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Julio Sanguily, el olvido como juicio de memoria

Por Aries M. Cañellas Cabrera y Ernesto Cañellas Hernández

La Revolución de 1868 es uno de los procesos más complejos de la historia nacional. En su condición de fragua de una Nación, coexisten en ella, con similar fuerza, diversas posiciones políticas que, en su accionar y desgaste, irán moldeando figuras, surgidas de un tiempo convulso, que llevarán en sí las características del grupo social en el que se forman.

Ninguno de nuestros próceres independentistas será plano, todos tendrán matices. De algunos la historia, por motivos de conveniencia, recordará tan solo determinadas aristas, segando así la comprensión del pasado, que deberá ser tarea de las futuras generaciones, obligadas a reconstruir las bases de su Nación.

Si partimos del hecho de que presente y pasado se retroalimentan, entonces, comprender el pasado nos permitirá entender mejor el presente histórico, por lo que tratar de explicar fenómenos cardinales como la traición, o las deslealtades ocultas, es asunto primordial.

Una de las figuras más complejas de las que obtuvieron protagonismo tras el estallido revolucionario de 1868 es Julio Sanguily Garrite. Durante décadas la historia lo recordó —justamente— como el valiente joven habanero que con veintitrés años se fue a la manigua y en apenas tres pasó de soldado raso a general. Terminó lisiado, con una mano prácticamente inutilizada y luciendo una de las hojas de servicio más impresionantes del campo mambí. Su sola visión generaba, instantáneamente, romanticismo independentista en los jóvenes habaneros.

Su trayectoria de avezado militar en la Guerra Grande contrasta con lo ocurrido el 24 de febrero de 1895. El día en que reiniciaba la lucha por la definitiva independencia, Julio Sanguily fue apresado en su casa habanera cuando se suponía debía encabezar un alzamiento en el Parque Central.

Julio Sanguily (3)

Luego, estudios más acuciosos en ambos lados del Atlántico fueron descubriendo pruebas irrefutables que le situaban como agente pagado por España desde al menos 1889. Posteriormente se confirmó que actuó también como agente norteamericano. El historiador Rolando Rodríguez llega a considerarlo «el más grande traidor cubano de todos los tiempos».[1]

Todos estos datos son veraces, aun así, el análisis de su figura continúa siendo incompleto, pues deja sin respuestas preguntas más profundas: ¿Por qué Martí apoyó la designación, por parte de Gómez, de Julio Sanguily como jefe del alzamiento en el Occidente de la Isla a pesar de que existían suspicacias fundadas sobre él?

¿Por qué las autoridades españolas intentaron, por todos los medios legales, mantenerlo preso de por vida luego de su arresto, si en teoría era colaborador puntual probablemente desde 1883, y activo informante desde 1889?

¿Ignoraba Gómez el hombre en que se había convertido Sanguily, uno de los pocos cubanos que envió dinero al Generalísimo cuando sus hijos morían de hambre en Jamaica tras el Zanjón?

¿Si fue un traidor de tal magnitud, por qué vino a la guerra en 1897 y, en lugar de ser apresado por sus compatriotas, se le reconoció el grado de Mayor General?

Con el decursar del tiempo han aumentado las diferencias psicológicas entre las generaciones. Actualmente estamos lejos de la manera de entender el mundo propia de los cubanos que se lanzaron a la manigua el 10 de octubre. El dilema de Julio Sanguily refleja las contradicciones subjetivas de un grupo que trataba de sostener la pureza de sus ideales independentistas ante amenazas de diversa índole.

Como teorizó Marc Bloch, en ese ambiente social un hecho semejante sería excluido por «fuerza mayor», pues «la fidelidad a una creencia evidentemente no es sino uno de los aspectos de la vida general del grupo en el que ese rasgo se manifiesta».[2]

Debemos centrarnos entonces en el cambio de filosofía del hombre, en la traición a sí mismo como símbolo de la decadencia física y moral del Mayor General Sanguily.

Julio Sanguily fue el segundo de cuatro hermanos que quedaron huérfanos de niños. Cuando se alzó en armas, sin prevenir a su hermano Manuel para evitar que le siguiese, este último —cuya «primera pasión será pasión varonil, esencialmente masculina, el amor idolátrico a su hermano Julio», como escribió Manuel de la Cruz—,[3] demostró que no estaba dispuesto a perder el único vínculo de sangre que le quedaba, aun cuando significase dejar su prometedor futuro como letrado e intelectual, de modo que se unió a la manigua. En el futuro, y a pesar de la honradez y prestigio de Manuel, esa relación filial le llevará a mirar para otro lado ante las deslealtades y vicios del Mayor General Julio Sanguily.

Julio Sanguily (3)

La destacada carrera militar de Julio durante la Guerra de los Diez Años ha sido tratada; no obstante, dentro de ella es crucial entender dos asuntos. Primero, los vínculos entre él y Máximo Gómez, que sin llegar a ser relaciones de clientelismo fueron cruciales para apuntalarlo, en el futuro, ante las dudas y desconfianzas que respecto a él tendrían José Martí, Vicente García, Tomás Estrada Palma o Serafín Sánchez. 

Y en segundo lugar, que la aureola de héroe con la que Sanguily termina este conflicto será fundamental, pues lo tornará figura indiscutible a la que la juventud habanera tratará de emular; ello, unido a la férrea defensa de Gómez, propiciará que el Apóstol, pese a no confiar en él, le otorgue el mando del alzamiento en la capital cuando ya era evidente que no jugaba limpio. Sencillamente no se podía prescindir de su renombre como figura pública. El aura del guerrero encubría las deslealtades.

Existen numerosos ejemplos que ilustran la confianza y respeto depositados por el Generalísimo en Julio Sanguily. En su Diario están detallados con precisión, pero basta la carta en que comunica al secretario de Guerra la renuncia de Sanguily y su estado mayor, ante la oposición de los villareños, encabezados por Carlos Roloff y Serafín Sánchez: «en todo caso que hubiese algún motivo de queja por alguna orden de la Jefatura de Ia División, la responsabilidad es solo de este Cuartel General que la aprobó y autorizó».[4]

Esas palabras, de puño y letra de Gómez, servirán de escudo ante denuncias futuras sobre los negocios turbios de Sanguily relacionados con los españoles.

El Generalísimo terminaría arrepintiéndose de ellas y asegurando que si Julio se incorporaba a la gesta independentista, debía ser juzgado antes por un Consejo de Guerra. ¿Qué había ocurrido en los más de veinte años que median entre ambas opiniones?

Héroes en los extremos

Concluida la guerra los Sanguily regresan a establecerse a La Habana. Aunque diferentes —opuestos en su actitud personal y moral— los hermanos van a ser interpretados como un todo por buena parte de sus contemporáneos. Especialmente Julio se beneficiará de la autoridad ética que irá ganando Manuel cómo abogado, polemista e independentista. Como resultado, en la concurrida Acera del Louvre, donde ardían las ansias y bullían los deseos de la juventud de la época, prevalecerá la historia mambisa de Julio arropada en la aureola de respeto impoluta que proyecta Manuel.

Julio Sanguily (5)

Manuel Sanguily

No tenemos una fecha exacta del origen de la infidelidad de Julio Sanguily a la causa revolucionaria —que a la larga terminará en traición y costará la vida a hermanos de lucha—, pero es posible afirmar que acaeció mucho antes de 1889, fecha del primer pagaré que se conserva dirigido por las autoridades españolas al cubano.

Sabemos que ya en 1883, gracias a la mediación de Julio, el célebre bandolero Carlos Agüero pudo abandonar legalmente el país. Cuatro años después, en 1887, la reina regente de España, por intermedio de los generales Martínez Campos y Castillo, recibe a Sanguily en Madrid, quien jura no volver a incurrir en «filibusterías» y jura lealtad a la Corona.

¿Es posible que el vínculo que se solidifica durante el gobierno del Capitán General Salamanca —al velorio del cual Sanguily enviara una corona fúnebre—, se inicie mucho antes de lo que consta en los registros que se conservan?

¿Cuál es la importancia real de Julio Sanguily en estos momentos? ¿Por qué la reina lo recibe si no es, ciertamente, la figura más influyente del separatismo en Cuba?

La generación del 68 no fue nada homogénea. Incapaces de encontrar en la guerra la unidad imprescindible, no todos asumieron de igual manera el fracaso de los ideales que significó el Pacto del Zanjón. Algunos, como Julio, arruinados física y económicamente en la flor de la vida, comenzaron a preocuparse por sí mismos en espera del regreso de algo que era cada vez más una utopía. Ello, unido a las secuelas sociales de una guerra terrible, acució su innata tendencia de supervivencia y vida al límite. La ruptura entre el general y un hombre vencido por sus demonios fue el resultado.

El caso de Julio Sanguily se agrava por ser una persona atrapada por sus vicios, esclavo de ellos, adicto a todo tipo de apuestas —en especial las barajas—, a las mujeres y con un tren de vida muy por encima de sus posibilidades. Tales rasgos se evidenciaban desde antes de finalizada la Guerra Grande, pero en la paz se verán desbocados y llegarían a consumir el legado del jefe mambí.

Su exilio neoyorkino, al cual arribó en encomienda diplomática a finales de 1876, había acrecentado esos vicios. Algunas fuentes sitúan en ese momento el primer acercamiento de la inteligencia americana al general, pero no parece demostrable.

Cronología de una decadencia

Antes de concluida la guerra, durante la permanencia de Sanguily en Nueva York, Tomás Estrada Palma, entonces ex-presidente de la República en Armas, debió solicitarle más dedicación para ayudar a los que aún combatían en Cuba. Allí le encuentra la firma del Zanjón, se hace ciudadano americano en agosto de 1878 y retorna a Cuba a finales de ese mes.

Durante la Tregua Fecunda sobrevive entre La Habana y Matanzas, con la etiqueta de comerciante e intercalando viajes al ingenio Azopardo, en la localidad de Unión de Reyes. El general es un símbolo donde quiera que va, recibe halagos en el campo y la ciudad, pues su imagen basta para definir la guerra: la mano y un pie inservibles, el alma rota y el deseo de conseguir dinero a toda costa para mantener los elevados gastos que asume tras su matrimonio.

Los hermanos Sanguily encarnan el independentismo en La Habana (separatismo o filibusterismo para los españoles), Manuel es el verbo rutilante y Julio, los despojos románticos de la guerra, que hace a los jóvenes quitarse el sombrero a su paso.

Manuel va hacia el reconocimiento y la luz, Julio se va quedando a la sombra, en un retroceso físico y espiritual que aboca a la degradación definitiva. En este viaje del héroe al antihéroe consigue un imposible, poner de acuerdo a José Martí y al Capitán General Camilo Polavieja. Cada uno, por su cuenta, lo caracteriza de manera exacta: «Julio Sanguily es un hombre necesitado de dinero».[5]

Para conseguirlo, valiéndose de sí mismo, o del traje de general mambí que aún era su cuerpo, comienza a colaborar con la inteligencia española para capturar a los bandidos, erigidos en ese período símbolos de resistencia y rebeldía contra el gobierno colonial.

No obstante, jugador consumado, guarda un as bajo la manga de la mano buena: mientras cobra de España, colabora con Manuel García y otros bandidos de menor renombre. El dinero le entra en ese juego de bandos, donde acostumbra a ganar tiempo con promesas y poses. Pero en ese arte de prestidigitador agonizante, consolidado como un mitómano peligroso, necesita la llegada de sucesos definitivos, sabe que no es eterno el arte de doblar apuestas.

¿La gran traición?

Como antes lo estuvo para el Plan Gómez-Maceo, Sanguily se declara disponible ante el Partido Revolucionario Cubano y José Martí. El Apóstol duda, quiere conocer al hombre; lo hace y las dudas no se despejan pues algunos rumores parecen ciertos, aunque se presente como el Mayor General Julio Sanguily, no es ya el revolucionario que una vez fue.

Sin embargo, apremiado de tiempo, Martí se fía en los criterios de Máximo Gómez, Antonio Maceo y el propio Estrada Palma, que conocen de la influencia de Julio, su hermano Manuel y su círculo —José María Aguirre, Pedro Betancourt, entre otros— en La Habana y Occidente. Decide apostar por el veterano mambí, pero, aunque confiere el nombramiento a Julio, es Juan Gualberto Gómez el motor real detrás de la insurrección.

Llegado el día del alzamiento, desoyendo los acuerdos asumidos el 17 de febrero de 1895, Julio Sanguily permanece en su casa. Allí fue apresado, horas después. Lo mismo ocurre con José María Aguirre cuando estaba cerca de la estación de Palatino.

El alzamiento en Occidente agoniza, las calamidades se suceden: el fallido grito de Ibarra, el asesinato del bandido Manuel García —algunos datos apuntan a que ya había sido nombrado coronel o capitán por el propio Sanguily—, la captura de Francisco Carrillo y la sombra de la delación ciñéndose sobre los conspiradores.

El jefe nombrado era Julio Sanguily, quien tenía empeñados su revólver y machete en la tienda La Equitativa. Esto se lo había informado a Antonio López Coloma en carta del 9 de febrero: ¿un as en la manga para un hipotético juicio si fallaba el alzamiento?, ¿una estratagema para acogerse al acuerdo Collantes-Cushing —el cual impedía que ciudadanos norteamericanos fuesen juzgados por tribunales militares españoles—, como hicieron luego Aguirre y Carrillo?

Sea como fuere, en el juicio los españoles señalaron que se había encontrado un caballo con una silla preparada para el general Sanguily, que dada su discapacidad necesitaba ciertas modificaciones, entonces: ¿vendió el alzamiento Julio Sanguily?, y si lo hizo: ¿por qué los españoles se ensañaron con él, condenándolo a cadena perpetua?

Julio Sanguily (2)

Este artículo pretendía resolver la pregunta: ¿quién fue Julio Sanguily?; sin embargo, acaso su vida, difusa y caótica como la de pocas figuras cubanas, explique el dramático enigma de la Revolución del 68.

En ese ciclo constante, que solo se extingue con la muerte, los honores conseguidos deben ser honrados, sino la traición es doble, demoledora. No es un caso aislado, por demás, este de héroes autofágicos; en Cuba casi son plaga. En su caso, la ascendencia y popularidad de que gozó en vida, sirvieron para aplacar los rumores que como pesadas tormentas se ciñeron sobre su figura.

El dilema de los héroes que se devoran a sí mismos mientras mantienen una imagen perfecta no comenzó con Julio Sanguily, pero nadie como él encarna las características del intocable que forja en la guerra relaciones de subordinación o clientelismo, que blindarán deslealtades futuras.

Esa condición de intocable se sustenta en muchos hechos y conexiones, pero ninguno como el solemne respeto profesado por su hermano Manuel, que lo sostuvo en su panteón de héroe de guerra hasta su muerte.

El caso Sanguily nos adentra, de repente, en un fenómeno que alcanzará, luego de 1902, matices de alarmante tradición: el de los héroes que se abocarán al lucro y los beneficios personales, amparados en los lazos irrompibles que crearon en un momento crucial de la defensa patria, para usarlos luego como escudo, perdiéndose, de paso, a sí mismos y a su causa.

***

[1] Rolando Rodríguez García: Cuba: las máscaras y las sombras: la primera ocupación, Editorial Ciencias Sociales, 2007.

[2] Apología para la historia o el oficio de historiador, Fondo de Cultura Económica, México, segunda edición en español, 2001.

[3] Tres caracteres; bocetos biográficos cubanos, ISAIAS-Manuel de la Cruz Fernández, Key West, 1889.

[4] Diario de Campaña del Mayor General Máximo Gómez, Edición de la Comisión del Archivo de Máximo Gómez, enero de 1940.

[5] En Obras Completas de José Martí, tomo III y VI, y en Relación documentada de mi política en Cuba; lo que vi, lo que hice, lo que anuncié, por el Teniente General Marqués de Polavieja, Madrid, 1898.

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