Las Cataratas del Iguazú, localizadas en el límite entre la provincia argentina de Misiones y el estado brasileño de Paraná, son consideradas una de las “Siete maravillas naturales del mundo”. Así lo decidieron más de cien millones de personas en el mundo con su voto a través de internet en un concurso público e internacional celebrado en 2011 y organizado por la fundación New Open World Corporation. Antes, en 1984, la UNESCO las había declarado “Patrimonio de la Humanidad”.
Este impactante accidente geográfico se encuentra sobre el río Iguazú, que nace en Brasil, en la Serra do Mar y recorre 1320 km hasta desembocar en el Río Paraná, en la triple frontera de Argentina, Uruguay y Paraguay. Unos 25 kilómetros antes de esa confluencia y a lo largo de casi tres kilómetros, están las 275 cascadas que conforman las Cataratas del Iguazú.
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Según estudios geológicos estas cataratas se originaron hace unos 200 mil años luego de abruptas fallas en el macizo de Brasilia. La ruptura generó un desnivel en el curso de agua que modificó el paisaje donde se formaron el conjunto de saltos de agua que hoy conocemos.
De acuerdo con la historia, el conquistador español Álvar Núñez “Cabeza de Vaca”, explorando la zona, dejó registrada en su bitácora de viaje, el 31 de enero de 1541, la existencia de las enormes cataratas del río Iguazú. Aunque de seguro fue guiado por la selva por pobladores aborígenes, el conquistador, como era menester, se arrogó el descubrimiento e impuso inmediatamente un nombre católico a la belleza natural: “Cataratas de Santa María”. Ese nombre solo ha queda como dato de color, porque todo el mundo conoce esta maravilla como “Las Cataratas de Iguazú”.
También sobre ellas han sobrevivido varias leyendas tejidas por siglos entre las comunidades guaraníes, los pueblos autóctonos de esta zona de Sudamérica.
La más famosa de las fábulas versa sobre el origen de las cataratas. Cuentan que en las aguas del río Iguazú vivía una gigante y temible serpiente llamada Boi. Para no avivar la furia del monstruo, cada año era sacrificada y lanzada al río una joven mujer. Un día la escogida para morir fue Naipí, una chica de larga cabellera negra. Su novio, el joven cacique Tarobá se opuso al macabro ritual. La pareja escapó por la selva y Boi, la serpiente, estalló en cólera. Dicen que fue tanta la rabia del reptil que el río se partió en mil pedazos y así nacieron las cataratas. También cuentan que la caída del agua de las cataratas nace de la larga cabellera de Naipí y los altos árboles de los fuertes brazos de Tarobá. Y dicen más. Cuentan que Boi, la abominable serpiente se agazapó desde entonces en las sombras y tras las cortinas de agua de la Garganta del Diablo, para vigilar a la pareja de enamorados que, en cada arcoíris que se forma por la caída de agua y los rayos de sol, se funden en un beso.
La mayor parte del río Iguazú corre por Brasil. Pocos kilómetros antes de llegar a la Garganta del Diablo el cauce entra y se expande por territorio argentino. Así, tres cuartas partes de las cataratas se encuentran en la parte de Argentina.
De ese modo varios son los senderos turísticos que por medio de pasarelas recorren las seis mil personas que, en promedio, visitan diariamente las cataratas del lado argentino. Un camino serpenteante por encima del río Iguazú y entre la selva llega hasta un balcón sobre la boca de La Garganta del Diablo. Otro bojeo, conocido como “circuito inferior”, bordea las montañas y recorre varios de los saltos de agua, como el San Martín. Otro, el circuito superior, desanda también por pasarelas, desde puntos muy altos, donde irrumpen las cascadas. Una manera aventurera de disfrutar y estar más cerca del fenómeno hasta irremediablemente empaparse es navegar en un bote, río arriba, hasta llegar muy cerca de donde caen los torrentes de agua.
Desde tierras brasileñas son menos los senderos, sin embargo, en ellas se encuentra la mejor vista panorámica de las Cataratas.
En una analogía futbolística, los guías del parque argentino suelen soltar el chiste de que, desde Brasil, se ven espectaculares las cataratas, como si estuvieras en una cancha de fútbol sentado en una platea privilegiada viendo el clásico sudamericano entre Brasil y Argentina. Pero que, desde el lado argentino de la Cataratas, estás dentro del campo de juego y te sientes Neymar y Messi.