La Cumbre deja como fruto la Declaración de 44 acápites que llevó semanas de negociación, en tanto se recogieron los puntos de vista de cada estado miembro y sus posicionamientos. (Foto: Estudios Revolución)
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La recién finalizada cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), celebrada en México, sirvió entre otras cosas para demostrar el egoísmo y la falsedad de algunos exponentes de los gobiernos oligárquicos de la región frente a los verdaderos ideales integradores, y la gran labor del país anfitrión, que logró su presencia y compromiso ante una agenda muy difícil de rechazar públicamente.
Para nadie es un secreto que la llamada “derecha democrática” del continente tiene mucho de derecha y muy poco de democrática, pues demuestra demasiadas veces que ejerce una forma muy peculiar de entender y practicar la democracia, siendo como es verdadero caballo de Troya del imperialismo norteamericano en el contexto de las naciones al sur del río Bravo, dispuesta a sabotear los genuinos aprestos integradores de gobiernos y pueblos.
No debe ser muy difícil comprender que quienes impulsan los tratados de libre comercio del sistema ALCA, crearon la Alianza del Pacífico, sabotearon la Unasur, frenan el Mercosur, tratan de impulsar una impostora Renasur y defienden a capa y espada a la desprestigiada OEA, —artífices además del injerencista Grupo de Lima contra Venezuela—, no tengan ningún deseo sincero de dejar atrás el egoísmo neoliberal para impulsar los ideales de unión que nos legaron Simón Bolívar y José Martí.
Pero fueron a México, ya que hubiese sido demasiado ostensible la pública negativa a una agenda de concertación en muchos aspectos, como la lucha contra el cambio climático, el terrorismo, el narcotráfico y el hambre; la cooperación científica, la creación de una agencia espacial propia, y, entre todas, una acción concertada contra la actual pandemia de covid en la producción y distribución de vacunas y el desarrollo de nuevos fármacos contra el mortal flagelo.
En la cita de Ciudad de México no faltaron exponentes de la fauna derechista regional quienes, como el presidente de Paraguay, Mario Abdo Benítez, y el de Uruguay, Luis Lacalle Pou, dieron la nota negativa del cónclave al manifestarse de manera gratuita e irrespetuosa contra los gobiernos de Venezuela, Cuba y Nicaragua, precisamente los únicos además de Bolivia, que han mantenido todo el tiempo una actitud inclaudicable en la defensa de la libertad y soberanía de sus pueblos.
Abdo Benítez enfiló sus dardos de manera intempestiva y provocadora para atacar al Gobierno de Venezuela y al presidente Nicolás Maduro, haciendo constar que los desconocía, mientras Lacalle Pou arremetió a su vez contra Cuba, aunque ambos no excluyeron el uso de invectivas contra Caracas, La Habana y Managua.
Uno de sus puntos coincidentes, más o menos velado, fue la defensa de la OEA, frente al reclamo de muchos países del área, incluido México de sustituirla por la CELAC, pues ese ministerio de colonias de Estados Unidos —como en su momento lo llamó el entonces canciller cubano Raúl Roa—, ha desempeñado un papel nefasto en el subcontinente, siempre en apoyo de intervenciones militares, cambios de gobierno y acoso a los regímenes genuinamente populares.
Como era de esperar, tales lacayunas intervenciones tuvieron la respuesta del mandatario venezolano, quien en aras de impedir que la discusión tomase un giro ajeno a la agenda de la Cumbre, retó a Abdo y a Lacalle a sostener un debate sobre democracia y derechos humanos en cualquier momento y lugar que eligiesen, siempre bajo las normas del debido respeto.
Por su parte, el presidente cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez sacudió a Lacalle Pou con argumentos axiomáticos, como el de que no tiene moral para hablar de democracia y derechos humanos quien representa a un país con un elevado número de personas privadas de libertad, que acaba de aprobar un paquete neoliberal lesivo a los intereses de su pueblo, rechazado de plano por los uruguayos con más de 700 000 firmas para revertirlo.
Pese a echar mano a una estrofa de la conocida cancioncilla Patria y Vida, difundida por un grupo de disidentes cubanos desde Miami, Lacalle Pou no pasó de demostrar su condición de lacayo de un imperio que recurre a cualquier recurso por más torvo, pérfido e ilegal que resulte, con tal de imponer sus espurios intereses en cualquier parte del mundo, y puso de manifiesto en sus intervenciones que sus argumentos carecen de sustento , toda vez que, como quedó en evidencia, son consignas manidas y estridentes tomadas de las redes sociales en su guerra mediática contra Cuba.
Sin embargo, esos —y otros— enemigos de la cooperación y el progreso de nuestros pueblos no pudieron evitar avenirse al consenso muy mayoritario entre los asistentes a la VI Cumbre de la Celac y suscribir la Declaración de la Ciudad de México, como expresó el canciller mexicano, Marcelo Ebrard: “a pesar de las diferencias que hay, que son serias, que son importantes, se logró la reunión y se adoptaron varias decisiones sustantivas”.
El diplomático comentó al término del encuentro que este deja como fruto la Declaración de 44 acápites que llevó semanas de negociación, en tanto se recogieron los puntos de vista de cada estado miembro y sus posicionamientos.
En cuanto a Cuba le tocan muy de cerca el pronunciamiento en contra el bloqueo económico, comercial y financiero de los Estados Unidos, suscrito por todos los presentes, y los puntos referidos a la potenciación de la investigación, producción y distribución de vacunas en el área, así como medicamentos para tratar la covid, en lo cual nuestro país lleva amplia ventaja sobre otras naciones de la región, pues es la única con inmunizantes propios y fármacos que han resultado efectivos contra el nuevo coronavirus.
Por todo ello, coincidimos con el presidente Andrés Manuel López Obrador al considerar que “el balance sobre la Celac es positivo a pesar de las diferencias”. Él sostiene que “la confrontación es consustancial a la democracia, lo importante es que en la diversidad podamos llegar a acuerdos”.
Aun así, quedó en el aire la impresión de que el consenso logrado lo fue a pesar de la voluntad malsana de individuos que, como Lacalle y Abdo Benítez intentaron torpedear la Cumbre, pero se vieron forzados a aceptar la voluntad de cooperación e integración de la mayoría.