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Cuba: las palabras y los hechos

Las personas mueren por los efectos combinados de la pandemia y las malas decisiones burocráticas, en un entorno de Covid-19, agotamiento del modelo económico e impacto de las sanciones estadounidenses. La comida escasea y la crisis de medicamentos supera la del Período Especial. Cientos de ciudadanos están procesados o en prisión, con aviesa vulneración de sus derechos, por manifestarse el 11 de julio.

Muchos han sido penalizados incluso por caminar, filmar o difundir videos sin participar directamente en las protestas. Las familias, nuestras familias, se han visto atravesadas por el temor, la intolerancia, el fanatismo, la simulación y las rupturas, entre padres, hijos y hermanos. Cuando todo eso acontece, ¿para qué sirve un texto más?

Pero sucede que en estos meses calientes se escribe mucho. Empezando por los agentes oficiales y oficiosos del gobierno, los mismos que presumiblemente tienen la información más completa sobre los estados de ánimo de la población, sobre sus demandas y sus enojos. Y, quizá por eso, quieren reescribir pronto lo pasado, manipular el presente y prometer, sin pausa y con prisa, un futuro mejor. Para ello necesitan muchas palabras, dichas o impresas, que reconstruyan la narrativa.

El guión es sencillo: primero se lanza la orden de combatir. Luego se intenta, en paralelo, confundir sobre lo ocurrido: invertir las responsabilidades de las partes, decir que no se incitó a la represión y la violencia. Reconocer los derechos formalmente consagrados para enseguida justificar sus limitaciones.

Al final, se busca normalizar la situación post 11-J, combinando las amenazas —detenciones y citatorios policiales, expulsiones laborales, ataque de troles— con eufemismos intelectuales y comunicacionales —estamos dialogando, reconstruyamos el proyecto, atendamos la pluralidad—, que maquillan la naturaleza de la gobernanza autoritaria.

Palabras (1)

Líderes de algunas denominaciones religiosas en un encuentro con el Presidente de la República. (Foto: Estudios Revolución)

Frente a ese panorama parece estéril escribir otro texto. Pues las palabras no pueden llegar lejos —y bien— en una nación donde son tasadas, medidas, escamoteadas en espacios físicos y virtuales. En un país donde las libertades de información, expresión, organización y manifestación —formalmente reconocidas en la Constitución— siguen interpretadas a capricho del gobierno. Donde las restricciones al uso público de las palabras trascienden los criterios de experticia individual e interés público, hoy hay muchos artistas e intelectuales, con buenos argumentos, que mientras escribo estas líneas padecen censura y exclusión.

Desde un canon de Estado sistemáticamente excluyente de la diversidad, se restringe la voz incluso a ciudadanos interesados en participar, activa y autónomamente, en la redefinición del socialismo cubano.

La reivindicación de la palabra es un primer paso para la liberación civil. Pues, como escribió en su famosa Postdata… el escritor Octavio Paz: «Cuando una sociedad se corrompe, lo primero que se gangrena es el lenguaje. (…) la crítica de la sociedad, en consecuencia, comienza con la gramática y con el restablecimiento de los significados». Tarea aún pendiente para los defensores fanáticos del régimen de la Revolución cubana (Claudia Hilb dixit),[1] dentro y fuera de la isla.

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Vivimos más de sesenta años en la Mentira y engañados… y esto tiene que acabarse… nos quitamos el ropaje del silencio.

Anciana cubana, 11/7/2021

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Así que, a diferencia de lo que piensa el antintelectualismo criollo —abonado por los extremos ideológicos del marxismo-leninismo y el anticomunismo vulgar— lo que se necesita no es una menor intervención intelectual, sino una mejor calidad —analítica y política— de esta. Una que no se reduzca a maquillar el desastre cotidiano o anunciar su fin inminente; sino que asigne las palabras correctas para exponerlo.

Cómo hacen ya, desde esas mismas coordenadas geográficas y civiles, otras voces lúcidas. Una intervención que acompañe, con la modestia de quien no es —pese a lo que en nuestra soberbia erudita muchos creemos— demiurgo de la Historia, la suerte de los que la protagonizan y padecen.

La insistencia oficial es construir una contranarrativa —y en disminuir la relevancia de lo sucedido durante estos meses— es la mejor prueba del proyecto conservador de aferramiento al poder. La historiadora Alina López Hernández explicó hace tiempo cómo en Cuba se incubaba un nuevo momento histórico. Pero los gobernantes se han revelado incapaces para encauzar un camino de reformas exitoso. Quienes dirigen, señaló la intelectual, no logran hacer progresar la nación con los viejos métodos, pero tampoco son capaces de aceptar formas más participativas con un peso mayor de la ciudadanía en la toma de decisiones.

Como señalé a raíz de las movilizaciones de artistas en noviembre pasado, las élites isleñas han fracasado en su promesa revolucionaria. Pero, añado ahora, también en una mínima y sostenible gestión reformista de la crisis nacional. Articuladas sobre un modelo extractivo de dominación, explotación y acumulación; a medio camino entre el socialismo burocrático y el capitalismo de Estado, su carácter se ha vuelto francamente reaccionario.

La élite política ha sido incapaz de honrar los cambios introducidos hace dos años en la Constitución y las demandas populares expresadas en su proceso de debate. La élite académica y periodística, haciendo malabares con sus eclécticos referentes discursivos —donde se mezclan V. Lenin, P. Freyre y N. Chomsky— sigue ocupada en maquillar cortesanamente el estatus quo

Las élites oenegeneras —mimadas por la cooperación internacional—, se ofrecen como canalizadoras de la ayuda humanitaria, sin incidir en las condiciones que restringen sus propios derechos en el espacio cívico. La élite emprendedora, tan vocal ante Trump y Biden por los «efectos del criminal bloqueo económico, comercial y financiero», sigue muda ante los frenos y contradicciones de su gobierno.

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Hablan de continuidad y mueren en la improvisación

Yo no quiero morir en este barrio; yo prefiero otra dimensión

Yo no creo en tu discurso ni en los diarios; yo me quedo con mi revolución

Raulito Prieto, Mi generación, 24/8/2021

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Bajo estas camarillas hay una sociedad aún fragmentada y empobrecida. En la cual, durante las últimas jornadas, se alzaron, pese a todo, personas, grupos e iniciativas valiosas. Artistas, periodistas, monjas, intelectuales, laicos, obreros, cuentapropistas, campesinos, gente común y diversa. Quienes acompañaron a las familias de los presos, acopiaron ayuda humanitaria, organizaron vigilias en parques e iglesias, firmaron cartas, protestaron en las puertas de las estaciones policiales y conectaron las palabras de miles de existencias aisladas —islotes cívicos— en un nuevo archipiélago de proyectos, temores y esperanzas.

Por todo eso, el alejamiento y maquillaje de la cruda realidad por parte de un grupo de intelectuales leales, pasma y enoja. Distancia y barniz que nos llegan, a veces desde el anonimato, en el endoso a declaraciones prototípicamente soviéticas de los gremios de historiadores, escritores o filósofos. Y en alguna que otra columna de opinión, en medios oficiales. Sus palabras amparan al autoritarismo y la ineficacia, a contrapelo de otros análisis progresistas.

Los valiosos intentos por ofrecer, desde la cercanía al orden vigente, interpretaciones y testimonios más acordes a la realidad, están limitados por su número y alcance. Y los necesarios debates desde las izquierdas cubanas —tanto las cercanas al discurso oficial como las que lo confrontan— también son insuficientes, dada la magnitud de la crisis y la diversidad de sus actores y eventos.

https://youtube.com/watch?v=xVDav8X9_aw&feature=oembed&enablejsapi=1&origin=https://jovencuba.com

Quienes insisten en «defender el proyecto» —con esa manía antimarxista de hablar en tono abstracto e intemporal— nada dicen del fracaso concreto de las promesas raulistas: el vaso de leche, la separación de poderes y mandatos, el socialismo próspero… Llaman «Poder Popular» y «Revolución» a un régimen político y orden socioeconómico dirigidos por una élite militar empresarial y burocrática. Apelan a un utópico «Estado de Derecho» donde rigen de facto «Derechos del Estado»; mientras el «refuerzo de la institucionalidad» se logra a base del debilitamiento de la ciudadanía.

Desconocen, en medio de un parroquialismo intencionado —que abandonan selectivamente cuando de estancias y congresos en el extranjero se trata— los datos arrojados por un siglo de política comparada sobre los regímenes y procesos del socialismo real.

Además de insolidarios en lo civil y erráticos en lo analítico, estos intelectuales oficiosos han sido especialmente ineficaces en lo que a realpolitik se refiere. Asumamos por un instante que no quieren simplemente sobrevivir y medrar con su estatus, sino también dejar alguna huella por el bien común de sus compatriotas. El problema es que ni siquiera sacrificando su rol como analistas y acompañantes de las justas demandas de aquellos —lo que les avalaría, con justeza, para denominarse intelectualidad socialista— han conseguido hacerse escuchar seriamente por el poder.

No han podido convertirse en dignos consejeros del Príncipe. No han conseguido apuntalar las reformas del «proyecto» para una «democracia deliberativa» que consiga un auténtico «Poder Popular» capaz de «renovar los consensos». Nada. El país que pintan en sus tertulias y columnas no da cuenta del país masivamente pobre y enojado; pero tampoco de sus cúpulas prósperas y dominantes. Caras ambas de una Cuba real.

***

No dejemos que quien no sea lo suficientemente valiente como para defender su alma se sienta orgulloso de sus opiniones “progresistas”, no le dejemos alardear de que es un académico o un artista, o una figura reconocida… más bien dejémosle decirse a sí mismo: pertenezco a la manada

Aleksandr Solzhenitsyn

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Así como la respuesta represiva del asustado gobierno es el mejor abono para el anticomunismo popular, mentalidad política creciente en la Cuba no oficial; la sumisión cortesana de un segmento del estamento letrado está favoreciendo el antintelectualismo de masas e, incluso, de cierta élite. Cuando todo esto pase, mucha gente dirá públicamente —como ya lo hace en privado— ¿para que sirvieron esos eruditos? ¿Cómo pudieron tener tiempo, intelecto y hasta ganas de generar tanta palabrería, mientras nada dijeron de la cara más siniestra del país real?

Volvamos al inicio: en Cuba hay, después del 11 de julio, centenares de nuevos presos por causas políticas, contraviniendo la Constitución. Gente del común que permanece encerrada, en cárceles o en sus casas, con procesos abiertos. Tenemos miles de familiares, vecinos y amigos afectados por malas decisiones en política sanitaria e inversión social. Eso debiera bastar para que cualquier temor, dogma o cálculo que mueva nuestra exquisitez ilustrada, les indicase hablar algo diferente.

La intelectualidad en diversos contextos globales, cumple los roles de analizar —a través del conocimiento científico—, incidir —mediante la crítica pública— y perfeccionar —con el asesoramiento a los decisores— la política vigente, proponiendo cursos alternativos. Cuando uno o varios de esos roles son mal desempeñados por influencia del contexto y posicionamiento de los propios sujetos, el campo intelectual pierde su condición. Se torna allí la intelectualidad un adorno estéril, que retrasa en lugar de avanzar el desarrollo social de la comunidad que la acoge.

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[1] Silencio, Cuba: la izquierda democrática frente al régimen de la Revolución cubana, Edhasa, Buenos Aires, 2010.

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