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60 años no es nada (II)

La literatura estadunidense de la Guerra fría sobre la Crisis de los Misiles remeda un manual de zoología fantástica. Fue entonces que se acuñaron términos como halcones, palomas y búhos, para caracterizar tendencias políticas, en particular, ante crisis mayores de seguridad nacional.

Los halcones se identificaban con la opción de lanzar un ataque aéreo inmediato contra la isla, seguida por una invasión, para neutralizar lo que se percibía como el plan soviético de barrer las principales ciudades de EEUU con un primer golpe nuclear. En esta jaula estaban el ex-decano de la Facultad de Humanidades de Harvard, McGeorge Bundy, Asesor de Seguridad Nacional de JFK; el empresario republicano John McCone, director de la CIA;  el general Maxwell Taylor y todo el Estado Mayor conjunto, entre otros. Cuando Kennedy les preguntó qué harían los soviéticos ante un ataque a Cuba, el jefe de la Fuerza Aérea, Curtis Lemay, le respondió que «nada, pues sabían que EEUU tenía más cohetes» que ellos.

Las palomas proponían el bloqueo naval de la isla, con 240 buques de guerra y cierre de su espacio aéreo, medida militar resuelta, pero que les daba a los soviéticos tiempo para recapacitar y ponerle marcha atrás a la construcción de las bases en territorio cubano. Estos incluían al ex-presidente de Ford Motors y secretario de Defensa Robert McNamara, al embajador en ONU Adlai Stevenson y al Asesor personal y escritor de discursos de JFK Ted Sorensen. Entre ellos surgieron propuestas de negociar con los soviéticos ofreciéndoles el desmantelamiento de los misiles estadounidenses en Turquía, e incluso, la base naval de Guantánamo.

A esa ornitología política se incorporaron luego los búhos, quienes, aprendiendo de aquella Crisis, argumentaban la necesidad de evitarlas mediante acciones preventivas, pues una vez desatadas, corrían el riesgo de quedar atrapadas en una espiral de cabos sueltos y trampas mortales. Como cuando el primer buque soviético se acercó a la línea de cuarentena, y el comandante de un destructor estadunidense consideró disparar sus cañones al aire, en dirección al buque, como «señal de aviso.» O cuando un bombardero estratégico amagó en dirección a Leningrado, y los radares de la ciudad lo registraron como una misión de combate abortada. O cuando un oficial soviético a cargo de una batería antiaérea de misiles tierra-aire en Holguín preguntó por teléfono al mando si le disparaba a un U-2 que estaba entrando en su zona, no tuvo respuesta, y decidió abatirlo, un 27 de octubre recordado luego como el sábado negro.

Curiosamente, en aquellos tiempos de Guerra fría, los enemigos de EEUU no eran vistos como especies de aves diversas, sino apenas como bestias feroces: el Oso gris (la URSS) o el Dragón (China). En frase memorable, el General Lemay había argumentado la idea de atacar a Cuba de la siguiente manera: «al querer meter su zarpa en aguas de América Latina, se la hemos cogido en una trampa al oso ruso, y ahora había que cortársela hasta los testículos. O mejor, cortarle los testículos de una vez.» 

Con jefes como ese a cargo de la Fuerza Aérea, y ante aquella azarosa escalada, JFK se preocupó tanto que despachó a su hermano Bobby a reunirse con el principal oficial de la KGB en Washington, y buscar rápidamente, por un canal oculto al resto de su plana mayor, un entendimiento con Juschov, aunque tuvieran que concederle en secreto la retirada de los cohetes estadunidenses emplazados en Turquía, así como la renuncia pública a invadir a Cuba y a vetar su colaboración militar convencional con la isla.

Foto aérea de base militar donde se observa el silo de misiles, en San Cristóbal, Cuba.

La misma noche del sábado negro, gracias a la providencia y a aquel canal escondido, Nikita respondería por el canal formal su famosa propuesta de retiro de los cohetes, reaccionando a la oferta negociadora recibida de JFK. En los próximos minutos, sin embargo, llegaría otra carta, firmada por el mismo Jruschov, donde reafirmaba que los cohetes no se retirarían, porque no eran ofensivos, etc. JFK respondió públicamente a la primera carta, e hizo como si la segunda no existiera. Para decirlo en el lenguaje animalista de la Crisis, en vez de poner sus testículos sobre la mesa, o de amagar con arrancárselos al oso, el atribulado búho tomó la sabia decisión de responderle al oso negociador, e ignorar al otro.

Los países no alineados —Vietnam, Yugoeslavia, Indonesia, Corea del Norte, Argelia, Cuba— no eran identificados en esta zoología política, como si fueran espectadores que no pinchaban ni cortaban. Sus imágenes, las de gritonas criaturas menores de edad, sí han pululado en el discurso gráfico de la prensa, caricaturas y carteles de propaganda comercial o política, desde muchísimo antes de la Guerra fría. Pero no más que eso.

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«Por si acaso», caricatura alemana de 1962.

El pitirre y los nombres de las crisis

En el Moscú de 1989, donde soplaban vientos de peristroika tardía, los cubanos, invitados por primera vez a la Conferencia Tripartita sobre la Crisis, tuvimos lo que el poeta Roque Dalton había llamado «el turno del ofendido.» En la última sesión de aquel encuentro, donde concurrían sobre todo palomas, algunas ya mutadas en búhos, así como cualquier cantidad de osos, de varios colores, fui el bateador designado del equipo Cuba. Comparto aquí mis comentarios de entonces.

Como estábamos allí para empezar a entendernos, dije que les quería presentar un ave cubana llamada pitirre. Considerablemente más chiquito que todos los mencionados, este pájaro se destacaba por ciertas cualidades. Tenía una voz característica que se hacía sentir en todas partes. Le costaba mucho acostumbrarse a estar enjaulado. Y sobre todo era capaz de defender su territorio frente a otros más grandes, sin importarle las consecuencias. Ahí les expliqué el sentido de la frase guajira «le cayó como el pitirre al aura,» momento en el cual debí ganarme el odio de los traductores.

Pitirre abejero.

Finalmente, en la misma cuerda de análisis sobre los discursos, les comenté mi tesis sobre los nombres de la Crisis:

En EEUU, era llamada Crisis de los Misiles, porque en ninguna otra los norteamericanos se habían llegado a sentir tan expuestos a unas armas nucleares que ellos percibían como peligro inminente. Sin embargo, el profesor Arthur Schlesinger, asesor de Kennedy allí presente, me había reconocido unos años antes, en La Habana, que por encima de su amenaza militar real prevalecía el componente psicológico de estar colocadas «en el corazón de una zona de interés vital para los EEUU,» o sea, aquí en Cuba. A ese factor psicológico había respondido la decisión de imponer la cuarentena naval y aérea, casi dos semanas antes de que el Pentágono contara con una evaluación cuantificada sobre la medida en que el poder de fuego estratégico se había desnivelado a favor de la URSS. Según revelara luego el propio autor de la evaluación, Raymond Garthoff, los EEUU habían seguido sobrepasando 15 veces al poder nuclear soviético, incluso contando con sus misiles en Cuba.

En la URSS, donde se le ha denominado Crisis del Caribe, se le confinaba a la categoría de conflicto regional, que no iba a escalar a nivel global, como antes lo habían sido la Guerra de Corea (1950-53), la Crisis de Suez (1956), o luego, Vietnam (1965-75). En 1989, escuché a Andrei Gromyko, canciller soviético en 1962, afirmar todavía que realmente nunca se había llegado al borde de una guerra termonuclear. Nada en las noticias de Pravda se parecía a la alarma desatada en la prensa de EEUU en aquellos días. Así que mientras los norteamericanos de a pie quedaron marcados para siempre por el pánico reinante, los soviéticos siguieron su vida como si tal cosa, ignorantes de la gravedad de lo que estaba pasando.

Por su parte, desde 1960, los cubanos se habían acostumbrado a convivir con las crisis. Es decir, entre estados de alerta, bombardeos de campos y ciudades, barcos de guerra de la US Navy que podían verse desde el malecón, guerra civil con grupos armados en todas las provincias, infiltraciones y desembarcos de fuerzas enemigas, movilizaciones de milicias, maniobras y juegos de guerra de la Marina en el Caribe y la base naval de Guantánamo. Después de Playa Girón, la idea de una invasión directa de EEUU se mantuvo como noción cotidiana. La Crisis de octubre en 1962 solo llevó al límite esa certidumbre. Pero ni siquiera su desenlace clausuró la posibilidad de una guerra convencional, ni otorgó seguridad a Cuba y los cubanos.

En 1965, 42 mil marines desembarcaban en República Dominicana, a 500 kilómetros de nosotros, y se iniciaba la invasión de Vietnam en gran escala. En ninguno de estos casos, ni en otras intervenciones militares de la Guerra fría, ellos habían usado armas nucleares. Pero en la guerra de desgaste contra Vietnam sí aplicaron una estrategia de tierra arrasada equivalente al poder destructivo de varias bombas atómicas. De hecho, los mil bombarderos convencionales que estuvieron listos para atacar la isla durante los 30 días que duró la movilización militar en 1962 podrían haberla devastado tanto o más que un ataque nuclear. Como se sabe, el plan de contingencia para invadirnos no fue una paranoia de Fidel Castro, pues estaba ahí mucho antes de que los soviéticos aparecieran en La Habana con la propuesta de sus misiles, en abril de 1962.

Así que cuando un historiador de la talla de Arthur Schlesinger, opuesto al bloqueo y a favor de la normalización, afirmaba que «nunca EEUU tuvo la intención de atacar a Cuba,» y se burlaba de «la letanía cubana sobre las conspiraciones de la CIA,» como «una manera de desviar la atención sobre los problemas reales del país,» uno se pregunta si halcones, palomas y búhos aprendieron realmente algo de la Crisis de octubre.

60 años no es nada (I)

¿Qué importancia tiene en política la intención, en contraste con la aplicación deliberada de una escalada encaminada a alcanzar el punto de quiebre del enemigo? ¿O con la perpetuación de la hostilidad? ¿Qué significa, políticamente hablando, que presidentes palomas se decidieran a cambiar el régimen de las relaciones con Cuba, si la lógica geopolítica y la subvaloración de los pitirres siguió propiciando hostilidad y ha mantenido abierta la puerta de otras posibles crisis?

Siempre me ha llamado la atención que notables filmes sobre Vietnam como Apocalipsis now o Pelotón se dedicaran a presentar la guerra solo como tragedia americana, donde los combatientes vietnamitas apenas se ven. Tampoco en los dedicados a la Crisis de los misiles aparecen los cubanos, ni siquiera cuando los vuelos a baja altura los pudieron retratar claramente. Es como si fueran, estrictamente hablando, pájaros del bosque, pitirres que apenas habitan el paisaje. 

Juego sobre la Crisis de los Misiles.

Años después, supe que el pitirre es un emblema del orgullo nacional puertorriqueño. Reivindicar esta categoría, vilipendiada como una banda de conflictivos, populistas, hipernacionalistas, inmaduros, emotivos, arrebatados ideológicos, requeriría aprender quiénes fueron realmente Ho Chi Minh, Tito, Yasser Arafat, Omar Torrijos, Gamal Abdel Nasser, Jawaharlal Nehru,  Kwame Nkrumah, y actualizar su legado. 

Me he preguntado también por qué en la TV cubana siempre se muestran las mismas imágenes de la Crisis de Octubre, con las mismas explicaciones y razonamientos ideológicos, narrativas militares y discursos. Por qué ni en la prensa ni en las escuelas se explican los avatares apasionantes de aquel drama, sus problemas y lecciones políticas, ni se muestran las fotos tomadas desde los cazas RF 101 volando a baja altura sobre San Cristóbal, ni se explica cómo rayos se suspendieron. Comprender aquel contexto, el del conflicto con EEUU y el de nuestras complejas relaciones con la URSS, requiere ir más allá. Para hacerlo, hay que volver atrás.

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