LA HABANA, Cuba.- Muy poco se habla en la prensa cubana -estatal e independiente- de lo que ocurre en las zonas rurales. Cuando los diarios oficialistas publican algún artículo, se concentran en los mismos problemas: el acelerado envejecimiento poblacional, el insuficiente reemplazo poblacional, la migración de los jóvenes hacia áreas con mejores condiciones de vida y oportunidades laborales, y la limitada participación de la mujer en la vida económica del país como consecuencia del patriarcado imperante en los campos cubanos.
Se habla tan poco de lo que ocurre en las zonas rurales, que cuando en noviembre de 2020 el sacerdote católico Alberto Reyes publicó la tercera parte de sus Crónicas del Noroeste, muchísima gente quedó atónita ante la miseria, el abandono y la insalubridad en que viven familias completas en poblados olvidados de su natal Camagüey. Eran imágenes terribles; capaces de evocar, por su crudeza, la Reconcentración de Weyler, o el sobrecogedor lienzo “Campesinos felices” (1938), del pintor Carlos Enríquez.
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