Le piden que se arregle el cuello de su uniforme para la entrevista, pero ella no atina. Los ojos no quieren mirar a la cámara inquisidora, sino que buscan alrededor para comprobar que «su gente» esté bien, que al limpiar las calles y los portales de las casas todos tengan el nasobuco puesto.
Los labios de Aniuska Pérez Carballo no quieren responder al micrófono las preguntas de los insistentes periodistas. Prefieren indagar en cuánto falta para restablecer el servicio eléctrico en los hogares o en el número de viviendas que tuvieron daños en los techos o cuáles fueron los cultivos más afectados por Ida.
Tiene la estatura de una adolescente, no llega a los 1,60 cm. Pero el color de su uniforme, la identificación en la charretera y el ímpetu con el que se traslada de un sitio a otro para no perderse un solo instante de la recuperación, la delatan. Es la presidenta del Consejo Municipal de Defensa de Los Palacios, uno de los territorios por donde tocó tierra el huracán que durante el pasado viernes azotó a las provincias más occidentales de Cuba.
Alrededor de 24 horas, sumergida en los preparativos, evaluando y caminando por su terruño, pesan sobre ella; sin embargo, está segura de que no se detendrá hasta que todas las tareas de recuperación estén avanzadas.
Los pinareños tenemos experiencia sobrada con fenómenos meteorológicos de este tipo. No obstante, insiste con sus pobladores en conocer los pormenores de lo ocurrido en el entronque de San Diego y en la comunidad de Sierra Maestra. Sabe que se deben rescatar los productos de la empresa agropecuaria Cubaquivir, «para llevarlos al mercado y ofertárselos a la población», que en estos momentos está viviendo la más compleja situación epidemiológica desde que comenzó la pandemia.
Los periodistas la asediamos. Aniuska accede a respondernos. Ya lleva en su mano un informe con los daños preliminares, pero no necesita leerlo. Cada detalle de ese documento lo conoce al dedillo. Sus ojos saltan sin parar, y la mente quiere ir más rápido que los labios para poder dejar la cámara y correr otra vez a lo que hace, más por sentido de pertenencia, que por deber.