El bloqueo norteamericano es el culpable de todos nuestros males, quién no lo sabe: No pasa un minuto sin que los medios de difusión nos lo recuerden, y no hay funcionario que no lo mencione, tanto al aludir a los incumplimientos en su esfera de actividad, que son los más, como al destacar los éxitos, que son los menos. El bloqueo es, pues, el pan nuestro de cada día…, y sobre todo su ausencia.
Al respecto, recuerdo que, hace algunos años, una diplomática africana me comunicó, orgullosa, que su país acababa de ser clasificado por la ONU como país de desarrollo medio; por tanto, no necesitado de su ayuda para subsistir. Treinta años antes, al proclamarse la independencia, muchos la consideraron inviable, por su pobreza, su pequeñez y su insularidad; algunos amigos aconsejaron procurar alguna forma de asociación con la propia potencia colonial o con otra nación africana.
Cual se pronosticaba, la independencia no significó progreso. La ayuda extranjera y las remesas de la población emigrada eran las principales y casi únicas fuentes de ingreso. El país recién nacido estaba clasificado por la ONU como de bajo desarrollo.
Tal era la herencia colonial recibida. En lugar de soluciones, el ciudadano recibía un recordatorio permanente de esa herencia en el discurso cotidiano de sus funcionarios: «La herencia colonial nos impide realizar esto», «esto otro nos sucede por culpa de la herencia colonial». Y no se encontraba modo de salir de la miseria heredada.
Un día todo comenzó a cambiar. No se trató de ningún milagro, sino de un cambio de actitud ante la herencia colonial, me aclaró la embajadora: El presidente de la república prohibió, tanto a los funcionarios del gobierno como a los medios de difusión, mencionarla al referirse a los problemas.
Se exigió hablar de las causas endógenas que impedían el progreso, no de las exógenas. Encontrar y denunciar debilidades y errores propios y procurarles enmienda. Desterrar las menciones a la herencia colonial y concentrarse en modificar conductas; buscar vías para salir adelante a partir de la mirada hacia dentro. Cambiar la mentalidad de víctimas. Ser proactivos.
Quienes violaron el precepto debieron despedirse de sus puestos.
Como resultado, lo antes dicho: En menos de treinta años, una república inviable convertida en un país de desarrollo medio que podía sobrevivir sin el sostén de la ONU.
¡En menos de treinta años! Un país pequeño, insular, pobre, recién salido de una dominación colonial de siglos.
Lo narrado no lo he inventado, sucedió. No menciono nombres, pero el país existe, y su embajadora en persona me lo contó, no fue un comentario oído al pasar.
Seguramente la prohibición de justificarlo todo con la herencia colonial no fue la única medida aplicada para salir de la pobreza, otras de tipo económico y político la acompañaron, pero no hay duda de que gracias a ella los funcionarios ineptos ya no encontraron a qué echarle mano para justificar su incompetencia, y de que influyó grandemente en el cambio de mentalidad necesario para que el país saliera del atraso en que se encontraba.
En Cuba, con muchas más condiciones de todo tipo para enfrentar nuestros problemas, no los resolvemos, los resolvemos a duras penas, o creamos nuevos. Pero no pasa minuto sin que oigamos que la principal causa de ellos es el bloqueo.
El bloqueo existe y no puede ser negado, está claro; pero es excesivo el peso que ocupa en la mentalidad de los dirigentes cubanos. Más que una realidad económica, se ha convertido en argumento para justificar la ineptitud de los funcionarios.
Si de veras se quiere sacar al país de la situación desastrosa que presenta su economía, es imprescindible eliminar la mentalidad justificativa de quienes la dirigen o ejecutan, denunciar los factores internos que impiden llevar adelante los cambios necesarios.
Si queremos progresar, es imprescindible que no haya una mención más al bloqueo en los medios ni en los informes y discursos de los funcionarios del gobierno. Es hora de detener el constante bombardeo de mensajes de condena al bloqueo que, a fuerza de repetidos, a nadie convencen.
En lugar de denunciar el bloqueo, denunciar la ineptitud, la negligencia y la corrupción donde quiera que se encuentren. Exponer a la luz pública cuanto impide al país avanzar, en lugar de desperdiciar tiempo y recursos en sembrar en el imaginario de los ciudadanos la idea de que, si el país no es una tacita de oro, la culpa la tiene el bloqueo.
Eliminemos la excusa, y después veremos si somos capaces o no de hacer progresar al país y de construir esa patria bonita para todos que las mentalidades burocráticas, ineptas y autocompasivas nos impiden construir.
Aprendamos del ejemplo de un pequeño país africano.
Exijamos a quienes corresponda: ¡Por una Cuba sin mencionar el bloqueo!