Una de las personas más conocedoras del olimpismo en Cuba, el profesor universitario Eduardo Bustillo, realizó una propuesta a la sección deportiva de la Unión de Historiadores de Cuba: crear el Premio Nacional de la Deportividad Giraldo González, en homenaje al recién fallecido pelotero.
El destacado profesor de la Universidad de Ciencias de la Cultura Física y el Deporte Manuel Fajardo, busca con su idea reconocer la gran carrera y postura aliada del juego limpio de quien fue integrante de equipos pinareños y selecciones nacionales.
Ese galardón existe en la arena internacional y se le nombra Fair Play o Juego Limpio.
Significativo fue aquel gesto de vueltabajero cuando su rival industrialista, Agustín Marquetti, conectó el jonrón más famoso de las Series Nacionales, al dejar al campo a los rivales y conquistar la corona. En su recorrido por las bases, seguido como jamás visto en el Latinoamericano por centenares de seguidores Azules, Giraldo, cerca de la segunda almohadilla, lo esperó para saludarlo.
A pesar de cualquier dolor por el revés, este reconocimiento salido del alma es justo y muestra la nobleza, la caballerosidad que siempre tuvo el citado pelotero dentro y fuera del terreno. Al movimiento atlético cubano, los historiadores deportivos le envían también la propuesta.
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Esta idea de Bustillo sirve de pretexto para hablar de ejemplos de Fair Play ocurridos en el certamen rescatado por el francés Pierre de Coubertin, los Juegos Olímpicos.
En la primera cita, en Atenas 1896, tuvo lugar la demostración inicial de juego limpio en el clásico. El ciclista galo León Flameng iba derechito a obtener la medalla de oro en la ruta sobre 100 kilómetros. Estaba tan alejado de sus contrarios que les había sacado dos vueltas y casi todos habían abandonado la prueba. Fácil se dirige hacia el puesto dorado cuando se da cuenta de que un oponente no se ha rendido.
Ese pedalista era el griego Georgios Kolettis, está allá atrás, intentado arreglar la cadena de la bicicleta. León regresa y se pone al lado del que trata de volver a ser jinete de su potro de metal.
Le da ánimo e ideas para la reparación. Lo espera, lo acompaña algún tiempo. Después de confirmar que el arreglo funciona, vuelve a su andar hacia la meta.
Flameng, campeón y con tres kilómetros de ventaja podía hacer mejor tiempo aún y superarle con mayor ventaja, pero prefirió realizar aquel gesto tan glorioso como el oro ganado.
La segunda narración corresponde a una digna respuesta a la injusta decisión que partió del racismo de la dirección deportiva de Estados Unidos cuando decidió informar la supuesta categoría de profesional del aborigen Jim Thorpe, miembro más brillante de la delegación norteña, titular del decatlón y el pentatlón con marcas increíbles para la época.
Para aquel atropello se basaban en el cobro de un pequeño viático para el transporte durante un torneo beisbolero.
El sucio golpe ocurrió al finalizar los V Juegos, albergados por Amberes, en 1912. El Comité Olímpico Internacional, lleno de aristócratas y ricachones, impuros con tanta falsa falsedad, decidió en contra del deportista. No soportaban que un aborigen, casado con mujer blanca, derrotara a tantos jóvenes de buena cuna.
Lo despojaron de sus medallas ganadas en buena lid e intentaron entregarlas a los subcampeones de las pruebas señaladas. La honestidad del decatlonista sueco Hugo Wielander y del pentatlonista noruego Ferdinand Bie lo impidieron. “Son de Jim, es el mejor”, dijo el primero. “Eso es un crimen”, agregó el segundo.
(Con información de COCO)
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