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Alt-Right: Nuevos odios, viejo racismo

El movimiento racista y antisemita alt-right (derecha alternativa) da la bienvenida al nuevo presidente: “Hail Trump! Hail our people! Hail victory”, dijo su líder en un acto en Whasington el pasado sábado. Foto: The Atlantic

Para los observadores habituales de la política estadounidense el asalto al Capitolio el 6 de enero no fue una total sorpresa, luego de cuatro años de un presidente que oxigenó a los grupos de odio y no reconoció los resultados de las elecciones. ¿Cómo llegaron a ese extremo? ¿Cómo ha logrado Donald Trump mantener el respaldo incondicional de decenas de millones de personas? ¿Por qué sigue vivo el Trumpismo y por qué es peligroso para el mundo?

Nos estaremos haciendo esas preguntas durante mucho tiempo. Las respuestas no son simples y no se agotan en un artículo. Hay que prestar atención a una variedad de fenómenos de larga duración en la sociedad estadounidense, entre los cuales destaca el conflicto racial. Esa corriente conflictiva de base ha producido organizaciones y movimientos diversos a lo largo de la historia, como por ejemplo el Ku Klux Klan. Entre sus expresiones más recientes se encuentra un movimiento de base de derecha que se conecta con el Trumpismo: la Derecha Alternativa, conocida como Alt-Right.

El término es vago y abierto a múltiples interpretaciones, pero en lo fundamental se trata de un conjunto de ideologías, grupos e individuos de extrema derecha cuya creencia fundamental es que la “identidad blanca” está siendo atacada por fuerzas multiculturales que utilizan la “corrección política” y la “justicia social” para socavar a los blancos y “su” civilización. Así lo define el Southern Poverty Law Center (SPLC, por sus siglas en inglés), institución dedicada al seguimiento de las agrupaciones extremistas en Estados Unidos. También los caracteriza el antisemitismo, el antifeminismo y la misoginia.

Derecha Alternativa es un término acuñado en 2008 por Richard Spencer, para describir un conjunto de ideas de extrema derecha centradas en la “identidad blanca” y la preservación de la “civilización occidental”. Spencer, abiertamente neonazi y uno de los rostros más visibles dentro del movimiento, dirige el Instituto de Política Nacional, un tanque pensante que también actúa como lobby para difundir las ideas del supremacismo blanco.

A diferencia por ejemplo de lo que fue el Tea Party en su momento, la Alt-Right no tiene una plataforma política estructurada. La denominación funciona como una especie de sombrilla donde entran varios grupos de odio y figuras públicas. No se trata de un bloque monolítico y sus aspiraciones son diversas: desde quienes quieren cerrar todo tipo de entrada a inmigrantes en Estados Unidos, hasta los que aspiran a crear un “etnoestado blanco” para los “europeos raciales”. Y no pensemos que por sonar disparatadas sus ideas no tienen seguidores. Una encuesta del SPLC reveló que el 29 por ciento de los estadounidenses conocen personalmente a alguien que cree que los blancos son la “raza superior”.

El discurso antiinmigrante, racista, xenófobo, misógino de Donald Trump durante su campaña electoral fue música para los oídos de la Alt-Right, que en ese contexto comenzó a ganar mayor atención dentro de la política nacional. “Hail Trump!”, con ese grito neonazi celebraron muchos la victoria en noviembre de 2016. Las imágenes se pueden ver en un escalofriante documental de The Atlantic del año 2020 titulado “White Noise”, conocido en español como “El nuevo supremacismo blanco”.

La coincidencia con el ex presidente no se dio solo a nivel de discursos sino que encontramos conexiones con figuras específicas del movimiento. El ejemplo más evidente es Steve Bannon, quien fue su jefe de campaña y asesor en la Casa Blanca. Bannon se jactó de convertir a Breitbart News en “la plataforma para la Derecha Alternativa”.  De acuerdo con datos compilados por Thomas J. Main en el libro The Rise of the Alt-Right, el promedio mensual para Breitbart fue de 64 millones de visitas y 10,3 millones de visitantes únicos entre septiembre de 2016 y febrero de 2018, con lo cual superó a todas las demás revistas web de cualquier orientación ideológica.

La Alt-Right se caracteriza también por un uso intensivo de las redes sociales digitales y de los memes para difundir sus ideas y ganar seguidores, sobre todo entre los jóvenes. Si conectamos eso con la epidemia de noticias falsas y el reciente escándalo en torno a Facebook, tenemos un escenario donde los discursos de odio pululan en la red sin que haya un control efectivo sobre ellos. Según Frances Haugen, ex empleada de la compañía, el algoritmo privilegia los mensajes que incitan al odio porque logran mayor número de reacciones entre los usuario y eso garantiza mayor permanencia en el sitio.

Pero la Alt-Right no solo está en Internet sino en la calle. Animados por la victoria de Trump, en agosto de 2017 organizaron una manifestación en Charlottesville, Virginia, que culminó con una persona fallecida y 19 heridas. El presidente dijo entonces que había sido “culpa de ambas partes”, con lo cual legitimó a los supremacistas blancos, al equipararlos con aquellos que se les oponían. Ese fue un punto de inflexión para el movimiento.

De acuerdo con el SPLC, aunque las protestas callejeras de esos grupos tendieron a disminuir sus ataques se volvieron más mortíferos en la era Trump. Entre 2014 y 2018, hombres influenciados por la Alt-Right asesinaron a 81 personas en Estados Unidos y Canadá. En 2019, después de que un supremacista blanco fuera acusado de matar a 51 personas en un ataque contra musulmanes de Nueva Zelanda, un hombre en California intentó imitarlo. Su rifle aparentemente se atascó y no logró todo lo que se propuso, pero una persona murió y otras tres resultaron heridas.

Luego, en agosto, un hombre entró en un Walmart de El Paso y mató a 22 personas. Un manifiesto en línea vinculado a él afirmaba que una “invasión hispana” amenazaba a Texas. Estados Unidos, que tanto terrorismo ha practicado y promovido en el mundo, lo ha sufrido también y no únicamente el 11 de septiembre de 2001; la gran mayoría de las acciones terroristas en suelo estadounidense las han ejecutado supremacistas blancos.

Alexandra Stern, profesora de la Universidad de Michigan, comprende las amenazas que plantea la proliferación de grupos nacionalistas y supremacistas blancos en todo el país, pero está más preocupada por la propagación de sus ideas en la sociedad en general. A diferencia del siglo XX –dijo en un evento reciente– la expansión de Internet y las redes sociales proporcionan a esos grupos una multitud de canales nuevos para difundir sus mensajes. La regulación de todo el espacio digital es absolutamente fundamental.

La Alt-Right volvió a ser noticia en septiembre pasado luego de que una investigación de la agencia Associated Press demostró cómo supremacistas blancos y grupos de odio han recaudado cantidades significativas de dinero a través de criptomonedas; así evitan la supervisión de bancos y tribunales. Andrew Anglin, fundador y editor del sitio web neonazi Daily Stormer y uno de los rostros visibles de la Alt-Right, ha recurrido a una red mundial de partidarios para recibir al menos 112 Bitcoin desde enero de 2017, hoy por valor de 4.8 millones de dólares, según los datos de AP. El propio Spencer calificó al Bitcoin como la “moneda de la Derecha Alternativa”.

El movimiento no opera únicamente a nivel nacional o virtual sino que se conecta con la política local. El estado de Florida, por ejemplo, tiene el segundo número más alto de grupos de odio activos conocidos en el país, con 68, según un reporte anual del SPLC. Eso es solo cuatro menos que California, que tiene casi el doble de población. De ellos, 47 son grupos de supremacía blanca. Ron DeSantis, gobernador de Florida desde 2019 y antes representante en el Congreso entre 2013 y 2018, ha participado en conferencias organizadas por grupos de la Alt-Right. Otro conocido, Mario Díaz-Balart, fue objeto de escándalo en 2018 cuando tuiteó una foto junto a un miembro de los Proud Boys, uno de los grupos de odio que se ubican dentro de la sombrilla de la Derecha Alternativa.

Establecidos oficialmente desde 2016, los Proud Boys se describen a sí mismos como “chovinistas occidentales” y rechazan cualquier tipo de corrección política. Son conocidos por su retórica antimusulmana y misógina y también por sus acciones armadas violentas. Algunos de sus miembros están enfrentando cargos penales por su participación en el asalto al Capitolio el 6 de enero. Su líder, el cubanoamericano Enrique Tarrio, se encuentra ahora mismo también en prisión.

El aumento de los grupos de Derecha Alternativa en Estados Unidos responde a una multiplicidad de factores: la elección del primer presidente negro, la crisis económica, la polarización creciente alimentada tanto por la desigualdad como por los efectos de las redes sociales, Donald Trump en la Casa Blanca. Millones de personas descontentas, que vuelcan su enojo sobre negros, mujeres, inmigrantes y otras minorías, porque no entienden que el problema de fondo es un sistema diseñado de tal forma que aumenta los niveles de desigualdad.

Todo lo anterior unido al racismo profundo como problema no resuelto en la sociedad estadounidense. Y el término lo aplican no solo para personas de piel negra sino para todos aquellos que consideren “no blancos”, incluidos latinos, asiáticos y hasta europeos de algunas regiones. Y no hablo únicamente de la discriminación cotidiana por el color de la piel –algo que no es exclusivo de Estados Unidos–, sino de un país donde incluso después de la abolición de la esclavitud hubo cien años de discriminación institucional legitimada en las leyes de algunos estados sureños. Para entender por qué es un problema no resuelto hay que revisar la historia e intentar responder preguntas tan complejas como: ¿Qué son los Estados Unidos? o ¿Cuál es su identidad nacional? Sobre esos temas volveré en un próximo comentario en este espacio porque lo que allá sucede, aunque sean temas internos, de alguna manera tiene ramificaciones que afectan al resto del mundo.

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