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Más vale chica concordia que gran discordia

LA HABANA, Cuba.- Llevo días dando vueltas a un asunto que me importa, procurando algunas líneas, sin que las consiga, sobre un asunto que mucho me inquieta, que hasta me quita el sueño, me obceca y me pone verde. Desde hace días intento encontrar el mejor tono para escribir de eso que me importa. Desde hace días estuve pensando en un título que provoque mi escritura y me ponga alerta, y con algo de lucidez. Quiero escribir algo que resuma las tantísimas ideas que están desperdigadas en mi cabeza y sin mucha coherencia. Quiero escribir sin parecer ofensivo.

Entre tantas divagaciones, en medio de tanto enredo, surgió una pista, y ese indicio me llevó al Aeropuerto Internacional de Miami. Recordé mi primera llegada a ese aeropuerto junto a un grupo de escritores cubanos que fuimos invitados por la Universidad de Iowa para dialogar con escritores cubanos del exilio, y recordé lo difícil que resultó hacer aquel viaje, salir de Cuba. Los invitados no éramos del cogollito que el poder distinguía con fervores, más bien éramos lo contrario.

Las autoridades de la UNEAC y del Ministerio de Cultura veían con malos ojos el encuentro y las posibles conversaciones entre “escritores cubanos de adentro” con “escritores cubanos de afuera”, aquel abrazo les quitaba el sueño a los “comisarios de la cultura”, y todo se hizo peor cuando los implicados hicimos notar, exigimos, nuestro derecho a hacer el viaje, nuestro derecho, nuestro deseo, a dialogar con el exilio literario, con quien nos diera la gana.

He estado recordando nuestras advertencias a las autoridades, esas con las que dejamos claro que no renunciaríamos al encuentro y que al día siguiente estaríamos en el aeropuerto, y no le quedó otro remedio a Abel Prieto que hacerse el de la vista gorda, sin asentir, pero costó Dios y ayuda! Dicho así da la impresión de que fue fácil, casi una bicoca, pero no lo fue. Reunidos todos en la casa del escritor más añoso de la “delegación” esperamos la confirmación.

Abel Prieto se vio obligado a responder con una afirmación y, supongo, que se tomara luego la presión, el ministro diabético debió comprobar sus niveles de azúcar, y blasfemar, maldecir, reconocer que había perdido esa pelea. Y nosotros asumimos, desde entonces, el viaje y el encuentro en Iowa como una victoria. Tan “sangreado” fue aquel que recuerdo ese encuentro con mucho más gusto que cualquier otro.

Recuerdo el vuelo breve y la llegada, esa que ocurrió solo unos días después del atentado a las Torres Gemelas; recuerdo los registros, el cacheo, la “encueradera”,  y a Wilfredo Cancio que nos esperaba, que nos abrazaba y nos sugería comer algo antes de tomar otro avión a Atlanta y luego otro hasta el aeropuerto de Cedar Rapids en el estado de Iowa, pero recuerdo mucho la indecisión que nos acosó a todos a la hora de elegir lo que comeríamos.

Quizá porque no pagábamos nosotros esa merienda nos pusimos a dudar, y el titubeo se hizo tan evidente que una mesera, cubana sin dudas, dijo altísimo y con un burlón tono oriental: “¡E’tos se acaban de bajar del caballo!”. Así chilló ella, olvidando la solidaridad que nos debía, olvidando que ella también llegó una vez, y quizá en peores condiciones. Muchas veces he pensado, después de aquel día, en la fraternidad entre cubanos, en nuestros desentendimientos, en nuestros desencuentros.

Y si ahora recuerdo aquel suceso es porque hace unos días leí a un periodista cubano de Miami que enfrentaba a un coterráneo suyo, de la isla, en las redes. El terreno de la discordia era, of course, la política. El terreno de la discordia tenía como centro el enfrentamiento a la dictadura, y el periodista de Miami exigía a su contrincante en las redes, a su coterráneo, que saliera a la calle a manifestarse a enfrentar al gobierno, a intentar derrotarlo.

Así comenzó todo, y así continuaría por un rato, sin que ninguna de las partes se pusiera de acuerdo. Cada uno devolvía la culpa al otro sin reconocer que la libertad de Cuba es responsabilidad de todos, de los de aquí y de los de allá, incluso cuando se invierten los términos. Y el periodista, en la Florida, fue el primero en hartarse de la discusión y fue a buscar otro hartazgo, el del estómago, y hasta tuvo el mal gusto, la indecencia, la altanería, de decir a su contrario en la isla que tenía un auto en el que moverse para buscar la comida y dinero en el bolsillo para pagarla.

Sin dudas el periodista se sentía fuera de ese potaje comunista que está caliente y quema, lejos de esa realidad cubana que muestra sus brasas tan enardecidas, tan crecientes que podrían quemar a cualquiera en las calles de Cuba, en las cárceles de Cuba, incluso en la “quietud” de las casas de Cuba, y todo porque estaba a noventa millas de las colas, de las mesas vacías y las calles llenas y reverberantes.

Él había cruzado el charco y esa distancia le permitía separarse, distanciarse de nuestra cruda realidad. Él estaba del otro lado y eso le daba el derecho, al menos eso creyó, de exigir sin tener que jugarse el pellejo. Y eso mortifica mucho, y hasta indigna. Ya sabemos cuántos comunistas, de esos de carné, están hoy en la Florida, en Madrid, Berlín, Buenos Aires, en muchos sitios. Ya sabemos cuántos decidieron enfrentar al poder dictatorial después de poner distancias físicas con los dictadores.

Cuba precisa unión, y todos somos responsables. Yo mismo he metido la pata, yo he sido injusto. Yo sufrí mirando unas feas lesiones en la piel que me desesperaron, que me hacían rascarme sin descanso, sin consuelo. Yo tuve sarna y desde el exilio recibí la ayuda de amigos y desconocidos, y lo peor fue que en algún momento desafié a uno de esos que me ayudó porque teníamos algunas divergencias en la manera de enfrentar al poder dictatorial cubano. Resulta que esta historia ya dividió familias, ya enfrentó a padres e hijos, y no sería saludable repetirnos.

Las oposiciones tienen que unirse, sin que medien las geografías en las que habiten. La oposición no puede ser una fachada, tiene que ser mucho más, debe ser un credo. La unidad no puede ser una mentira, la oposición tiene que reafirmarse cada día y en todas las circunstancias, incluso cuando estemos en diferentes geografías. La oposición no puede ser una fachada. La unidad no puede ser un paripé.

Este es el momento de hacer alianzas, de hacer acuerdos entre las partes interesadas en el futuro de Cuba. Estos no son días de culpar, porque la grandísima verdad es que culpables fuimos todos, y todavía todos seguimos siendo culpables; tanto los del “insilio” como los del exilio.

No hay múltiples enemigos, hay un solo enemigo, y ese enemigo nos mira a todos, nos vigila a todos, y enfrentarlo nos toca a todos, sin importar el punto de la geografía en la que pasemos nuestros días. Este es el momento de agrupar a todas las fuerzas dispersas. Estos son días de acuerdos, de sumar. No hay dudas, tenemos muchas divergencias, solo hay que mirar las redes para constatarlo, pero el pacto es necesario, un pacto es muy necesario, sin importar el sitio en el que estemos plantados. Desde La Habana o Miami, desde Madrid o Buenos Aires, tenemos la responsabilidad de una Cuba nueva y en unión.

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