Por sexta vez aconteció en La Habana la Schubertiada, con la diferencia esta vez que tuvo alcance nacional para todo aquel dispuesto a sumergirse en las aguas de uno de los compositores más representativos de la escuela romántica europea.
La emisora Cmbf, promotora de la iniciativa que cuenta con los apoyos del Centro Nacional de Música de Concierto y la Oficina del Historiador de la Ciudad, trasmitió el evento en vivo desde la Basílica Menor de San Francisco, con lo que confirmó el retorno de una práctica habitual de la institución radiofónica en décadas pasadas.
Otros son los tiempos y los condicionamientos logísticos, pero debe recordarse cómo Cmbf ponía en el éter semana tras semana su señal desde el teatro Amadeo Roldán -¡cuánto se extraña!- para llevar a toda la isla los conciertos de la Orquesta Sinfónica Nacional, presentados por el inefable Nelson Moreno de Ayala y los comentarios de Ángel Vázquez Millares y Juan Antonio Pola.
Suerte ahora la de haber escuchado antes del concierto las puntuales y valiosas precisiones del maestro Juanito Piñera y las informaciones aportadas con alto nivel profesional por el periodista y conductor Ignacio Cruz Ortega. Valga, sin embargo, una observación: para quienes no están en la sala de concierto se les hace muy difícil seguir el orden de las interpretaciones; si bien al principio y final de la audición se ofrecen detalles, durante la trasmisión no se reiteran. No es el caso de interrumpir el hilo de la presentación, pero al menos antes o después de cada bloque podría remarcarse el título de las obras y los nombres de los intérpretes.
A la inquietud y persistencia de Helson Hernández hay que agradecer la continuidad de este acercamiento al legado de Franz Schubert (1797 – 1828). A imagen y semejanza de las tertulias animadas por los amigos del compositor austriaco –poetas, mecenas, diletantes- que le ayudaron a crear y sobrevivir los pocos años de su existencia, y al margen de la magna escala con que en el país centroeuropeo desde los años 70 del pasado siglo se han potenciado las Schubertiadas como festivales que imbrican la cultura con el turismo –quizás por acá cabría relanzar proyectos interrumpidos como el de Matamoros con el son y la pianística de Lecuona, o colocar la rumba en el lugar que merece más allá de relevantes emprendimientos como Timbalaye -, la nuestra cumple con dignidad su destino.
De una parte incita al público a descubrir un Schubert que rebasa el Ave María, el quinteto La trucha y la Sinfonía inconclusa. (Por cierto, tan acostumbrados estamos a las versiones hiperbólicas y espectaculares del Ave María, que apenas nos detenemos a apreciar una interpretación con apego al original, como la que magistralmente entregó la soprano Johana Simón respaldada por la pianista Rosa García Oropesa. Se olvida que es la sexta parte del ciclo de lieder compuesto por Schubert en 1825 impactado por la lectura de la traducción alemana del poema narrativo La dama del lago (1810), del inglés Walter Scott. La música responde al entorno íntimo de la invocación mística de Ellen, la protagonista del poema. Tal vez por ello el público recibió con más entusiasmo la interpretación, también notable por la propia Simón, de La joven monja, de carácter más apasionado).
Por otra parte, resulta un formidable ejercicio para cantantes y músicos penetrar a fondo en la estética romántica. Verbigracia, la ejecución del Cuarteto no. 13 en la menor D. 810, por el cuarteto de cuerdas Alma. Liderado por la cellista Amaya Jústiz e integrado por las violinistas Camila Crespo y Beatriz Arias, y la violista Leidy Laura Díaz Barrios, empeñadas en una lección de estilo.