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Diálogo Nacional para trascender y refundar

En otro texto llamé la atención sobre el Diálogo Nacional. Socializo ahora las fases del proceso y algunas lecciones de experiencias anteriores, porque entiendo que en el contexto cubano tal mecanismo permitiría trascender el conflicto y empezar a crear un nuevo contrato social.

Como mecanismos extra constitucionales y alternativos a las intervenciones extranjeras, los diálogos nacionales son complejos, esencialmente políticos y reconocidos mundialmente. Permiten llegar a la raíz de los problemas y ofrecer soluciones con garantías.

Voluntad política de las partes, imparcialidad y confianza, soberanía popular, máxima inclusión social y respeto a los principios de no intervención, autodeterminación y solución pacífica de controversias; son sus bases principales.

Se han implementado en países de Europa, África, Medio Oriente y Latinoamérica desde hace décadas. De esas experiencias derivan teorizaciones y protocolos reconocidos por expertos y organismos multilaterales, como el Manual Diálogos Nacionales y el Mecanismo de Montevideo.

Tales procesos se emplean para: transición democrática, fortalecimiento de la democracia y resolver conflictos armados. Ellos favorecen la aproximación y entendimiento de sectores en disputa, contribuyen a gestionar un nuevo proyecto de país, a reconciliar la nación y enrumbar el desarrollo.

Diálogo Nacional (1)

Cuba fue sede de los diálogos de paz entre el gobierno colombiano y las FARC-EP. En la foto, Raúl Castro, Juan Manuel Santos y Timochenko unen sus manos en La Habana durante las negociaciones de paz. (Foto: Alexandre Meneghini/Reuters)

Las fases del proceso

Organizado por actores nacionales, el Diálogo Nacional es más complejo que otros mecanismos de gestión de conflictos. No existe un modelo o receta, depende del contexto aunque deben observarse ciertas regularidades.

Puede implementarse —casi siempre con participación internacional— para prevenir y gestionar crisis, o lograr un cambio fundamental, un nuevo contrato social. Métodos y procesos pueden combinarse e incluso escalar de la primera variante a la segunda.

Sus etapas son:

1. Exploración: supone análisis del conflicto, posibilidades, consultas a las partes, sensibilización, identificación de riesgos, figuras o líderes de opinión, mediadores y promotores que ayuden a persuadir sobre su necesidad, y anuncio oficial del proceso mediante decreto presidencial u otra vía.

2. Preparación: crear las condiciones, preparar a la ciudadanía, la prensa y otros actores, así como definir el marco del proceso. De su calidad depende en buena medida la del diálogo. Generalmente, es de por sí un proceso negociador y lo conduce una Comisión preparatoria integrada por las partes.

De estas primeras fases, que a veces se contemplan como una, derivan el Mandato y/o la Hoja de Ruta, en los que se definen: contexto sociopolítico, preocupaciones de las partes, objetivo fundamental, relación con el gobierno, calendario, cantidad y categoría de representación de las partes y actores internacionales, toma de decisiones, comunicación, reglas y procedimientos, naturaleza e implementación de los acuerdos y logística.

3. Diálogo Nacional: foro principal, funciona con presidencia electa, que debe ser independiente y tener legitimidad. Se desarrolla según la Hoja de Ruta y aprobación de agenda definitiva, reglamento y mecanismos de implementación. Se realiza en plenaria o combinándolo con grupos de trabajo para temas específicos.

Casi siempre la agenda incluye correcciones a la Constitución o elaboración de una provisional como puente hacia procesos ulteriores.[1] Implica transparencia para la ciudadanía y facilitación de su participación en foros, diálogos regionales, sectoriales, sondeos de opinión, etc.  

4. Implementación de resultados: se introducen, monitorean y evalúan los acuerdos, lo que confirma alcance y calidad del Diálogo Nacional. Se perfila lo previsto respecto a ciclos de consulta y retroalimentación, verificación, mecanismos y garantías. El diseño debe ser objetivo, con calendario realista y flexible, privilegiando los diálogos posteriores con ciudadanos y el enfoque transformador, lo que favorece soluciones sostenibles.  

Lecciones para Cuba

El Diálogo Nacional no es un fin en sí mismo, tampoco una fórmula ideal o exclusiva. Es un proceso de transformación estructurado y participativo, cuya viabilidad depende del objetivo, el conflicto que intenta resolver y las características específicas del escenario.

Modalidades, objetivos y «partes» son tan diversos como los contextos, aun en países que muchos asocian, como Cuba y Venezuela. Véase el de este último, que está transcurriendo en México.  

Diálogo Nacional (2)

Gerardo Blyde Pérez, ex alcalde de Caracas, y Jorge Rodríguez Gómez, presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela, firmaron el memorando de entendimiento, junto con Marcelo Ebrard Casaubón, quien se presentó como testigo. (Foto: Karina Hernández / Infobae)

En Cuba, a pesar de las medidas flexibilizadoras recientes y de los diálogos parciales que ha sostenido el gobierno, las bases del conflicto y este en sí mismo se mantienen. Ello se evidencia en el incremento de las protestas,[2] la represión, peligro y grado de transnacionalización del diferendo y el resquebrajamiento de los niveles de confianza.

Ciertas características del modelo cubano también aconsejan un Diálogo Nacional: alta centralización del poder, inexistencia legal de oposición y medios de comunicación, no separación de poderes, carencia de instituciones independientes de defensa ciudadana, así como fuertes y diversos mecanismos de control social.

La nación cubana necesita el Diálogo Nacional para lograr un cambio fundamental, un nuevo contrato social. En calidad de «partes» podrían estar el gobierno con sus organizaciones de apoyo y una alianza de la sociedad civil independiente y los emigrados. En ambas existen corrientes y proyectos políticos.

En el camino deberán tomarse en cuenta parámetros internacionales establecidos y lecciones de la experiencia:

  • Importancia de una campaña nacional e internacional de sensibilización y en favor del Diálogo Nacional como solución.
  • Debe contar con apoyo de actores externos con mayor o menor peso en las distintas fases del proceso —promotores, facilitadores, financiadores, observador/testigo/mediador/garante, apoyo técnico y especializado— y con una sede imparcial para la mesa preparatoria y la realización del foro.
  • Ciertas precondiciones generales legítimas funcionan y son saludables como gestos de buena voluntad. Por ejemplo, cese de toda represión y liberación sin cargos para todos los detenidos y encarcelados por sus ideas y/o acciones políticas pacíficas.
  • No existen normas para la cantidad de participantes ni el tiempo de duración, pues se ajusta a posibilidades reales y complejidad del contexto.[3]
  • Su condición extra constitucional favorece la adopción de normas propias, lo que no supone desconocer la Constitución e institucionalidad del país.
  • No implica renunciar a derechos constitucionales, especialmente los de libertad de expresión, asociación y manifestación pacíficas. Al contrario, el desarrollo democrático depende de la lucha cívica como mecanismo de presión y acompañamiento.
  • La elección de representantes debe ser cuidadosa y contemplar equilibradamente lo regional y la presencia de juristas, actores políticos clave, académicos, líderes sociales, mujeres y jóvenes del espectro socio-clasista.
  • La agenda debe ser una construcción colectiva desde el principio y estar basada en demandas ciudadanas.

Hoy la ciudadanía cubana se debate entre la sobrevivencia y la incertidumbre. Denuncia, explora fórmulas para hacer valer sus reivindicaciones y crea nuevos espacios para el debate en las redes.

Los diálogos nacionales no son mecanismos perfectos ni resuelven el problema de un plumazo. Siempre existen riesgos, debilidades y fortalezas que abordaré en otro texto. Sin embargo, en las condiciones de Cuba sería el de mayores posibilidades. Países más cerrados, con conflictos armados y fronterizos, divisiones étnicas, bloqueos y contradicciones antagónicas lo han logrado.

El extremismo político y la desesperanza son obstáculos para traducir el malestar ciudadano en estrategia política capaz de articular consensos. Sirva a la reflexión que los cubanos somos eternos inconformes, siempre hemos tenido una nación «real» y  una «soñada». Nos distinguen los sueños, fueron ellos los que abanderaron nuestras mayores epopeyas.

Para contactar con la autora: ivettegarciagonzalez@gmail.com

***

[1] Algunas recomendaciones básicas a la agenda de diálogos nacionales son: no sobrecargarla y que se corresponda con los objetivos fundamentales acordados, debe ser inclusiva, avanzar de los puntos menos conflictivos, dedicar el tiempo necesario a los de mayor complejidad y desacuerdo, valorar pertinencia de usar grupos de trabajo para descomponer y analizar los aspectos más polémicos previo a su presentación en plenario.

[2] Luego de las protestas masivas del 11 y 12 de julio, se han registrado durante el mes de agosto otras 297 a pesar de la represión. Estas integran la cifra de 2,109 registradas desde septiembre del año pasado.

[3] En cuanto a participantes, según modalidad, objetivo y contexto, han oscilado entre diez hasta más de mil, y, en cuanto a duración, ha sido desde diez días hasta dos años.

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