Sergio no sabe qué hacer desde su ventana y sus memorias del subdesarrollo
Hay al menos dos discursos generados desde lo interno y difundidos en medios digitales sobre la organización de la manifestación del 15-N. Primero se anunció en defensa de los presos políticos; luego, el propio Yunior García la catalogó como antigubernamental. Y los dos mensajes coexisten.
Si bien las demandas de liberar a los presos políticos y poner fin a la represión son consignas que tocan la sensibilidad de cualquier persona; protestar en contra del gobierno no es igual. Es una aclaración que sería superflua en sociedades más democráticas, pero en el caso cubano ese doble carácter es algo muy complicado y hasta contradictorio para Sergio (que no vive en el Focsa precisamente, ni envejece).
¿Qué debe hacer el que está en contra de la represión, quiere libertad para los presos del 11 de julio, pero no está en contra del gobierno? ¿Si va a la marcha del 15-N, queda como que está contra el gobierno; y si no va, a favor de la represión?
Permiso para tumbarte
El doble discurso —el de una demanda que compete a toda la sociedad civil cubana y el del carácter antigubernamental— se ha usado como principal herramienta de la propaganda oficial (cuando se logra entender lo que quieren decir): «no es por los presos, nah, es contra la Revolución» (sí, desde adentro le llaman Revolución, todavía).
Es cierto que estar en contra de un gobierno no es grave. Pero aquí sí, y estamos aquí. Y si se le dice al gobierno que se va a hacer una marcha contra él, este no la va a facilitar. Nadie normal daría permiso para que le dispararan una bala, es «contra natura» que un gobierno normal «autorice», apoye o cuide una marcha que, según una de sus líneas de mensaje, lo quiere derrocar (el marketing a veces exagera, porque es increíble que con una marcha de unas horas se derroque a un gobierno, a no ser que este sea muy débil, y el nuestro asegura tener apoyo mayoritario).
Por tanto, el doble discurso tiene implicaciones en cuanto a posibles resultados.
Con una parte me basta
A diferencia de las actividades políticas «normales» en Cuba, los organizadores del 15-N no son los dueños de la marcha. De hecho, la palabra organizadores me sigue pareciendo inapropiada. En realidad, esos organizadores son ciudadanos que enviaron una carta notificando al gobierno local de la realización de la marcha, y solicitando el apoyo logístico correspondiente.
Esos firmantes no estarán el 15-N pasando lista a los que asisten, mucho menos tendrán puntos de recogida y salida, no entregarán pulóveres, banderitas ni consignas (asignadas y definidas en una reunión días antes), y mucho menos garrotes marca 11-J.
Tampoco estarán pendientes de quién se quedó atrás, quién se desvió para su casa, quién se portó mal para, al día siguiente, transmitirle un regaño y anotarle una sardina (menos) para las jabas, viajes, vacaciones o lo que sea bueno que se pierda próximamente en el centro laboral.
Dichos organizadores no pueden controlar que el 15-N aparezcan diez personas con actitudes violentas para manifestarse. Si eso pasara, ellos no tienen cómo responder. En todo caso, son solo los que prestaron su nombre para dar la cara ante la autoridad local.
El 15-N no es la Tángana, ni el 18 de julio. Ahí no habrá orientaciones del mando de arriba, no hay una jerarquía real. De hecho, es normal que en una marcha los que la organizan no manden a los participantes, porque se trata de un ejercicio democrático en su interior, pero esas cosas, en el contexto cubano, hay que recordarlas.
Lo relevante aquí es que bastará un solo caso de violencia para que el oficialismo condene la marcha que ya satanizó, es decir, estarán esperando un pelo sucio del lobo, porque el fundamentalista es fanático a la metonimia. Si ven una parte, ellos (su)pondrán cuál es el todo.
Una balsa al mismo lugar
La ciudadanía cubana lleva décadas lidiando, sufriendo —la única forma de sufrir no es cuando se recibe una bala en el cuerpo— el precio del fundamentalismo político al servicio de los intereses de una élite que se cuida mucho (normalmente le llaman vanguardia, de apellido revolucionaria). Así, la ideología política ha sido una excusa con la cual seres de dudosa humanidad expulsaron a personas honestas de sus trabajos y de sus escuelas. Por homosexual. «Por problemas ideológicos». Por ser diferentes, básicamente. Suena cruel pero todavía ocurre, al menos por razones políticas.
Al mismo tiempo, esa ciudadanía —que incluye a algunos de los de dudosa humanidad—, sufrió durante décadas el resultado de decisiones arbitrarias, irresponsables y hasta irrespetuosas de quienes dirigían la economía y la vida del país a capricho. No fueron pocas las limitaciones a los derechos de propiedad, derechos económicos, de movilidad, de expresión.
Todo esto sin disponer de un mecanismo ciudadano real para expresar y canalizar la inconformidad ante el orden existente. No me detendré en el CDR, la CTC, el PCC, que ellos están ahí para «defender la Revolución» (lo dicen explícitamente).
Y la inconformidad, cuando llena el vaso social, se va en balsa; por Camarioca, por Mariel, o por el malecón; se va yendo poquito a poco. Y cuando pisa tierra, esa inconformidad por lo general se convierte en odio. Humano, caliente y húmedo.
Pero la inconformidad, cuando no escapa al mar, va a las calles, con Fuenteovejuna de cerebro. Es muy probable que el 11-J haya sido el equivalente a tomar una balsa, solo que esos siguen estando aquí.
El odio es humano, y malo, como puede llegar a ser el propio ser humano. Es la respuesta más primitiva, pero la racionalidad termina donde empieza la herida en el cuerpo propio.
Epílogo
También el odio es la respuesta primitiva de los que, desde ya, tienen bien limpio su garrote del 11-J para el 15-N. Y el odio del que cree que tiene algo que perder, llega a ser mayor que el de aquel al que no le queda nada detrás.
El que lo perdió todo puede convencerse de perdonar, pero el que está aferrado a no perder, ese sí no puede desprenderse de odiar. Se trata de la peor violencia posible para el 15-N, la de los que van a usar la metonimia para soltar su temor a perder los miserables privilegios que se tienen en una sociedad de escasez.
Por eso se proclamaron tres días para la defensa, se declaró ilegal la marcha, se hacen actos de repudio, se ponen multas, se restringe el acceso a internet, se prepara la brigada de respuesta rápida. Más lo que falta. Lo que vemos es al secuestrador declarándole la guerra a su secuestrado.
Mientras tanto Sergio, que no tomó una balsa en el viaje al odio, ve como su vida empeora, y no sabe qué hacer… aún.