Un fantasma recorre Cuba: el fantasma de la represión. Su brutalidad y torpeza ubica a años luz la posibilidad de que el sueño de una nación «con todos y para el bien de todos», de un proyecto social «de los humildes, por los humildes y para los humildes», se materialice. Botas embarradas con la tinta de la Constitución de la República han profundizado estos días la fractura que escinde a los cubanos en bandos aparentemente irreconciliables.
Hemos visto con vergüenza y horror que en muchos puntos del territorio nacional acontecieron actos de repudio contra personas que deseaban ejercer el derecho a manifestarse pacíficamente. Los videos y denuncias inundan las redes. Los gritos, consignas y móviles son los mismos de años atrás; los repudiantes, sin embargo, son menos en cantidad y en no pocas ocasiones han debido ser trasladados desde lugares distantes para injuriar a personas que ni siquiera conocían.
Se ha privado a ciudadanos de su derecho a circular libremente, sin que medien órdenes judiciales ni causas legales. Otros han sido detenidos por llevar prendas de ropa y una flor blancas, como si fuera un delito. Incluso, representantes de la prensa extranjera acreditada fueron privados de sus credenciales para ejercer el periodismo.
Todo esto, agudizado en los últimos dos días, estuvo precedido por una campaña de intimidación iniciada casi en la misma fecha en que fuera lanzada por la plataforma Archipiélago la convocatoria a una marcha pacífica, fijada primero para el 20 de noviembre y movida para el 15 después de anunciados ejercicios militares por parte del gobierno. Despidos laborales, acoso policial, citatorios constantes, asesinatos de reputación en los medios oficiales, han constituido algunas de las acciones de esta operación.
Todo ha sido un ejercicio de terror de Estado, materializado por un poder cuasi absoluto contra los ciudadanos que disienten. Para analizarlo no son válidos los recursos de la lógica, la legalidad o la ética.
Que el gobierno y sus seguidores acríticos asuman esa actitud contra sus propios compatriotas, aleja la posibilidad de que la actual crisis económica, social y política que atraviesa Cuba se resuelva. Con ello no solo dañan, quizás de manera irreversible, la imagen del socialismo —que es percibido por muchas personas como un sistema naturalmente represivo—, sino que también evidencian una actitud francamente reaccionaria.
Los jóvenes que ofrendaron o arriesgaron sus vidas en los años cincuenta por la Revolución, no lo hicieron para que sucedieran estas cosas. Los revolucionarios no son hoy quienes se arropan de rojo; la reacción puede pintarse de cualquier color. Abusar de otros cuando se tienen todo el poder y respaldo, por muy en desacuerdo que se esté con el pensamiento de esos otros, es una actitud cobarde e inmoral que cubre de ignominia a quienes la ejercitan.
Si existen pruebas concretas para demostrar los vínculos de esa convocatoria con acciones financiadas y coordinadas por el gobierno de Estados Unidos y sus programas de cambio de régimen, las soluciones no debieran ser actos de repudio, detenciones arbitrarias, o acciones extrajudiciales.
Supuestamente es Cuba un Estado de Derecho, con leyes y procedimientos que pueden ser aplicados; entonces, hágase como la ley lo estipula, con justicia y verdad. De lo contrario, se indica la falsedad de las acusaciones y el irrespeto a la legalidad por parte de aquellos que deben protegerla. Actuando así, parecemos uno de esos pueblos sin ley de los western de Hollywood.
Esta espiral represiva es, además, leña para la hoguera de quienes piden más sanciones contra el pueblo cubano. Las amenazas han sido formuladas desde hace mucho y la demostración de que las apetencias imperialistas siguen presentes no hay que buscarlas más allá de los cientos de miles de dólares que destina cada año el gobierno de Estados Unidos para subvertir el orden en Cuba. No verlo es desconocer una parte importante del problema.
Desde cualquier perspectiva de análisis, lo sucedido estos últimos días tiene resultados nefastos para el país. La represión solo silencia las voces por un tiempo, la ciudadanía ha despertado y exige ser escuchada.
Con su desempeño el Gobierno reveló desesperación por impedir que sea visible el alto nivel de desaprobación ciudadana con que cuenta hoy; algo que debe conocer muy bien pues durante el 8vo Congreso del PCC, en abril pasado, fue discutido por el Buró Político un «Estudio del clima sociopolítico de la sociedad cubana», que jamás ha trascendido en su contenido a la opinión pública.
Apenas tres meses después acaeció el estallido social del 11-J. La marcha anunciada para el 15 de noviembre permitió que las autoridades se prepararan. El mensaje que han transmitido es confuso y peligroso: ¿se prefieren acciones incontrolables al margen de la ley antes que acciones negociadas y autorizadas?
Una vez más consideramos que la única salida posible para la crisis actual es la realización de un diálogo nacional, sin injerencias externas ni autoritarismos internos. Cuba es de todos los cubanos, no es feudo de unos para oprimir a otros. Si el camino asumido no se revierte y las políticas represivas no se rectifican, el desenlace puede ser terrible. Y un país fracturado y débil es presa fácil, como lo fue a finales del siglo XIX después de terminada la Guerra de Independencia. Rectifíquese a tiempo esta ruta hacia el abismo, el punto de no retorno está cerca.
Todos los cubanos debemos tener todos los derechos.