LA HABANA, Cuba. – Pocas horas antes de finalizar el 2021, un artículo publicado en esta misma página advertía sobre la posibilidad de que una “solución final” a la que pudiera recurrir el régimen cubano, en medio de su desespero frente al creciente descontento y los inevitables estallidos populares, estaría en establecer y consolidar una alianza militar con fuerzas externas al estilo de los años 60 con los soviéticos.
Apenas transcurrieron 15 días y el mismísimo viceministro de Exteriores de Rusia confirmaría mis sospechas (más bien temores) de que algo turbio pudiera estarse cuajando en secreto, más cuando todas las “respuestas” a la crisis por la que atraviesa el castrismo parecen improvisaciones, chapucerías, es decir, estrategias para ganar tiempo en vez de verdaderas soluciones que les garanticen el control político a largo plazo.
Los comunistas no están dispuestos a cambiar absolutamente nada. Ni bajo presión ni sin ella. Su fórmula de “continuidad” es la que siempre ha sido y es aferrarse al poder no con diálogo ni razones sino con el total enquistamiento, aunque eso suponga el uso extremo de la fuerza.
La prueba de que la “opción rusa” no es hipotética, que es muy real, que no quedó atrás en aquella locura más criminal que suicida de octubre de 1962, sino que regresa en estos tenebrosos silencios de ahora, es esa declaración de un alto funcionario de Vladimir Putin.
Ninguna nota oficial de la Cancillería cubana, como debió haber sido en virtud de la soberanía, se apuró en protestar por una declaración a todas luces injerencista y, aunque más adelante algún funcionario de La Habana o de Moscú pudieran salir a “suavizar” las palabras bien comprometedoras de Sergei Ryabkov, la verdad es que algo así tan peligroso no se le va “por descuido” a un diplomático de su talla si no es que, con todo propósito, estarían los rusos tanteando el terreno para continuar avanzando en algún viejo y tormentoso acuerdo de mayor magnitud y larga data, calibrando hasta dónde se pudiera llegar con el asunto de Cuba y Venezuela sin causar demasiadas ronchas donde ya las hay de sobra y sangrantes.
Una declaración, sin dudas, para medir reacciones pero igual una señal de cómo se han estado manejando las cosas por estos días en la Isla, donde quizás algún tipo de “promesa” de respaldo externo, aunque susurrada al oído, los ha hecho saltarse las páginas del pudor y el sentido común. Ya poco importan las consecuencias de retirar las credenciales a los periodistas de una prestigiosa agencia de prensa extranjera, fotografiarse con un presunto terrorista iraní o castigar con penas severas de encierro, cual criminales de la peor especie, a artistas con un premio Grammy, a jóvenes —algunos casi niños— que solo salieron a la calle a expresar lo que hoy una buena parte de los cubanos y cubanas callan por miedo.
Pero hay algo más que la soberbia de siempre en esto que, previendo sus consecuencias futuras, es más grave de lo que aparenta. Es mucho más que simples “fanfarronadas” porque, sería bueno recordar que incluso en tiempos de Fidel Castro la arrogancia y la presunción precedieron siempre la forja de un nuevo lote de “monedas de cambio”, como lo fue en esencia, por ejemplo, el llamado Grupo de los 75 en el año 2003, durante la llamada Primavera Negra.
Así, estaríamos asistiendo por estos días a la mayor ofensiva contra los grupos y elementos opositores más molestos, es decir, los más activos en las calles y en las redes sociales, bajo el pretexto de ser estos las herramientas de una “guerra no convencional”, “diseñada en el exterior”, lo cual sería un error interpretarlo como una misma letanía del discurso castrista de toda la vida cuando en realidad, por la severidad de los castigos, por las acciones contra la prensa acreditada y bajo la luz de las recientes declaraciones del Gobierno ruso, deberíamos atribuirlo a un siniestro plan antidisturbios, de “pacificación”, similar al ejecutado por el régimen kazajo, que convocó a las fuerzas de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), lideradas por Rusia, bajo el pretexto de ser la víctima de un “ataque externo” cuando en realidad el detonante de las protestas —igual de espontáneas como las nuestras del 11 de julio último— fue el alza de precio del gas licuado.
En medio de estas “declaraciones” y “silencios”, de injerencismo sin consecuencias, y después de ver cómo se desarrollaron los acontecimientos en un escenario político como el de Kazajistán, parecido al nuestro en tanto sociedad restrictiva y gobierno a la sombra del Kremlin —y de su pasado soviético—, no descarto la posibilidad de que algún tipo de “tratado de seguridad” se estuviera negociando a estas horas.
Tengamos en cuenta que lo dicho por Ryabkov no quedó solo en esa noticia que replicaron los grandes medios sino que, para más golpe de efecto (y de afectos), llegó envuelta en una serie de “gestos amistosos” que los medios de propaganda oficialistas se dedicaron a reiterar como para que no queden dudas sobre la magnitud de estas “cercanías”.
Apenas el vicecanciller ruso hubo soltado ese “alarde” (que para nada lo es), otro cargamento de “ayuda rusa” tocó tierra en el Aeropuerto Internacional “José Martí”, y casi al mismo tiempo quedó inaugurado en el Instituto de Geofísica y Astronomía de La Habana un observatorio astronómico donado por Moscú. Tantos caballos de madera regalados en tan poco tiempo y con tanta regularidad infunden miedo.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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