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Che y Camilo, una amistad extraordinaria

El Señor de la Vanguardia siempre estuvo consciente de la visión estratégica del Guerrillero Heroico y lo respetaba enormemente.

Relatos disimiles acerca de los últimos preparativos de los revolucionarios cubanos en México para la proyectada expedición del Granma en octubre de 1956 hablan de la siempre destacada actitud del Che, como dieron en llamar al sagaz argentino incorporado a la empresa libertaria de Cuba liderada por Fidel Castro, en cuanto a asumir cada tarea asignada con la mayor diligencia.  

Desde los primeros momentos fueron rasgos distintivos de aquel hombre una preparación profesional y político-conceptual superior a la de la mayoría de sus compañeros, pues era médico, había ejercido su profesión en un leprosorio peruano en el corazón de América del Sur y realizado estudios de Marxismo, una teoría política que la generalidad de sus camaradas de epopeya, excepto Fidel y Raúl Castro, apenas percibían.   

Siempre útil como médico y como revolucionario latinoamericano, firme en sus convicciones, el argentino destacaba además por la profundidad de su pensamiento, más pulido a partir de sus experiencias en la Guatemala de Jacobo Árbenz, derrocada en 1954 mediante un golpe orquestado por la CIA, y los años de supervivencia en las calles de Ciudad de México, donde ejerció como médico, fotógrafo aficionado, artesano y vendedor callejero.

Una amistad profunda surgiría entre aquel hombre nacido en Rosario, Argentina, el 14 de junio de 1928, y Camilo Cienfuegos, un habanero de Lawton, último en incorporarse a los futuros expedicionarios del yate Granma, venido al mundo el 6 de febrero de 1932, al parecer destinados ambos por las circunstancias a encontrarse e influir marcadamente en la historia de Cuba.  

Se ha dicho que no existen evidencias de la relación de Che y Camilo en los tiempos en que el segundo fue enviado al campamento de Abasolo, Tamaulipas, a recibir de forma intensiva los últimos y necesarios entrenamientos antes de la partida hacia Cuba del pequeño yate Granma con los 82 expedicionarios a bordo. Se afirma que durante la azarosa travesía de Tuxpan a tierra cubana, a donde arribaron el 2 de diciembre de 1956, apenas si se habrían cruzado unas pocas palabras entre ellos.

Lo mismo ocurrió en los tres días comprendidos entre el desembarco —naufragio casi— y el desastre de Alegría de Pío, donde fueron sorprendidos por el ejército batistiano, por lo que el contingente se dispersó en grupos pequeños y combatientes solitarios que partieron en distintas direcciones; a muchos les esperaron la tortura y la muerte.

Pero lo cierto es que Che y Camilo llegaron prácticamente juntos el 18 de diciembre del citado año a la casa de Mongo Pérez en Purial de Vicana, y que, en lo adelante, su relación no haría más que crecer y profundizarse cuando cada uno fue descubriendo en el otro cualidades dignas del mayor elogio.

De los días iníciales de la guerrilla, bajo la amenaza continua del peligro, el Che refiere una anécdota que pone en evidencia la debilidad gastronómica del futuro Señor de la Vanguardia. Escribió el argentino: “Camilo tenía hambre y quería comer; tuvimos fuertes broncas con Camilo porque quería constantemente meterse en los bohíos para pedir algo y dos veces por seguir los consejos del “bando comelón” estuvimos a punto de caer en las manos de un ejército que había asesinado allí a decenas de nuestros compañeros.

“Al noveno día la parte ‘glotona’ triunfó: fuimos a un bohío, comimos y nos enfermamos todos, pero entre los más enfermos, naturalmente, estaba Camilo, que había engullido como un león un cabrito entero”.

Pero este tipo de situaciones dejó pronto el camino expedito a otras que ya venían gestándose, como cuando, a raíz de la dispersión de Alegría de Pío, el Che sorprendió con sus compañeros a tres expedicionarios dormidos y exhaustos y los tomó prisioneros con el consiguiente y aleccionador responso. Entre ellos estaba Camilo, quien no olvidó el incidente, y tiempo después, cuando esperaban para enfrentar una tropa del coronel Ángel Sánchez Mosquera, detectaron un grupo de supuestos enemigos en una elevación cercana y arremetieron a tiros contra ellos.

Poco minutos más tarde el jefe “enemigo” se rendía enarbolando un pañuelo blanco. Era el Che, que se había percatado del peligroso choque casual entre dos grupos de la misma guerrilla. Zanjado el incidente, habían quedado en paz. Pero el Che no estaría nunca a cubierto de las bromas de Camilo que él llamaba jocosamente camiladas, y que, pese a su carácter seco y reservado, le divertían.

Si algún valor tuvieron aquellos encuentros y desencuentros fue que propiciaron el acercamiento progresivo entre esos dos caracteres distintos, y que, gracias en primer lugar al Che, el Camilo un tanto disperso e indisciplinado de los primeros momentos fue dando paso al guerrillero responsable y disciplinado que resultaría después.

El Che describe como inicio de ese proceso la conversación que tuvieron un día de intensa hambre en que él había perdido su ración de alimentos y Camilo, con total solidaridad y desprendimiento compartió con él su única lata de leche mientras platicaban de sus familias respectivas y de comida.

“Hasta ese momento, no éramos particularmente amigos; el carácter era muy diferente. Desde el primer momento salimos juntos. Desde el Granma, desde la derrota de Alegría de Pío estábamos juntos, sin embargo, éramos dos caracteres muy diferentes. Y fue meses después que llegamos a intimar, extraordinariamente”, confesó el argentino años más tarde.

Cuando sobreviene el ascenso del Che a Comandante y su consiguiente nombramiento por Fidel al frente de la recién creada Columna No. 4 del Ejército Rebelde, ya Che y Camilo son amigos y el habanero bromista y guasón deviene cada vez más un alumno ejemplar de aquel americano meridional, al que toma como ejemplo por sus cualidades como hombre y como guerrillero.

Camilo quizá aprecia como pocos que el Che, un latinoamericano nacido bajo otros cielos, hubiese decidido arriesgar su vida con total desinterés en el empeño de la libertad de Cuba. A su vez, le cupo al Che el haber descubierto en Camilo las cualidades del combatiente portentoso que llegaría ser en la última etapa guerrillera de la Revolución cubana.

Camilo nunca olvidaría que fue el Che quien le recomendó a Fidel para liderar su histórica incursión a los Llanos del Cauto, donde sentó cátedra de estratega cumpliendo con creces las instrucciones recibidas de llevar la organización y las leyes revolucionarias al territorio crucial en torno a la ciudad de Bayamo. Fue una labor magistral que solo interrumpió cuando fue llamado con urgencia a la Sierra Maestra para enfrentar la ofensiva general del ejército de la dictadura contra la Comandancia General del Ejército Rebelde en esa cordillera.

Derrotada la llamada Ofensiva de Verano, Fidel decide aprovechar ese triunfo extraordinario y su repercusión en todos los frentes para reeditar la gran hazaña de la Invasión a Occidente que Máximo Gómez y Antonio Maceo realizaron en diciembre de 1895 frente al enemigo colonialista. Para ejecutar ese plan estratégico, el Comandante en Jefe elige al Che y a Camilo. A fines de agosto de 1958 las columnas invasoras se ponen en marcha.

Ya Che y Camilo no son solo compañeros de lucha, comandantes y responsables de un golpe a fondo contra la tiranía batistiana; son también amigos en el pleno sentido de la palabra. El Che sigue siendo recto y austero, profundo y agudo, y Camilo guasón y bromista, cuyas chanzas tocan a todo el mundo, sin excluir al argentino, pero ya con un sentido de la responsabilidad ejemplar.

Así, un día durante las primeras jornadas de marcha la Columna No. 2 Antonio Maceo, que Camilo comandaba, llega casi de noche aún al campamento de la Columna No. 8 Ciro Redondo, cerca del río Salado, y derriba al Che de su hamaca, embistiéndolo con su caballo. Según relató luego Walfrido Pérez, “desde el suelo, enredado aún en su frazada, el Che reía como un niño”.

“Ya la pagarás, ya la pagarás…”, le dijo. Y Camilo, muerto de risa también, le preguntó: “¿No te da pena estar durmiendo a estas horas?”. Pero, más allá de la anécdota, lo cierto es que los dos se preocupaban al máximo por la suerte del otro y de sus hombres y que trataban de coordinar sus acciones para facilitar el éxito de la misión común, de cuya importancia estaban plenamente imbuidos.

La empresa de la Invasión a Occidente, llevada a cabo con todo éxito como la que le sirvió de modelo, fue ejemplo de audacia, patriotismo y valentía de los combatientes revolucionarios que materializaron tal hazaña.

El Señor de la Vanguardia siempre estuvo consciente de la visión estratégica del Guerrillero Heroico y lo respetaba enormemente. Visto en la perspectiva histórica, la interacción del Che en el centro-sur de la isla con Camilo, que bregaba al nordeste de Las Villas, resultó un modelo de cooperación ejemplar entre los dos comandantes y sus tropas en la consecución del plan maestro de controlar el territorio y cortar a la isla en dos para no dejar pasar por tierra refuerzos militares a la porción oriental del país, donde Fidel y Raúl se disponían a lanzar la ofensiva final contra el régimen.  

La preocupación del Che por su subordinado y amigo se puso de manifiesto una vez más durante la Batalla de Yaguajay, cuando lo visitó tres veces para darle orientaciones y ayudarlo en su enfrentamiento contra un numeroso contingente enemigo sitiado en el recinto militar, y Camilo no se cansó nunca de agradecérselo. 

A raíz del Primero de Enero de 1959 fueron el Che y Camilo los primeros comandantes de la Sierra en entrar con sus columnas invasoras en La Habana para ocupar Columbia y la Fortaleza de la Cabaña, respectivamente, con lo cual ponían fin al intento de un grupo de conjurados con la embajada yanqui, en su afán por impedir el ascenso al poder de la Revolución cubana.  

Tras el triunfo glorioso, la vorágine de los sucesos que se precipitaban no impidió que aquella amistad sólida como el granito continuara estrechándose. Camilo admiraba en grado sumo la diligencia extraordinaria del argentino-cubano en los distintos cargos que le tocó ocupar, un período agitadísimo en que se hizo notoria la perenne luz encendida en su oficina, y no cejó en emularlo desde sus responsabilidades en la jefatura del Ejército Rebelde.

Camilo siempre admiró profundamente al Che por sus amplios conocimientos y su profundidad de análisis, y si bien existen de ello pocos testimonios escritos, lo cierto es que expuso esas ideas en cada oportunidad en que fue preguntado sobre el tema.

La última vez que Che y Camilo comparecieron juntos, fue el 26 de octubre de 1959, en el gran acto de masas realizado junto al antiguo Palacio Presidencial a pocos días del ataque aéreo a La Habana por parte del traidor Pedro Luis Díaz Lanz, que causó muertos y heridos, ocasión en que ambos comandantes pronunciaron discursos y Camilo recitó los emotivos versos de Bonifacio Byrne. Apenas 48 horas después se perdería para siempre en el mar.  

Su temprana partida le impidió conocer cuánto lo admiraba el Che, quien le dedicó el prólogo de su libro Guerra de Guerrillas y nombró Camilo a su primer hijo. El Señor de la Vanguardia tampoco pudo imaginar la dimensión extraordinaria que alcanzaría el Che como paradigma de la lucha por la liberación americana, cuyo asesinato el 9 de octubre de 1967 en una escuelita de la aldehuela boliviana de La Higuera lo llevaría también a la inmortalidad con el título de Guerrillero Heroico.  

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