El 26 de agosto recibí este mensaje por WhatsApp de Michele Curto, presidente de la Agencia para el Intercambio Cultural y Económico con Cuba (ACI), de Turín: «Despegamos a las 5:40 hora de Cuba. Llegamos a las 15:00. Tenemos wifi en el avión, esto es muy emocionante. Estamos volando sobre el océano. Toda la carga está a bordo, 200 metros cúbicos: 150 ventiladores pulmonares, 41 concentradores de oxígeno doble para dos pacientes, máscaras CPAP, medicamentos, tests rápidos, medios de protección para los profesionales de la Salud, insumos hospitalarios, el valor es de 1,8 millones de dólares. ¡¡El equipo obviamente está eufórico!!».
La brigada Henry Reeve que trabajó en Turín durante tres meses, entre abril y julio de 2020, conoce muy bien a Michele. Fue un anfitrión excepcional. La tela que nos daba la bienvenida en el aeropuerto había sido cedida por su madre: era parte de su ajuar de bodas. Cada brigadista recibió un sobre con el nombre y los teléfonos de sus muchachos, y una leyenda poco creíble: «Pueden llamar a cualquiera de las personas de este listado en caso de necesidad, cualquier día de la semana, a cualquier hora». Después, el tiempo confirmó su veracidad. Un grupo de jóvenes «traductores» acompañó a los cubanos en sus primeras incursiones por la zona roja, y en sus avatares cotidianos. Ahora el viaje era a la inversa.
Michele comandaba un esfuerzo colectivo de solidaridad con Cuba. Después del 11 de julio, se propuso unir voluntades para ayudar a la Isla irredenta. Junto a él viajaba el grupo coordinador de la hazaña. Porque, a contracorriente de cualquier vaticinio, en medio de la mayor campaña anticubana que se recuerda, lograron movilizar a cientos, a miles de cubanos residentes en Europa y a los ciudadanos de ese continente, para defender a Cuba.
Sergio Bassoli, responsable de relaciones internacionales de la Confederación General Italiana del Trabajo –con 5 300 000 afiliados–, explicó que el primer sindicato en reclamar la movilización fue el de los sanitarios, «porque Cuba es parte de nuestra historia también –dijeron–, y lo que recibimos de los sanitarios de Cuba en la primera oleada de la pandemia en Italia, nos obliga a responder de igual manera».
Para Bassoli, «era un gesto de solidaridad en defensa del derecho a la salud y a la vida, pero también a la autodeterminación del pueblo cubano».
En un encuentro organizado por el ICAP con jóvenes cubanos –y la presencia de nuestros Cinco Héroes–, Bassoli relató: «La empresa que tenía los 150 ventiladores pulmonares nos dijo, sí, los tenemos, pero ahora estamos de vacaciones, hablamos en septiembre». Entonces nos dirigimos a los delegados sindicales de la empresa y estos respondieron: “no, si es para Cuba, interrumpimos las vacaciones y volvemos al trabajo” y así lo hicieron, en turnos corridos, hasta colocar en los palets todos los ventiladores».
Pero crucial fue también el aporte de la Coordinadora de Asociaciones de Cubanos Residentes en Italia (Conaci). Su presidenta, la guantanamera Ada Galano –que lleva 30 años residiendo en Italia–, nos transmite su asombro ante la actitud asumida por un grupo de artistas cubanos residentes en ese país: «Este 11 de julio aparecieron algunos cubanos que el 26 de julio pasado habían festejado la efeméride con nosotros, y gritaban ¡viva la Revolución!, pidiendo esta vez la intervención militar en Cuba. Pienso que está corriendo mucho dinero, que no se trata de una voluntad política o ideológica, pienso que es el resultado de que han estado durante muchos meses sin trabajo por la pandemia, todo estaba cerrado, no se hacían conciertos, no podías dar un curso de baile ni trabajar en un gimnasio; eran personas que se encontraban en dificultad económica y vieron la oportunidad de respirar, de recibir algún dinero».
Sin embargo, la historia es más ancha. Los cubanos respondieron al llamado. «La Asociación de Residentes en Marsella, Francia, alquiló un van y viajó dos veces hasta Turín para llevar las medicinas. Se creó una cuenta para las donaciones, y hay muchas personas que enviaron dinero, no importa la cantidad, desde España, Inglaterra, Austria y Alemania. Con una científica cubana residente en Londres, por ejemplo, organizamos el envío de 50 000 criotubos para transportar la vacuna Abdala, durante el ensayo que se realizó en Santiago de Cuba y en Granma; en una semana lo hicimos, todo el mundo aportó. También nos sumamos al envío de dinero para los diez millones de jeringuillas que salían desde Panamá, porque estamos también en contacto con la gente de Canadá y era mucho más fácil hacerlo desde Panamá, porque en un avión llegaban rápido a Cuba, así que recaudamos dinero y se lo enviamos».
En las asociaciones de cubanos participan personas de otras nacionalidades –aunque los cargos directivos deben ser ocupados por cubanos–, en primer lugar las esposas y esposos de nuestros compatriotas, pero también inmigrantes o nativos que deseen incorporarse, bajo una premisa: que no se denigre a la Patria».
Michele, Sergio y Ada siguieron el recorrido hasta Ciego de Ávila –allí los esperaba el doctor Julio Guerra, quien había sido jefe de la Brigada cubana en Turín– y Santiago de Cuba. En esas provincias entregaron parte de lo reunido, como previamente habían hecho en La Habana. «Cuba no está sola», repiten una y otra vez. Ellos no solo contribuyen a salvar vidas, también nos recuerdan que ninguna campaña mediática podrá borrar la historia.
