muy negativamente para Zelensky, y la combinación de tales elementos bien pudiera dar lugar a choques políticos de envergadura, que precipiten la caída de Zelensky y produzcan un vuelco político que rechace la opción de sumarse a la OTAN y avancen hacia nuevos desenlaces pactados.

No creo que tengamos que esperar mucho para conocer cuáles de los escenarios anteriores prevalezca o se combine. Imposible olvidar que EE.UU. está en un año de elecciones de medio término, donde se define el control del congreso, y Biden se ubica en una situación política en extremo precaria que lo obliga a tratar de salir lo mejor parado posible de este conflicto.

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