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“Esto es lo que hay”

Yolexis no quiere hablar de fútbol por estos días. Hablar de fútbol es hacerlo del Barça y el club de sus amores anda de capa caída, en medio de su peor crisis deportiva ―y económica― en años, que ya le costó el puesto al técnico Ronald Koeman y que mantiene en caída libre la moral del equipo.

Yolexis, que no vive en Barcelona, o ni siquiera en España, sino en La Habana, aparta la vista cuando escucha del tema, con una mezcla de rabia y tristeza que no logra disimular. Él, que ya pasó los 40 años, ha sido “culé de siempre”, desde mucho antes de la era Messi o el fulgurante paso de Ronaldinho por la Ciudad Condal. Desde que el genio Cruyff cambiara para siempre el fútbol con aquel Dream Team de Stoichkov, Laudrup, Guardiola, Romario, el defenestrado Koeman y Sergi, su sustituto provisional a la espera del reclamado Xavi.

Por eso le duele “en el alma” ver ahora al Barça sostenerse apenas entre los 10 primeros de la liga española e “ir a remolque” en la Champions, una competencia en la que hace ya varias temporadas “no levanta cabeza” y suma decepción tras decepción. Eso, por no hablar de la traumática seguidilla de derrotas ante el Real Madrid, el archienemigo de todo el que tenga sangre azulgrana corriendo por sus venas.

Sus vecinos y amigos del barrio, donde los madridistas son mayoría, no pierden la oportunidad de provocarlo, aun cuando los merengues no estén tampoco en su mejor momento. Y luego del Clásico, como tiburones que huelen sangre, le regalaron un soberano barullo en la esquina, donde han vuelto a instalar su peña vespertina ahora que el retroceso de la pandemia brinda más libertades en la capital cubana.

Desde que volvió la peña, Yolexis apenas se detiene al regreso de su trabajo. Si acaso, lanza un rápido saludo y acepta un fraternal intercambio de insultos con el piquete del Madrid. Pero en las últimas semanas, con el orgullo aún más herido por las debacles recientes y sus antagonistas eufóricos por el derrumbe culé y el renacimiento de Vinicius en el ataque blanco, prefiere saludar en la distancia o, incluso, tomar otro camino para llegar a su casa, donde le esperan otras dificultades. 

Las dificultades de Yolexis no son todas exclusivas ni insalvables. Están las cotidianas de cada familia; las lógicas del desgaste diario en un apartamento donde convive con sus suegros y la abuela de su mujer; las propias de un matrimonio de varios años y una niña que no para de crecer; las derivadas de las rutinas, roturas, disfunciones y tiranteces hogareñas acumuladas y exacerbadas por la pandemia; las que carga consigo cada día desde la empresa donde labora como ingeniero.

Pero están también las otras, las que lo sobrepasan a él y a su familia, las que se escapan de sus manos, incapaces de maniobrar con tan exorbitante y jabonosa realidad, y terminan clavadas en su costado como un cuchillo. Como terminan clavadas en el costado de millones de cubanos por estos días. La inflación, por ejemplo, y la cada vez mayor incapacidad de la gente de a pie, como él, para hacerle frente.

La inflación: una espada de Damocles

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Ante unas y otras dificultades, las de antes y las de siempre, Yolexis suele reconfortarse en el fútbol, en la estela gloriosa del Barça. Pero ya no. O, al menos, ya no como antes. La actual crisis azulgrana ha coincidido con la agudización de la crisis en Cuba y sus sacudidas en su vida diaria y en su casa. Ambas han colisionado de repente sobre su cabeza, como dos planetas conjurados a estallar irremediablemente. Y ahora ni siquiera está Messi para salvar el día y maquillar las muecas que han venido creciendo año tras año, mes tras mes, semana tras semana.

2.

Yolexis tampoco quiere hablar de economía. Hablar de economía es hacerlo de la escasez crónica y el indetenible mercado negro, de los precios por las nubes y por encima de las nubes, del salario que alcanza incluso menos que antes del ordenamiento monetario, de las colas kilométricas por cualquier cosa y del gobierno que, con más o menos razón, saca siempre a relucir el bloqueo de EE.UU. y no acaba de dar con la tecla ―como no lo hizo Koeman en el Barça― para frenar los vacíos en la mesa, por más medidas que anuncie.   

Yolexis, que no vive en Miramar ni Siboney, sino en el Cerro, traga en seco cuando escucha del tema, con una mezcla de impotencia y angustia que no logra disimular. Él, que nació cuando Arnaldo Tamayo volaba al cosmos, recuerda la hoy idílica década de 1980 y el Período Especial de los 90, una experiencia que vivió en plena adolescencia y que por nada del mundo quisiera que su hija tenga que conocer. Aunque tema que, con las carencias azuzadas y la inflación creciente, ya esté tristemente en camino de hacerlo.

Su suegro, que no se pierde una Mesa Redonda y siguió con la disciplina de un monje tibetano las sesiones televisadas de la Asamblea Nacional, no demora en dispararle a quemarropa las revelaciones de Marino Murillo en las jornadas parlamentarias. Que si los cálculos previos del gobierno para el Ordenamiento se han quedado a años luz de la realidad. Que si el diseño inicial tuvo problemas no esperados que han dejado “muy afectada” la capacidad de compra de los cubanos. Que si la gente está pagando precios “muy superiores al 60 % diseñado”. Que si “desviaciones derivadas del difícil contexto actual” han provocado una inflación del 6.900 % en el mercado informal. Que si “el costo de la canasta viene subiendo mes a mes y no se ha logrado detener”. Que si las medidas que se han tomado “no han tenido todos los resultados previstos”.

“Pero eso se veía venir”, apostilla su suegro. “Mucha gente lo advirtió, profesores, economistas importantes, gente revolucionaria. En mi mismo núcleo del Partido (Comunista, PCC) más de uno lo dijimos. Pero nada. Los únicos que no se dieron cuenta fueron ellos. O se dieron cuenta cuando ya el tren estaba andando y ahora no saben cómo pararlo”, añade el hombre, que no es de hacer ese tipo de comentarios, según Yolexis.

¿Cómo han sido las cosas?

El yerno prefiere no responder. Asiente con la cabeza y mira desde la distancia a su esposa, que lo recibe desde la cocina “inventado” la comida. Su suegra, por su parte, se encarga de la abuela de su mujer que, con más de 90 años y una fractura de cadera de la que nunca logró recuperarse, necesita cuidado permanente. Y su hija juega, o ve alguna historia de princesas, en la tablet que le mandó su hermano ―tío de la niña, que “no es del Madrid, pero le va al Bayern, así que igual tengo sufrirlo”, acota Yolexis― desde Estados Unidos. Su hija, a la que solo abraza cuando sale del baño, luego de quitarse “la suciedad de la calle”, “no vaya a ser que traiga el coronavirus a la casa”, y a la que recién le encargó el cake de su séptimo cumpleaños.

“Más de mil pesos, increíble”, comenta resignado. “Pero quién le dice a la niña que no pudimos comprarle el cake. Yo, al menos, no tengo corazón para eso”. 

3.

La pasada semana, sabiendo ya del triunfo del Barça en Kiev, Yolexis se atrevió a pasar por la peña futbolística a la vuelta del trabajo. Dudó un poco, porque la estrecha victoria ante el Dynamo no alcanzaba para lanzar voladores ―algo que, en efecto, demostraría poco después la ventaja de tres goles dilapidada ante el Celta en la Liga―, pero finalmente se decidió.

Ya en la esquina soportó con estoicismo las burlas de rigor de los madridistas y los reproches “por no dar la cara” hasta que Ansu Fati evitó con su gol una nueva decepción en la Champions. También los comentarios venenosos sobre el intrascendente nivel actual del juego azulgrana y el rosario de lesiones que lastra al equipo, y hasta las previsiones derrotistas de otro fanático culé, que ya no cree en un posible resurgir esta temporada ni aun con Xavi haciéndose cargo del banquillo.

Todo ese bombardeo, sin embargo, no consiguió borrarle la alegría momentánea. Ni apagar la tenue luz de su esperanza, esa que hacía apenas unos días parecía sepultada por un alud de desilusiones, pero que apenas necesitaba de una sufrida victoria para titilar desde un escondido rincón de su pecho. Así que, sin clamores ni aspavientos, Yolexis capeó el temporal de chanzas y hasta ripostó dos o tres embestidas merengues sin perder la sonrisa, hasta que alguien, en un giro piadoso o quizá exactamente lo contrario, cambió el tema y le preguntó por el cumpleaños de su hija.

Entonces el fútbol, ese refugio impoluto ante las adversidades, quedó de repente al descubierto y la danza macabra de los precios se adueñó por completo de la conversación. Y del cake de más de mil pesos se pasó a los tenis de tres mil para la niña, que ya casi empieza la escuela, y de estos a los tenis “de marca” para adultos de cuatro mil, cinco mil y hasta seis mil, más que el propio salario de Yolexis. Y de ahí pasaron a la ropa, y de esta a los materiales de la construcción, y al tanque de 55 galones en 2.500 que recién compró uno de los madridistas, y de ahí a la comida, porque, ya se sabe, el cubano siempre termina hablando de comida. Y de sus precios.

Yo, revendedor

Y se habló de la carne de puerco a 170 y más la libra, y del paquete de pollo de cinco libras a 500 y de 10 libras a mil, y del paquete de pechuga de 2 kg a 1.500 y de los paquetes de picadillo y de perritos (salchichas) a 100, y de los pomos de aceite a 250, todo ello sin la mensajería a domicilio incluida. Y luego fue el turno del queso y el pescado, “que no aparecen y, si lo hacen, agárrate”. Y del cartón de huevos “a 300 y 350, si lo encuentras”. Y luego de las cervezas, a 90 y 100 en las cafeterías y a 130 y más en los restaurantes particulares, donde “un café cuesta fácil 60 pesos”. Y ahí a las pizzas “de 150 y 200 para arriba”, y las “completas” en los puestos para llevar que siguen subiendo, y los platos fuertes “que cada día están más fuertes, la verdad”, y de salidas familiares a comer que cuestan “5 mil y hasta 10 mil pesos, si te descuidas”.    

Y ya no se volvió a conversar de fútbol en la peña esa tarde, ni del Barça, ni del Madrid, ni de la Liga o la Champions, y la esquina se fue vaciando poco a poco, como un estadio abandonado por el público cuando a mitad del segundo tiempo están goleando al equipo local, que luce indefenso, desamparado, ante el vendaval que le ha caído encima. Y Yolexis, uno de los últimos en dejar la esquina ―conmigo, que también soy culé sin remedio y que sin remedio veo al igual que él, y tantos más, cómo enflaquece la billetera después de cualquier compra―, se lamentó por haber cedido al impulso de hablar de fútbol y de economía, cuando bien sabe cuánto pueden llegar esos temas a deprimirlo por estos días.  

“Pero, ¿qué le vamos a hacer?”, me dice intentando ganar entereza antes de seguir rumbo a su casa, antes de chocar con esa otra cara de su realidad en la que tampoco sirven de mucho los goles pasados de Messi o los más recientes de Fati. “Esto es lo que hay”, cita con pragmatismo a Gerard Piqué, y se pierde en la entrada de su edificio como si fuese el histórico central del Barça tras la avasallante derrota ante el Múnich en el Camp Nou.

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