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Guiteras y los socialismos vernáculos*

En los mismos años en que se extendía la ola revolucionaria en Centroamérica y el Caribe hispano, en Cuba se producía un amplio y heterogéneo movimiento social y político contra la dictadura de Gerardo Machado. Este general de la Guerra de Independencia de 1895, que había sido alcalde de Santa Clara durante la primera ocupación norteamericana de la Isla, entre 1898 y 1902, y que durante las primeras décadas republicanas había militado en el Partido Liberal, llegó a la presidencia en 1925.

Como José Miguel Gómez y Alfredo Zayas, otros dos líderes liberales, Machado había participado en un levantamiento armado contra el conservador Mario García Menocal en 1917, y su campaña presidencial, bajo la consigna de «agua, caminos y escuelas», logró el apoyo de los elementos más renovadores del liberalismo cubano. Sin embargo, en 1927, con apenas dos años de gobierno, Machado propuso reformar la Constitución de 1901 para asegurar una prórroga de poderes por dos más, con el fin de ganar tiempo y preparar su reelección.

Aprovechó la reforma para reforzar su poder por medio de la extensión del período presidencial a seis años, la eliminación del cargo de vicepresidente, el aumento de las iniciativas de ley por parte del ejecutivo y la creación de un Consejo de Estado. El proyecto de reforma constitucional, que sería aprobado por un congreso constituyente, se vio ligado desde un inicio a las relaciones bilaterales con Estados Unidos, toda vez que Machado lo incorporó a la agenda de un viaje a Washington, en abril de 1927, donde lo expuso al presidente Calvin Coolidge. En esa visita, Machado habría planteado al gobierno de Estados Unidos la idea de derogar la Enmienda Platt.

Las primeras reacciones contra el reeleccionismo de Machado provinieron del propio Partido Liberal que lo llevó al poder. Carlos Mendieta Montefur, coronel de la última guerra de independencia, envió una carta abierta al presidente en la que le pedía no violar «las prácticas de la democracia ni las más rudimentarias de la equidad y la justicia». Y advertía: «acuérdate que no has escalado el poder para conculcar las libertades sino para mantenerlas con todo vigor patriótico. Vuelve los ojos hacia el pasado reciente de nuestra República y hojea el libro de la experiencia, cuyas páginas se han escrito con sangre de hermanos».

Machado respondió con una frase que denotaba la subestimación de la nueva generación por la vieja: «nada es más perjudicial a la salud de la República que lanzar a la juventud universitaria, inexperta, cándida y tan llena de ideales hermosos…, a campañas políticas interesadas y fogosas».

Uno de los primeros posicionamientos contra la reforma constitucional provino, precisamente, de los jóvenes del Directorio Estudiantil Universitario, organización a la que entonces pertenecía el líder estudiantil Antonio Guiteras Holmes. En un manifiesto a la opinión pública, en abril de 1927, los miembros del Directorio afirmaban que la prórroga de poderes era un «atentado a las libertades y a la soberanía del pueblo cubano» y que la promesa de una derogación de la Enmienda Platt no debía aceptarse a cambio de la instauración de una dictadura. En 1927 Guiteras no creía necesaria una reforma constitucional en Cuba, sobre todo si la misma servía para perpetuar a Machado.

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El presidente de Estados Unidos Calvin Coolidge, a la izquierda, junto a Elvira Machado, esposa de Gerardo Machado, y este, a la derecha, junto a la esposa de Coolidge, Grace, en La Habana en 1928. (Foto: Associated Press)

Al final, la reforma constitucional se aprobó en 1928, pero sin la prórroga inmediata de poderes, por lo que el presidente se presentó a la reelección aquel año. Sin embargo, la idea de un sexenio machadista, que se extendería de 1929 a 1935, molestaba profundamente a varios sectores de la población y provocó la radicalización de la juventud opositora. La gran movilización juvenil, que arrancaría en 1930 y sacudió a los sectores tradicionales de la primera República cubana, fue el punto de partida de una transformación profunda de la sociedad y el Estado sin la que es imposible comprender el proceso revolucionario posterior.

Unos años después del manifiesto de 1927, siendo miembro de Unión Revolucionaria, Guiteras cambia de posición y piensa que Machado debe ser reemplazado por un «gobierno provisional», llamado a crear «un régimen en concordancia con las nuevas orientaciones político-sociales que han aparecido en el mundo desde que fue redactada la Constitución de 1901, que asegura para Cuba vida libre de opresiones nacionales y de injerencias extrañas».

Su valoración de la Constitución de 1901 continuaba siendo positiva, no obstante, ahora contemplaba la necesidad de una reforma profunda desde el gobierno, que colocara a Cuba en el panorama de las izquierdas revolucionarias y populistas de la región.

El gobierno provisional, a su juicio, debía durar solo dos años, luego de los cuales se organizaría un plebiscito y se haría un censo para convocar elecciones a un nuevo congreso constituyente. Aquel primer programa guiterista proponía, entre otras medidas de beneficio social, la nacionalización de los servicios públicos (ferrocarriles, ómnibus rurales y urbanos, compañías de expreso, cables, telegrafía sin hilos, teléfono, alumbrado eléctrico, gas y agua).

Además de esos pasos en la dirección de un reforzamiento del papel económico del Estado, en sintonía con las tesis keynesianas y de la London School of Economics, Guiteras suscribía elementos del reformismo agrario mexicano y centroamericano, mediante leyes contra el latifundio, la extensión del sufragio universal, directo y secreto, para hombres y mujeres mayores de veintiún años, la autonomía del poder judicial y de la educación universitaria.

Con esa claridad programática a sus veintitantos años, no es raro que el joven graduado de Farmacia en la Universidad de La Habana se convirtiera en una de las figuras centrales del nuevo gobierno revolucionario. La Revolución cubana del 33 fue muy heterogénea, pero tuvo tal vez en Guiteras el punto de intersección de todas sus corrientes políticas: los comunistas partidarios de la línea soviética, los socialistas antiestalinistas de tendencia anarquista o trotskista, los nacionalistas revolucionarios de izquierda, los nacionalistas revolucionarios de centro o de derecha, los populistas cercanos a las posiciones del APRA y los viejos liberales y conservadores de las primeras décadas republicanas.

La Revolución contra Machado hizo emerger un espectro de asociaciones y partidos que, creados antes o durante la dictadura, transformaron el sistema político insular: Partido Comunista de Cuba (PCC), Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC), Directorio Estudiantil Universitario (DEU), Ala Izquierda Estudiantil, Unión Revolucionaria, Partido Bolchevique Leninista, Unión Nacionalista, Partido Liberal, ABC….

Entre sus líderes se encontraban miembros de los viejos partidos Conservador y Liberal, como Mario García Menocal, Miguel Mariano Gómez, Carlos Mendieta Montefur y Roberto Méndez Peñate, que se levantaron en armas en 1931 contra Machado; militantes comunistas como Rubén Martínez Villena, que organizó las principales huelgas del movimiento obrero; líderes universitarios como Ramón Grau San Martín, Carlos Prío Socarrás o Eduardo Chibás; periodistas como Sergio Carbó, o intelectuales como Joaquín Martínez Sáenz, Jorge Mañach, Francisco Ichaso y Juan Andrés Lliteras, fundadores del ABC, un partido catalogado erróneamente como «fascista» por buena parte de la historiografía oficial cubana.

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Sergió Carbó (2-izq.), de blanco, en una foto junto a Ramón Grau San Martín (izq.), Fulgencio Batista (cent.) y otros políticos y militares cubanos en 1933. (Foto: latinamericanstudies.org)

La conspiración del partido Unión Nacionalista había arrancado desde fines de los años veinte, y prueba de su heterogeneidad fue la aproximación a la misma de Julio Antonio Mella y otros jóvenes de izquierda. Los conspiradores, viejos revolucionarios del XIX, buscaron apoyo en Washington y Nueva York y organizaron una expedición del Havana Yacht Club a Río Verde, Pinar del Río, en el verano de 1931.

Otro grupo, que también logró soporte en Estados Unidos —encabezado por los tenientes Emilio Laurent y Feliciano Maderne, y apoyado por jóvenes políticos como el ya citado Sergio Carbó, Lucilo de la Peña y Carlos Hevia—, desembarcó en Gibara, provincia de Oriente. Ambas sublevaciones fueron rápidamente neutralizadas por el ejército de Machado y sus principales líderes, encarcelados, aunque pocos meses después los amnistiaron.

El ABC surge justo en el verano de 1931, a partir de una lectura crítica del fracaso de aquellas revueltas armadas. Sus líderes eran Martínez Sáenz, Mañach, Ichaso y Lliteras; respaldados por intelectuales y políticos de la misma generación como Emeterio Santovenia, Carlos Saladrigas, Ramón Hermida, Gustavo Botet, Orestes Figueredo, Juan Pedro Bombino… Algunos, como Bombino y Figueredo, provenían del Directorio Estudiantil; otros, como Mañach, derivaban del Grupo Minorista desde la década anterior.

La identidad juvenil del movimiento se tradujo en una valoración sumamente crítica del rol de la generación anterior, que, a su entender, había logrado la independencia pero era incapaz de encabezar la construcción de una república moderna en el siglo XX, abierta al nuevo repertorio de derechos sociales de la ciudadanía.

La perspectiva generacional y el concepto político de la «juventud», en el espacio latinoamericano, habían marcado todo el itinerario de la izquierda no comunista: el movimiento estudiantil de Córdoba, la lucha por la autonomía universitaria, la Revolución Mexicana, José Vasconcelos, Víctor Raúl Haya de la Torre, el APRA… Varias corrientes de la Revolución del 33, en Cuba, como el DEU, el Ala Izquierda, ABC y La Joven Cuba, comparten ese proceso de invención conceptual de la juventud como sujeto político.

El «Manifiesto-programa» del ABC, que comenzó a circular en 1932, planteó el asunto de una manera precisa. Luego de señalar que la aspiración de la nueva «organización» —también llamada «movimiento», raras veces «partido»— era la «renovación integral de la vida pública cubana», es decir, no solo «acabar con el régimen tiránico» de Machado sino «también remover las causas que lo han determinado, y mantener efectivamente organizada a la opinión sana del país en una fuerza permanente para la realización y defensa de los intereses nacionales», Mañach, Martínez Sáenz, Ichaso y Lliteras explicaban:

El ABC es característicamente un movimiento de juventudes, porque la evolución nacional en los últimos treinta años ha demostrado que una gran parte de los males de Cuba se derivan de que la generación del 95 ha secuestrado para sí la dirección de los asuntos públicos, excluyendo sistemáticamente a los cubanos que alcanzaron la plenitud civil bajo la República. Después de cumplir, gloriosamente, su misión histórica, la conquista de la independencia, esa generación tuvo que servir de puente entre la Colonia y la República. Pero desde sus primeros pasos en su gestión republicana, puso de manifiesto su falta de aptitud para la labor civil de organizar y defender el nuevo Estado. Impedida, por el mismo empeño libertador, de adquirir la preparación doctrinal y técnica necesaria; fatigada de la tensión política; minada por las rivalidades y el espíritu de caudillismo que toda guerra de emancipación naturalmente engendra, esa generación no ha sabido, ni en el Poder ni en la Oposición, organizar las defensas de la nacionalidad. Dominó, sin embargo, de tal modo el sistema político nacional, que los jóvenes admitidos en el mismo, han sido únicamente los que se mostraron dispuestos a aceptar sus condiciones y contagiarse de sus vicios, estableciéndose así una selección a la inversa: la selección de los peores.

Estos jóvenes revolucionarios reiteraban que aquella generación estaba «políticamente liquidada» y que era preciso «sustituirla» porque podía «imputársele el fracaso de la primera etapa republicana» de Cuba. Tal visión se hallaba sumamente extendida entre los diversos grupos y asociaciones antimachadistas, incluso entre los comunistas, aunque la ortodoxia doctrinal del marxismo-leninismo los llevara a negar o subestimar el conflicto generacional, frente al conflicto de clases, al que consideraban determinante en una sociedad moderna.

En diversos escritos de Mella, Martínez Villena o Marinello, es detectable la idea de que la generación del 95 había traicionado los ideales de soberanía y justicia. Sin embargo, algunos como Martínez Villena o el intelectual de izquierda Raúl Roa, que no militaba en el Partido Comunista, juzgaron severamente el manifiesto del ABC. Su principal crítica era al método de lucha violenta de la organización, que definían como «terrorista», pero también cuestionaban la importancia que el programa daba a la «pequeña propiedad» dentro de la reforma agraria.

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Julio Antonio Mella

Hay algunas continuidades entre el ABC, el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) y el guiterismo —corriente socialista no comunista impulsada por Antonio Guiteras Holmes, dentro de la propia Revolución de 1933— ignoradas por la historiografía marxista-leninista, debido al cúmulo de dogmas y prejuicios frente a la izquierda nacionalista revolucionaria.

Desde que Guiteras rompe con los sectores que hegemonizaron la Revolución del 33, evidenció una visión crítica de las generaciones mambisas y un celo conceptual en torno a la idea de Revolución, que rápidamente lo distinguió de otros líderes de aquel proceso. En su conocido artículo «Septembrismo», publicado en abril de 1934 en Bohemia, reconocía la importancia del cuartelazo del 4 de septiembre por poner fin al gobierno «débil e impopular» —«por la mediocridad que caracteriza a todo gobierno de concentración»— y «mediatizado» de Céspedes.

También se oponía a quienes rechazaron sus decretos —«martillazos que rompían lentamente la máquina gigantesca que ahogaba al pueblo de Cuba»—, ya que «nuestro programa no podía detenerse simple y llanamente en el principio de la no intervención». Se refería, desde luego, a Batista, y también a líderes civiles como Sergio Carbó, que mencionaba por su nombre —y a Guillermo Portela y Porfirio Franca, que no mencionaba— como reacios al cambio. Pero no a José Miguel Irisarri o Ángel Alberto Giraudy, miembros del gabinete progresista de fines de 1933, que se incorporarían en 1934 a La Joven Cuba.

Aunque no cuestionaba públicamente a Grau San Martín, su compañero en el Gobierno de los Cien Días, y hasta reconocía que su actitud no había sido «estéril», Guiteras partía de una distinción entre verdaderos y falsos revolucionarios, que suponía una mirada crítica hacia las derivas políticas de la última generación mambisa en la política republicana. El «fracaso» de su breve gobierno progresista era la prueba de que «una revolución sólo puede llevarse adelante cuando está mantenida por un núcleo de hombres identificados ideológicamente, poderoso por su unión inquebrantable».

Había, sin embargo, semejanzas evidentes entre este concepto de Revolución, en el que se combinaban cohesión política y flexibilidad ideológica, y el de Batista, quien monopolizaría el uso oficial del término en Cuba hasta los años cincuenta.

En septiembre de 1934, a un año de la revolución del 4 de septiembre, decía Batista, en tono filosófico:

Cuando al hombre se sustrae de la rutina, de la costumbre de seguir lo trillado, le sucede como al niño al comenzar su colegio: todo al principio le azora y le sobrecoge; pero pronto atempera su espíritu al ambiente y se adapta a las nuevas formas de vida. Las revoluciones provocan siempre, al estallar, inquietudes y dudas; porque abren amplios paréntesis de incógnitas en la vida de los hombres. No hay que confundir a los movimientos revolucionarios reformadores con las simples revueltas. Estas son pasajeras; los efectos de aquéllos son permanentes o evolucionan. Cuando la marcha de los pueblos se estanca, los cambios se imponen.

Batista reiteraba una serie de núcleos discursivos de toda la tradición nacionalista revolucionaria: la distinción entre revolución y revuelta; la idea de la revolución permanente y la tesis de que, al menos en la historia de Cuba, cada revolución se originaba en el desencanto con una promesa previa de cambio revolucionario. Lo reiteraba más adelante, en el mismo texto, cuando aseguraba que en la primera República cubana, de 1902 a 1933, se habían anquilosado «castas y divisiones que dieron al traste con los ideales de nuestros mambises».

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Fulgencio Batista saluda a Sumner Welles, durante una visita a Washington en 1938. (Foto: Biblioteca del Congreso de Estados Unidos)

También compartía el meollo del nacionalismo revolucionario al identificar aquel estancamiento republicano con la «supeditación» de «nuestra república a los grandes intereses de factura extranjera, así como de los de raras influencias nacionales subordinadas a los anteriores».

Para Guiteras y sus seguidores era preciso entonces contraponer, al campo semántico de ese concepto oficial, otra manera de asumir y socializar el término Revolución. El Programa de La Joven Cuba es un documento donde no solo se lee esa resemantización, sino los contactos discursivos que establece dicho programa con otros movimientos de la izquierda nacionalista latinoamericana de los años treinta.

El Programa de La Joven Cuba

Para empezar, Guiteras iba más a fondo que Batista y, otra vez en sintonía con los programas del ABC y el PRC(A), cuestionaba la condición nacional de Cuba en 1934. No es que fuera una neocolonia, es que no era una nación, «a pesar de reunir todos los elementos indispensables para integrar una nación».

El Programa de La Joven Cuba, publicado como panfleto en octubre de 1934, en la imprenta del periódico habanero Ahora, es uno de los documentos más profundos de la literatura revolucionaria en América Latina. Los historiadores coinciden en que en la redacción del documento, firmado por el «Comité Central» de la organización, no solo intervino Guiteras, sino abogados vinculados al gobierno de Grau, como Irisarri y Giraudy, y el escritor y periodista Antonio María Penichet, incorporados luego a la corriente septembrista y a la breve experiencia de la asociación secreta TNT.

La profundidad ideológica del texto está directamente relacionada con la propuesta de agregar a las «unidades física, demótica, policial e histórica» de la nación cubana —ya existentes—, una «unidad funcional» —inexistente— que sería necesaria para «rebasar el estado colonial». Ese proceso, según La Joven Cuba, únicamente podría lograrse por medio del «Socialismo»: «para que la ordenación orgánica de Cuba en nación alcance estabilidad, precisa que el Estado cubano se estructure conforme a los postulados del Socialismo».

Frente al nacionalismo revolucionario hegemónico u oficial que trataba de impulsar Batista, el guiterismo proponía una visión radicalizada del cambio, introduciendo el concepto de «Socialismo», con mayúscula. No obstante, esa radicalización mantenía claras distancias con el socialismo de tipo comunista y, a la vez, no renunciaba a procedimientos propiamente reformistas, toda vez que se asumía como continuidad del programa de gobierno emprendido entre el 4 de septiembre de 1933 y el 15 de enero de 1934.

El «Estado socialista», decían los guiteristas, no era «construcción caprichosamente imaginada» o «mera utopía individual o hipnosis colectiva», sino una «deducción racional basada en las leyes de la dinámica social». Los términos son muy parecidos a los del lenguaje de los partidos comunistas latinoamericanos, pero el programa mostraba claras diferencias.

En ningún momento La Joven Cuba suscribía la doctrina del «marxismo-leninismo» ni elogiaba al proyecto soviético. Tampoco proponía la creación de un partido único o la estatalización de la economía. El programa defendía la «nacionalización o municipalización» de servicios públicos y, a la vez, el «fomento de la pequeña industria» privada.

Muy en la línea de la Revolución Mexicana, especialmente en su versión cardenista, los guiteristas proponían una reforma agraria que concediera tierras al campesinado pobre, nacionalizara los litorales y el subsuelo y creara granjas agrícolas cooperativas y estatales; pero sin desmantelar la red empresarial que operaba la industria, el comercio, la agricultura y la banca.

Las reformas previstas por La Joven Cuba incluían una amplia extensión de derechos sociales básicos a la población, pero también un reordenamiento del aparato de justicia y un combate permanente a la corrupción y la malversación de fondos públicos. En términos políticos se contemplaba una reforma electoral que hiciera efectivo el voto de cada persona mayor de 18 años y concediera el derecho al sufragio de las mujeres.

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Antonio Guiteras

En política exterior, suscribían las premisas del antimperialismo, rechazaban todos los tratados y convenios internacionales que perjudicasen a la nación, desconocían la deuda externa y llamaban a la convocatoria inmediata de un «Parlamento de América», integrado por «representantes de las asociaciones de productores, sindicatos de empleados y trabajadores y colegios de profesionales de todos los países de América».

¿A qué sonaba este reformismo radical, que mezclaba antimperialismo y panamericanismo y que apostaba a una diplomacia desde la sociedad civil, antes que desde el Estado? Definitivamente no al comunismo de los partidos aliados a Moscú, sino al aprismo peruano y chileno, al cardenismo mexicano y, en menor medida, a los nacientes populismos varguista y peronista en Brasil y Argentina.

Los referentes doctrinales de Guiteras y La Joven Cuba se movían entre Ariel y Motivos de Proteo, de José Enrique Rodó; La verdadera revolución social, del anarquista francés Sebastian Faure; los estudios críticos sobre la Revolución rusa de Volin y Archinov y lecturas frecuentes de la izquierda vasconcelista y aprista como Tolstoi, Tagore y Barbusse.

En una conocida entrevista con el aprista Enrique de la Osa para la revista Futuro, Guiteras expresaba: «es preciso reconocer que mucho han contribuido a crear ese espíritu antimperialista las organizaciones que como el APRA mantienen el propósito fundamental» del antimperialismo.

Entre 1934 y 1935, las diferencias entre el nacionalismo revolucionario de izquierda y el comunismo cubano se profundizaron. En la documentación del Segundo Congreso del Partido Comunista, celebrado en Santa Clara el 21 de abril de 1934, el guiterismo aparece catalogado como una corriente «izquierdista de la burguesía terrateniente», aliada de Grau San Martín y el PRC, Sergio Carbó y el Nacionalista Revolucionario; a pesar de las conocidas críticas de La Joven Cuba a estos líderes y partidos.

Desde marzo del 34, en unas «Directivas» del PCC a los obreros se había llamado a «desenmascarar» al guiterismo. Ahora se reiteraba la exhortación, ya que, a juicio de los comunistas, la estrategia huelguista e insurreccional de La Joven Cuba podía atraer a su «campaña demagógica» a sectores del movimiento obrero y campesino.

En un momento en que el comunismo latinoamericano transitaba hacia las tesis del «frente amplio» antifascista, impulsadas desde el Comintern por Jorge Dimitrov, en Cuba el frentismo comunista se presentaba reacio a la alianza con guiteristas, trotskistas, anarquistas y apristas.

No se mencionaba al APRA, por cierto, en aquellos documentos, pero en Cuba existía una organización ligada al movimiento de Haya de la Torre, que colaboró con Guiteras y los auténticos en la huelga de marzo de 1935 y otras acciones revolucionarias.

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Víctor Raúl Haya de la Torre

En una carta de Guiteras a sus colaboradores exiliados en Estados Unidos, el líder hablaba del proyecto de crear un frente común entre auténticos, apristas y guiteristas en marzo de 1935, para respaldar la huelga general contra el gobierno de Carlos Mendieta Montefur, convocada por el movimiento estudiantil. El propósito de aquella alianza era conectar la huelga con una insurrección armada, un curso de acción que desaconsejaban el Partido Comunista y la Confederación Nacional Obrera.

Guiteras murió en choque armado con un contingente del ejército de Batista en el fuerte El Morrillo, al norte de Matanzas, cuando se disponía a salir de Cuba rumbo a México, con el propósito de organizar una expedición revolucionaria. En México, un grupo de exiliados guiteristas bien relacionados con las redes internacionales de la izquierda aprista, buscaba apoyo de Francisco J. Múgica y del propio presidente Lázaro Cárdenas. Las fricciones entre aquellos revolucionarios cubanos y la izquierda comunista prosoviética fueron muy parecidas a las que experimentaron los partidarios de Haya de la Torre en Perú, los cardenistas en México y los peronistas en Argentina.

La Joven Cuba fue vista como amenaza por la derecha batistiana y por la izquierda comunista. La cúpula de la dirigencia prosoviética cubana acusaba a los guiteristas de sostener, como los trotskistas, que la Revolución en Cuba sería imposible mientras no se produjera antes una Revolución en Estados Unidos.

En la práctica, las cosas fueron al revés: los guiteristas organizaron una insurrección, mientras los comunistas asumieron la opción más ortodoxa del frente amplio y pactaron con Batista desde fines de los años treinta. El partido comunista, entonces llamado Unión Revolucionaria Comunista, se alió con Batista en la elección de la Asamblea Constituyente de 1939 y formó parte de su gobierno entre 1940 y 1944.

Durante el giro reformista de los comunistas latinoamericanos, que se oficializó con la estrategia de los frentes amplios establecida en el VII Congreso del Comintern en el verano de 1935, aquellos socialismos vernáculos latinoamericanos y caribeños, conectados a diversas corrientes de la izquierda populista y nacionalista, adquirieron un importante protagonismo. La iniciativa de la Revolución, dentro de la izquierda regional, se desplazó entonces a movimientos y organizaciones que se distanciaban de las premisas gradualistas del comunismo ortodoxo.

***

*Fragmento del capítulo «Variantes del nacionalismo revolucionario», del libro El árbol de las revoluciones. Ideas y poder en América Latina (Madrid, Turner, 2021).

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