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La intervención militar humanitaria en Cuba explicada a los niños

MIAMI, Estados Unidos. – Había una vez una familia con un niño de apenas dos añitos. Los padres decidieron adoptar a otro niño para que pudieran jugar y crecer juntos. La criatura adoptada tendría unos cinco años y no se sabía casi nada de su pasado. El caso es que con el tiempo las peleas entre los niños se hicieron más frecuentes que los juegos. La hostilidad fue creciendo, puesto que el mayor maltrataba sistemáticamente al menor: le golpeaba, le quitaba la comida, las golosinas que los padres les repartían por igual. Y a pesar de que el pequeño se defendía, no había modo de evitar el atropello y el abuso constante de su “hermano” mayor. 

No sería prudente describir aquí aquel maltrato alevoso y sostenido por más de cinco años a que el hermano menor fue sometido. Su madre lo sabía, pero haciendo caso a los consejos de la vecina trataba de ocultarle el asunto de mil maneras a su esposo. Según aquella vecina el padre podría reaccionar de manera violenta y de algún modo el menor de los hermanos podría también salir perjudicado. “Quien sabe ―le comentaba la vecina a la madre― si tu esposo interviene y reprende violentamente al más grande y entonces Félix (la mascota) se asusta y salta, chocando con ese inmenso jarrón de porcelana que tienen en la sala y que se haría añicos. Y tú sabes que cualquier esquirla de esas podría dañar al menor por apartado que esté en ese momento, aun situado y protegido detrás de tu esposo. Esas cosas pasan”. A lo que la madre solía responder: “Sí, tienes razón”. Y luego se iba a apaciguar y, en ocasiones, a darle sermones al abusador, lo que aumentaba su indolencia y su agresividad.

La situación se fue agravando y el hermano menor comenzó a quejarse y pedir ayuda a la madre, pero esta continuó prestándole oídos a la vecina hasta que un día el hermano mayor, encolerizado por lo que creyó una reducción de sus regalos de Navidad con respecto a otros años, rompió el jarrón de la sala, tomó un fragmento y le vació un ojo a su hermano. La madre hizo pasar aquel repudiable acto por un accidente y todo siguió igual.

Detengamos aquí la historia y nombremos a los personajes. El padre es el presidente Biden, la madre es el senador Bob Menéndez, la ONU y en general todas esas agencias que median en las decisiones a nivel de Estado y gobierno; la vecina son todos esos sacrosantos fanáticos del altruismo que, seducidos por la palabra y la poesía, pululan bajo el lema probabilista de “las bombas no eligen a quién matar”. A lo que cabe responder: No, las bombas no eligen a quién matar, pero quienes las tiran sí lo hacen y lo hacen todo lo bien que se puede. Por último, el hermano mayor es la dictadura cubana y el menor es el pueblo, el cubano de a pie. 

La moraleja de este cuento es la siguiente. Desde que venimos al mundo existen las intervenciones como medidas de arbitraje de naturaleza coercitiva. Lo hacen los padres durante toda la crianza de sus hijos, lo hacen los maestros, directores de escuelas. Lo hacen en los trabajos, empresas y hasta en los hogares de ancianos. Lo hace la ley dentro y fuera de los centros penitenciarios, en fin. 

De otro lado está el derecho a solicitar la intervención. También es una práctica muy humana y por lo tanto común. Desde que el mundo es mundo la gente solicita ayuda. Y la respuesta, obviamente, debe estar en proporción con la magnitud del abuso y del daño causado. 

Ahora veamos cuáles pueden ser las causas para no intervenir. Y recuerde que no hablamos de “intervención humanitaria” a secas. Es decir, no estamos hablando de una intervención con caramelos y galletitas, sino de “intervención militar humanitaria”, aquella que supone la fuerza como único recurso que queda ya para detener el abuso. En nuestra historia, no hay excusa alguna para no intervenir coercitivamente. Solo la trillada opinión de la vecina constituye el obstáculo. En la realidad, las cosas no son muy diferentes. 

Hay un pensamiento prefabricado, anclado en la ideología de izquierda, que siempre va a poner el acento en la denuncia de la fuerza, del aspecto coercitivo para descalificar las intervenciones militares humanitarias. ¿Cómo se hace? Pues, en lugar de reconocer que hay dos conceptos diferentes en uso, es decir la “intervención con galletitas y caramelos” (intervención humanitaria) y la intervención con el empleo de la fuerza (intervención militar humanitaria) se utiliza exclusivamente el primero para luego demostrar que el reparto de galletitas y caramelos esconde tras de sí el empleo de la fuerza. Como ello es bien fácil de probar, dado que en realidad estamos hablando de una intervención militar humanitaria, usted termina convencido de que las intervenciones humanitarias son malas porque implican el uso de la fuerza. ¡Vaya descubrimiento! Señores, la intervención militar humanitaria, por definición, supone el uso de la fuerza. Luego, aquí no hay nada oculto y, por consiguiente, tampoco hay nada que revelar o descubrir. No se dejen manipular. Se usa la fuerza porque no hay otro camino, como en el caso de Cuba. Y ese camino coercitivo no es una desviación del primero (caramelos y galletitas); es simplemente un camino distinto, otro camino.

Entre las falacias usadas para demonizar la práctica de la intervenciones militares humanitarias está también la de identificar y a menudo sustituir la palabra intervención por injerencia. No son sinónimos. Injerencia significa intromisión, entrometerse. Precisamente, lo que hace la vecina de la historia o cuento antes narrado. La palabra proviene del latin inserēre, que sin entrar en detalles, podríamos traducir como “injertar un árbol”, “plantar algo en el interior”. ¿Curioso, verdad? ¿No le suena a lavado de cerebro o alguna suerte de manipulación? Intervención, en cambio, se refiere a la acción de tomar parte en un asunto y viene del latín interventio, que significa “posición intermedia” y, también, curiosamente: “dar seguridad”. ¿Se da cuenta cómo lo manipulan?

Continuemos con las excusas. Se dice entonces que las intervenciones militares humanitarias violan la soberanía de los Estados y la no injerencia en los asuntos internos, principios contenidos en la Carta de las Naciones Unidas. Repliquemos de inmediato que el soberano es el individuo o, en todo caso, el pueblo. Pero nunca el Estado. De igual modo, el principio de la no injerencia en los asuntos internos es, en la práctica, un escudo que protege a los Estados autoritarios y corruptos, violadores de los derechos humanos. Así, tenemos que Rusia, China, Cuba y Turquía son los más fervientes defensores de estos principios y los que de modo recurrente se oponen a las intervenciones militares humanitarias. ¿Por qué será? Vean cómo reaccionó un vocero de la dictadura cubana en la página web de la Fiscalía General de la República, tras conocerse el levantamiento popular del 11 de julio:

“Que nadie se llame a engaño por los cantos de sirena de los mercenarios al servicio del imperialismo yanqui, intervención humanitaria es sinónimo de invasión armada. Lo que desean esos apátridas es ver destruida la Revolución cubana y esclavizado (a) nuestro pueblo”.

¿Se da cuenta cuán fina es la línea que separa la realidad de la manipulación, las verdades de las medio verdades? Pero, ¿qué dice la famosa Carta de las Naciones Unidas? Para lo que aquí interesa, el Artículo 7 de esta Carta le confiere al Consejo de Seguridad la autoridad para adoptar el uso de la fuerza armada contra un Estado, lo cual invalida tanto el principio de Soberanía como el de la No injerencia. 

Ya a tono con la ONU, debemos preguntarnos por la legitimidad ética de estas intervenciones militares humanitarias. ¿Se trata de un acto moral? Creo que la pregunta debe ser: ¿Quién decide sobre la moralidad o no de esta práctica? ¿Los burócratas? ¿Los profesores de Harvard? ¿La izquierda internacional? De ninguna manera. Es el pueblo sometido al asedio, el hostigamiento y la indefensión la fuente de donde emana la moralidad y la legitimidad de la intervención militar humanitaria. Y si ese pueblo la solicita, con más razón. 

No me detendré en describir una lista de oprobios en este punto, relativas al caso cubano. Solo diré que las evidencias de violación flagrante, masiva y sistemática de los derechos humanos en la Isla es más que explícita, como lo es el reclamo de los cubanos dentro y fuera de Cuba de una intervención como la que analizamos aquí. Si a esto se agrega el uso sistemático de las migraciones masivas como arma de desestabilización y chantaje dirigida a los Estados Unidos por parte del Gobierno cubano, así como la reciente incitación a la guerra civil del gobernante cubano Miguel Díaz-Canel o el uso de escudos humanos (en Cuba usaron recientemente incluso a menores de edad) algo considerado como crimen de guerra en los manuales del Ejército de los Estados Unidos, tendremos el pastel completo.

Para terminar, volvamos a nuestro relato. ¿A quién le tocaba decidir si se intervenía o no en la desigual e interminable pelea de los hermanos? Pues al padre, al presidente Biden. Es el presidente el que tiene todo el poder de decisión, en los Estados Unidos, respecto de estas prácticas. Las intervenciones militares humanitarias no requieren la aprobación de la ONU. Dichas intervenciones pueden llevarse a cabo, incluso, bajo el concepto de “Intervención militar unilateral”. Lo han hecho la OTAN y los Estados Unidos en más de una ocasión, también en el Caribe. Y dicho concepto no contradice la Carta de las Naciones Unidas. Por lo tanto, todo depende del presidente Biden. Y su decisión no necesita justificación ni entraña conflicto moral alguno. El destino de Cuba está en sus manos y la libertad del yugo totalitario comunista podría ser su gran legado como presidente, algo a lo que aspiró, pusilánime, Obama y que al propio tiempo le usurparon a Trump. 

Y sepa usted, como colofón, que ni el factor económico ni la seguridad nacional han sido motivos que han pesado en las decisiones de los Estados Unidos sobre las intervenciones militares humanitarias que ha llevado a cabo. Y lo que es más, como puede leerse en una detallada investigación de la Corporación Rand, un tanque pensante centrado en el tema de la toma de decisiones, el simple deseo de aparentar que se está haciendo algo ha sido el impulso tácito, no declarado, detrás de las decisiones sobre las intervenciones en los Estados Unidos.

Ahora decida usted: ¿Debió el padre intervenir tan enérgica como oportunamente en favor del hijo menor? Después de todo lo dicho aquí, ¿cree que el presidente Biden tenga algún impedimento de tipo moral, económico o ejecutivo para ordenar la intervención militar humanitaria en Cuba? Y la pregunta para los incautos: ¿Acaso un presunto daño colateral es razón suficiente para condenar a un pueblo a 60 años más de calvario comunista? ¿Por qué no se lo preguntamos al pueblo? ¿Por qué no dejamos que la juventud de la Isla elija?

Nota del editor: Para consultar la versión ampliada de este análisis pinche aquí.

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