Me sorprendió el Día de la Cultura Nacional releyendo Cecilia Valdés para un libro en el que estoy trabajando.
Ando revisando escenas y reviviendo impresiones de ese retrato de La Habana de 1830 que tan magistralmente dibujó Cirilo Villaverde. Una Habana esclavista, racista, dividida en clases.
Cecilia, mujer, pobre, mestiza, constreñida por las condiciones de posibilidad de su época, solo pudo imaginar que su salvación era conquistar al hombre blanco, descendiente de españoles, rico, dueño de esclavos, el prototipo del amo. Ser su deseo se convirtió en su obsesión. Renegaba de los suyos. Ocupar un puesto entre los amos, blanquearse, hacerse pasar por ellos era todo su sueño. Cecilia nos recuerda cuánto algunos necesitan ser aceptados y amados por quienes quieren dominarnos, ese recodo en que se quiebra la subjetividad del colonizado. ¿Cecilia está muy lejos? ¿Cecilia es un espejo en el que pudieran mirarse algunos ahora?
Mariana, mujer, negra, pobre, mambisa. Mariana no pretendió ser quien no era, se asumió en su condición hasta las últimas consecuencias. Envió sus hermosísimos hijos a la guerra como si se arrancara pedazos de sí misma porque comprendió que se trataba de una gesta imprescindible y colectiva.
Hay algo que nos funda y nos convoca más allá de nosotras mismas. Más allá del hambre de nuestra carne, más allá del color de la piel, más allá del ansia de salvarnos a toda costa, esa ansia triste de ascender y es el grito colectivo de Viva Cuba Libre. Mariana fue firme y honda. Y Cuba, ¿es mujer? ¿Es mestiza? ¿Es pobre? Y Cuba, ¿sueña con un amo blanco, rico que venga a salvarla? ¿Se obsesiona con ser su deseo, se blanquea, reniega de los mismos de su condición?
Esta Isla, ¿es mambisa?, ¿se hunde en su manigua y desde ahí mira al mundo y se integra a él?, ¿se asume orgullosa de sí misma, sabia y culta?, ¿se sabe parte de una lucha colectiva? Prefiero pensar que es rebelde en lugar de dócil mi Patria.