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Apuntando a Tokio: La voz de Simone Biles

Muere el noveno día de competencias en Tokio y amanece en la franja del centro-este de Estados Unidos. Es 29 de julio del 2021, un día como cualquier otro, pero las sensaciones al despertar no son las mismas de siempre. Desde Columbus, Ohio, hasta Spring, Texas, se percibe la ansiedad y, antes del primer sorbo matutino, todos corren a ver si las noticias de las últimas horas fueron una pesadilla o una incómoda realidad.

Por desgracia, los televisores y celulares repiten hasta el cansancio una imagen olímpicamente nítida, real, inequívoca: Simone Biles, ícono nacional, no está en el podio del concurso de máximas acumuladoras en la gimnasia de los Juegos de Tokio, donde se suponía que igualaría a la soviética Larisa Latynina y a la checa Věra Čáslavská como las únicas mujeres que han ganado el All Around en dos Olimpiadas consecutivas.

Desde Columbus, Ohio, hasta Spring, Texas —la ruta que conecta la infancia de Simone Biles en hogares de acogida con su madurez en casa de sus abuelos maternos—, todos están consternados. Ni siquiera la victoria de otra estadounidense, la juvenil Sunisa Lee (18 años), aplaca el dolor de los parciales de Biles.

Ese no era el guion que ellos habían escrito en Estados Unidos para la obra de la gimnasia artística femenina en los Juegos Olímpicos de Tokio. En su trama, había suspenso, tensión, altibajos, piruetas del destino, pero el desenlace siempre era el mismo: Simone Biles, a sus 24 años, cubría de oro el título de mejor gimnasta de la historia y regresaba a casa a dar una gira nacional en la que todos la cargaban en hombros.

Pero Simone puso en pausa al mundo, tomó los papeles y rompió todas las líneas que habían escrito para ella, justamente después de un salto impropio de su calidad en el inicio de la lid por equipos, la cual Estados Unidos perdió por primera vez en 13 años. Muchos aseguran que su ausencia restó, aunque más bien parece que si hubiera seguido en competencia las norteñas estarían sin medallas a esta altura.

“Pensé que era mejor dar un paso al lado por el bien de mi salud mental. Sabía que las chicas harían un gran trabajo y no quería poner en peligro al equipo y la medalla por mis errores, ya que han trabajado muy duro para ello, y por eso decidí que las chicas terminasen la competición sin mí”, sentenció Biles, quien ciertamente pudo empujar al conjunto norteño directo al abismo.

“Han sido unos Juegos Olímpicos muy estresantes en todo. Sin público, ha habido muchas variables inesperadas. Ha sido una semana larga, un ciclo olímpico largo y un año largo. Nos hemos estresado demasiado en lugar de salir ahí y pasarlo bien, como debe ser”, añadió la gimnasta en una conferencia de prensa descorazonadora, con olor a despedida definitiva.

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“No solo somos deportistas. Al final del día somos personas y a veces tenemos que dar un paso atrás. Sí, y creo que hablar, decirlo todo, ayuda. Estamos en algo tan grande, son los Juegos Olímpicos, que si no estás al 100 o al 120% al final del día te tienen que sacar en una camilla, porque acabarás haciéndote daño a ti misma”.

Los soportes

El judoca Nikolos Sherazadishvilli, georgiano nacionalizado español y número uno del ranking mundial en los 90 kilogramos, perdió en Tokio de manera sorpresiva y quedó fuera del cuadro de medallas. Hasta el séptimo lugar cayó un hombre prácticamente infranqueable en los últimos tiempos, dueño de dos títulos de orbe.

Sherazadishvilli dice que no sabe lo que ha pasado, pero tiene claro que las sensaciones no son las que deberían ser. “Presión, nervios. Yo me meto presión siempre (…), pero no debe ser de más porque pueden pasar estas cosas”, dijo el judoca a la Cadena Ser, desconsolado y sin norte.

“Ahora necesito despejarme y no ver el tatami ni nada de esto. Estoy destrozado”, añadió Niko, otro que ha dejado al descubierto la tensión mental a la que se someten los atletas, obligados a ganar, ganar y ganar sin importar el costo.

Nikolos Sherazadishvilli, georgiano nacionalizado español y número uno del ranking mundial en los 90 kilogramos, perdió en Tokio de manera sorpresiva. Foto: Atlántico.

Sherazadishvilli, como Simone Biles, es uno de los más expuestos a esa moledora mediática, y ahora, de nuevo como Simone Biles, es uno de los que ha decidido no callar más. Ellos dos se suman a una ya importante lista de deportistas que han llegado al límite y no han dudado en alertar sobre los riesgos psicológicos de la alta competición.

La tenista Naomi Osaka ha hablado de vulnerabilidad y ansiedad ante el acoso de la prensa; la nadadora estadounidense Simone Manuel sufrió fatiga crónica por sobreentrenar; Michael Phelps pasó por estados depresivos pese a su rosario de preseas; el ciclista Tom Dumuolin no soportaba el estrés y abandonó las carreras, aunque encontró nuevas motivaciones y regresó para colgarse una medalla en la ruta de Tokio.

De alguna manera, ellos fueron voces importantes que dejaron la puerta abierta para la investigación sobre el tema, sobre las mejores herramientas para cuidar la salud física y mental de los atletas, en particular ahora en el contexto de la pandemia.

“Tenemos que proteger nuestros cuerpos y nuestras mentes y no hacer siempre lo que el mundo quiere que hagamos. Creo que el problema de la salud mental es más prevalente ahora que nunca en el deporte”, ha dicho Biles, quien ha tenido que sortear infinidad de obstáculos.

Sus frases han acaparado todos los titulares de la gimnasia artística en los Juegos, dejando en un segundo plano el regreso dorado de Rusia a la cima de la lid colectiva para mujeres —no ganaban desde que compitieron como Equipo Unificado en 1992— o la espectacular victoria en el All Around del joven japonés de 19 años Daiki Hashimoto, quien pinta como el heredero del mítico Kohei Uchimura.

“Muchas veces siento de verdad como si cargara sobre mis hombros el peso del mundo”, escribió la norteña en Instagram, espacio donde habitualmente se puede ver a la otra Simone Biles, sin leotardos, sin brillos y sin un tapiz, una barra o un caballo de fondo.

Esas palabras antes de competir ya reflejaban el pesado lastre que tenía amarrado a su tobillo, impidiéndole despegar. Pero lo peor vino después, cuando la duda se convirtió en certeza y el miedo en pánico. Allí, acorralada, soltó lo que nadie esperaba y borró la imagen de eterna perfección que la atormentaba.

Los dardos

En los últimos años, Simone Biles se ha montado en las espirales de una tormenta categoría cinco. El viaje ha sido satisfactorio, productivo, pero también escabroso. Su vida ha quedado totalmente expuesta al terror de los medios, que la llevan y la traen desde múltiples campañas y obras de impacto en la sociedad. Poco a poco, ha dejado de ser la gimnasta para convertirse en un símbolo de muchísimas causas.

Sin embargo, su decisión de no competir en el 2017 y el reciente episodio de Tokio han sido suficientes para encasillarla como parte de una élite acomodada e incapaz de crecerse ante las adversidades. Para sus acérrimos críticos, Biles es el rostro de una generación débil, cuyo único legado será la habilidad para hacer algunas piruetas impresionantes. El resto de su obra, al parecer, no cuenta para nada…

Lógicamente, sus detractores no toman en cuenta su protagonismo en las acciones judiciales contra Larry Nassar, el médico que abusó sexualmente de más de 200 niñas y adolescentes, o su importantísimo papel en la lucha por la igualdad de derechos de las minorías negras y asiáticas. Sus detractores obvian los llamados de Biles a ser más tolerantes y a “no darle ninguna importancia a la raza, al género y a la orientación sexual”.

Sus detractores argumentan que ha amasado millones gracias a contratos publicitarios, obviando que, justamente, dio la espalda a la todopoderosa Nike por su política de penalización a las atletas embarazadas durante el tiempo de gestación. Los millones que Biles ha reunido son los millones de una atleta con 19 títulos mundiales, cuatro coronas olímpicas y casi 40 medallas en un lapso de seis años. ¿En serio alguien puede cuestionar que los merezca? Creo que ni siquiera vale la pena entrar en un debate sobre el asunto.

https://youtube.com/watch?v=xYNtSXcHz5Y&feature=oembed

Biles, como casi todos los deportistas de élite, se ha ganado lo que tiene a golpe de trabajo y sudor, entregada al máximo en los gimnasios, con dolores inhumanos por los golpes y lesiones acumuladas durante años de máxima exigencia. A eso, entonces, súmenle el hecho de que ha usado su influencia mediática para visibilizar distintas luchas sociales.   

“Esa niña ha aguantado más situaciones traumáticas a los 24 años que la mayoría de las personas en toda su vida. Después de todo eso, el hecho de que ella misma decidiera retirarse significa que sea lo que sea lo que la atormenta interiormente tiene que ser insoportable y hay que tomarlo muy en serio”, escribió en Instagram Andrea Orris, exgimnasta y coach asistente de la Universidad de Illinois.

“Nunca podremos conocer y entender sus luchas y sus elecciones internas. No merece ser juzgada por nadie. Primero, porque es humana, y, segundo, porque después de todo lo que ha hecho por su deporte, todo lo que tiene que aguantar a causa del deporte, y la broma de una organización [la federación norteamericana] que protegió a su depredador en lugar de a ella y sus compañeras”, añadió Orris.

Por mucho que les cueste decirlo, Simone Biles ha revolucionado la gimnasia moderna, su influencia es gigantesca desde muchos puntos de vista. “Sin Biles, el deporte no sería tan diverso como es y cómo será”, dice Juliet Macur en un artículo de The New York Times.

Dicha sentencia no solo se refiere a la complejidad de sus rutinas (algunas tan peligrosas que los hombres no se atreven a hacerlas y la Federación Internacional les resta valor para disuadir a otras chicas de practicarlas), sino a la manera de concebir los entrenamientos, cada vez más alejados de los preceptos terroríficos de Bela Karoly, el preparador húngaro que formó a Nadia Comaneci y se convirtió en referente de los países soviéticos hasta que emigró a Estados Unidos en los años 80 del siglo pasado.  

Para Karoly, ganar medallas era una obsesión. No es pura palabrería, los ejemplos están, y quizás el más representativo sea el de Kerri Strug, quien fue obligada a seguir saltando en la competencia por equipos de Atlanta 1996 con una lesión en su tobillo. ¿El resultado? Estados Unidos ganó la medalla de oro, sí, pero Strug tuvo que acogerse al retiro con solo 18 años, justo después de esos Juegos Olímpicos.

Esa filosofía, durante muchos años, ni siquiera fue cuestionada, a pesar de que un montón de chicas fueron tratadas como materiales desechables. Hoy, ya es mucho menos probable que se den estos episodios gracias a atletas como Biles, quien ha contribuido a visibilizar los problemas y demandar cualquier abuso que comprometa la salud física y mental de las competidoras.

Otro punto a favor de Simone Biles viene de la mano de sus mensajes de confianza y apoyo a la comunidad afroamericana, ahora con muchísima más presencia en la práctica de la gimnasia. Un deporte exclusivo de refinadas y delgadas chicas blancas ha sido “invadido” por el poder las negras y las morenas, muchas de ellas con un espacio para entrenar en el World Champions Centre, gimnasio propiedad de la madre de Biles en Texas. Allí trabajan, entre otras, la olímpica Jordan Chiles, quien llegó en el 2019 y quedó perpleja porque nunca había visto a tantas gimnastas de color juntas.

En la misma línea, la brasileña Rebeca Andrade, otra gimnasta joven, negra, que ha pasado episodios de ansiedad, depresión y adicción por culpa de las lesiones, también ha dejado claro lo que la estadounidense representa para el deporte.

“Es una atleta increíble, que representa a muchas de nosotras y que hace brillar los ojos de muchas niñas negras en Brasil, las hace pelear. Ahora, aún más, recibo muchos mensajes de madres diciendo que necesitábamos esta presencia de gimnastas negras. Y admiro especialmente a Simone por todo lo que soporta. Su psicología tiene que ser muy fuerte”.

Uno estudia toda esta hoja de ruta y le resulta, cuando menos, irrespetuoso cuestionar la voluntad de Simone Biles. Su retirada de los Juegos Olímpicos, incluso en medio de la competencia, no se sustenta en una mera falta de voluntad. Ella forzó por estar en Tokio, ella quería estar ahí, a sabiendas de lo que significa para su cuerpo un año más de preparación.

Por desgracia, no ha podido sostenerse ante una presión asfixiante, la presión que no le dejaba otro camino que el de la perfección en cada movimiento. Esa presión, le arrancó la voz a Simone Biles.

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