PINAR DEL RÍO.–No fueron los rivales, en una de las divisiones más reñidas del mundo, lo que le robó el sueño a Roniel Iglesias antes de salir en busca de su segundo título olímpico en Tokio 2020, sino el golpe bajo que le asestó la COVID-19 a dos semanas de la competencia.
Su esposa, Lilien Valdés, recuerda que fue el último cubano en llegar a Japón. «El equipo de boxeo partió y él no pudo ir con ellos». Luego perdería un avión durante la escala en Rusia, que lo retrasaría aún más.
«En total demoró seis días en el viaje. Por eso, más el cambio de horario, su primer combate lo peleó sin dormir».
Lilien cuenta que tras bajar del ring, después de un pleito muy reñido, Roniel la llamó para decirle: «ese que viste no soy yo. Vine aquí con más, para ganar todas mis peleas por unanimidad».
Y no se equivocó. En la casa familiar, en el reparto Celso Maragoto de la ciudad de Pinar del Río, se siguió con emoción la actuación del monarca de Londres 2012.
«Cuando vi el organigrama, le comenté que estaba bien enredado, con campeones europeos, asiáticos, mundiales. Pero me respondió que por eso iba a disfrutar más la victoria».
Tal como vaticinó antes de partir, Roniel conquistó la medalla que le había prometido a su hijo Lucas, y que lo ubica entre los boxeadores más grandes de esta Isla.
Sin embargo, su historia no termina aún. Ya lo aseguró él mismo, en sus primeras declaraciones tras la victoria, y lo ratifican quienes en su tierra, desde la retaguardia, ayudan a sostener sus pasos de campeón.
Lilien, la esposa, considera que en las condiciones en que se presentó, no hay por qué pensar el retiro. «Él no ha perdido las habilidades. Tiene la maestría para ganar, la experiencia. Ahora mismo, lo tiene todo».