Después del aquel revelador libro Mañach o la República por el cual Duanel Díaz mereció el premio Alejo Carpentier 2003, el de Rigoberto Segreo (1951-2012) fue el que me acercó un poco más a la obra de Jorge Mañach, intelectual cubano de quien se acaban de cumplir sesenta años de fallecimiento.
A Duanel lo conocí porque pese a su juventud fue mi profesor en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, algunos otros autores habían abordado la memoria del para entonces casi olvidado autor nacido en Sagua La Grande, en 1898 y fallecido en San Juan de Puerto Rico, en 1961.
A principio de los noventa, leo que La Gaceta de Cuba publicó al menos dos ensayos por los cuales su nombre regresó a cierta zona de la opinión pública. Jorge Luis Arcos con su “Jorge Mañach: un pensador polémico” y Rafael Rojas con “Mañach o el desmontaje intelectual de una república”, parecen haber iniciado ese otro momento de análisis sobre los aportes del autor de textos fundamentales como Martí, el apóstol o Indagación al Choteo.
A esos trabajos siguieron los de Jorge Domingo, Ana Cairo, Félix Julio Alfonso, el también profesor de la Universidad de La Habana, Luis Sexto; y, después, Rigoberto Segreo, para quien las visiones ofrecidas por los autores antes mencionados, y otros que desconozco, fueron antecedentes necesarios, y fundamentales, en los resultados de su investigación.
A Segreo lo conocí cuando se encontraba en el proceso de escritura del libro. Varios amigos me habían comentado con elogios su papel como docente en la Universidad de Holguín. Tenía algunos textos gracias a los cuales podía hablarse de una obra, y a poco de entablar amistad agregaba su Iglesia y nación en Cuba (1868 – 1898) (Editorial Oriente, 2010).
La investigación sobre Mañach la emprendió mientras su salud se iba desbarrancando de manera imprevista y fatal, dejándonos un día a quienes empezábamos a admirarlo ante un momento de verdadera conmoción. Bien recuerdo esos meses de hospitales, hemodiálisis, conferencias y conversatorios después de los cuales tratábamos de contribuir visitándolo no solo con bibliografía nueva en la mano, sino con productos que le resultaran útiles en la tarea de sobrevivir.
Justo el año de su muerte apareció el libro Más allá del mito: Jorge Mañach y la Revolución cubana (Oriente, 2012). Ahora mismo no tengo el material a mano como para citarlo o, al menos, refrendar ciertos recuerdos; pero, tan pronto estuvo disponible atrajo la atención de mentes lúcidas dentro y fuera de la Isla, como el historiador Rafael Rojas o el ensayista Guillermo Rodríguez Rivera, cuyos criterios recuerdo que produjeron una breve pero interesante polémica en el blog del trovador Silvio Rodríguez.
Creo que una de las aristas del intercambio era si el libro de Segreo intentaba o no lavar o recuperar la memoria de Mañach de una manera conveniente al sistema cubano. En otras ocasiones he dicho que, ciertamente, se han aprovechado de creadores ilustres fallecidos otrora repudiados para sostener una imagen de renovación; pero, también que esa renovación es, a su vez, real, porque entre las nuevas generaciones y parte de la vieja algunos impulsan la justicia y obligan a la burocracia cubana a cambiar de posiciones.
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El propio Segreo, con su formación pedagógica, podría representar esa evolución del pensamiento; o, al menos, puede ejemplificarse como una de las muchas excepciones que afloran en zonas donde suele proliferar un pensamiento más bien ortodoxo, como generalmente sucede en los centros pedagógicos de la Isla. Nacido en Velazco, formado en Holguín y doctorado en La Habana, Segreo era un intelectual y pedagogo honesto y en evolución.
Por eso, repasando el asunto desde este presente, considero que creer que su libro intenta ofrecer una mirada “correcta” de Mañach ante los ojos de sus detractores, porque esta ha sido la interpretación que algunos hacen del libro, es no hacer una lectura amplia. Le faltó tiempo a su autor para sopesar asuntos e incluirlos en su análisis. Seguramente en el proceso dejó un montón de ramificaciones truncas, pero la muerte fue más rápida que su buena intención.
No es solo por cuestión intelectual que el libro aparece en coautoría, Margarita Segura Acosta era su esposa y en ella debe haber confiado Segreo para velar por el futuro de su obra, aunque mucho más que datos e ideas aportó ella durante la escritura del texto.
Recuerdo una sesión de apertura del congreso que auspiciaba las Romerías de Mayo en Holguín, donde Rigoberto Segreo ofreció un lúcida e inesperada interpretación del discurso de Fidel Castro conocido como “Palabras a los intelectuales”.
Los jóvenes presentes, y quienes no lo eran también, nos mantuvimos en vilo durante el tiempo que duró su razonamiento. No más haber carraspeado por última vez (Segreo lo hacía constantemente por aquellos días, no sé si a causa de la enfermedad de sus riñones), y tras haber bebido el último sorbo de agua, los aplausos tronaron en la sala de La Periquera.
Los de la presidencia, sin embargo, salieron enfurecidos y como un bólido a deliberar. Logré escuchar algunas de sus voces, algunas de sus quejas, algunas de las frases que hablan de aquel sencillo hombre, del enfermo historiador que se había atrevido a reconstruir el mito, tomando vericuetos que sus anfitriones no habían esperado o previsto.