Esta denominación, en el contexto del Día de la Cultura, es un homenaje a quienes han mantenido viva su esencia durante más de un siglo
El béisbol igual destila por los poros y las venas de los que habitan esta isla como expresión de cubanía e identidad nacional. (Foto: ACN)
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No está en su mejor momento y muchos de sus representantes no están, pero la designación del beisbol como patrimonio cultural de la nación cubana, es, sobre todo, un acto de justicia.
Se demoró demasiado, es verdad. Mas, lo importante es que el suceso cobró cuerpo —¡al fin!— en el contexto de las celebraciones por el Día de la Cultura Cubana y ello marca un simbolismo singular.
Por encima de lo que algunos le cuestionan, el béisbol, es tan cubano como la palma, la caña o la rumba. Le corre por las venas a esta nación como forja de identidad y de su vida misma y subyace en el imaginario colectivo de un país que lo destila más allá de un terreno de juego
Razones históricas sobran; sociales, espirituales, también. La pelota, como también se le conoce, emergió, incluso, en el contexto de las luchas por la independencia cubana y hasta se recoge en los anales beisboleros sobre un grupo de mambises que la practicaban, y ha logrado sobrevivir hasta hoy como parte de la memoria colectiva de la nación y de su cultura popular.
Muchos hombres —y mujeres también, aunque menos— marcaron con su impronta la vida de este deporte para convertirlo en parte de la idiosincrasia cubana desde los instantes mismos en que, allá por la década del 60 del siglo XVIII, un grupo se las ingenió para ponerse a jugar en un terreno cualquiera con un bate y una pelota hasta que se jugara el primer partido oficial el 27 de diciembre de 1874 en el matancero Palmar de Junco, Monumento Nacional.
El béisbol echó raíces de la mano de quienes antes del triunfo de la Revolución jugaron en el profesionalismo tanto aquí como en las Grandes Ligas de Estados Unidos. También de quienes hicieron posible el nacimiento de las Series Nacionales hace ya 60 años y de quienes la sostienen hasta hoy.
La propia Serie Nacional, aun en sus deudas, se considera el mayor suceso cultural del país por su capacidad para convocar multitudes, de calar en lo emocional de cada protagonista, incluido el público que es su razón de ser porque la siente y la padece, la vive y la sufre.
Más de 20 000 peloteros, estén o no estén, han hecho revivir la pasión en los terrenos y forman parte de esa leyenda que pervive en la piel y el alma de los cubanos, más allá de confines geográficos y hasta ideológicos.
Pocos fenómenos —porque de eso se trata— logran despertar tantas pasiones como un encuentro de pelota. Y es que el béisbol en Cuba es algo más que la Serie Nacional. Aquí tiene tanto arraigo ese suceso como un partido de la Liga Azucarera, uno de las Series Provinciales o un encuentro fortuito en un barrio cualquiera de este país.
Se puede ser músico o médico, campesino o estudiante, hombre o mujer. El béisbol igual destila por los poros y las venas de los que habitan esta isla como expresión de cubanía e identidad nacional. Tiene la capacidad de imbricarse en nuestras costumbres, nuestros modos de hablar, nuestro vestuario, nuestros valores, nuestra cultura. Casi ningún suceso es capaz de despertar las polémicas encendidas que logra la pelota. Y, aun cuando ha perdido escaños a escala internacional, sus representantes suelen ser embajadores simbólicos de Cuba en el exterior.
Que el béisbol haya sido declarado patrimonio cultural de la nación cubana es un homenaje a quienes lo han hecho posible durante más de un siglo. Lo mismo a los hermanos Ernesto y Nemesio Guilló, encargados de traer los primeros implementos desde Estados Unidos, a Esteban Bellán, de quien se afirma fue el mejor pelotero en el siglo XIX cubano, oal inmortal Martín Dihigo que a Omar Linares, Antonio Pacheco o Frederich Cepeda. Todos, desde sus aportes individuales, han permitido que el béisbol sea un templo espiritual de esta nación, su rostro y también su corazón.
Es un homenaje al Palmar de Junco. También al Latinoamericano. A los Almendares, de antaño, a los Industriales de ahora. A los Vegueros pinareños, a las Avispas santiagueras y a los Gallos espirituanos… Es un homenaje a generaciones y generaciones que lo han mantenido.
El béisbol cubano es, a pesar de los pesares y hasta en medio de restricciones y prohibiciones mediáticas, ese que también se ha colado en las Grandes Ligas y que hace que desde esta parte del mundo se sigan los ídolos y cada actuación, al margen de diferencias ideológicas, se sientan y se cuenten como cubanos porque la Patria suele ser algo más que un confín geográfico.
Se demoró su elección, pero llegó. El béisbol es patrimonio cultural de la nación y ese es el primer paso. Precisa de un Museo Nacional que no tiene y de acabar de restaurar su propio Salón de la Fama, surgido en 1939 y que logró sobrevivir hasta 1961 con 68 nombres, refundado en 2014 con 10 exaltaciones y aplazado desde entonces en el olvido por razones que nada tienen que ver con la esencia misma de lo que representa este deporte. Eso irrespeta y lacera.
No es posible que no pocos cubanos estén exaltados en el Hall de la Fama de otros países, contados Martin Dihigo y Tany Pérez, únicos elevados al Salón de Grandes Ligas, que países como Alemania y España también lo tengan y que en casa propia no exista ese templo que eternice lo que ahora adquiere un mayor valor simbólico.
Y es verdad que en este siglo se ha desangrado por cuenta del éxodo y que esta ya no es, ni por asomo, la meca del béisbol amateur del mundo luego de tantos y tantos descalabros internacionales, pero la pelota es Cuba y por eso toca a quienes la llevan inoculada en su sangre hacerla perdurable en la real dimensión cultural que tiene como parte del orgullo nacional y que ahora cobra cuerpo en una denominación.