“Empecemos por el final”, suele decir una amiga cuando estrena pareja, invitándolo a compartir un autoerotismo liberador que borre todas las tensiones sobre cuánto y cómo van a rendir sus cuerpos; en especial si se trata de uno de esos hombres que se autoproclaman responsables del éxito o las fallas ajenas y encaran la intimidad con el estresante heroísmo de un bombero, sin percatarse de que muchas preferiríamos la fascinación de un acto de magia.
Cuando ella me lo contó me reí muchísimo, porque a esa misma estrategia acudí varias veces para conjurar el nerviosismo de quienes no lograban ni una rayita de cobertura eréctil porque en sus mentes predominaba el miedo a enredarse con una “estudiosa del tema”, y ya saben: Dios les dio pene y cerebro, pero no sangre para que ambos nos satisfagan a la vez.
Con sus propias manos, en cambio, casi todos se sienten en confianza y logran exhibir sus destrezas musculares. Mucho más si contemplan el rostro de una mujer auténticamente (auto)satisfecha, lo cual suele devolverles la seguridad para pasar a otras etapas y superar cualquier contingencia.
En mi caso era eso, o sentarme en el borde de la cama a explicarles que según el amigo Rubén Campero, el mandato masculinizante exige obtener réditos narcisistas sobre el desempeño sexual, lo cual desconecta al sujeto de la experiencia sensible e integral respecto a su cuerpo.
O sea, que el hombre cree que necesita concentrarse en el acto físico, estar firme y proveer placer para no dejarse llevar por otros sentimientos que lo hagan vulnerable (tonto sinónimo de menos macho); y sí, probé a decirlo de ambas maneras, pero en esos casos la sangre definitivamente perdía el rumbo y la cosa se ponía de apaga y vamos que se suspende toda actividad cinético-hidráulica-sensual.
La solución “a la americana, hasta que vuelvan las ganas” es mucho más eficiente y divertida, pero reconozco que no sirve para cualquiera, porque algunas mujeres no se atreven a explorar sus cuerpos ni siquiera a solas, mucho menos en “público” para elevar la potencia de la otra parte de la ecuación.
Por las historias compartidas en las peñas y los mensajes en nuestro confesionario mediático, sé que buena parte de los caídos antes del combate se obsesionan por las mohínas caras de preocupación, las explosiones de risa nerviosa o los llantos histéricos de sus parejas, causados por una baja autoestima o celos casi nunca fundados (otro día les explico por qué).
Y claro está, ninguna de esas variantes de respuesta emotiva va a hacer que las cosas mejoren. En el peor de los casos pueden incluso fomentar un trauma que dificulta el goce futuro con la misma o diferente pareja sexual.
Sin embargo (y aquí entra la técnica del final anticipado), rara vez un hombre tiene problemas de erección por miedo a un mal desempeño cuando se complace a solas, porque no hay nada que demostrarle a nadie, la experiencia se automatiza y la mente queda libre para idear fantasías que nada tienen que ver con el control eyaculatorio.
El libro del amigo uruguayo es magnífico para entender por qué las experiencias sexuales suelen ser para muchos hombres menos profundas o vinculantes; por qué su deseo no logra anclarse a una persona en específico y, peor aún, por qué nada de eso les importa en tanto cumplan con el lado mecánico del asunto: levantar, conectar y vaciarse generosamente. ¡Qué desperdicio!
Lo curioso es que, para estos sujetos, cuando el asunto está cumplido (sin demasiada prisa, según las expectativas modernas) se sienten liberados de la presión social y entonces sí se dedican a disfrutar en serio de todo lo que esté disponible para ver, oler, tocar, oír, degustar…
¿No han escuchado aquello de que el segundo es mejor, dura más, hay más dominio, ambos disfrutan más parejo…? A nivel fisiológico eso no tiene mucho sentido, pero somos seres biosicosociales, y como bien descubrió mi amiga y describe Campero, no hay nada disfuncional mientras no hay ansiedad, y no hay frustración si cada cual goza a su ritmo y luego continúan a dúo de mejor humor.
Ese es el “secreto” de los tembas: cuando dejan de apostar contra la gravedad, se conectan desde una sinceridad corporal y emocional con aquello que realmente desean sentir y hacer, y con quienes desean auténticamente estar, dejándose llevar por las circunstancias y dando gracias a la vida por todo lo que pueden hacer y gozar.
¿El título del libro? Eróticas marginales. Y si le coges el gusto a la manera de escribir de este sexólogo sureño, busca también Cuerpos, poder y erotismo. Te aseguro que entenderás mucho de lo que (no) pasa en tu cama, en tu casa… y más allá.