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Raúl Prado: “ni confundido, ni delincuente, ni mercenario: ciudadano”

Raúl Prado tiene 35 años. Vive en Playa, La Habana. Su padre es médico y su madre, enfermera. Se graduó de Derecho, aunque nunca ha ejercido como abogado, y también de Director de Fotografía, tras lo cual ha filmado documentales, cortos de ficción, series y ahora mismo trabaja en la película que está preparando el maestro Fernando Pérez.

Raúl habla con tono reflexivo, pausado. Defiende el diálogo por encima de todo y el derecho de cualquier persona a expresar lo que piensa. Toma y brinda café sin remilgos, aun cuando esté frío. Se define como alguien sincero, comedido, enemigo de la violencia y las mentiras, y asegura que se delata a sí mismo cuando miente, porque su rostro se enrojece y el sudor que le corre copiosamente hace muy fácil descubrirlo.     

“Por eso digo lo que pienso, y ya después veremos qué pasa”, sentencia.

Raúl Prado fue uno de los jóvenes que se reunieron en las afueras del ICRT el pasado 11 de julio. Antes, había estado en el Ministerio de Cultura el 27 de noviembre. Lo hizo, afirma, no porque recibiera dinero por ello, ni porque sea un delincuente, ni porque tenga ninguna confusión en sus ideas. Sostiene que Cuba necesita cambios para salir adelante y que está dispuesto, como ciudadano, a participar en esos cambios.

Raúl fue detenido aquel domingo junto a los otros jóvenes que estaban con él. Fue llevado a la fuerza a una unidad policial en las afueras de La Habana y liberado más de 24 horas después. Mientras lo cargaban en un camión, cantó orgullosamente el Himno Nacional. Ahora cumple una medida cautelar y está a la espera de un posible juicio por algo que no considera un delito.

Esta es su historia, la que contó a OnCuba dos semanas después de aquellos hechos, en el pequeño apartamento en el que vive con su novia, recibe a sus amigos con una taza de café y sigue pensando en el cine y en el país donde nació y donde vive.

El cine, la fotografía, el Derecho

Yo digo que hago cine casi de casualidad, porque ha sido así. Las cosas me fueron sucediendo una detrás de otra, sin una premeditación, sin una intención inicial. Yo no te puedo decir: “desde niño me di cuenta en el cine de que eso era lo que quería hacer en mi vida”. La verdad, no te puedo hacer esa historia, que te podrían hacer otras personas que siempre vieron su futuro ahí. Yo no. Yo lo descubrí paso a paso, afortunadamente.

Mientras estudiaba Derecho en la Universidad de La Habana, me empecé a interesar por la fotografía. Pasé cursos de foto fija y me fui involucrando en este mundo. Un día a un amigo, que era el productor de Alejandro Pérez, le hacía falta un fotógrafo para hacer un casting, y yo, que no tenía idea de lo que era eso, fui y lo ayudé. Incluso hice un casting con conocidos y amistades de la universidad y ese fue el que le funcionó, y así empecé a trabajar con ellos.

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Estuve tres años en el equipo de Alejandro Pérez, como asistente de producción, todavía estudiando en la universidad. Trabajé en videoclips, en publicidad, y aquello me encantó. Todos los días aprendía algo, conocía a alguien nuevo, un lugar nuevo, una historia nueva. Experimenté un movimiento, un dinamismo constante, contrario al estatismo de la universidad, de la carrera. Es cierto que yo había escogido esa carrera, pero a veces uno escoge cosas que no las tiene del todo claras, y ese fue el caso.

De todas formas, creo que Derecho es una carrera que funciona para la propia vida, aunque uno al final no la llegue a ejercer, como me sucedió a mí, porque brinda una serie de conocimientos legales, sobre la Constitución y tus derechos como ciudadano que te amplían tus horizontes y te ayudan a complementarte como persona. Yo, la verdad, no creo que tuviera claro en ese momento si la iba a ejercer o no, o si llegué siquiera a pensar en eso, porque tampoco sabía qué iba a suceder después.

El joven cineasta cubano Raúl Prado, durante una entrevista con OnCuba en su casa en Playa, La Habana. Delante, en el refrigerador, entre otros objetos, un cartel del documental «La teoría cubana de la sociedad perfecta», del director Ricardo Figueredo, en la que Prado tuvo a su cargo la dirección de fotografía. Foto: Otmaro Rodríguez.

La Escuela de Cine, trabajo posterior

Ya a punto de graduarme, un día me mandaron la convocatoria de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, porque ya había ganado unos premios en foto fija. Yo ni siquiera sabía que eso existía, en mi familia no hay nadie que tenga que ver con el arte, mi papá es médico y mi mamá es enfermera, pero soy del criterio de que no hay peor gestión que la que no se hace, y me dije que no perdía nada con hacer las pruebas para la Escuela de Cine. Ello pasó mientras estaba estudiando ya para el examen estatal de la carrera, para graduarme. Así que las hice, a ver qué pasaba, pero sin mucha concentración, sin muchas esperanzas puestas en eso.

Y ya: me gradué de abogado y como a los 15 días me llamaron de San Antonio para decirme que había aprobado, y entonces pensé que si había sido así, por algo sería. Cogí mi título, se lo di a mis padres y les dije “ahora me toca a mí”. Les confirmé que no iba a ser abogado y que me iba para la escuela de San Antonio a estudiar cine, dirección de fotografía en particular, que fue de lo que me gradué en 2014.

Ya después de eso sí me quedó claro que ese sería mi camino. Por fortuna, desde entonces no me ha faltado trabajo y he tenido la posibilidad de participar en muchos proyectos interesantes. Personalmente tengo la filosofía de que prefiero trabajar en lo que me parece valioso y me gusta de verdad, aunque ello signifique ganar menos dinero. He tenido la posibilidad de hacer muchos documentales con realizadores como Juan Pin Vilar, Ricardo Figueredo, la canadiense Laura Marie Wayne y la estadounidense Sara Neeson, que estuvo nominada al Oscar, entre otros. También de trabajar con Eduardo del Llano en varios de los cortos de Nicanor, desde Épica hasta el más reciente, y en otros proyectos independientes, que han participado en diferentes festivales y han ganado algunos premios, y en otros que están todavía en postproducción y en los que me he sentido muy satisfecho de participar.

Alberto

En 2019 filmé un corto de ficción, que luego se presentó en la Muestra de Jóvenes Realizadores y en varios festivales, incluido el de La Habana. Se llama Alberto y está basado en hechos reales. Desde la Escuela de Cine siempre me interesó dirigir algún proyecto o, más bien, contar alguna historia, y esta llegó a mí a partir de los documentales en los que he trabajado, en los que he tenido la oportunidad de conocer muchas personas y escuchar muchas historias. Y cuando supe de ella, me impactó. Tiene que ver mucho con los sentimientos encontrados que existen entre los integrantes de una misma familia, de cómo se pueden conciliar o no a partir de las vivencias de cada cual, y me pareció interesante hablar de ello. Me puse a escribirla, aunque no soy guionista, y entonces hablé con Eduardo del Llano para que me ayudara con el guion. Luego, lo perfilamos con los actores hasta que quedó finalmente como está.

Es la historia de un muchacho que sufre un acto de repudio en los años 80, se va de Cuba y pasa bastante tiempo sin regresar. Un día vuelve a visitar a su familia y buscar el espacio familiar que él dejó, porque tiene un problema de salud que no se dice explícitamente en el corto, y se encuentra con su hermano, en la casa en la que siempre vivió. A partir de ahí va descubriendo poco a poco una serie de secretos que le habían ocultado, como, por ejemplo, que en el acto de repudio que le hicieron estaba su padre, y el padre, que se da cuenta de que es su hijo, no puede con ese problema y termina suicidándose, lo cual pasó ciertamente en la historia real.

Lo irónico o paradójico es que dos años después de filmar el corto, yo mismo encarné de cierta forma a mi personaje, cuando sufrí con otros amigos un acto de repudio en el ICRT, el 11 de julio, antes de que nos llevaran detenidos. Yo no había reparado en eso hasta que días después hablé con una amistad y me lo hizo notar. Tuve que darle la razón. Después de eso, lo hice público en las redes, para que todo el que desee, pueda verlo.

Película con Fernando Pérez

Yo nunca había trabajado con Fernando. Él me conoce a raíz de algunos trabajos míos, como un documental que hice con Raydel Araoz sobre Virgilio Piñera, que se llama Virgilio desde el gabinete azul, que estuvo en el Fondo de Fomento del Cine Cubano, aplicando para un fondo de postproducción. Fernando era uno de los jurados y a raíz de eso me llamó para decirme que le había gustado mi trabajo, lo cual es un elogio enorme.

Luego, un domingo como a las 9:00 de la mañana, acabado prácticamente de levantar, recibo un mensaje suyo, en el que me decía que estaba retomando su nueva película luego de la muerte de Raúl Pérez Ureta, que era quien siempre hacía la fotografía de sus filmes, y me preguntaba si yo tenía disponibilidad para trabajar con él como director de fotografía. Me quedé paralizado, en shock. Incluso, me puse a comprobar el contacto, a ver si era Fernando de verdad, si no me estaban “corriendo una máquina” o haciendo una broma de mal gusto. Pero sí, era él. Y claro que le dije que sí. ¿Qué otra cosa se le puede responder a una propuesta de Fernando Pérez?

De todas formas, que me llamara Fernando para trabajar en su película es complicado, porque fue a raíz del fallecimiento de Pérez Ureta, uno de los más grandes fotógrafos cubanos, uno de los maestros de la luz en este país. Entonces, imagínate. En ese sentido tengo sentimientos encontrados, porque es precisamente por el fallecimiento de una persona que yo quiero y admiro mucho, que he tenido esta oportunidad, la posibilidad de asumir este reto. Pero, por otro lado, tengo un regocijo muy grande porque que Fernando Pérez me haya llamado para trabajar en una película suya es como llegar al Olimpo. Fernando es un ser de luz, alguien muy especial y no solo como artista, sino como persona, como ser un humano, y es un privilegio enorme poder conocerlo, estar cerca de él. Imagínate que él estuvo en el Vivac a la mañana siguiente de que nos detuvieron, a preocuparse por nosotros, a exigir nuestra liberación.

La película se llama Rikimbili o el mundo de Nelsito, y es mi segundo largometraje de ficción. El primero lo hice con un graduado de la EICTV, venezolano, y, la verdad, no ha tenido mucha divulgación. Pero ya trabajar con Fernando es otra cosa. Llevamos varios meses de trabajo previo, de preparación, porque, aunque ya había un terreno avanzado, al entrar yo en el proyecto, que soy otro fotógrafo, Fernando me dio la posibilidad de aportar desde mi punto de vista, desde mi manera de ver y hacer las cosas. Por ese lado, hemos tenido un tiempo muy bueno de preparación, y en eso seguimos todavía.

Tres intelectuales opinan sobre Cuba

Estética como fotógrafo

Yo no sé si realmente tenga una estética consolidada, definida. Creo que no, que todavía soy muy joven y todavía no he trabajado tanto como para decir “esta es mi estética”. Pero por lo menos sí sé las cosas que no me gustan, y cosas que sí: me gusta trabajar en clave baja de luz, me gustan los contrastes, me gusta buscar imágenes que no estén como clavadas, me gusta tener elementos delante del plano y jugar con el foco como elemento dramático. Pero igual creo que al final todo va en pos de contar una historia. Entonces, soy de la opinión que la fotografía tiene que estar en función de esa historia y no proponerse sobresalir, echarse a ver por sí sola. Ya cuando la gente empieza a decir “qué buena está la fotografía” es porque algo ha fallado en la película, porque no engancha como historia, como conjunto.

Entonces, sí los recursos fotográficos van en pos de la narración, del argumento, pues perfecto. Si se hace un plano cerrado es porque el personaje necesita dramáticamente en ese momento un plano cerrado, porque tiene un punto de giro, porque está sucediendo algo con él. Por eso me gusta trabajar la planimetría y todos los elementos fotográficos en sentido general, siguiendo el sentido dramático del personaje, de la historia. Eso me parece fundamental en cualquier película.

Del 27N al 11J

Yo estuve el 27 de noviembre en el Ministerio de Cultura, en el grupo original que estaba desde el inicio, desde las 11:00 de la mañana, aunque no fui uno de los que entró al encuentro con el viceministro ya por la noche. No entré para darle espacio a otras personas que también tenían necesidad de ser escuchadas por las autoridades, y también para ayudar con lo que estaba sucediendo afuera, que era bastante complicado, evitando que las cosas se fueran de control, llamando a la calma, a evitar las provocaciones y la violencia.

Estuve ahí, como el resto, por todo lo que sucedió previamente, lo que pasó con el Movimiento San Isidro (MSI), todos los problemas que hubo en esos días, porque más allá de que uno esté de acuerdo o no con los planteamientos del MSI o de cualquier otra persona, yo creo que con lo que uno sí debería estar de acuerdo es con la libertad de las personas de expresar lo que piensan. Yo me guio por algo que mi padre me enseñó desde chiquito, por una frase que creo que es de Voltaire y que dice: “desapruebo lo que decís, pero defenderé con mi vida vuestro derecho a decirlo”. Yo me rijo por eso. Puede que no esté de acuerdo contigo, pero creo que tienes el derecho a decir lo que estás pensando, que necesitas tener tu espacio para hacerlo, y tengo que respetarte por eso, como persona, como ciudadano. Y creo que lo que sucedió el 27N tiene que ver con eso, porque luego de lo que pasó con el MSI la noche antes, que entraron a su sede y los sacaron de ahí, teníamos necesidad de expresar nuestra opinión y dijimos, bueno, el organismo que nos tiene que representar a nosotros como artistas, que debe canalizar nuestros criterios e inquietudes, es el Ministerio de Cultura. Por eso fuimos hasta allí, a pedir que nos permitieran dialogar, que escucharan lo que teníamos que decir, aunque luego las cosas no fueron como pensamos, como creo que hubiese sido mejor.

Creo que, de haberse materializado, en la medida que sea, lo que se pretendió el 27 de noviembre, de haberse logrado a partir de ese momento un diálogo franco, abierto, transparente, sincero, sin manipulación de ninguna parte, porque es justo decir que hubo manipulación de todas partes, no hubiéramos llegado a lo que pasó el 11 de julio. O a lo mejor sí, no sé, es difícil de determinar, porque ese día hubo muchos motivos para salir a la calle entre quienes protestaron. Había otros reclamos que no eran los nuestros, los de los que fuimos al ICRT, y eso está bien, porque Cuba es plural, y todos necesitan ser escuchados. Pero quizá lo que pasó ese día no hubiera ocurrido en la misma medida, o quizá no en todos los sectores. Tampoco puedo hablar por todo el mundo, pero al menos en mi caso creo que sí, que si lo que sucedió el 27 de noviembre hubiera tenido luego otro cauce, otro desenlace, eso hubiera jugado un papel importante dentro del tejido de la sociedad cubana, sobre todo a nivel de conciencia, de libertad de expresión, de no reprimir ni deslegitimar a la gente que piensa de una manera diferente, porque al final por hablar y decir lo que piensa nadie está contraviniendo ninguna ley. ¿Para qué nos dieron entonces la posibilidad de estudiar, de conocer, si después no se nos da la posibilidad de pensar por nosotros mismos y decir lo que pensamos?

A mí, individualmente, nadie me atacó después del 27N, ni físicamente en ningún medio de prensa oficial, aunque sí hubo ataques a otras personas a distintos niveles, en las redes, en mensajes privados, incluso por la televisión nacional, en el noticiero. Yo no pasé por ese mal rato, vamos a decirle así, pero sí me consta que les pasó a otras amistades mías, a personas a las que etiquetaron como mercenarios sin serlo. Ese, lo dejo claro, tampoco es mi caso: yo no recibo ningún financiamiento por decir lo que pienso, ni me siento confundido en cuanto a mis ideas. Mi postura siempre será a favor del diálogo, porque todo el mundo tenga la oportunidad de plantear sus ideas y opiniones para hacer un país mejor. Eso es lo que queríamos el 27 de noviembre.

La Cuba de anoche

El 11J en el ICRT

En realidad, mi participación fue algo fortuita. Ese día mi plan era ver la final de la Eurocopa entre Inglaterra e Italia. Había preparado condiciones para disfrutar el juego, tranquilo, en la casa, y entonces empezamos a ver en las redes lo de las manifestaciones que estaban sucediendo, en San Antonio de los Baños, en Palma Soriano, en otros lugares, y también las convocatorias a otras concentraciones, a ir al malecón, y tristemente ya uno sabe cómo se va a manejar esa información a nivel público en Cuba, el sentido que se le va a dar en los medios oficiales. Sabes que van a poner a todo el mundo en el mismo saco, que van a decir que esa gente no son parte del pueblo, y al final cuando tú ves a miles de personas manifestándose no puedes decir que no son pueblo, porque si lo haces en realidad no estás representando como medio oficial a todas esas personas, y hay algo que no está bien en la ecuación.

Entonces, la idea de ir al ICRT fue algo que surgió en el momento. La única fuente de comunicación masiva en Cuba es el ICRT, que es desde donde se divulgan las informaciones oficiales, y entonces decidimos ir hasta allí varios amigos, los que nos congregamos ahí. Mi novia no, porque le pedí que no fuera. La idea era justamente pedir transparencia, que no se manipulara la información de lo que estaba sucediendo, porque sabíamos que eso era lo que iba a suceder, es lo que la experiencia ha demostrado. Fuimos a exigir el derecho a réplica, a que se hablara la realidad de lo que estaba pasando, no solo las protestas sino también, por ejemplo, la situación de Matanzas con la COVID-19, que no es solo los números, las estadísticas. Tampoco había prácticamente internet ya y esa era otra de las demandas, que se restableciera la conexión en los celulares. Fuimos a pedir tiempo en pantalla, como parte del derecho a réplica, no para que nos pusieran a nosotros solo sino en una mesa de diálogo, de análisis de lo que estaba pasando, pero visto desde todas las aristas que pueden existir en una situación social como esa. Y fuimos con la misma tónica del 27N, a sentarnos en el piso, pacíficamente, a esperar que un funcionario nos atendiera. Además, todos los que estábamos ahí, unos 15 o 20 a lo sumo, somos personas reflexivas, ecuánimes, no estábamos alterados ni violentos, ni fuimos a desbaratar nada, sino a dialogar, a ser escuchados, a promover una conversación entre ciudadanos, no más que eso.

Sin embargo, nunca bajó un funcionario a recibirnos. Bajó un muchacho, al parecer de la Seguridad, que fue quien nos atendió. Nos dijo que tiempo en pantalla evidentemente no nos iban a dar y en vivo menos, y nosotros le preguntamos entonces qué podíamos hacer. Pero en medio de esa conversación, salieron no sé cuántas personas del ICRT a gritarnos “mercenarios”, “gusanos”, como en un acto de repudio, sin haber hablado nunca con nosotros, sin saber quiénes éramos ni qué pedíamos, ni nada. Salieron simple y llanamente a gritarnos cosas, a ofendernos. En medio de esa situación yo mismo le volví a decir al muchacho que había bajado primero, que nosotros habíamos ido a hablar, que estábamos sentados en el piso sin ninguna posición violenta ni impositiva, e incluso le dije que como no nos iban a dejar entrar y menos con toda esa gente exaltada que nos estaba gritando, que por qué no teníamos entonces un encuentro, un diálogo, tranquilos, sentados ahí mismo todos, y que ellos mismos sacaran una cámara y lo filmaran. “Vamos a sentarnos aquí en la acera a hablar”, le propuse.

Pero terminando de hacer eso se parqueó un camión detrás de nosotros, y nos agarraron como si fuéramos sacos de papas y nos tiraron en él, así, de buenas a primera, gente vestida de civil, evidentemente policías, que, además, no se identificaron, no nos dijeron nada, sencillamente cargaron con nosotros en el camión. Uno sabe que son policías porque lo sabe, pero ninguno se identificó, quizá esperando que alguno de nosotros reaccionara y entonces acusarnos de agresión, cosa que no pasó. Yo lo que hice fue ponerme a cantar el Himno Nacional mientras me cargaban para tirarme al camión. Son situaciones en las que ponen a las personas para tantear, porque esa gente que bajó del ICRT también se nos pegaban a la cara a gritarnos cosas, buscando que reaccionáramos, pero ya uno entiende que ellos lo hacen precisamente para eso y se controla. Afortunadamente están los videos en las redes donde se puede ver bien lo que pasó, nosotros sentados, sin ninguna violencia, mientras nos decían de todo.

De hecho, hasta gritamos “abajo el bloqueo”, porque empezaron a decirnos que dijéramos “abajo el bloqueo”, y lo dijimos, claro, porque nosotros estamos en contra del bloqueo, obvio que lo estamos, pero el problema es que en nuestras manos no está la posibilidad de quitar el bloqueo. Podemos pedir, gritar, reclamar que lo quiten, hacer marchas, agradecer las votaciones en la ONU, pero nosotros, ni tú, ni yo, ni quienes nos gritaron ese día, podemos quitar el bloqueo. Nadie en Cuba puede hacerlo. El bloqueo es consecuencia del injerencismo de los Estados Unidos, y la decisión de quitarlo solo la pueden tomar allá, los políticos, el Congreso estadounidense, los cubanoamericanos que están en posición de poder, no sé bien cómo funciona eso. Pero está claro que nosotros acá no podemos. Yo lo que sí sé es que nosotros acá, como cubanos, sí podemos solucionar un montón de problemas que tenemos en el país a nivel interno. Entonces, hagámoslo, ¿no?

Historias des-conectadas

En el Vivac

Nos metieron en ese camión de manera violenta, no fue que nos pidieron amablemente que nos subiéramos ni nada parecido. Hay una foto incluso en la que yo salgo volando por el aire con las piernas abiertas, que parece que estoy bailando, cuando me lanzan para el camión. Tampoco nos dijeron para dónde íbamos. Solo veíamos carretera y carretera, y nos preguntábamos para dónde nos estaban llevando. Hasta que llegamos a una unidad de policía, lejos como loco, que no sabíamos adonde era, y el policía que estaba ahí fue quien nos dijo que eso era el Vivac. Yo en mi vida había ido a una unidad de policía ni había estado detenido ni nada de eso, así que todo aquello era algo desconocido para mí.

Allí estábamos desconectados de la familia, de los amigos, completamente incomunicados. Nos procesaron: huellas digitales, fotos, muestra de orina, los trámites propios de esos casos supongo, y nos pusieron en un espacio pequeño como a 11 o 12 personas. Ya como después de la medianoche, como a la 1:00 de la mañana, sin comer nada, nos dieron dos sábanas, mosquitero, una toalla y un pedazo de jabón, y entonces fue que nos dimos cuenta de que nos íbamos a quedar a dormir ahí. Nos llevaron a una celda, a todos a la misma, los 11 o 12, y allí estuvimos hasta el otro día. No te puedo decir que a mí me agredieron físicamente estando ahí, porque no me pasó, pero sí hubo agresiones físicas a otras personas y también a nivel verbal.

Ahí adentro había de todo: cineastas, actores, un historiador, un “durakito”, otro muchacho. Era una especie de país lo que había dentro de la celda. También había muchachas detenidas, pero a ellas las llevaron a otro lugar, también dentro del Vivac. Nunca tuvimos acceso a ellas, ni tampoco a una llamada telefónica. Nadie sabía dónde estábamos nosotros en esos momentos. Yo, de hecho, no sé cómo mi familia llegó a enterarse. Mi novia, mi mamá, estuvieron yendo a unidades de policía, llamando al 106, y no había información sobre mí, sobre nosotros, hasta que al otro día por la mañana se enteraron y entonces fueron para el Vivac. Incluso fue hasta Fernando Pérez. De todas formas, estuvimos ahí todo el lunes hasta las 6 y pico o 7:00 de la tarde, que fue cuando nos soltaron, ya después de los interrogatorios y todo el proceso ese.

Situación legal

A mí me pusieron una medida cautelar que no tengo totalmente clara. No me dieron ningún documento, ningún número de expediente ni nada, solo firmé la liberación del Vivac, porque era como una constancia de que salí de ahí. Todos esos procedimientos allí fueron poco transparentes. Yo que tengo formación como abogado pregunté si me iban a dar alguna copia de algo, algún documento, y me dijeron que no, que yo no me llevaba nada. Ahora mismo si fuera a contratar a un abogado no creo que pudiera, porque no tengo número de expediente, y eso es parte del procedimiento. Tampoco tengo información sobre el juicio, cuándo va a ser. Y los demás que estaban conmigo están igual, sin esos datos y con una medida cautelar, que al menos en mi caso no es propiamente una prisión domiciliaria, porque puedo ir a trabajar y hacer otras cosas, aunque sí me advirtieron que no debía estar en otra manifestación ni salir del país, tengo limitación de movimiento en ese sentido.

En cualquier caso, no tenemos claro cómo va a evolucionar todo, si nos van a llevar a juicio o van a tomar alguna otra medida con nosotros, y estamos al tanto de los juicios sumarios que han estado ocurriendo, que me parecen una cosa terrible, y no podemos dejar de preocuparnos. Es cierto que, en la ley de procedimiento penal cubana, cuando se habla de los juicios sumarios, no es imprescindible la figura del abogado, pero el acusado tiene la posibilidad de contratar uno si así lo quiere. Pero para poder hacerlo tiene que saber la fecha de su juicio, cuál es el número de su expediente, y si toda esa información se le es negada a la gente entonces se crea una sensación de indefensión, de no claridad, que me parece horrorosa.

Yo podría representarme a mí mismo, pero realmente prefiero no hacerlo. Igual yo considero, y se lo dije al instructor que me interrogó, que no cometí ningún delito. Considero que sentarse pacíficamente a pedir un diálogo, a exigir tus derechos, si se hace pacíficamente, sin violencia ni nada parecido, no es un delito de desorden público, que es el que me están imputando. Ese es el cargo al que por lo menos a mí me encausarían si llegara a juicio, y por el que pudiera ir hasta un año a la cárcel, que creo que es la pena máxima para ese delito. Es algo completamente absurdo, porque nunca ofendí a nadie, ni agredí a nadie, ni tiré una piedra, ni me manifesté de manera agresiva, y hay videos suficientes para demostrar eso.

Creo que lo hice fue actuar como un ciudadano, que es lo que en mi opinión necesita Cuba y cualquier país: personas que actúen como ciudadanos en lugar de ser meros habitantes. Porque mientras más ciudadanos tiene un país, más personas hay en ese país pensando en el futuro, en cómo gestionar mejor la sociedad, en cómo trabajar y avanzar por el bien de todos. Y creo que para quien se sienta ciudadano y entienda lo que ese concepto significa, no puede sentirse bien por lo que ha pasado a raíz de las protestas, porque va en contra de libertades y derechos que son fundamentales, y más si no se ejercen de manera violenta o en detrimento de otra persona.

Definición de los manifestantes según el gobierno: mercenarios, delincuentes y confundidos

Todas esas opciones son posibles, no digo que no lo sean. Lo que yo no creo que tanta gente esté en la misma situación, que miles de personas a lo largo de todo el país puedan ser etiquetadas de la misma manera, ni decir que recibieron dinero por lo que hicieron, porque si no la CIA o quienquiera que supuestamente les estuviera pagando desde Estados Unidos se quedaría sin fondos. Ese argumento no me parece verosímil. Además, si te pones a ver los videos, por lo menos los primeros, se puede ver a mucha gente en una posición pacífica, caminando por la calle, algunos en silencio, otros gritando sus cosas, incluso algunos gritando ofensas, faltas de respeto, es verdad, pero ya eso depende de cada cual. Pero lo que más se oye son gritos de “libertad”, cosas así, y yo no creo que la gente esté confundida por decir esas cosas; esa sencillamente es su manera de pensar, de expresarse y reclamar sobre su situación.

Yo creo que cuando alguien le dice “confundidas” a tantas personas que salieron en tantas partes de Cuba, lo que está es subvalorando a esas personas y, además, demuestra un desconocimiento enorme de la situación real del país a nivel de calle, de cómo viven realmente muchas de esas personas, de sus problemas, de sus dificultades, porque solo hace falta caminar un poco las calles cubanas para darse cuenta de eso.

A mí, particularmente, no me gustan las etiquetas, ni me siento parte de ninguna de las que se han usado en estos días para definir a quienes salieron a la calle. Deploro los conceptos que solo sirven para etiquetar a la gente, para separarla en sistemas y en bandos, que muchas veces no tienen nada que ver con la propia condición humana. Por eso, si me van a etiquetar en alguno de esos conceptos que sea en el del humanismo, o que definan como “ciudadano”, en toda la amplitud y significado de esa palabra. Al final, uno es un cúmulo de muchas cosas, no es un ser plano y estático, y las cosas varían en dependencia del contexto, de cómo va pensando y sintiéndose uno mismo.

El discernimiento como política

Postura de la familia

De mi familia he recibido un total apoyo. Partiendo de la misma frase de Voltaire que me enseñó mi padre, no es que desaprueben lo que digo, pero tampoco están totalmente de acuerdo con todo lo que yo pueda decir. Somos de generaciones diferentes y nos tocó vivir cosas completamente diferentes. Pero nos conocemos muy bien, y como familia conversamos todas las cosas, por eso saben quién soy yo, cómo pienso, y me han brindado un apoyo incondicional. Por esa parte yo me siento muy feliz, la verdad. Porque sé que no es el caso de todas las familias. Quizá si todos los padres se sentaran un rato a conversar con sus hijos, a escuchar lo que ellos tienen que decir, a lo mejor entendieran un poco más las cosas, pero sé que eso puede ser complicado. Si no sucede a nivel gubernamental, cómo podría ser a nivel familiar, donde las asperezas pueden ser más difícil de manejar, más complicadas por el día a día. Pero yo en ese sentido no tengo ningún problema, afortunadamente.

Expectativas, apreciaciones, deseos tras el 11J

No creo que a nivel de gobierno, vaya a cambiar algo. No sé, es lo que me parece. Como me parece que a nivel de la gente, de la sociedad, sí hubo un cambio, a partir de un momento de transparencia en que la gente expresó lo que sentía, lo que quería decir realmente, que no es una cosa que haya sucedido mucho en Cuba porque la gente se reserva mucho lo que piensa por temor a las repercusiones que eso pueda tener. Y, la verdad, no soy optimista sobre lo que podría pasar más adelante si no se establece un diálogo real, si no se habla con las personas que salieron a manifestarse en lugar de reprimirlas y enjuiciarlas. Y ese diálogo, al menos ahora mismo, no está ocurriendo.

Pero si se produjera, y me permitieran participar en él, defendería ante todo la pluralidad. Una sociedad no puede ser uniforme, porque tiene millones de individuos, y cada uno va a pensar por sí mismo, de acuerdo a su contexto y a sus cosas. Y también defendería que no se ejerza violencia de ningún tipo sobre la individualidad dentro de esa pluralidad, que se entienda que el disentir no significa estar en contra de todo, porque ahora mismo hay quien está diciendo que los que se manifestaron, los que abogamos porque ocurran cambios, lo que queremos es volver a antes de 1959, y yo no sé quién habrá dicho eso. Al menos ni entre quienes estuvieron conmigo ese día, ni yo mismo, nos hemos proyectado nunca de esa manera, ni creo que nadie con sentido común quiera volver atrás. Utilizar la Historia como ancla me parece algo absurdo. De lo que se trata es de avanzar, de ir hacia delante, por el bien del país y de todos los cubanos.

Y para eso defendería el diálogo, la confrontación de ideas, el debate, y hacerlo público. Darles a las personas herramientas ciudadanas para que puedan debatir a nivel de sociedad, para que puedan expresarse e intercambiar libremente a nivel de su comunidad, de su cuadra, de su familia incluso, y que la gente venza sus temores, sus reticencias, y se motive a hablar, a decir lo que piensa y lo que siente, porque la gente necesita expresarse para no estar marginados ni automarginarse toda su vida. Eso sería fundamental: exponenciar el diálogo y el respeto al criterio de los demás, sin imposiciones ni exclusiones ni violencia, para debatir de todo lo que podemos hacer como ciudadanos cubanos en Cuba, que es mucho, a nivel económico, a nivel político, a nivel social, respetando todas las opiniones, escuchando todas las ideas.

De todas esas ideas se podría llegar a un tronco común, a un consenso, que luego se pueda llevar a la práctica. Pero si tú a mí no me escuchas nunca vas a saber lo que yo pienso, si no me quieres escuchar nunca vamos a llegar a un consenso real ni establecer un verdadero punto en común, y yo estoy seguro que todos los cubanos tenemos montones de puntos en común. Las mismas personas que nos gritaron “gusanos” y “mercenarios” en el ICRT, estoy seguro que tienen muchos puntos en común con nosotros, porque todos somos cubanos y vivimos en el mismo país, todos tenemos más o menos las mismas carencias y los mismos problemas. Entonces, se trata de priorizar lo humano, las personas, antes que cualquier concepto o ideología.

11-J en Cuba: sobre lo bueno y lo justo

Escuchar, dialogar, cambiar

Es necesario escuchar a las personas, saber qué piensan, qué quieren, cuáles son sus problemas y sus opiniones. Creo que habría ir cuadra por cuadra, barrio por barrio, a sentarse con la gente que salió a protestar, a intercambiar con ellos, pero no como si fuera un interrogatorio policial, sino un diálogo real, a nivel humano, sincero, y preguntarles directamente por qué fueron a las manifestaciones, qué les pasa, qué situación los llevó a eso, y escuchar de verdad lo que tienen que decir de su situación y de Cuba. A lo mejor de ahí sale alguien con una idea inesperada, genial, que puede ayudar a la economía del país, vaya usted a saber. Pero algo así no sería posible si no se produce ese diálogo, sin una voluntad de escuchar. Y eso es es lo que yo defendería por encima de todo, como estoy seguro de que es lo que defienden los que fuimos hasta el ICRT el 11 de julio y los que fueron al Ministerio de Cultura el 27 de noviembre: dialogar, debatir, ser escuchados. Me parece que es un tema generacional, un común denominador importante de muchos jóvenes cubanos que debería ser tenido en cuenta.

Hace unos días, el dramaturgo Yunior García, que estuvo conmigo en el Ministerio de Cultura y luego en el ICRT, se reunió con Silvio Rodríguez, y conversaron, cada uno desde su punto de vista, desde su experiencia, con respeto. Como símbolo ese encuentro me parece muy positivo. Vamos a ver si eso puede servir para desencadenar otros diálogos, otras cosas. Ojalá. Eso es lo que hace falta: que las personas se sienten a hablar, sin tanta violencia innecesaria, porque la violencia no lleva a ningún lugar, al menos a ninguno bueno, y yo creo que, si se sientan a hablar con nosotros, con los que estuvimos en el ICRT, van a descubrir que somos gente honesta, transparente, para nada violentos. Sencillamente somos ciudadanos que lo queremos es que Cuba se desarrolle y siga avanzando. Lo que sí me parece es que como están las cosas actualmente en Cuba, y no solo por la pandemia y el bloqueo, tiene que haber cambios en el país, hay muchas cosas que necesitan cambios.

La vida después del 11J

Imagínate. Intento concentrarme en mi trabajo, en la película que estoy haciendo con Fernando Pérez, todo lo que pueda, pero es muy difícil en estas circunstancias, cuando estás recibiendo mensajes de amigos sobre lo que pasó y lo que sigue pasando, noticias de amistades y conocidos que apresaron y enjuiciaron de manera injusta, aunque a algunos los hayan excarcelado y estén ahora en su casa a la espera de la respuesta a su apelación. Es muy complicado llevar la vida cuando ni siquiera sé qué va a pasar conmigo mañana, si me van a llevar a juicio de un momento a otro, porque realmente no sé. Conmigo no han vuelto a contactar, ni me han citado para nada, así que no tengo ninguna noticia nueva sobre mi situación.

Aun así, trato de mantenerme activo, no solo con el trabajo. También sigo tratando de ayudar todo lo que puedo con el tema de las donaciones para Matanzas, reuniendo medicamentos para enviar hacia allá, en contacto con personas de allí que nos están ayudando en eso, haciendo censos por comunidades, que fue algo que ya hicimos cuando el tornado en La Habana, para distribuir todo lo que podamos reunir. Así hemos podido enviar ya varios carros de medicamentos a Matanzas, que se entregan personalmente en casas de personas enfermas que no están en los hospitales porque no hay capacidad, con la ayuda de médicos, con intensivistas de allá, que nos están asesorando en eso, y como complemento de la labor de las instituciones y organizaciones que llevan sus donativos a los centros de aislamiento y hospitales. Al final, nosotros estamos aquí para ayudar, para participar, para formar parte, como ciudadanos, del tejido del país. No se trata de otra cosa que no sea eso.

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