La Iglesia católica, comunidad milenaria de larga experiencia, que con frecuencia ha prestado el servicio de concientización, de educación ética y cívica, de mediación en los conflictos, de garante de la legitimidad moral de los procesos sociales, también ha alzado su voz y ha acompañado, siempre desde su misión y con su lenguaje, este momento histórico de Cuba. Como estuvo presente en la gestación de la nación cubana en el útero del Seminario de San Carlos de La Habana, de la mano educadora del padre Félix Varela. Como ha estado presente al tocarse las notas del Himno nacional en una procesión del Santísimo en la Parroquia de Bayamo. Como ha estado, desde 1612, en la presencia maternal de nuestra Patrona la Virgen de la Caridad ante la que Céspedes presentó la contienda libertaria y ante la que millones de cubanos han depositado sus sueños de progreso y libertad.
Ella estuvo en San Isidro, en el 27N, el 11J, aquí y en las principales ciudades del mundo, desde el Vaticano a Washington, de Argentina a Polonia, enarbolada por sus hijos, sean creyentes o agnósticos, como ha estado presente en la invocación de Dios en los preámbulos de las constituciones democráticas, lo que no impide la plena libertad religiosa y el respeto a los derechos de los ateos y agnósticos. La Iglesia Católica en Cuba ha estado presente, también hoy, pero de una forma sin precedentes, en cuanto a coincidencia providencial, ha sido el acompañamiento de la Iglesia en esta semana que termina. De lunes a sábado, cada día han levantado sus pronunciamientos la representación de las diferentes vocaciones y sectores de la Iglesia: laicos, frailes y monjas, sacerdotes y diáconos, los Obispos en pleno, la Confederación Cubana de [email protected]
Pero lo que más me ha impresionado es que, en todos estos signos y mensajes, en la actitud y las palabras, en los sentimientos y acciones de todos, pero especialmente en la mentalidad y las posturas de los jóvenes cubanos, es la irrestricta y clarísima vocación y opción por la no violencia, por los métodos pacíficos, por las palabras respetuosas y contundentes, por la educación y actuación cívica e incluyente.
La rosa blanca que inunda nuestras redes sociales, nuestros hogares y templos, es el mejor y mayor signo y el más claro mensaje que los cubanos enviamos hoy al mundo, y también, la mejor respuesta a los que quisieran enfrentarnos entre hermanos y compatriotas. Sería bueno recordar que esos versos sencillos de José Martí son el trasvase inculturado del Evangelio en que Jesucristo nos pide a todos perdonar a los enemigos, ofrecer la paz a los contrarios, no devolver el mal a los que nos arrancan la libertad en Mateo 5, 43-44: “Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”.
Martí lo cubanizó así: “Cultivo una rosa blanca en junio como en enero, para el amigo sincero que me da su mano franca. Y para el cruel que me arranca el corazón con que vivo, cardos ni ortigas cultivo, cultivo la rosa blanca”.
Esa es la esencia de la cultura cubana. El perdón, el amor y la vida. Eso es lo que la mayoría de Cuba ha vivido y lo que esta generación también ha logrado. Aún queda camino por recorrer, pero que el aliento de lo que hemos vivido y logrado sostenga viva nuestra esperanza.