GUANTÁNAMO, Cuba. — Con el título Científicos cubanos rechazan injuriosas declaraciones de Biden, el pasado 11 de agosto el periódico Granma, órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, publicó en primera plana una información que daba cuenta de una carta abierta dirigida al presidente estadounidense.
Según la nota, que reproduce declaraciones de Mayda Mauri Pérez, vicepresidenta primera del grupo empresarial BioCubaFarma, la misiva tiene “el propósito de dar a conocer los argumentos que demuestran la capacidad y la voluntad política de nuestro país de enfrentar los desafíos de la pandemia, especialmente a partir de las condiciones que nos impone el bloqueo de Estados Unidos”.
A pesar de las evidentes pruebas del fracaso del llamado “socialismo real”, los comunistas cubanos, treinta años después, continúan apostando tercamente por métodos que sólo hunden más al país.
En ese contexto, donde la dictadura sólo pone odres viejos a los problemas, en vez de adoptar soluciones definitivas y de probada eficacia económica, juega un papel determinante el discurso oficial y, con él, la manipulación y la mentira.
Cuba: entre la victimización y el delirio
En el discurso oficial de la dictadura cubana ocupa un lugar esencial acusar constantemente a EE.UU. y al embargo comercial y financiero como los máximos responsables de todo lo que ocurre en el país. Es cierto que el embargo causa dificultades a la economía cubana, pero su denuncia pasó a ser parte febril de la diplomacia cubana después de la debacle del campo socialista europeo. Quien lo dude solo tendrá que consultar la prensa oficialista anterior a 1991 y comprobará como el mismísimo Fidel Castro, en numerosos de sus cansinos y largos discursos, se mofó más de una vez de la eficacia del embargo.
Terminado el intercambio comercial que Cuba mantuvo por más de veinte años con los países socialistas europeos, principalmente con la extinta URSS, la economía cubana, cuyo comercio exterior dependía en más del 90% de esos países, se desplomó. Entonces vivimos una crisis más profunda y sostenida que la que ya conocíamos desde 1959, calificada con el eufemismo de “período especial” e incrementada en esta época de COVID-19.
Fue a partir de esos años que la dictadura cubana comenzó a presentar anualmente ante la ONU un proyecto de resolución pidiendo el fin del embargo. Obviamente, la demanda en presunta representación de un país pequeño frente a la mayor potencia del planeta ofreció de inmediato pingües dividendos políticos al poner en el debate internacional la imagen de un pueblo victimizado por la soberbia imperial.
No voy a detenerme en el análisis de las causas del embargo ni a cuestionar su existencia, pues ello ha sido profusamente tratado en este medio, pero sí deseo reiterar que el discurso de la dictadura, centrado en culpar al embargo como causante principal de todos nuestros males y carencias aumenta su descrédito entre los cubanos.
A esta altura del partido muchos se preguntan qué responsabilidad puede tener el embargo en la ausencia de malangas, plátanos, frutas o pescado en los mercados. Otros no entienden por qué si Cuba mantiene excelentes relaciones con Rusia y China, dos potencias económicas, y con Vietnam, ejemplo de otra economía ascendente, nuestros mercados están desabastecidos.
Y es aquí donde el manido argumento del embargo se resquebraja y también el lastimero grito de la Isla presuntamente victimizada. Lo insólito resulta que en medio de una pandemia que ha destrozado el mito de la eficacia del sistema de salud cubano, donde escasean extraordinariamente los alimentos, las medicinas, la ropa, el calzado, los materiales de la construcción, los productos para la higiene personal y un sinfín de productos y servicios, las autoridades cubanas continúan haciendo promesas delirantes como esa del ministro de economía de que la economía no renuncia a crecer a un ritmo del 6.1% anual.
La falta de transparencia y el uso de la mentira
El martes 27 de abril del 2021 el periódico Granma publicó una especie de decálogo para los comunistas cubanos con el título Lo más revolucionario dentro de la Revolución, firmado por Ronald Suárez Rivas. Entre esos diez mandamientos se hacía énfasis en el uso de la verdad como divisa fundamental para los miembros del partido y se recordaba el supuesto legado de Fidel Castro acerca de no mentir jamás, expuesto en su concepto “Revolución”. Es decir, se tomó como paradigma a la persona que traicionó los ideales democráticos de la revolución y mintió muchas veces al pueblo, sobre todo cuando aseguró que ni él ni la revolución eran comunistas y que iba a restablecer la Constitución de 1940 y convocar a elecciones libres una vez obtenido el poder. Un proceso surgido de esa forma no puede tener apego a la verdad, por mucho que intenten hacerlo creer quienes lo representan.
El 30 de enero de este año Granma también publicó una información donde daba cuenta de la visita de trabajo del Presidente Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez a Guantánamo. En esa reunión, el delegado de la Agricultura de la provincia, señor Diosnel San Loi —seguramente militante del partido— aseguró ante el presidente y en un teatro lleno de militantes, que durante el mes de diciembre de 2020 se había vendido a la población 24 libras de productos agrícolas per cápita y que en ese mes de enero se asegurarían 26. Ante tamaña mentira, ninguno de esos comunistas desmintió al delegado ni le preguntaron en qué placita del territorio había ocurrido algo que los guantanameros no vieron en esos meses y mucho menos han visto en lo que va de año.
Ejemplos similares podría mencionar en relación con la crisis de la pandemia, la falta de generación eléctrica o los sucesos relacionados con las protestas del pasado 11 de julio, porque la mentira es ya parte esencial del discurso oficialista, tanto que es un índice de la debacle moral, ideológica y política de la dictadura. Pero a nada de eso se refirieron los científicos cubanos en su carta de respuesta al presidente Biden.
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