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Manuel García Verdecia: De las armonías que están en el alma y la materia

Se llama igual que el Rey de los campos de Cuba, el polémico bandido que muriera con grados de oficial del Ejército Libertador. Pero es un hombre honrado, ganado por la paz, dado a la meditación y a la escritura. Dedicó treintainueve años a la docencia, tiene una cuidada formación en literatura y lengua inglesas.

Manuel García Verdecia (Holguín, 1953) es poeta, narrador, traductor y animador cultural. Ha impartido cursos y seminarios sobre cultura cubana en universidades de México, Canadá y República Checa. Es, además, abuelo dedicado y excelente amigo.

A él se deben, entre otros libros, La consagración de los contextos (ensayo, 1986), Incertidumbre de la lluvia (poesía, 1993), Travesías (cuentos, 2004), El día de La Cruz (novela, 2008), Antífona de las islas (poesía, 2014) y Del tránsito de las almas (poesía, 2019).

Ha vertido al español textos de Walt Whitman, Khalil Gibram, Virginia Woolf, Alice Walker, Saint John Perse y Anne Sexton, por sólo citar, entre tantos, algunos autores de relieve.  

¿Cuándo, cómo, dónde tuviste la primera visitación de la poesía?

Las cosas del espíritu no creo que tengan una data precisa. Me parece que más bien se dan por un acrecentamiento que un día florece. Siempre tuve una nostalgia de lo intangible. Así que tal vez todo empieza en el niño que jugaba solo en un patio pensándose Robinson Crusoe y creía ver en aquellos matorrales, y aquel riachuelo, las selvas de Malasia y el océano Pacífico. O en el casi adolescente que dormía en casa de la abuela y le parecía vislumbrar en las tinieblas no sé qué criaturas inexplicables. Después fueron las muchachas y el deseo de comunicarles mi fascinación ante su hermosura esquiva. Así fui penetrando en el ámbito de lo que solo se descubre con la participación de todo tu ser, tu mente y tu alma. Hasta que un día esto dio el salto hacia el vacío de la página en blanco y creó, con las palabras de todos los días, algo que no era lo que decía todos los días y de lo que yo mismo no estaba muy seguro. Luego supe que era un poema.

Algunas de las lecturas iniciáticas conservan hoy idéntica fascinación en ti.

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Sí, pienso que lo atrayente de la literatura genuina es que desde que la descubrimos nos acompaña e, inexplicablemente, va creciendo con nosotros y diciéndonos nuevas cosas que antes no entendíamos. Mis primeros autores fueron los de la aventura y la imaginación, las grandes epopeyas, donde uno toma conciencia del bien, el mal, la vida, la muerte, la justicia, el deber, el valor, la solidaridad…, aspectos que solo se visibilizan por determinados signos, o sea, poesía en germen. Ahí están los mitos y leyendas que leía en el Tesoro de la Juventud, Las mil y una noches, Los cuentos del Conde Lucanor, los cuentos de Andersen, de los hermanos Grimm, Los tres mosqueteros, Sandokan, Veinte mil leguas de viaje submarino, La Isla del Tesoro, Robinson Crusoe, Huckleberry Finn, La Edad de Oro… Y aquí me detengo, pues este último título ha sido mi compañero más persistente y el que más me imbuyó la idea de la bondad, la justicia, el amor, la verdad y la belleza, todos elementos consustanciales de la poesía, que es la esencia perpetua de lo humano.

¿Quién fue el primer poeta que conociste en persona? ¿Influyó en ti de algún modo?

Joven de una provincia, en un momento donde todavía los poetas eran mirados como una suerte de marcianos que no cabían en la tierra, pues lógicamente a los primeros que conocí fueron quienes compartían este sino de incertidumbre y mala fama, los poetas de la ciudad. Ahí estaban Carlos Jesús García, Alejandro Fonseca, Gilberto Seik, Alejandro Querejeta y otros. Por supuesto, influyeron en mí; me ayudaron a asumir una disposición ante lo poético y a deslindar el lenguaje de la poesía del de la cháchara cotidiana. Me acercaba a ellos con temor, más para oírlos que para que me oyeran, pues habían leído y escrito más que yo, y ya sus nombres sonaban en los sitios de culto. Además, en esos tiempos empezaron a venir a Holguín autores que estaban en aquel momento fuera de la circulación nacional, por tropezones coyunturales, y fue así que nos dimos de bruces con Poetas, con mayúsculas: Cintio, Fina, Eliseo y, sobre todo, dos que hicieron mucho por los escritores holguineros: Pablo Armando Fernández y Cesar López. Ellos marcaron profundamente a nuestra generación, por su convocatoria a que ejerciéramos una disciplina, que nos forjáramos una conciencia de que en realidad ser poetas era lo que queríamos ser y en descubrirnos voces esenciales de la poesía mundial.

De izquierda a derecha, Mnuel García Verdecia, Juan Carlos Rodríguez (España), Álvaro Salvador (España), Omar Lara (Chile) y Tomás Segovia (España-México). Festival Internacional de Poesía “Carlos Pellicer”. Villa Hermosa, México, 2006.

¿Cuándo, bajo qué circunstancias te asumiste como poeta?

Todavía hoy siento una suerte de aprensión en declararme poeta. La considero una palabra con un patrimonio tal de sabiduría y sensibilidad que la respeto mucho. Los primeros textos compartidos y el visto bueno de los compañeros, más que certeza, me infligieron un compromiso. Creo que el momento en que ya acepté este destino fue cuando tuve el Premio de la Ciudad en poesía con mi cuaderno Incertidumbre de la lluvia, en 1993. La letra impresa no solo nos desnuda ante el mundo, haciéndonos ganar decoro y responsabilidad, sino que alza una espada de fuego que indica un camino de no retorno. En todo caso hago mías las palabras de Emerson, soy un poeta menor: “Aun así soy poeta en el sentido de un perceptor y caro amante de las armonías que están en el alma y la materia, y especialmente de las correspondencias entre estas y aquellas.” Cada día me lo recuerdo y trato de ser consecuente con esto.

El poeta cubano Manuel García Verdecia. Foto: Periódico “Ahora”.

¿Cuáles fueron las influencias literarias más notables que recibiste durante el proceso de formación como escritor?

La angustia de las influencias, como diría Harold Bloom, es un asunto arduo. En ocasiones alguien te influye de los más insospechados modos, a través de frases repetidas anónimamente, apropiaciones hechas por otros autores, citas, conversaciones… Uno mismo no sabe bien determinar esas influencias, pues muchas veces inserto en el descubrimiento de mundos y modos concomitantes, pierde de vista que se está contaminando. En mi caso, ante todo, Martí, su poesía musical, de lo raro nunca enrarecido por la forma, sino expuesto por la nitidez de la inteligencia, me ganó temprano. Luego mi formación en lengua y literatura inglesas me nutrió con la riquísima variedad del verso en esa lengua, desde Shakespeare —para mí fundamental en descifrar el alma humana—, sumando voces como Donne, Keats, Whitman, Yeats… Creo que, por su mirada indagadora, su percepción metafísica y su elegancia metafórica, le debo mucho a dos poetas excepcionales a los que he estudiado con fruición: Octavio Paz y T. S. Eliot.

La poesía cubana, para mí el género más aportador a la cultura universal de cuantos se ejercen en el país, tiene una rica tradición. ¿Cómo asumes ese venero? ¿Cuáles son tus filiaciones estéticas?

Soy cubano y uno debe descubrir su ser íntimo antes de adentrarse en lo ajeno. La poesía cubana me ha ayudado a eso, a descubrir nuestro paisaje humano, espiritual y simbólico. A veces se estudia un país siguiendo la historia escrita a partir de hechos que marcan un derrotero por donde hemos atravesado para venir a mostrar algo conseguido como actos y objetos. Pero hay otra historia, una de lo íntimo, lo sensible, lo sutil que se prolonga y nos sostiene en el tiempo, y es la que conforman los poemas que fueron surgiendo de las distintas vicisitudes humanas por las que transitamos. Creo que ahí está la trascendencia de ese venero, como lo llamas. No puedo ser más que un sujeto que armoniza y dialoga con esa tradición que me moldea. Mi filiación es múltiple. Como nos aconsejaba Pablo Armando, cada poeta tiene que constituir su genealogía poética (el poeta sí escoge su estirpe), pero solo la que ya está en su yo, pues de otro modo deja de ser auténtico, algo imperdonable en este ámbito. Pero si fuera a elegir un momento particular, diría que Orígenes. Su concepto de familia creativa, su oposición a lo vulgar, su intención renacentista, su creencia en una fuerza ordenadora superior (el Dios cristiano) con la que concordaban, su rechazo a la politiquería que esclaviza, así como al obsceno materialismo en las relaciones humanas, me resultan energías orientadoras de lo que ansío expresar.

¿Es cierto que lo único que es casi mejor que el ejercicio de la poesía es la amistad entre los poetas?

La amistad es parte de la sustancia poética. Es la empatía y la conexión de almas que comparten concordancia con la vida. Soy un defensor y practicante vehemente de la amistad. Es nuestra extensión en el otro, nuestra posibilidad de ampliar los limites del yo. Los amigos cuidan, depuran y consolidan lo mejor de uno. Entonces, si son poetas, la ganancia es doble, pues tienen una zona de vivencia y empeños comunes. Es un espejo que no te miente. Siempre te devuelve tu verdadero rostro. Y a él te acercas todo el tiempo para reafirmarte o rehabilitarte.

¿Es necesaria la poesía? ¿Tiene alguna utilidad práctica?

Depende lo que se entiende por “práctico”. Si se refiere a que ella resuelva algo material e inmediato, tal vez no se vea tan necesaria. Su utilidad práctica, creo (no afirmo, solo tanteo, piso terrenos donde la cautela es la mejor consejera), radica en su comprobada capacidad para enriquecer nuestra percepción e interacción con algo tan complejo, dinámico y escurridizo como la existencia. Pienso que quien ve más allá de lo formal y epidérmico está en mejores condiciones para entender, ser y hacer en la vida con gusto y dedicación. La poesía, a través de la sensibilidad y la emoción, afina nuestros sentidos, nos incorpora saberes que no siempre se obtienen por otras vías, y nos pone en sintonía con lo esencial y trascedente, de modo que su cosecha es siempre provechosa y perdurable. Puede ser que el tocado por ella, al ver más, también sufra más, pero al menos sabrá darle un sentido al sufrimiento, trasformándolo en una experiencia redentora. Quienes cultivan la poesía, leyéndola o escribiéndola, están más aptos para realizar una vida más plena, despojada de engaño, fatuidad y estupidez, tal y como entra el cuerpo al acto misterioso del amor.

En tiempo tan convulso como este, en el que se tensan las relaciones interpersonales y las pérdidas de vidas van en aumento cada día, ¿la poesía tiene alguna misión?

No pienso que sea una misión, pues este sustantivo implica una acción ordenada por alguien. La poesía actúa de motu proprio, es, por naturaleza, una energía positiva y vivífica. Por eso pasan las eras, las generaciones humanas, las grandes catástrofes, desastres y derrotas y ella indefectiblemente cada día muestra su rostro, renacido, confortante y luminoso como el astro rey. Adorno se preguntaba si se podría escribir poesía después de Auschwitz. La respuesta es rotunda y fulgura en las bibliotecas. Hoy y siempre la poesía tendrá una función cardinal: afirmar la vida por encima de las vicisitudes, desgracias y flaquezas humanas, alertándonos de las inexpugnables ventajas del bien, la verdad y la belleza.

Las nuevas tecnologías, con su celeridad y su capacidad de acortar distancias virtuales, ¿atentan contra el desarrollo de la poesía? ¿Es posible que el género deje de practicarse?

La tecnología viene a ser un sistema de atajos que descubre el hombre para hacer sus tareas más expeditas y menos farragosas. Pero no creo que el contenido de esas tareas cambie, pues el ser humano sigue siendo un ser finito pero urgido de experiencias infinitas. Por eso, la poesía lo seguirá incitando y ocupando. Ya no se escriben poemas del modo en que se hicieron los que aparecieron en las estelas funerarias de Egipto, ni en las tablillas de Mesopotamia o en los códices mayas y aztecas, pero se escribe. Tal vez tendremos poemas armados en la nube virtual, con el lenguaje pronto, sinóptico, eléctrico de las redes, pero seguirán urdiendo en lo ignoto y necesario para la existencia. El modo varía, pero la esencia humana que anima el acto creador permanece.

Alguien dijo que la poesía es aquello que incluso puede aparecer en un poema. ¿Es un género literario? ¿Es un estado del espíritu?

Me acojo a lo que aprendí con Octavio Paz: distinguir entre poesía y poema. La poesía es una experiencia humana. Es lo extraordinario que subyace bajo el acontecer rutinario. Todos alguna vez nos hemos hallado en una circunstancia donde nos sentimos sobrecogidos por algo que no logramos expresar. Es el encuentro con la poesía, la vida que muestra uno de sus tantos matices de realización insólita. Lo que no todos intentamos o podemos hacer es dar el gran paso de buscar cómo expresar con palabras lo que no se expresa por ellas.

Por eso, aquella “puede aparecer en un poema”, aunque muchas veces se manifieste por otros modos, actos, posturas, perspectivas, obsesiones, empeños. El resultado de esa búsqueda es el poema. La manifestación verbal que trata de dar testimonio de la experiencia poética para que esta pueda compartirse y preservarse en la memoria. El poema, en tanto creación mediante la palabra, es un género literario, la poesía no. Definitivamente, creo que es un estado de atención y participación vital del espíritu.

Parece que el desarrollo de la poesía no ha marchado parejo al desarrollo de los lectores. Hay un desfase entre las complejidades del discurso más contemporáneo y los gustos de un lector que no termina de salir del neo-romanticismo. ¿Es así?

Es como todo en la vida. Si nos fijamos atentamente, ¿cuántas personas de las que nos rodean son seres curiosos, apercibidos del mundo en torno, interesados en participar en la forja y consecución de un destino? Un mínimo. La multitud vive por imitación e inercia de lo que fluye en la práctica general. Quizás sea esta la razón por la que cambian los tiempos, pero se repiten los traspiés y déficits de realización humana. Así también son minoría los que se asoman a las aguas reveladoras de la poesía. Solo lo hacen los que desean saber, los que quieren vivir con propósito y sentido, no solo durar o pasar. Entonces el proceso de ponerse al día con lo que se escribe siempre anda retardado. Las mayorías tienen que ir digiriendo lentamente, de a poco, lo que ha sido para llegar con el tiempo a entender lo que ahora es. Aquí todo influye: familias donde casi nadie lee, maestros que solo se guían por manuales ya desfasados, sin capacidad de discernimiento propio, meros recitadores de juicios “académicos”, críticos que tampoco tienen una sensibilidad despierta a lo novedoso. Entonces invariablemente lo que se escribe marcha muy por delante de lo que gusta en lectura. El creador es siempre un adelantado. Descubre eras que solo con el tiempo serán visitadas por sus semejantes. Y tal vez tenga que ser así, que haya quien abra caminos para que los demás no se extravíen. Quizás con el ejercicio y ampliación de la vida espiritual los plazos entre la revelación y su recepción se reduzcan y los lectores se hallen más en sincronía con los creadores.

Schopenhauer dice que la poesía surge de la angustia, otro poeta expresó que “la victoria casi nunca es artística”. ¿Cómo te sitúas ante estos asertos? ¿Será que la poesía se nutre exclusivamente del dolor?

Pienso que hay algo cierto, los que se sienten satisfechos, a gusto con su realidad, no se hallan compelidos a cuestionar o indagar nada. Simplemente asumen y consumen existencia. Entonces me parece que sí, que la poesía parte de una discrepancia entre lo que es y lo que queremos ser. Puede ser una angustia, una insatisfacción, una irrealización, un sueño… pero debe haber un estado de labilidad del ser que lo arroje a la indagación y el atrevimiento.

¿Te atreves a hacer un “top ten” de la poesía cubana?

Me es difícil. Aunque, como decía Lezama, solo lo difícil es estimulante, y por eso lo intentaré. Sin embargo, en los actos del espíritu, del alma, de lo que no se mide por relojes, balanzas ni cintas métricas, es muy peligroso hacer sumarios categóricos. Por otro lado, tengo más de sacerdote que de juez, prefiero entender antes que juzgar, pues quién soy para decir este sí y este no. Entonces lo que diga debe acogerse solo como una posibilidad aleatoria, nada concluyente. De modo que mencionaré una posible decena de poetas (ya muertos con excepción de una figura viva inobjetable, para no despertar celos) que podrían conformar un grupo emblemático. Incluiría a Heredia, Zenea, Martí, Lezama, Eliseo, Ballagas, Dulce María, Fina, Baquero y Hernandez Novás. Considero que en ellos estarían las primordiales sustancias y maneras del devenir poético en Cuba.

Eres asiduo de las redes sociales. Tus publicaciones casi siempre aluden a la necesidad de la ética, pero sobre todo de la virtud, como condiciones indispensables para una sana civilidad. ¿Van por ahí tus preocupaciones existenciales? El tan antiguo como discutido tema del papel del artista en la sociedad, ¿está aún vigente?

Definitivamente ando como el Quijote, tratando de restablecer la virtud en el mundo, y quizás termine como él. No creo que en tal sentido el papel del artista sea distinto al de un ciudadano común, por llamarlo de algún modo. Al artista solo lo diferencia el hecho de que los medios le dan una veloz amplitud a lo que hace y dice, mientras que no es así para el ciudadano no-artista. Si bien la interconectividad ha propiciado mayores probabilidades para que cualquiera exponga su opinión, todavía el peso del reconocimiento público que porta el artista aplasta el criterio del individuo común, incluso a pesar de que este pueda tener mayor acierto en lo que dice. Pero son las mismas exigencias socioculturales. Claro, esta alta factibilidad de emitir criterios entraña riesgos, pues muchos tienen el medio, pero no poseen la perspicacia, el conocimiento o la responsabilidad para hacer planteamientos productivos. De todos modos, es mejor que los asuntos se aireen públicamente a que se oculten. En la asiduidad estará la decantación. Así, en la dinámica pública, todos ganamos en información, perspectivas y oportunidades. Lo que sí resulta imprescindible es que el artista, el creador, por el peso que su actitud tiene en la sociedad, se asome a su entorno con ojos desprejuiciados y aporte, con conocimiento, responsabilidad y afecto, sus percepciones y juicios para cooperar en fortalecer el desenvolvimiento y la armonía social. Esto es lo que corresponde a cada ciudadano, participar con honradez y buena voluntad en el mejoramiento humano. Todos tenemos el deber y, quizás, el derecho de aportar al bienestar común, de ayudar a crear una ecología del bien. Sería provechoso hacer de la virtud un comportamiento cotidiano.

¿Cómo es ser un poeta hoy en Holguín?

Como en cualquier otra provincia de Cuba, tal vez con excepción de La Habana. En esta, por su centralidad de capital, además de la cercanía al mundo, que llega hasta sus calles y con el que pueden interactuar los escritores que viven allí, se da el caso de que, por naturaleza, el poeta de la capital es considerado un creador “nacional”, mientras a los otros nos endilgan a perpetuidad el título de “escritor de provincia”. Esto se visibiliza cuando un escritor de la capital presenta un libro y el hecho recibe una divulgación para todo el archipiélago, mientras que la de uno aquí no sobrepasa los límites, a veces no ya de la provincia, sino de la ciudad. Situación esa para nada imputable a los propios escritores, con quienes sostenemos los mejores vínculos. Por lo demás, los poetas arrostramos todos los rigores de un cubano corriente, pues no solemos tener consideraciones especiales ni mucho menos disfrutar de prebendas, a menos que seas un cantor de efemérides. Vivimos como podemos, haciendo la cola y contando centavos, publicamos cuando nos dan ocasión, leemos lo que conseguimos y, ahora con internet y las relaciones que llegamos a establecer, nos agenciamos azarosamente ediciones transoceánicas. Sin embargo, esto no cambia en mucho nuestra vida. Solo se es poeta por fatalidad, porque se siente ese llamado y uno lo sigue como tal. Tal vez lo mejor de ser poeta de provincia es que ello te libera de toda vanidad. Eres porque lo eres.

¿Qué es el provincianismo?  

El ensimismamiento ignorante, la infatuación acrítica y la pobreza de horizontes.

***

Tres poemas de Manuel García Verdecia:

Sábanas de la inocencia

cuando niño al llegar la oscuridad

también llegaba el miedo con sus perros

los ruidos los espacios y las sombras

me apretaban el alma en una angustia

entonces acudía presto a la sábana

me tapaba entero hasta la cabeza

y cuando me cubría yo creía que entraba

en un castillo de paredes de hierro

oculto allí el miedo a poco se esfumaba

y regresaba tembloroso el sueño

mucho ha llovido desde aquellos días

he visto y visto y ahora sé del fino

tejido de las sábanas y sé

de la dura hoja de que está hecho el mal

ahora me apena el inocente aquel

que ignora que el miedo no está en lo oscuro

sino en un sitio para el que no hay refugio

ay si yo recobrara la inocencia

me echaría encima una sábana enorme

y de allí no saldría jamás

***

Guijarro

Entre los dedos cogías guijarros de la playa La Galière,

y de pronto sentías por ellos una inmensa ternura

                                                         Adam Sagajewski

suave guijarro que sales a mi paso

¿quién fijó este encuentro?

¿cómo huesito estelar has salvado 

esa distancia que te trae a mis dedos?

te rozo y siento el latido del tiempo

¿por qué tú señalado a cubrir un sitio

en este ilimitado mosaico

saltas de tu lugar hasta mi mano?

no dejo de mirar tu gris diverso

mejilla que acaricio y acaricio interrogante

tu suave voz me hipnotiza

algo me quieres decir

algo que nos concierne a ambos

concierne al suelo donde me alzo

y las fuerzas que rigen mares y lunas

no lo comprendo del todo

pero presiento que es cardinal

conmigo vienes piedra de encrucijadas

y donde esté estarás

uñita del universo

para indicarme lo que aún no sé

pero ya busco

***

Arduo bregar del polvo

                                           pulvis eris…

pujar sortear obstáculos aprender a respirar 

quebrarse el espinazo un día y otro por el pan 

torturar los sentidos en constantes renuncias 

aprender el vuelo de las palabras  

palomas de aire y misterio 

bañarse   peinarse   vestirse   qué dirán 

cortarse las uñas y esforzarse en traerlas limpias  

aprender nombres que cuelgan de rostros 

como murciélagos dormidos

poner cuidado en el vocabulario y la dentadura  

saludar   ser cortés   dar la mano  

eso no quita lo valiente y oculta lo cobarde 

estudiar la aritmética   la gramática  

las especies botánicas zoológicas y por deferencia las humanas 

saber lo que se dijo y quien lo dijo

a veces sin saber por qué lo dijo 

levantar desde la angustia una casa 

calentarla   animarla   hacerla un hogar 

acumular papeles   sillas   relojes   candelabros 

regar las plantas cada mañana   pasarle la mano

al gato   darles de comer a los gorriones

construir una memoria   una colmena que se

llena de rostros   afectos   odios   cálculos 

minúsculas maniobras y manipulaciones 

cuidarse de la espina en el ojo ajeno y

peor del filo en la lengua cercana 

usar condón y renunciar al contacto

con el último coto de la suave eternidad 

rezar todas las noches para evitar el desvelo 

las pesadillas de andar por esas calles 

y por si es verdad que hay inmortalidad

pedir perdón por no ser héroes ni dioses sino el que somos

velar por nuestros hijos   buscarles de comer  

padecerlos   sufrirlos   esperarlos   sentirlos alejarse 

necesitar que alguien nos escuche   nos salude  

nos reconozca y sonría al pasar 

estirar cada día como el beso a la furtiva amante

porque pasa y no vuelve y hasta puede ser el último 

rabiar con la columna  la presión   el hígado 

todo eso y tanto y más  y de momento

un manotazo que no esperamos 

que no podemos esquivar  

que no sabemos quién lo da 

nos avienta para siempre en el polvo

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