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Testimonio desde la Zona Roja

Este es el testimonio de un médico consagrado a su trabajo. Desde la terapia intensiva de un hospital de Cuba cuenta lo que ha vivido, sin exageraciones aunque con crudeza. Lo conocemos, pero nos pide que no revelemos su identidad por razones obvias, tampoco es necesario. Es uno más de los cientos de profesionales de la salud que todos los días intentan salvar vidas con poquísimos recursos. Él podría ser quien trató a la madre, al hijo o al amigo de cualquiera de nosotros; también podría ser quien nos trate a nosotros mismos cualquier día de estos.

***

6:30

Me levanto muy temprano. Tengo que cumplir con un deber, siempre lo dijo mi padre: «la medicina es un sacerdocio de sacrificio y entrega». Me despido de mi hijo pequeño acostado y de mi esposa. Voy caminando hasta el sitio de encuentro, la ciudad a esa hora está desierta y con un extraño olor a ceniza. En el trayecto me encuentro con compañeros con quienes he estado en otros países en diferentes misiones.

7:30

Nos reciben los directivos del hospital y nos llevan adentro. Se entonan las gloriosas notas de nuestro himno nacional, se hace un pequeño resumen de lo que estamos atravesando como país: la cantidad de casos infestados y los que se esperan. Un grupo de compañeros, a dos sillas de mí, dicen que «todo ha sido producto a las manifestaciones populares» y es cierto en parte, fue cuando más masivamente se rompió el protocolo, pero el gobierno no lo hizo mejor con los actos de reafirmación revolucionaria. Sin embargo, confiamos en que todo con trabajo y voluntad se resolverá.

Se levanta un hombre de unos 45 años, ha estado en esta batalla contra la Covid-19 en nueve ocasiones, trabajando en la zona roja. Enérgicamente reclama los medios de protección. Yo, que he estado en otros sitios con situaciones similares, como en la lucha contra el ébola, sé que en toda pandemia con alto índice de riesgo los medios de protección son indispensables para el personal que trabaja en la zona roja.

Me preocupo pero también pienso que la Dirección Provincial de Salud no nos dejará abandonados en tan importante labor, pienso también que el colega debe tener algunas secuelas del Síndrome de Burnout por desgaste profesional y me pregunto: ¿por qué él ha estado nueve veces en la zona roja si hay personal que no ha estado nunca –casi siempre los jefes– o solo ha estado una vez –los mismo jefes o sus amigos–? Pero con tantas ganas de entrar y hacer mi aporte se me olvidan con rapidez estos pensamientos.

Tan pronto entramos nos dijeron que seríamos los intensivistas de la zona roja. Me tocó a mí y a otros colegas que ya nos conocíamos. Intercambiamos sobre la importancia de la labor y las estrategias que adoptaremos según los protocolos y la nueva literatura.

Testimonio (2)

«Está es mi última zona roja, no vengo más y estoy pensando devolver el título». ¿Qué es esto? ¿Qué está pasando aquí adentro?

8:00

Vamos camino a la sala de terapia intensiva para SARS-Cov-2 y noto como están saliendo personas desmotivadas, cansadas, agotadas; en algunas es incluso perceptible que han llorado, gente que se ve más delgada y sin brillo en los ojos. Escucho a unos jóvenes decir: «Está es mi última zona roja, no vengo más y estoy pensando devolver el título». ¿Qué es esto? ¿Qué está pasando aquí adentro?

Desde que entramos a la pequeña sala nos damos cuenta de que estamos en guerra. El médico que nos hace la entrega oficial de los casos refiere que la sala está sobresaturada, que tenemos diez pacientes en la terapia, todos ventilados, que además hay varios pacientes reportados de graves en diferentes locales del hospital –alrededor de siete que en total suman diecisiete–; que no tenemos ventiladores para todos pero que además, no contamos, desde la guardia anterior, con tubos oro-traqueales, algo que ya fue informado y para lo que debían traer cinco. Los tubos que teníamos ahora eran de 7.5 todos. «Úsalos bien», me dice.

Le pregunto por el funcionamiento de los ventiladores. «Algunos dan presión pero no volumen, unos tienen desperfectos en los sensores de flujo[1] y FiO2[2] rotos, otros son tan antiguos que no sabemos de qué año son. También algunas mangueras tienen fuga y para otras se esperan las soluciones con qué lavarlas».

Le pregunto sobre los medicamentos. «Antibióticos solo hay de un tipo». «¿Y los medicamentos que aparecen en el protocolo?». Se hecha a reír. «No hay pero deben llegar –me dice–, la eritropoyetina y la fraxiheparina son solo para los recuperables». «¿Y para la sedación y analgesia?». «Para eso hay muy poco, no hagas combinaciones porque siempre te faltará algo». También me informa que no hay relajante muscular. «¿Cómo hacen entonces para entubar a los pacientes?», pregunto. «Inventa», responde y me da un bulbo de succinilcolina.

«¿La dirección del hospital sabe esto?». «Esto lo saben todas las personas que trabajan en salud. Los pacientes lamentablemente por su evolución llegan muy graves, algunas veces se quedan en casa y no lo dicen, otras, no son atendidos y no se cumplen los protocolos, y otras no tenemos medicamentos. Anoche fue difícil, perdí seis pacientes, dos de ellos menores de cincuenta años. ¿Sabes cómo estoy, cómo me siento? Estoy muy deprimido, menos mal que terminé la zona roja». Yo pensaba mientras lo oía: «La secuelas que vas a tener son para toda la vida». Terminado el encuentro, respiré profundo y me dispuse a pasar visita.

8:30

El caos

Todo lo hablado en la entrega de guardia se duplica. Para entrar tuvimos que esperar a que aparecieran los trajes blancos (escafandras). Tan pronto entramos, nos cayó en parada cardíaca una paciente. A pesar de que hay en cantidad los medicamentos del carro de paro y de que tenemos voluntad infinita para trabajar, nos dimos cuenta de que la paciente estuvo mucho tiempo en su centro de aislamiento y cuando llegó se encontraba ya en agobio respiratorio. No pudimos hacer nada por ella, la perdimos.

Las otras salas llamaban porque un paciente, de los siete que estaban fuera, se encontraba en parada cardiorrespiratoria y tenían que trasladarlo sin antes retirar el cadáver, proceso que merece una atención protocolizada igual que el paciente. Nos estaban tocando a la puerta, hicimos el cambio rápido. Trabajamos con el paciente que se encontraba en la sala, pero lamentablemente falleció también. ¡Qué manera tan fatal de empezar, con dos pacientes fallecidos! En ese momento me imagino el dolor de los familiares y sé que la tarea no va a ser fácil para nadie, ni para nosotros ni para los pacientes.

Continuamos pasando visita. Ajustamos las dosis de medicamentos con lo poco que tenemos. A veces se piensa que lo poco es suficiente en la salud humana universal, pero no es así. Muchas personas fallecen porque no tienen medicamentos, como aquel señor con acidosis metabólica y no había bicarbonato, o aquella señora con un shock séptico y la bacteria era resistente al antibiótico que había, o personas para las que no hay un ventilador al que conectarlas, gente de todos los credos, razas, filiaciones políticas y edades (desconozco la situación de los niños, espero que no sea como esta).

Testimonio (3)

13:00

‌Dejamos a un equipo dentro y salimos otros a realizar desinfección. Mientras tomaba una ducha, reflexioné que nunca creí que estuviéramos tan mal. De los monitores solo funcionan algunos, pero no tienen electrodos, otros no tienen oxímetro de pulso, sin contar línea arterial y capnografía, algo que creo que ninguno tiene, por lo menos los que me tocaron.

Me pregunto, más allá de cuestiones políticas, por qué nuestro gobierno no tomó acciones más drásticas a tiempo. ¿Acaso no había información para ello? Si fuimos uno de los países con menor cantidad de contagios en un momento, por qué no nos cerró. Si somos una isla, el coronavirus no tenía que haber llegado a nosotros. ¿Por qué le importó más el turismo? Sé que es el principal renglón de nuestra economía, pero tenemos cayos con complejos hoteleros, ¿por qué desde el principio no se escogieron esos lugares y se aisló el resto?

¿Por qué abrieron en diciembre? ¿Por qué permitieron este caos? ¿Acaso ellos no sabían en qué condiciones estaban nuestros hospitales? ¿Es que sus visitas son tan erráticas que no preguntan al verdadero trabajador? ¿O es que tenemos tanto miedo a exigir lo mínimo para el pueblo, para darle una salud decente, que nos callamos y no decimos lo que sabemos? ¿Por qué el Dr. Durán miente en sus reportes diarios? ¿Por qué los fallecidos por post Covid-19 no se cuentan en las estadísticas? ¿Por qué no activan la Brigada Henry Reeve para todas las provincias? ¿Por qué los jefes no entran a trabajar a la zona roja? ¿Por qué solo se preocupan cuando un lugar colapsa?

¿Por qué no nos unimos como hermanos para salir de esta maldita guerra? No son momentos de hacer política. Nos estamos muriendo. Creo que donde ha existido colapso deben renunciar desde el director provincial de salud y toda su comitiva, hasta los gobernadores y primeros secretarios del partido, por ineptos. Todos esos pensamientos vienen en un momento de baño y reflexión.

14:00

El almuerzo

No puedo pensar en comida. De eso ni hablar. No podría comer después de tener una mañana tan horrible.

15:00

Vuelvo a entrar, confecciono las historias y organizo el parte para los familiares.  En ese momento llama un directivo, dice «que nadie se puede morir», que tenemos que hacer un esfuerzo sobrehumano. Le explico, ya más calmado, las condiciones precarias que tenemos, a veces sin equipos de protección. «Así está todo el país» –me responde y pienso entonces que está mal todo el país. Algo estamos haciendo mal definitivamente.

Le referí al directivo que lamentablemente tenemos más pacientes de los que podemos atender y que deberían montar un hospital de campaña como lo han tenido otros países. «No existen las condiciones», me respondió.

Después de la conversación, decido volver a entrar. Algunos pacientes aseguran haber mejorado, pero nos lo dijo un amigo: «La mejoría en la Covid-19 es traicionera». Continuamos y vamos a visitar las salas donde están los demás pacientes que teníamos pendientes a ingreso.

Lamentablemente supimos del fallecimiento de un señor mayor. Pregunté qué ritmo tenía cuando cayó en paro según el desfibrilador y me dijeron que donde único habían desfibriladores era en terapia intensiva, ahí ellos no tenían. Me fijé en el carro de paro, escasos medicamentos pero tenía los más importantes. Como siempre, les pregunté si los directivos conocían esta situación y respondieron que lo sabían, pero que no podían dar respuestas.

Coordinamos el traslado de dos pacientes de la sala para la terapia. Tan pronto llegamos nos informa la enfermera que a una paciente que se encontraba con tratamiento de ketamina se le estaba acabando, llamaron a la farmacia y lo único que había era midazolam. La ketamina se la habíamos administrado porque tenía tendencia a la hipotensión, también tuvimos que agregar otros medicamentos y drogas vasoactivas, no había de otra.

Parecía que el bloqueo nos estaba jugando una mala pasada, aunque ese mismo mediodía el noticiero anunciaba que se podía entrar cualquier tipo de medicamentos por el aeropuerto. Me quedé perplejo. Ahora no sabía cuál de los dos bloqueos, si el que conozco de toda la vida o el nuestro, actuando al unísono, habían provocado la situación de la señora.

21:00

Salimos para bañarnos y comer. En la ducha pensé en mis familiares. Si antes no dejaba salir a los viejos, ahora mucho menos. Si lo poquito que hay nos lo están dando para el enfrentamiento a la Covid-19, qué se harán los pacientes oncológicos, los renales crónicos con régimen dialítico, los que lleguen de repente a urgencias. ¡Dios mío!

Mientras como, observo las redes sociales. Campaña de odio de ambos lados, campaña de vacunación, campaña de recogida de alimentos y de medicamentos. Uno sabe siempre en las redes cuáles son las cosas que nos influencian y cuáles no. Está pandemia ha sacado lo peor de los cubanos. No tenemos liderazgo porque nuestros jefes están corruptos, no solo financieramente sino por el poder, que los vuelve ciegos a los deseos del pueblo.

22:00

Noche de guardia

Entramos de nuevo y nos dividirnos la noche. Volvemos a pasar visita: tocamos, auscultamos, y revisamos de forma precisa los parámetros hemodinámicos; vemos que todos los sueros estén goteando, sueros con medicamentos que necesitan bombas de infusión o jeringuillas perfusoras, pero no tenemos, así que debemos estar vigilando toda la madrugada.

Hago el primer turno y todo permanece tranquilo. Dentro de la escafandra me siento protegido y con todos los medios de seguridad, aunque los guantes son reutilizables. Me pongo unos nuevos quirúrgicos por abajo, dijeron que pronto vendría un donativo. No sé qué deseo más, si medios de protección o ventiladores con monitores y jeringas perfusoras, todo en grandes cantidades.

Testimonio (4)

Donativo de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) a Cuba, para el enfrentamiento a la COVID-19. (Foto: @opscuba/Twitter)

Salgo de ahí y me vuelvo a bañar. Tan pronto me acuesto, un paciente cae nuevamente en parada cardíaca. Comenzamos a batallar y logramos que salga. Establecemos una mayor vigilancia con él y le ponemos el único monitor que sirve. Nos quedamos cuidándolo toda la noche. Se ve joven, tiene menos de cincuenta años según su historia clínica. ¡Dios mío, tiene mi edad!

Pienso en mi hijo, en lo difícil que es todo aquí, en que mi familia depende de mí. ¿Y si me pasa algo? Mejor alejo esos pensamientos. Vuelvo a revisar al dedillo todo. En la residencia teníamos un lema: «A mí no se me muere nadie».

A las 5:00 de la mañana nos llaman de la sala, tenían un paciente inestable pero les habíamos dicho que no contábamos con cama ni ventiladores. Esa es la parte que nadie cuenta, a veces la culpa no es de nosotros. Había leído que en países de Europa quitaban ventiladores a los viejos para ponérselos a los jóvenes, pero en Cuba es peor: no hay ventiladores para casi nadie y los dejamos a su suerte.

A un vecino le sucedió eso: lo mandaron para la casa y amaneció muerto. Fui cómplice, no protesté, no dije nada a pesar de que sabía que era incorrecto. ¿Adónde nos vamos a quejar? ¿En qué nos estaremos convirtiendo?

6:00

Termina mi primera guardia en la zona roja, pero no esta historia.

***

[1] Los flujos son la cantidad y presión con que llega oxígeno al pulmón. Para ilustrar con un ejemplo: cuando alguien sopla un globo sabe la cantidad de aire que entra de acuerdo al tamaño que este toma; pero si quien está soplando tiene los ojos tapados y no aguanta con las manos el globo, le resulta imposible saber la cantidad de aire que puede contener todavía y provoca una explosión. Si el globo fuera el pulmón y no existen sensores de flujo se produciría un barotrauma, es decir, se romperían los alveolos pulmonares y el paciente podría fallecer.

[2] La FiO2 es la fracción inspiratoria de oxígeno. Los humanos respiramos al 21%, según el nivel del mar, pero hay pacientes que precisan mayor cantidad de oxígeno porque no realizan correctamente la ventilación perfusión. Cuando no hay sensores Fio2 el paciente fallece porque el equipo está ventilando con la misma capacidad de oxígeno que traía naturalmente el enfermo.

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