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Antonio Maceo, testimonios de supervivientes del combate de San Pedro

En la media tarde del domingo 6 de diciembre de 1896, el Lugarteniente General Antonio Maceo, luego de cruzar la trocha de Mariel a Majana, se entrevistó con su amigo el patriota Perfecto Lacoste en la casa donde residía el  Pedro Vázquez, cercana al habanero ingenio Lucía.

Lacoste, quien era el administrador del ingenio, puso al tanto a Maceo de los acontecimientos políticos que se desarrollaban en la capital y en el país, favorables a la Revolución, de la bancarrota económica y moral del régimen colonial y del descrédito de Weyler ante sus partidarios.

También le dijo que en su opinión con la presencia del general y sus tropas en la provincia de La Habana, estaban dadas las condiciones para atacar una población de la periferia cercana a la capital, donde el pueblo pudiera ver y aclamar a su líder y a las fuerzas mambisas.

La repercusión de esta acción ocasionaría un gran descalabro político al tambaleante gobierno de Weyler, por lo que proponía llevarla a cabo en la población de Marianao en la noche del 7 de diciembre. Maceo lo escuchó, meditó unos segundos y le respondió que estaba de acuerdo con llevar a cabo la acción armada.

Esa noche después de cenar el Lugarteniente General se despidió de Lacoste y su esposa para pernoctar en el demolido ingenio Baracoa bajo la custodia de los 62 hombres del escuadrón Goicuría. De allí partieron a las dos de la madrugada del lunes 7 de diciembre con rumbo a San Pedro de Hernández, donde los esperaba con las fuerzas reunidas el coronel Silverio Sánchez Figueres.

Al filo de las 8 de la mañana llegó el Titán de Bronce al campamento de San Pedro. Estaba medio enfermo y abrigado con su capa. Inmediatamente comenzó a recibir muestras de júbilo por parte de los jefes y mambises habaneros.

De acuerdo con el plan convenido con Lacoste, esa noche tenía que atacar la guarnición de Marianao, por eso más tarde con un plano de la población que le facilitó el Capitán Manuel Hernández, así como las informaciones ofrecidas por los jefes y oficiales de La Habana, se puso a estudiar los puntos donde señalaban perfectamente los fuertes y las defensas de la plaza que se disponía a atacar.

7 de diciembre de 1896. Testimonio de José Cadalso Cerecio, Comandante del Ejército Libertador cubano

José Cadalso Cerecio, Comandante del Ejército Libertador cubano, sobreviviente del combate de San Pedro Foto: Revista Carteles

Como parte de su testimonio, José Cadalso Cerecio, Comandante del Ejército Libertador cubano, cuenta: «Yo era entonces capitán segundo jefe del cuarto escuadrón del regimiento Santiago de las Vegas. Era primer jefe de este escuadrón el comandante Rodolfo Bergés, y jefe del regimiento el coronel Juan Delgado González. Había llegado al campamento de San Pedro, en Punta Brava, ese día a la salida del sol, después de incorporarme el día anterior a mi escuadrón en la finca Menocal de Güines, donde había logrado obtener a mi regreso 1 300 cartuchos o tiros de Remington, los que entregué al coronel Juan Delgado.

Sobre la concentración de las fuerzas, dijo: «El terreno en que acamparon las distintas fuerzas pertenecientes a esta provincia de La Habana, con objeto de recibir al mayor general Antonio Maceo y sus acompañantes, lo constituían el potrero La Jía, las fincas La Matilde y La Purísima Concepción o Montiel, y el asiento Bobadilla, todas tierras pertenecientes al cuartón o barrio de San Pedro.

«Las fuerzas eran el regimiento Goicuría con el coronel Ricardo Sartorio y teniente coronel Baldomero Acosta a su frente; el regimiento Calixto García, con su jefe, coronel Alberto Rodríguez, y los hermanos Collazo; el regimiento Tiradores de Maceo, con su jefe coronel Isidro Acea; estos dos últimos regimientos al mando directo del coronel Silverio Sánchez Figueras, como jefe interino de la Tercera Brigada, de la Segunda División, cargo que había desempeñado el malogrado brigadier Juan Bruno Zayas.

«También nos encontrábamos en aquel campamento los que formábamos el regimiento Santiago de las Vegas, con su jefe, coronel Juan Delgado González, y segundo jefe, teniente coronel Dionisio Arencibia Pérez. Se esperaba también en el campamento de San Pedro al regimiento Castillo al mando de su jefe, brigadier Adolfo Castillo, quien era a su vez jefe de la Segunda Brigada de la Segunda División, de la cual formaban parte los regimientos Goicouría y Santiago de las Vegas; y también se esperaba que con Castillo vinieran el general José María Aguirre y todas las fuerzas de la Primera Brigada, completando la concentración en dicho campamento, de las tres Brigadas de la Segunda División del Quinto Cuerpo, provincia de La Habana, división que estaba al mando del general Aguirre. Pero las fuerzas de este y las del brigadier Castillo no tuvieron tiempo de llegar a San Pedro por haber tenido conjuntamente un combate ese mismo día con el enemigo, al mando del coronel Tort.

«Aproximadamente a media mañana llegó Maceo con su escolta a aquel campamento, que ya ocupaban las fuerzas concentradas, siendo vitoreado por la tropa y saludado por los jefes. Pasó revista y después se retiró al asiento de Montiel, donde estableció su Cuartel General, por ser un lugar de gran seguridad situado al centro del extenso terreno que constituyó aquel campamento, estando casi equidistante de las distintas guardias y avanzadas, aseveración que probamos con el plano que acompaña este trabajo.

«El lugar para establecer el campamento fue muy bien elegido por el jefe de día, comandante Andrés Hernández, así como también la colocación de las guardias.

«Una vez que al general Maceo le prepararon su hamaca y se recostó en ella, despachó con sus ayudantes y cambió impresiones con los jefes de las fuerzas de La Habana, informándose de la capacidad y número de cada una de ellas, para calibrar sus condiciones con respecto a la operación que preparaba: el ataque a Marianao.

«En La Matilde estaban formando una de las avanzadas del campamento, los escuadrones segundo y cuarto del regimiento Santiago de las Vegas. A este cuarto escuadrón pertenecía yo como su capitán segundo jefe, y al frente de los dos escuadrones se encontraba, en esa avanzada, el teniente coronel Dionisio Arencibia, segundo jefe del regimiento».

El ataque enemigo, Cadalso Cerecio, lo describe así: «La caballería de Peral compuesta por 96 jinetes, formaba la vanguardia de las tres compañías de infantería, cuarta, séptima y octava del batallón de San Quintín, que, protegida su retaguardia por más de 20 jinetes de la guerrilla de Punta Brava, venían al mando del teniente de regulares Pedro Ruiz Aranda. Todas estas fuerzas estaban al mando del comandante español.

«Cirujeda, quien no tenía el propósito de dirigirse hacia San Pedro, pero habiendo oído unos disparos en dirección de Bauta, cambió el rumbo, encontrando la caballería de Peral el rastro que habían dejado el general Maceo y sus acompañantes en su marcha a San Pedro. Las fuerzas españolas siguieron ese rastro, yendo a dar con la guardia que teníamos colocada los que estábamos acampados en La Matilde.

«Esto sucedió cerca de las tres de la tarde. La caballería de Peral, muy conocedora de aquella zona y de las fuerzas insurrectas que por allí operaban, creyendo posiblemente que se trataba de un pequeño grupo insurrecto de las fuerzas de Baldomero Acosta (jefe de las fuerzas mambisas que por allí operaban), se lanzó en un ataque a fondo, sin hacer caso de los disparos de la guardia y del fuego con que la recibimos en La Matilde, a pesar del sorpresivo ataque del enemigo.

«Pero pronto se dieron cuenta los de Peral, de lo equivocados que estaban, pues el teniente coronel Arencibia y el comandante Bergers que estaban desmontados, organizaron cómo se puso la resistencia, y recibimos a los atacantes, disparándoles todo lo más que podíamos; y los escuadrones primero y tercero del regimiento Santiago de las Vegas, acampados cerca en Montiel, también hicieron fuego contra el enemigo, logrando contener el empuje de la ofensiva, y hacerle perder la ventaja que llevaban con la sorpresa; mientras tanto, muchos de los nuestros lograban montar sus cabalgaduras, y con la llegada de Ios coroneles Juan Delgado, Alberto Rodríguez y Gordon, y de un grupo de jinetes que desde Montiel, donde se encontraban junto al general Maceo, venían a galope tendido, gritando Delgado: “Al machete! ¡Al machete!”.

«Unido entonces este grupo a las fuerzas que habíamos hecho frente a la acometida española, se inició la contra carga bajo la dirección del coronel Delgado, secundado por Rodríguez y Gordon, obligándose a toda la caballería de Peral a virar grupas, en busca de la protección de sus tres compañías de infantería».

En esta contra carga se les produjeron 28 bajas a los hombres de Peral, hecho este comprobado, por lo que refirió el comandante Cirujeda.

Al ver los soldados de la infantería española, que su caballería corría hacia ellos buscando su protección, se atemorizaron, y estuvo a punto de producirse el pánico en dos de estas tres compañías de infantería (séptima y octava, del San Quintín) formadas por «quintos» (soldados novatos), pero la otra compañía (la cuarta del San Quintín) integrada por veteranos, obedeció rápidamente la orden de Cirujeda, de colocarse tras la cerca de piedras que del asiento Bobadilla daba al camino al Guatao, viniendo después las dos restantes compañías a atrincherarse a la izquierda de la anterior, tras la cerca; y haciendo entonces toda la infantería un nutrido fuego de fusilería, que contuvo la vigorosa contra carga mambisa, estabilizándose el frente, con nutrido fuego por ambas partes. Hasta ese momento, el combate era una victoria cubana, pero el desastre se produjo después en el potrero Bobadilla.

Como a los 15 minutos de haber comenzado el combate, llegó el general Maceo a La Matilde, acompañado de unos 45 jinetes que lo seguían, y al ver al General, como habíamos hecho retroceder a la caballería enemiga, y obligando a la infantería a parapetarse tras la cerca de piedras, aunque desde allí nos disparaban en la forma más intensa posible, Maceo exclama: «Esto va bien», y ordena a los coroneles Juan Delgado y Baldormero Acosta que sigan sosteniendo el fuego en aquel flanco derecho del enemigo (flanco izquierdo del campamento cubano), mientras él, acompañado de los jinetes que le seguían del teniente coronel Arencibia que se le unió allí, retrocedió hacia Montiel, pero torció a la derecha por el guayabal, que allí había, para iniciar un ataque por el flanco izquierdo español, con el propósito de obligar al enemigo a abandonar la cerca de piedras tras la cual mantenían una línea de fuego poderosísima.

La columna que dirige el general Maceo (en la cual no iba el coronel Baldomero Acosta, jefe mambí de la zona, quien por orden del Titán, quedó combatiendo en La Matilde), al salir del guayabal de la finca Purísima Concepción o Montiel, según los informes dados por Arencibia, penetraron en terrenos del asiento Bobadilla, pero en su marcha, después de pasar el portillo de la cerca de piedras, a «poco les cierra el paso una cerca de alambres, y tienen que detenerse, mientras algunos jinetes se desmontan para cortar los alambres y continuar la carrera en busca del enemigo; es en estos momentos, cuando ellos se hacen perfectamente visibles para los soldados españoles, de las dos compañías de infantería (séptima y octava del San Quintín), que formaban el flanco izquierdo enemigo, parapetados tras la cerca de piedras que daba al callejón del Guatao, y la infantería española concentra sus disparos sobre los mambises, que en su rápida marcha habían tenido que detenerse, y es entonces cuando se produce el desastre».

7 de diciembre de 1896. Testimonio del Teniente Coronel Dionisio Arencibia Pérez

Foto: Revista Carteles

El teniente coronel Dionisio Arencibia Pérez contó cómo le fue narrada la muerte del general Maceo por su jefe, el coronel Arencibia, uno de los valientes que acompañaban al Titán en aquella atrevida operación.

«De pronto, aquel gigante, aquel coloso, aquel genio de la guerra, afloja las riendas de su corcel, que se detiene quizá por instinto, deja caer el machete de la mano, vacila y cae desplomado.

«Los jinetes se arremolinan en torno suyo. El ataque por aquel lugar sufre un colapso. Yo que me hallaba al lado del General, cuando iba cargando, me detengo también. Lo veo en el suelo, derribado, y veo también a su médico, el doctor Máximo Zertucha, correr el primero en su auxilio, tirándose del caballo en loca desesperación.

«Lo examina, lo incorpora, le introduce su dedo en la boca herida, que estaba llena de sangre. Una nueva descarga hace blanco de nuevo en el lado derecho del vientre del general Maceo.

«En tanto, el grupo en derredor del héroe caído va en aumento. El enemigo parece darse cuenta de que algo grave está ocurriendo en nuestro campo.

«Afinando la puntería, los soldados españoles dirigen un fuego concentrado sobre aquel grupo, que le hace imposible sostenerse allí junto al cadáver del jefe muerto. Juan Manuel Sánchez trata de llevarse el cadáver del general Maceo. Un balazo en el muslo derecho le hace rodar por el suelo. Nos replegamos.

«Yo le grité a Sánchez:

«¡Monte a caballo, antes que se le enfríe la herida! Aquel sitio era ya un volcán, un verdadero infierno. Las balas zumbaban como abejas de colmena desparramadas. El silbido peculiar de los mausers helaba la sangre. A cada momento la puntería de los tiradores enemigos se hacía más certera sobre aquel sitio, y el que intentaba mantenerse allí, era muerto o herido.

«El repliegue fue, pese a ello, bastante ordenado. Yo no podía borrar de mi mente la caída del General, sus heridas y su boca ensangrentada. Se nos agregaron otras fuerzas que también se replegaron. Llegamos a los muros de San Pedro, procurando desde allí la defensa de nuestro campo.

«Fue en aquel momento cuando la noticia de la muerte del general Maceo comenzó a regarse entre nuestros jefes, oficiales y soldados.

«Cuando llegué a los muros de Montiel había un grupo allí reunido. El general Miró dijo: “¿Quién sabe aquí, donde cayó el general Maceo?”. “Yo”, le contesté, y le dije al general Miró: “Vamos allá”. “No”, contestó Miró, “vaya usted y vea si sigue allí el enemigo”.

«Eché a andar en dirección a Bobadilla, solo, pero el capitán Miguel Hernández quiso acompañarme, llegamos al callejón e hicimos fuego, contestándonos el enemigo con descargas desde la cerca de piedras, tras la cual se habían atrincherado; volvimos y le dije al general Miró:

«”¡Ahí están los soldados!” Me contestó el general Miró: “Yo voy a buscar gente”, retirándose al pozo de Lombillo el general Miró en compañía del general Pedro Díaz”».

7 de diciembre de 1896. Testimonio del Capitán Fermín Otero

Por su parte, el capitán Fermín Otero, al relatar los hechos del combate en que él había tomado parte, dijo: «Estaba el primer escuadrón de nuestro regimiento Santiago de las Vegas, acampado cerca de ustedes, pero no en La Matilde, sino en Montiel, entre el callejón de Cuatro Caminos de Piñas y el guayabal de Montiel. Cuando la caballería de Peral atacó a ustedes, el comandante Chacón, jefe del escuadrón, y yo, su capitán, pusimos una línea de fuego tras la cerca de piñones del callejón, allí fue herido en el cuello el comandante Chacón».

Sobre los sucesos de Bobadilla continuó: «Cuando el general Maceo cayó, y después de haberse marchado el doctor Zertucha, me aproximé al grupo, que trataba de levantar el cuerpo del general Maceo, y pedí que me lo echaran por delante para retirarlo en mi caballo, pero en esos momentos, una bala me hirió en el tobillo izquierdo, siendo retirado de allí por dos compañeros; a poco sentí vértigos, y perdí el conocimiento».

Foto: Revista Carteles

 Consideraciones generales del Comandante José Cadalso Cerecio

«En relación con lo mucho que se ha hablado, sobre la sorpresa que sufrimos las fuerzas cubanas, y si las guardias eran suficientes y estaban bien colocadas, sostengo que las avanzadas y guardias fueron bien colocadas por el jefe de día, comandante Andrés Hernández, de las fuerzas del coronel Baldomero Acosta, jefe de esa zona.

«También aseguro que no había lugar como aquel para establecer el campamento, en varias leguas de allí; el enemigo no desechó las guardias, pues precisamente fue a dar con la que teníamos colocada en el callejón del rastro, los que estábamos en la avanzada en La Matilde.

«Era el centinela en ese momento, en esta guardia, el soldado de mi escuadrón, Esteban Carmona Collazo, quien no fue muerto, como dijo el teniente del E. N. René Reyna Cossío, en su admirable conferencia pronunciada a fines del año 1929, ya que falleció Esteban Carmona Collazo en el asilo de Tiscornia, en 1948, (Sala de Veteranos), en el cual lo visité en compañía del comandante Miguel Varona Guerrero y otros señores, en el año 1943, donde levantamos un acta que él firmó, con relación a los hechos de San Pedro.

«En relación con la eficacia de las exploraciones, habiéndose hablado de un cargo de jefe de Exploración, y que lo desempeñaba ese día, en San Pedro, el  coronel Delgado, lo que no era cierto, y expongo como corroboración que todos los actores que han escrito sobre San Pedro,como los coroneles Piedra, Arencibia, Andrés Hernández, Baizán, Cerviño, Miguel Hernández, así como también el teniente Reyna, en su conferencia, han dicho que el jefe de Día, que realizó las “exploraciones” del campamento y sus cercanías, que estimó pertinentes, y las que le ordenó el general Maceo, no fue otro que el comandante Andrés Hernández.

«El brigadier Miró también lo dice en su folleto de Palma Larga, en la página número 36: “El General llamó entonces a mis informantes, pero al mismo tiempo, el comandante Andrés Hernández, encargado ese día del servicio de exploración, trajo la noticia de que por aquellos contornos no había novedad”.

Grupo de veteranos que combatieron en San Pedro reunidos allí después de terminada la guerra en el sitio donde cayó Maceo. De izquierda a derecha, Coroneles Rodolfo Bergés, Andrés Hernández y Ramón Ahumada, general Alberto Nodarse y en el último término Baldomero Acosta. Foto: Revista Carteles

«Estaba el coronel Delgado informando a Maceo sobre el curso de las operaciones en la provincia de La Habana, cuando uno de sus fuerzas le dijo que la columna de Cirujeda había salido de Punta Brava, lo que fue confirmado en el acto por el comandante Andrés Hernández, que se desmontaba para informar al General que la columna enemiga que había salido de Punta Brava no se dirigía a San Pedro sino a Cangrejera. Y es lógico que fuera Andrés Hernández, jefe de día, ya que pertenecía a las fuerzas del coronel Baldomero Acosta, jefe de esa zona.

«En un trabajo publicado hace meses, que tuvimos que refutar, se hablaba “del desastre producido por la sorpresa del campamento”, y es lo cierto, que en La Matilde, donde nos encontrábamos y tuvimos la oportunidad de ver la llegada y acometida del enemigo, de resistir su empuje pie a tierra y dispersarlo, iniciando una carga por parte nuestra, no hubo “ningún desastre” para las armas cubanas, y sí lo hubo para las fuerzas españolas, que tuvieron 28 bajas.

«Allí se continuó peleando durante todo el combate; fue el único sector en que se luchó por mucho rato cuerpo a cuerpo, primero, y después cambiando disparos por ambas partes. Hasta ese momento era una victoria cubana. (Véase lo dicho por Miró en Caída del Titán: Hasta aquí, fue ganada la acción, y era conveniente darla por terminada).

Plano el combate de San Pedro Foto: Revista Carteles

«Sobre lo expresado por Miró, cuando dice: “El campamento del general Maceo era barrido por las balas enemigas, y que éstas mataban o herían a los que corrían tras los caballos”, yo afirmo que en ningún momento las balas enemigas cruzaron el asiento de la Purísima Concepción o Montiel, donde estuvo el Cuartel General de Maceo, por las razones siguientes: primero, que la dirección que llevaba las balas enemigas, no era hacia Montiel, por su situación (véase el plano del campo del escenario de batalla) ; segundo, que en el único instante que alguna bala pudo llevar esa dirección fué cuando la caballería de Peral nos atacó en La Matilde, con tiros de tercerola Remington que no tenían un alcance efectivo mayor a 500 metros de distancia, y los de Peral no llegaron a situarse a menos de 700 metros del campamento de Maceo.

«Con respecto a la buena situación del campamento, el coronel Cerviño ha dicho: “Y después de haber recibido el general Maceo las seguridades del lugar, por el jefe de día, comandante Andrés Hernández y otros jefes conocedores de la zona, fue que dispuso que continuáramos en San Pedro”.

«El desastre vino después para las fuerzas cubanas, en Bobadilla, cuando Maceo pretendió flanquear al enemigo, para atacarlo por su retaguardia, con una carga al machete, objetivo que quizá hubiera logrado si no encuentra la muerte, según lo ya explicado. Mi amigo René Reyna, en su admirable conferencia sobre San Pedro, dijo: “Maceo pudo decidirse, ya que se reaccionó inmediatamente de la sorpresa táctica, por uno de estos tres planes a ejecutar: retirarse hasta los montes de Coca; asumir la defensiva en la loma de Los Mameyes de Claudio; o atacar”.

« Y yo digo que, de todos modos, lo que procedía era tomar medidas para retirarse. Lógicamente se ve que Maceo no fue obligado por las circunstancias, a proceder como lo hizo atacando por Bobadilla, sino que tuvo libertad de acción, una vez estabilizado el frente de combate, en el flanco izquierdo cubano, en La Matilde. Luego el sorpresivo ataque enemigo, tan vigorosamente rechazado, en nada influyó en el desastre de Bobadilla

«El brigadier Miró en sus Crónicas dice: “Alberto Nodarse y Francisco Gómez, se unieron al grupo de la tribulación (el que estaba junto a Maceo, cuando Zertucha lo examinaba). La versión más atendible es la de Juan Manuel Sánchez, que al regresar herido hacia el campamento, dice haber visto a Panchito, que se dirigía hacia donde había caído Maceo. Esto concuerda con lo expresado por Nodarse, quien fue el último en retirarse gravemente herido, del sitio de la “tribulación”.

«Se ha dicho que en San Pedro no hubo tal rescate; pero los que así opinan, piensan que aquella “temeraria y suicida acción”, a la que nos arrastró el coronel Delgado, y nuestro patriotismo, no puede considerarse rescate, porque no hubo un cuerpo a cuerpo. Si tal lucha no se efectuó, fue porque los guerrilleros, protegidos por la retaguardia de sus fuerzas, y cuando estaban despojando los cadáveres, al sentirnos abandonaron los cadáveres y salieron huyendo en busca del grueso de sus fuerzas. De no haber llegado nosotros, se hubieran llevado los cadáveres amarrados a las colas de los caballos, para mostrarlos como trofeos.

«Como comprobación de que hubo rescate, véase lo dicho por el comandante Andrés Hernández: “Parte el grupo hacia el palmar, que queda frente al enemigo, el que entonces fija su fuego sobre el palmar” (a donde ha llegado el grupo). Y lo escrito por el coronel Arencibia: “Caímos sobre el campo de batalla, pero fuimos contenidos. El enemigo, que aun estaba atrincherado, nos recibió con tremendas descargas”.

«Véase, pues, cómo según lo expresado por estos dos veteranos, que pelearon muy duro en San Pedro y formaron parte del grupo rescatador, que aquello no fue cosa de “coser y cantar”, como han pretendido dar a entender algunos. Por todo lo expresado, podemos llegar a las dos conclusiones siguientes: que en San Pedro hubo un verdadero rescate de los cadáveres de Maceo y Panchito Gómez, y que el iniciador de tal acción no fue otro que el coronel Juan Delgado y González, organizador y jefe del regimiento Santiago de las Vegas.

«A pesar de esto, cuando los generales Pedro Díaz y Miró llegan al Cuartel General del Generalísimo Máximo Gómez, le informan a este que había sido el general Díaz el que, al frente de 30 hombres, había rescatado los cadáveres de Maceo y Gómez. El coronel Manuel Piedra, que narra este episodio en su obra Mis primeros treinta años, dice que presenció cuando el Generalísimo se lo refería a la tropa allí formada, y que él sintió deseos de gritar que aquello era una infamia, pero que el ayudante Feria le dijo: “No hagas eso, te puede acarrear consecuencias; fíjate que Miró está presente y ha callado”. Y continúa diciendo: “¡Si tan siquiera aceptaran que Miguel Hernández y su grupo del Santiago de las Vegas fue el que los encontró!”.

«En lo escrito por el coronel Sánchez Figueras en febrero de 1897, en la subprefectura de “Naranjo”, se dice que cuando se retiró de la línea de fuego de La Matilde, donde peleábamos, fue a reunirse con los generales Pedro Díaz y Miró, ya enterado de la muerte de Maceo, y que dirigiéndose a ellos: “Le pregunté a Díaz que qué creía debía hacerse”; éste me respondió: “Eso allá usted que es el jefe de la brigada”.

«Lo narrado por Miró y Sánchez Figueras, y los informes dados al Generalísimo, motivó que el coronel Nodarse se dirigiera a aquél en carta aclaratoria, para decirle:

«Me veo precisado a referir la verdad de lo ocurrido, porque ninguno de los artículos hace mención de mi humilde nombre, siendo yo el único autorizado en verdad para relatar los hechos con exactitud”.

Coronel Juan Delgado, héroe del combate de San Pedro. Foto: Revista Carteles

«Después de una extensa exposición de lo ocurrido hasta el momento en que, herido, se tuvo que retirar de Bobadilla, dice: “Hasta aquí, lo que yo sé”.

«Mi estimado amigo el señor Gerardo Castellanos, en su obra Francisco Gómez Toro, págs. 410 y 411, pregunta: “¿Por qué motivo son tan discrepantes las informaciones, precisamente del jefe de Estado Mayor (Miró), y del que lo era interino, el día de la acción (Nodarse)? ¿Mala fe? ¿Busca Miró justificar su retirada? ¿Se tratará de casos de amnesia temporal por depresión nerviosa? Quizá. Algunos salieron de allí aterrados”.

Según lo narrado por el coronel Nodarse, cuando vio al general Maceo montar en su caballo para ir en busca del enemigo, el Titán dijo:

«Muchachos, vamos a la carga, que les voy a enseñar a dar machete”. Y quiso el destino que el general no pudiera poner su machete sobre el cuerpo de soldado enemigo alguno; pero lo que sí fue una realidad es que la única carga al machete la dieron los mambises, en la contracarga de La Matilde, dirigida por dos valientes jefes de la provincia de La Habana, los coroneles Delgado y Rodríguez.

Con referencia a este hecho, el teniente Reyna señaló:

«Nuestra probidad nos veda quemar el incienso del elogio, cuando no es merecido y carece de justificación, pero es algo tan insólito el brioso empuje de Juan Delgado y Alberto Rodríguez, dos jefes inolvidables para los cubanos, que saben de sus proezas, ante la sorpresa de Peral, que merecen esos dos mambises, de contextura férrea, y los que los acompañaron, algunos de estos presentes, hoy aquí, tanta admiración y respeto, que nos declaramos impotentes para resumir con palabras, la maravillosa contracarga que evitó la muerte del lugarteniente general, bajo los árboles frondosos, entre los que descansaba, e hizo posible que nos dejara, como su última imagen, la impresión de su figura gigantesca, cayendo de su corcel de guerra, con el acero en alto, en el fragor de la pelea.

«Yo, por mi parte, en relación con el combate de San Pedro, he querido confirmar lo que sé que es cierto, rectificar lo que es inexacto, y negar rotundamente lo que es falso, tratando de aclarar muchos hechos, como combatiente que fui en aquella acción; pero trayendo también en cada oportunidad, narraciones y opiniones expresadas por distinguidos compañeros, que también fueron actores, en aquel combate, uno de los más importantes, de nuestra Guerra de Independencia».

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