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El costo político de prohibir un derecho

El escenario político cubano es cada vez más conflictivo y tóxico. La prohibición gubernamental de la marcha pacífica convocada para el 15 de noviembre por ciudadanos de varias provincias y la capital, empeoró la situación. Los promotores reivindican con energía el ejercicio de ese derecho. Las actuaciones posteriores del gobierno son preocupantes y sus consecuencias pueden ser lamentables.

Durante décadas, las contradicciones y disensos no han podido gestionarse con mínimos democráticos. Hoy eclosionan en nuevas fórmulas de aglutinamiento y activismo cívico encabezado por jóvenes. El gobierno no sabe lidiar con eso.

Aun quienes disienten desde posiciones socialistas son un reto al poder. Se trata de un modelo centralizado, burocrático y opresivo que no tolera el disenso. Nunca se ha visto obligado a rendir cuentas, pudo reprimir selectivamente hasta hace poco y ha manipulado a la ciudadanía de múltiples maneras.  

Las demandas de la marcha estuvieron claras desde el inicio: «contra la violencia, para exigir que se respeten todos los derechos de todos los cubanos, por la liberación de los presos políticos y la solución de nuestras diferencias a través de vías democráticas y pacíficas».  

El gobierno conoce que existen muchas otras demandas por las que se podría marchar en Cuba, pero admitirlas implicaría una postura autocrítica que no le es propia. Sabe que está violando derechos inalienables reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en su Constitución.

En «Activando alarmas contra una marcha cívica», resalté la importancia de naturalizar «el ejercicio de los derechos cívicos y políticos», así como «disminuir las tensiones y eliminar el discurso amenazante y excluyente». Expresé que: «Lo más inteligente y acertado políticamente sería autorizar y garantizar la seguridad y protección a los manifestantes».

Nada de eso ha ocurrido. Al contrario, el gobierno opta por atrincherarse, violentar la soberanía popular y el ordenamiento constitucional. Reboza demagogia al sustentar su discurso en nombre de la Revolución y el Socialismo, pero la realidad evidencia que ni una cosa ni la otra existen en Cuba hace tiempo. En consecuencia, el conflicto sigue escalando.

-II-

La violencia política no es nueva entre nosotros. Sin embargo, ha crecido exponencialmente durante los últimos años, en la medida que se complejiza el conflicto y se amplía el espectro contestatario. Hoy la represión es masiva. Las fórmulas son diversas y cada vez menos razonadas, sin medir su impacto sociopolítico. Todas sirven para amedrentar y justificar mayor violencia. Para el 15-N se repitió la orden de combate del 11-J, actualizada y preparada con tiempo.

Con el fin de manipular a la ciudadanía se emplean diversos recursos en los medios masivos de comunicación. Se intenta criminalizar a los principales activistas, a la protesta y profundizar el miedo en las familias para evitar que se sumen. También para que se comprometan a apoyar al gobierno, que otra vez se victimiza.

Numerosas y reiteradas citaciones exprés a «entrevistas», son aprovechadas para acusar y calumniar a promotores de la marcha, compulsar a los ciudadanos a ser delatores y amenazarlos en caso de que decidan asistir. Se intimida con vigilancia, llamadas —anónimas o no— a los ciudadanos y sus familias, e incluso a sus parientes emigrados. Han retomado las expulsiones laborales y la vigilancia a los ciudadanos que firmaron alguna carta, o que se presume podrían manifestarse. 

La ética es cardinal para la vida, incluso en la guerra. El fin no debe justificar los medios. En política, mentir para lograr sometimiento a como dé lugar, complica el conflicto, indigna más a los opuestos y erosiona las bases sociales propias. Los discursos recientes del presidente/primer secretario del PCC y del Jefe del Departamento ideológico en el Comité Central son evidencias.

También es infame el papel de los medios oficiales —como el programa de TV del pasado lunes—,en simultáneo con otras acciones represivas. Son parte de la ofensiva gubernamental que involucra a instituciones y organizaciones de apoyo, contra algunos de los líderes y activistas principales, víctimas de mítines de repudio y otros deleznables actos.


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Al parecer, se olvida a conveniencia que Revolución es «sentido del momento histórico; (…) es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; (…) es no mentir jamás ni violar principios éticos (…)». Tanto eso, como el amor, la tolerancia y la justicia que enarbolan los medios oficiales, son contrarios a la realidad de muchos cubanos.

-III-

Se precisa identificar algunos factores que, directa o indirectamente, influyen en el conflicto cubano.

En el ámbito interno:

1.- El diferendo es de carácter nacional, por el fracaso de un modelo ajeno a mínimos democráticos que realicen la soberanía popular. Únicamente se acepta tocar de modo limitado el ámbito económico, donde también es conservador a pesar de los intentos de reforma, y se usa el factor externo como justificación de reiterados fracasos de sus políticas.

2.- Politólogos, economistas y la ciudadanía en redes sociales, reclaman hace años por reformas reales. Expertos han alertado hasta el cansancio sobre el agotamiento del tiempo para implementarlas con el menor costo social y político. Se demuestra en esos análisis que la crisis del modelo económico es muy anterior a las sanciones trumpistas y que la mayoría de las reformas no dependen del bloqueo.

3.- Los paquetes de medidas de los últimos años con el nuevo gobierno han sido impopulares, con errores desde el diseño y las consabidas consecuencias sociales. En todos faltó participación popular y han servido para blindar más al Estado. Hoy las afectaciones a los derechos humanos —económicos, sociales, cívicos y políticos— son constatables.

4.- No obstante, llegada la agudización del conflicto, se mantiene una zona de silencio en muchos actores que podrían influir en el curso de los acontecimientos. El reformismo cubano —alineado o no con el gobierno—, hace malabares teóricos y prácticos para desviar la atención, respaldar en última instancia la postura oficial y deslegitimar y contrarrestar la iniciativa ciudadana. Como si fuera una marcha la que ahora impidiera o limitara las reformas y los buenos oficios e intenciones del gobierno y el Parlamento. Es la dicotomía que en otras épocas de nuestra historia se ha vivido: reforma vs revolución.

5.- Decía José Martí, que «en política lo real es lo que no se ve». Detrás de la desproporcionada respuesta gubernamental contra la marcha cívica, están los anteriores elementos de fondo, y otros. El gobierno intenta desviar la atención de la raíz de los problemas y la persistencia en políticas erráticas. Prepara a la opinión pública —con sus habituales recursos— para que acepte y participe en la represión, vistiendo de pueblo la violencia institucional bajo el entendido de que es en defensa de la Revolución, «contra el enemigo externo» y sus «operadores internos».

6.- Lo real es que por primera vez ha surgido en Cuba un movimiento cívico contestatario de la joven generación, sin compromisos previos, con liderazgo horizontal y reivindicaciones propias. Con una línea que trae hasta nuestro tiempo lo mejor de la tradición cívica y patriótica cubana en diversas expresiones. Es lógico que atraiga a miles de ciudadanos.

Político (2)

Foto: Reuters

En el ámbito externo:

1.- Muchas de las demandas del movimiento cívico cubano son comunes a sus similares de otros países. Sin embargo, el acallamiento permanente del disenso, la construcción oficial durante años de una imagen de excepcionalidad ante el mundo y el activismo de la política exterior gubernamental con iguales fines, dificultan la comprensión de lo que realmente está ocurriendo en la Isla. 

2.- El pueblo de Cuba siempre ha sido rehén del conflicto bilateral entre su gobierno y el de los EE.UU. Hoy, a pesar de las diferencias, ambos poderes gravitan negativamente sobre el movimiento cívico cubano.

El primero, con su afán de perpetuar a la nueva clase en el poder, se afana en destruirlo de cualquier modo y lo viste con el ropaje del «mercenarismo» que tanto rechaza gran parte del pueblo. El segundo, tiene sus propios intereses geopolíticos, una tradición de injerencismo en Cuba muy anterior a 1959 y de franca hostilidad desde esa fecha.

Ahora se muestra solidario con el nuevo disenso y amenazante con el gobierno de la Isla. Por más que el contenido pueda parecer justo, es una solidaridad hipócrita al tratarse de un gobierno hostil, que persiste en dictar pautas para la transición democrática y cuyo bloqueo extraterritorial ha perjudicado por décadas a la ciudadanía cubana sobre todo.

Su identificación y acercamiento a quienes articulan un nuevo movimiento cívico en Cuba, a la larga los perjudica, y beneficia al gobierno porque le facilita arremeter contra este movimiento y criminalizarlo.   

3.- La emigración. La mayor parte se identifica con las reivindicaciones de sus compatriotas en la Isla y, sea para regresar o no, también sueña con una Cuba democrática, de ahí su activismo creciente. La complicación está en que una parte de la asentada en EE.UU ha estimulado el endurecimiento de las posturas gubernamentales de ese país. No todo su espectro es el llamado exilio histórico y no todo está asociado directamente con la oposición tradicional cubana.

Como resultado de las erróneas políticas migratorias del gobierno hasta hoy —a pesar de algunas reformas— y de usar la emigración como válvula de escape para librarse del disenso, tenemos actualmente una diáspora nostálgica y resentida, que en EE.UU. ha sido muy bien acogida, ganando espacios en el entramado político de ese país. A ello se agrega la transnacionalización del extremismo político en que nos formamos durante años, cuya expresión más notoria se manifiesta en el sector radical de esa comunidad.

4.- El complejo escenario para la solidaridad del mundo con la causa cívica de la Isla. Aunque pudiera parecer simple y legítimo, también es complicado. Recientemente se han hecho llamados de ciudadanos cubanos y del mundo al Consejo de Derechos Humanos de la ONU y otros organismos internacionales, así como de la sociedad civil internacional, incluidos líderes de opinión.

Sin embargo, las ideas y derechos que defiende el movimiento cívico liderado por la nueva generación cubana, deberían ser principalmente apoyados por la izquierda mundial. Y aunque desde los sucesos del 11-J se registran algunas reacciones positivas a nivel global y regional, todavía  predomina el silencio dañino, que confirma lo dicho hace más de diez años por el intelectual luso Boaventura de Sousa: «Cuba se ha vuelto un problema difícil para la izquierda».

Lo cierto es que la izquierda tradicional comparte ciertos rasgos de la cubana oficial, en parte por la común raíz estalinista. En consecuencia, dan a Cuba un tratamiento selectivo, identificando pueblo con gobierno y priorizando su lucha contra el capitalismo y los EE.UU. Así, prefieren una Cuba inmolada a perder el referente de la Isla irredenta ante el imperialismo, útil para la lucha política en sus países.

Algunos prefieren preservar sus intereses económicos y compromisos con el gobierno cubano, o ver el conflicto como lo presenta la narrativa oficial: Cuba vs EE.UU. Por tanto, se alinean con el poder, reproducen sus discursos y a veces sus prácticas, e ignoran reclamos cívicos que, en sus países, son o fueron banderas de sus propias luchas.   

-III-


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Aun con un contexto adverso, muchos cubanos, esencialmente jóvenes, persisten en tener su 15-N, convocado por Archipiélago, plataforma ciudadana que derivó del 11-J. Con su lema «Por una Cuba plural, con todos y para el bien de todos», atrajo rápidamente a miles de residentes en la Isla y la diáspora.

En este complejo escenario tendrá que abrirse paso el nuevo movimiento cívico insular. Cada vez gana más receptividad en diversos sectores sociales y cuenta con acompañamiento de actores de la sociedad civil y la diáspora. Hoy se están preparando manifestaciones de cubanos en más de sesenta ciudades del mundo.

El gobierno está en un momento político muy complejo. No comprende, o no acepta, que la protesta obedezca a exigencias que excedan las carencias materiales o influencia externa. Hay una toma de conciencia, una emergente vanguardia política, que perdió la confianza en el gobierno y está dispuesta a luchar por sus derechos.

Una buena parte de estos problemas se hubiera evitado el Estado de aceptar la iniciativa ciudadana y protegerla como corresponde. Pero sigue contando con recursos de antaño en un contexto totalmente diferente, con lo cual confirma su anacronismo. Es preciso gestionar políticamente el conflicto, respetar la soberanía popular, aceptar el disenso y el ejercicio de derechos constitucionales por los ciudadanos. 

Las prohibiciones y prácticas contra derechos en la sociedad cubana actual son muy dañinas al país y, como afirmó el escritor ruso Isaac Asimov: «la violencia es el último recurso del incompetente».

La represión es el límite de tolerancia de muchas personas. Solo consigue resultados efímeros; los principales y duraderos son la indignación y ampliación del disenso y del conflicto. Llegados a este punto, y de cara al 15N, no se trata de posturas, compromisos y militancias políticas. Se trata de las nuevas generaciones de cubanos; de derechos, civismo y humanidad. Las reacciones son todavía avances del costo político de violentar derechos, pero las consecuencias pueden ser lamentables.

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