MATURÍN, Monagas, Venezuela. —Hay en esta ciudad, simientes de la raíz que le crece a América en Carabobo. De allá esta vez ha extraído savia ese enjambre al que le nombran «La Colmenita Bolivariana», y generosa aquí la reparte.
Espada en alto entra «Juana Ramírez» al escenario del teatro al que le dio nombre; «nací esclava, aquí en Maturín, y batallé en Carabobo», refiere. Viene de aquella sabana, de una batalla de dos siglos atrás: «me dicen La avanzadora porque en la guerra iba siempre adelante».
Más que la guerrera, es su espíritu «reencarnado» en Yusmelis Guzmán, una «abejita» maturinesa de 10 años de edad, que «nunca había oído hablar de Juana –dice–, no sabía que aquí nació una de las valientes de Carabobo, destacada en el ejército de Bolivar».
Yusmelis escuchó por primera vez el nombre de Juana, «cuando ingresé en La Colmenita; la tía Olga, y Mariela, la profe cubana, me dijeron que averiguara sobre la vida de la patriota; entonces empecé a leer, a preguntar y escribir sobre ella».
Dos meses lleva la niña, en «Simón y los luceritos del futuro», un «enjambre» de Monagas, que asienta seis de los 90 núcleos colmeneros diseminados en el país, con la guía de 11 instructores cubanos, acota Yoel Vargas, asesor nacional del proyecto.
En su Canto Patriótico de Libertad, la Colmenita de Monagas recrea la Batalla de Carabobo. Hay actuaciones tan convincentes como la de Yusmelis, al darle vida a La Avanzadora, con elocuencia tal, que oculta muy bien lo que nadie sospecha: para leer la niña tiene problemas, que empieza a dejar atrás gracias al «enjambre».
«También recibimos niños y adolescentes con trastornos de aprendizaje, de la conducta, de otros tipos», aclara la tunera Mariela Bofill, instructora del proyecto en Monagas; «hay muchachos de familias en las que ha habido problemas de drogas –añade–; los padres de algunos están en prisión. Las estrategias para esos casos y para otros varían; los resultados rebasan la expectativa. La voz principal del coro, por ejemplo, es una niña autista, y es brillante».
Para promover a la Colmenita los talleres comunitarios han sido claves, dice Yoel Vargas; «en ellos les decimos cómo implicarse en este proyecto, que refuerza los valores a través del arte».
Así los adultos se involucran en una propuesta que favorece a sus hijos y a ellos. «La colmenita me dio una nueva lección –confiesa Ana Luz, madre de una “abejita”–, hoy conocí los detalles de la muerte de Pedro Camejo (Negro Primero)».
La mujer se refiere a un episodio de la Batalla de Carabobo, representado en el espectáculo. En el fragor del combate, Negro Primero va en busca de su jefe, José Antonio Páez, quien lo ve acercarse y, «¡¿por qué huyes?!», lo recrimina.
—No huyo, mi general –responde herido el valiente, antes de desplomarse–, vengo a despedirme; he muerto.
Canciones, música, danza, bailes autóctonos, tradiciones… La Colmenita es eso; «un proyecto para resistir con la “miel” de la identidad», sostiene la caraqueña Mercedes Salazar Pérez, directora general de la Misión Cultura Corazón Adentro.
«A los pequeños les ayuda a entender cosas que de otro modo es complicado explicarles –prosigue la funcionaria–, es una manera de afianzar valores desde la comunidad y la familia, para derrotar la guerra de símbolos, que nos hacen con armas mediáticas».
El «Libertador» interrumpe la plática; encarna en Emiliano Romero, de 11 años. Levanta el sable despacio, tose; quebrada la voz por la tuberculosis se le oye decir: «si mi muerte sirve para afianzar la unidad, bajaré tranquilo al sepulcro». Detrás, La Colmenita, ahora coro del continente: «¡gracias, Bolívar!», se escucha. Estalla de pie el auditorio; aplauden los confines de América.