Más allá de la biología, hay viejos jóvenes y jóvenes viejos. Aunque la escasa presencia de ataduras sociales permite que los jóvenes de edad sean menos conservadores. Dicen que estos en Cuba han roto con la Revolución.
La afirmación no especifica a qué jóvenes se refiere, ya que el universo juvenil es amplio y diverso. En realidad, «lo que los jóvenes piensan» es una frase que muchas veces sirve para ocultar lo que el viejo (de edad o de espíritu) que la dice piensa.
Sin embargo, los medios trasnacionales los muestran apedreando los cristales de las tiendas, o voceando consignas contrarrevolucionarias. Recuerdo que en 2016, cuando cubrían la despedida física del líder histórico de la Revolución, esos mismos medios no pudieron ocultar su sorpresa ante la reacción de los miles de jóvenes cubanos que salían a las calles a expresar su dolor. Esos jóvenes sostuvieron, sostienen, la consigna más revolucionaria de nuestro tiempo: yo soy Fidel.
En Matanzas, pequeño epicentro de la pandemia en Cuba (en lenta recuperación), y uno de los escenarios donde se produjeron actos vandálicos durante los sucesos del 11 de julio, los jóvenes nos deparan otras sorpresas. Provienen, es cierto, de toda Cuba, lo que incluye a Matanzas.
Yo había arribado a esta provincia exactamente el mismo domingo de los disturbios, en un ómnibus que traía a los recién graduados habaneros de medicina que voluntariamente renunciaban a sus vacaciones. Habían vencido el examen estatal el día anterior. Después, con el paso de los días, he descubierto cómo el peso de la atención hospitalaria recae en residentes y especialistas muy jóvenes.
En el Hospital General Faustino Pérez, por ejemplo, encontré en un pasillo a una joven doctora, delgada, de mediana estatura. Le pregunté cómo hallar la dirección del centro y me respondió: sígueme. Entramos juntos, y allí estaba mi amigo, el doctor Carlos Pérez, quien estuviera al frente de las brigadas médicas en Crema, Italia, y en Panamá.
Entonces, claro, pregunté por el director, y él, sonriente, me la presentó: ella es la directora en funciones. La doctora Taymí Martínez Naranjo, es médico general integral y cirujana general. Tiene 34 años. En un Centro de Aislamiento para embarazadas me ocurrió algo similar. Nos recibió un médico de apariencia muy joven, y creí que nos conduciría hasta el director. Pero él era quien ocupaba esa responsabilidad. Con 31 años, el doctor José Ignacio Fernández había vencido las mismas especialidades que la doctora Taimí.
A ella pude entrevistarla y me dijo, con inusual honestidad: «Este Hospital me vio nacer como médico, aquí estudié. Tuve una trayectoria como dirigente estudiantil, pero sé que no tengo la experiencia de otras personas; tengo, eso sí, muchas ganas de trabajar, de aprender, de hacerlo bien y de tratar de ayudar para que los procesos salgan mejor; la valentía de decir sí, vamos a hacerlo. Tengo la certeza de que vamos a vencer, pero se necesita mucho trabajo. Y yo soy trabajadora».
Madre de una niña de 6 años, Taimí apenas puede atenderla: «Llevaba cuatro días sin verla. Salimos muy tarde, a veces a las 2 de la madrugada. Ayer la desperté en la mañana, bueno, fue mi padre el que la despertó y pudimos abrazarnos. Tengo una retaguardia muy importante, que son mis padres, mi madre que dejó de trabajar, después de 37 años en el mismo puesto, ella es la heroína. Cuando llego a la casa es todo un evento. Todo el mundo se despierta, a esa hora hay que conversar sobre lo que pasó en el día. En la vida de mis padres encuentro también el ejemplo de consagración, el sentido del deber».
Pero hay ejemplos en otras profesiones.
Un día tropecé con cinco jóvenes habaneros que recorrían el parque Libertad de un extremo al otro. A veces trabajaban en la Gobernación, a veces en la Dirección Provincial de Salud o en el Partido. No son médicos ni periodistas. Estudiantes sí son, pero de otras carreras, aparentemente ajenas a las que la pandemia exige. El más viejo, Danhiz Díaz Pereira, es ingeniero industrial y tiene 25 años.
Es el responsable del grupo. Los otros son Andrés Carvajal Elena (23 años, estudiante de 4to año de Industrial), Catherin Maitzú Guach Beltrán (20 años, 3ro de Industrial), Oscar Samón Tabío, (23 años, 5to de Telecomunicaciones) y Alejandro Perdomo Campos (21 años, 3ro de Telecomunicaciones). Ellos crearon un sistema que hace más óptima y rápida la distribución de camas hospitalarias.
El ingeniero Danhiz lo explica así: «La función de la mesa coordinadora es recibir la demanda de pacientes a ingresar y gestionarle la cama. Esa mesa tiene la capacidad de ingreso de todos los hospitales de la provincia, incluyendo los pediátricos y los maternos, y de los centros de aislamiento. Cuando se le da el alta a un paciente inmediatamente en la mesa se refleja la existencia de una cama disponible. Este procedimiento ha tenido éxito en La Habana, y ha reducido allí el tiempo de espera del paciente desde que se implementara el 31 de enero».
A la más joven del grupo, Catherin, de solo 20 años, no le gusta dar entrevistas, pero accedió ese día, el último, antes de su regreso a la capital: «como usted sabe, vinimos a compartir nuestra experiencia y nos recibieron personas dispuestas a escuchar, receptivas, que nos valoraban a pesar de la edad. Me voy super satisfecha, con ganas de ayudar más donde se nos requiera. Estuvimos 16 días. Nunca la juventud cubana perderá la fe en la Revolución. La juventud cubana quiere ayudar, generar cambios positivos, apoyar donde se sienta útil, cree en la Revolución, y quiere contribuir a generar cambios en la Revolución, para ayudar a construir un futuro mejor».
Mi compañero de cuarto se llama Mario Almeida y tiene 23 años. Es estudiante de 5to año de periodismo en la Universidad de La Habana. Estuvo por voluntad propia en un Centro de Aislamiento habanero en 2020.
Ahora se encuentra en Matanzas y le pregunto por las razones de su decisión: «yo creo que esa respuesta varias personas, jóvenes también, me la han dado cuando las he entrevistado. Ahora mismo hay una tensa situación epidemiológica y hace falta que todos nos informemos de lo que está pasando, para tratar de resolverla. Yo creo que la conciencia de un revolucionario te impide estar tranquilo si no intentas ayudar a resolver el mal que aqueja al país, y digo país de una forma muy amplia, al final se trata de tu vecino, de tu familia, de tu novia o tus hijos, de ti mismo. Es la necesidad y la voluntad de hacer. Hay muchas personas que hacen lo mismo que yo, que trabajan más que yo, en zonas de más riesgo. Soy uno más, desde su ámbito profesional, tratando de ayudar. Pero uno más, sin duda».
El ingeniero Misbel Palmero Aguiar ya cumplió 47 años. No clasifica como joven en los listados oficiales, aunque en términos más amplios podría decirse que no es viejo.
Oriundo de Holguín, donde estudió e hizo una maestría en eficiencia energética, fue llamado en 2015 para asumir el cargo de director técnico de la Central Termoeléctrica Antonio Guiteras de Matanzas.
Entonces tenía 41 años y había transitado por todos los puestos hasta el de director de producción en la Central Lidio Ramón Pérez de su provincia. Vino con su esposa, que es ingeniera química y con su pequeña hija. Ahora vive en Matanzas, donde es más necesario. Desde hace unos meses ocupa el cargo de director general en esta Central, la más eficiente del país. Misbel empezó como todos mis entrevistados siendo muy joven. Nunca sintió que se interpusieran obstáculos infranqueables en su afán de ser útil.
No obstante, aquellos jóvenes que aparecen en las imágenes que el enemigo enarbola con cinismo, lanzando piedras, o vociferando consignas contrarrevolucionarias, también son nuestros. Los perdimos, y se perdieron.
Actúan como instrumentos de quienes solo podrían ser sus opresores. No nos sentimos conformes. Habrá que rescatar y readaptar a las nuevas circunstancias lo mejor de aquel programa de la batalla de ideas que el genio de Fidel condujo en los años noventa, y que salvó a tantos jóvenes.
El país con el que soñamos y por el que luchamos es el de la justicia total.
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