TOKIO.- Para cubrir los 50 kilómetros de la marcha olímpica hay que tener altos niveles de preparación, mucha determinación y un control mental que permita que el continuo braceo, el movimiento de cadera y la gran tensión en las piernas, no haga aparecer a la fatiga, física o síquica. Es una de las pruebas más retadoras, la de más larga distancia para recorrer y en la que más tiempo los atletas están en competencia.
Aquí, en el kilómetro 42, el atleta local Masatora Kawano cayó en el piso y por unos segundos se lamentó en las calles de su país. No obstante, se logró parar y avanzar.
No alcanzó el podio, llegó en la sexta posición, pero reflejó la imagen de ese Japón que avanza, que no se ha detenido, y que hoy salva a los Juegos Olímpicos.
Estas citas, las guerras mundiales y la capital del país anfitrión tienen historias que las conectan.
Esta ciudad iba a ser la sede de los Juegos Olímpicos de 1940, pero la segunda guerra mundial le impidió coronar el sueño que, antes de que estallara esa conflagración, ya se la había cedido a Helsinki, también por motivos políticos y militares, cuyos antecedentes se sitúan en 1931, con la invasión del imperio nipón a la Manchuria china.
De los 125 años que tienen ya las citas bajo los cinco aros, solo dos ediciones han tenido que suspenderse o cancelarse, y ambas a causa del despliegue de las guerras mundiales. Primero fueron cancelados los de 1916 y después los de 1940 y 1944, esta última adjudicada a Londres.
Justo un año después de suspenderse la justa londinense, dos urbes de esta nación eran totalmente devastadas por un crimen ordenado desde una silla presidencial. El 6 de agosto se mandó a matar a cientos de miles de japoneses, y sin reponerse del vil asesinato masivo, tres días después se dio la misma orden sobre otra urbanización de este país. Hiroshima primero, y Nagasaki después fueron arrasadas, y este archipiélago totalmente conmocionado y enlutado, parecía, hace 76 años el mismísimo infierno.
Aquel edicto para matar, del presidente estadounidense Harry Truman, buscaba la rendición de Japón, parte de las potencias del eje, con Alemania e Italia, enfrentados a los aliados, encabezados por Gran Bretaña, la entonces URSS, China y Estados Unidos que, como siempre, no arriesgó su territorio para nada, en su filosofía de hacer las guerras lejos de sus fronteras y sacar ganancias.
Se necesita sangre fría, tener vocación de diablo o de asesino, al más puro estilo nazi, para ejecutar tan salvaje genocidio en nombre de una coalición o para buscar una rendición de una de las partes en un conflicto bélico.
«No se puede estar jamás de acuerdo, en cualquier tipo de guerra, con hechos que sacrifiquen a civiles inocentes. Nadie podría justificar los ataques de la aviación alemana contra ciudades británicas en la Segunda Guerra Mundial, ni los mil bombarderos que en lo más álgido de la contienda destruían sistemáticamente ciudades alemanas, ni las dos bombas atómicas que en un acto de puro terrorismo contra ancianos, mujeres y niños Estados Unidos hizo estallar sobre Hiroshima y Nagasaki».
Japón, por decisión el emperador Hiroito, se rindió, pero no fue vencido. El país que hospeda hoy a la paz, a la fraternidad y a la juventud mundial en una emulación pacífica de las fuerzas controladas, porque eso es el deporte, es una nación altamente desarrollada, educada, organizada, científicamente vanguardista y respetuosa de su cultura y tradiciones, esas que también fueron víctimas de la metralla atómica. Ha hecho de la hospitalidad uno de los grandes récords de la competición multideportiva que ha organizado.
Honrando a su gente, cuando Tokio sirvió de anfitriona, en 1964, Yoshinori Sakai, quien nació en la prefectura de Hiroshima, el 6 de agosto de 1945, el día de la explosión atómica, fue elegido como el último portador de la antorcha como símbolo de la paz. Hoy, así como se ha levantado este país, Masatora Kawano, lo hizo para no dejar en el piso la resistencia y voluntad de seguir avanzando por un futuro mejor, en el que brillen las medallas y desaparezcan las armas nucleares.