Incapaz de hacer el out con limpieza, e impotente porque el «juego» contra Venezuela se le va de control, pese a las continuas maniobras para impedirlo, Estados Unidos precipitó una «jugada (sucia) de doble play: la ilegal extradición de Alex Saab.
En Cabo Verde empezó el complot el 12 de junio de 2020, cuando secuestraron en ese país al enviado del Gobierno venezolano, durante un paréntesis del vuelo en el que viajaba en misión de trabajo.
Fue una afrenta al Derecho Internacional y a la condición humana. Los enemigos de Venezuela violaron las reglas del juego, en términos ético, moral y jurídico, por voluntad estadounidense. Fascista instinto trumpista; burda gringada contra un proyecto de país que le amarga el paladar a la oligarquía.
La revolución bolivariana, como su antecesora cubana, perfectible en tanto imperfecta, es una piedra en el zapato neoliberal. Y al igual que la nuestra, al margen de sus dilemas, en busca de la verdadera justicia, se muestra viable, distinta al callejón sin salida con antifaz de futuro, que las élites pregonan para las grandes mayorías, mientras desde el alcor de sus privilegios las miran con menosprecio.
En el empeño de ponerle fin al proyecto chavista, Donald Trump le echó manos al conocido Memorándum Mallory, de más de 60 años, pensado y aplicado sin interrupción ni piedad contra Cuba.
Traído al contexto venezolano actual, ese documento desnuda la trama contra el proceso bolivariano: «… el único modo previsible de restarle apoyo interno es mediante el desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales, […] provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del Gobierno».
El perturbado Donald soñó un Cero entrada de alimentos, insumos y medicinas a Venezuela. Mas, por culpa de Alex Saab no le salía esa «jugada perfecta».
Contrarrestar el efecto devastador del bloqueo era, precisamente, la misión del diplomático venezolano. Trump ordenó secuestrarlo, pero se fue con las ganas de conseguir su extradición a EE. UU., y de destruir a la Venezuela insumisa.
Un Joe Biden menos fanfarrón que su antecesor, pero igual de cínico, forzó el traslado de Saab a ese país, tras 491 días de encierro en condiciones infrahumanas, sin importar la inocencia dictaminada por el Tribunal Conjunto de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental, y del Comité de Derechos Humanos de la ONU.
A las puertas de la jornada electoral de noviembre, y en el umbral de la cuarta ronda del diálogo entre el gobierno constitucional y la derecha venezolana, se consumó la extradición de Alex Saab, uno de los representantes de la comitiva gubernamental en las pláticas.
Interrumpir las negociaciones en curso y frustrar los comicios parecen ser los motivos actuales de un secuestrador-jugador incapaz de contender con limpieza en el terreno político. Pérfido en sus propósitos y hábil para las trampas, no es esta ni la primera ni la última jugada sucia de Estados Unidos contra Venezuela.