Uno tiene muchas curiosidades en la vida. Una mía es: ¿cuál la magnitud de la solidaridad humana? Esta semana tuvimos una idea. Un octogenario, de caminar lento e inseguro se cae al piso en una calle de París en pleno invierno. No puede levantarse, no puede valerse y allí permanece durante 9 horas. Centenares de personas le pasan al lado, no escuchan —o no quieren escuchar— los pedidos de ayuda de una voz trémula. Tampoco se les ocurre interesarse por su suerte. Solo cuando llega una patrulla policial y se llama a una ambulancia es que alguien le toca. No hay reacciones, el octogenario ha muerto de hipotermia, la “enfermedad del frío» le dicen. Aunque creo que realmente el fotógrafo suizo René Robert ha muerto por la indiferencia humana.
Estoy furioso y sé que voy a enfurecer a mis amigos franceses, porque que esto haya pasado en una calle de la capital gala, en el fondo no me sorprende. Creo que, en el fondo, los franceses son muy egoístas. García Márquez nos lo recordó en una crónica cuando vio un perrito ser aplastado por una escalera electrónica en un gran almacén comercial de París, ante la indiferencia colectiva a punto de nadie interesarse por el dolor de su dueña.
René ya estaba jubilado. Pero, con 85 años todavía producía sus fotos, completando una carrera que, si bien no fue muy popular, tiene un valor extraordinario. Por más de 30 años, René se dedicó a fotografiar a los cantantes y bailarines, estrellas del famoso flamenco español. Son célebres sus fotos de Paco de Lucía o el Camarón de la Isla.
Lo vi una vez. Fue en Lisboa y nos presentó un amigo común, allá a principios de la década de los ochenta del siglo pasado. De hablar pausado y fascinado con la ciudad, recuerdo que dijo que estaba en el país porque quería repetir su experiencia española con el mundo del fado portugués. Una idea muy buena pero nunca supe si la llevó a cabo, porque no he sabido de ningún proyecto así.
Mirando el trabajo de René uno se depara con una realidad alucinante. Refleja una alegría íntima, una admiración por un género musical y folclórico al cual, incluso en la propia España, no han dado la importancia fotográfica que se merece, porque para dedicar una vida entera a fotografiar el flamenco hay que tener un respeto por un género que, por décadas, fue promovido como algo de “pueblo” con un interés meramente turístico. O sea, René tenía, ante todo, una carga enorme de solidaridad en su ser, una solidaridad que le fue negada en las últimas horas de su vida.
No entenderé nunca cómo se puede abandonar un ser humano en la calle. Principalmente en la zona donde expiró René, en el barrio de Les Halles, una zona donde deambulan diariamente decenas y decenas de hombres y mujeres que tienen el cielo como único techo. Me entero que al final fue una de esas personas quien alertó a la policía sobre el hecho. Y confirmo lo que ya pensaba, que solo los pobres de la tierra se cuidan unos a otros. Pero, como dice el Nobel, viven “sin una única oportunidad en la tierra”. Maldita humanidad.
Adieu René. Bon voyage.
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