Cabaiguán, Sancti Spíritus.– Perdida a veces dentro de la manigua, adornada por los mitos que crecen a su alrededor, e idolatrada como símbolo inequívoco del terruño, la torre de Cayajaca ha debido afrontar todos los infortunios posibles: incendio y asalto a tiro limpio, el daño de la intemperie y el paso del tiempo, el abandono y la soledad de décadas y, sobre todo, la enfermedad de la subestimación.
Cuando algún «provocador» trata de minimizarla con aquello de que no tiene el linaje de las torres vigías edificadas en tiempos de la colonia en las haciendas cercanas de Manaca Iznaga o San Isidro de los Destiladeros, en Trinidad, los intelectuales de Cabaiguán suelen defenderla con un argumento irrebatible: algo de especial tiene cuando el narrador y folclorista Samuel Feijóo, el creador de Juan Quinquín en Pueblo Mocho, la incluyó en su libro Mitos y leyendas en Las Villas.
Ubicada en un sitio intermedio entre la ciudad de Cabaiguán y las lomas del Escambray, a poca distancia del río Tuinucú, específicamente en la finca Cayajaca, el monumento resulta más conocido como La Torre de Yero, en alusión a Nicolás Yero, uno de los antiguos propietarios del terreno donde fuera levantado, entre 1830 y 1840.
Los historiadores han hecho notar que en tiempos tan lejanos como 1866, en el plano de lo que fuera la finca Jesús, María y José, propiedad de Don Francisco de Lara, entre el Camino de Santa Cruz y el Camino de San Juan de los Remedios, aparecen tres puntos bien señalados, uno de los cuales pudiera ser la torre de Cayajaca.
Si se usó como sistema de vigilancia en la época de la esclavitud; si se edificó para controlar el flujo por el camino real en una posición estratégica entre Cabaiguán y Sancti Spíritus; o si realmente su construcción fue resultado del placer por la ostentación y la moda de los adinerados de entonces, todavía está por precisar.
Lo que sí se sabe es que la mole de ladrillo manufacturado persiste contra viento y marea en medio de una propiedad campesina, tan apartada del bullicio citadino que incluso muchos de sus admiradores más fieles jamás han llegado hasta el sitio para mirar con sus ojos lo que han leído o escuchado de otros.
Se conoce también que en tiempos de la Guerra Grande, hacia junio de 1870, el lugar fue asaltado por los mambises –allí se habían destacado algunas fuerzas peninsulares y había sido ubicado un heliógrafo–, quienes prendieron fuego a la propiedad y destruyeron todos sus bienes, menos la susodicha fortificación.
«Salvemos la torre» fue la voz que se corrió hace algún tiempo entre los artistas e intelectuales del municipio, quienes lideraron una campaña de sanación en la que si bien la falta de información gráfica o documental impidió reconstruir la cúpula, destruida por un rayo, sí se mejoró la estructura y fue devuelta la campana que había sido resguardada en la parroquia de la Caridad del Cobre, en la ciudad de Sancti Spíritus.
Reconocido como Monumento Local (2014), el sitio reúne todos los valores para insertarse en algún sendero turístico y su historia, mezcla de anacronismo, leyenda y desventura, pudiera ser contada al pie de la torre, quizá hasta por los campesinos que ahora mismo protegen esta reliquia a cielo abierto.
*Este es uno de los últimos materiales enviados al periódico por nuestro querido periodista, fallecido recientemente.