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Sin ropaje de silencio

A Isabel Amador Pardías, Javier L. Mora y a los otros menos visibles actualmente

 detenidos en Cuba después del 11-J

***

El domingo 11 de julio me tomaron por sorpresa los videos de San Antonio de los Baños y Palma Soriano. Dividido entre asombro, esperanza y preocupación por la pandemia, hubo uno que me impactó por la belleza de la metáfora. Una señora mayor, frente al Capitolio de La Habana gritaba: «¡Nos quitamos el ropaje de silencio!».

Un trauma es uno o un conjunto de eventos difíciles de digerir a nivel subjetivo por un individuo, una comunidad e incluso una nación. El sufrimiento aparece por la intensidad de los síntomas, que se repiten recreando la situación traumática. 

El trauma social de los cubanos existe desde hace décadas, solo que no es de los que ocurren de una sola vez, sino gota a gota. Ese tipo de traumatismo, a nivel individual, donde es casi imposible localizar el evento que lo produce, es muy difícil de tratar. En esos casos la angustia se vuelve difusa, perenne, y aunque popularmente se diga que el tiempo lo cura todo, el tiempo subjetivo no es igual. Lo traumático, en consecuencia, repite y muestra en actos y comportamientos lo que no se pudo elaborar, dejando al sujeto fijado a un instante eterno y angustioso.

Desde hace años el pueblo cubano ha estado acumulando tensiones socio-políticas sin posibilidad de solución, descarga o alivio. El precio del totalitarismo ha sido muy alto, pues de manera solapada o abierta impide la elaboración social y la dialéctica de cambios naturales que necesita toda sociedad. 

La imposibilidad de disentir libremente, los esfuerzos violentos por enmudecer a la diversidad social y política natural de un país, las medidas económicas improvisadas y desconectadas de la vivencia real de la mayoría del pueblo, sin olvidar la ostentación de la violencia física y psicológica contra artistas e intelectuales en los últimos meses, añadidos al caos epidemiológico, condicionaron la acumulación de malestares subjetivos, individuales y de grupo, que explotó ese domingo. El estallido social fue resultado de lo que el propio sistema político gesta sin asumirlo. 

Si el 11 hizo un llamado a la violencia, ya el 15 de julio el tono de Miguel Díaz-Canel era otro. Por más que se pretenda hacer valer la vieja lectura paranoica que define como mercenarios a los que disienten, no creo que se pueda evadir el suceso del domingo como un evento traumático para la nación.

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Si el 11 hizo un llamado a la violencia, ya el 15 de julio el tono de Miguel Díaz-Canel era otro. (Foto: Canal Caribe)

La onda expansiva del estallido hace eco en el imaginario de la izquierda internacional y del mundo en general. Pero sobre todo, repercute en los conflictos generacionales de las familias dentro y fuera de Cuba. Seguirá teniendo resonancia en el aumento de problemas de salud mental, urgencias psiquiátricas y de pasajes al acto como el suicidio, la agresividad o los ajustes de cuentas en la población cubana en los próximos días y meses.

En el peor de los casos, quienes no vean todavía la gravedad del asunto y lo nieguen excluyendo el diálogo, solo están alimentando una violencia larvada en algunos sectores insatisfechos de la población que tarde o temprano no podrá contenerse y el aumento de conflictos históricos con el ya numeroso y diverso exilio cubano, donde igualmente se acumulan tensiones y angustias.

Nos preguntamos cómo restaurar ese daño subjetivo, cómo volver a tejer el lazo social fracturado entre nosotros después de décadas. ¿Cómo sana una nación del trauma de la violencia? Sinceramente, parece difícil ahora mismo, teniendo en cuenta la represión que continua. Pero sí es posible insistir en el deseo de vivir en democracia. En mi opinión, el proceso debería ser por la vía contraria al silencio y por la instauración futura de una justicia restaurativa, no solamente penal.

La importancia de hablar y de la memoria

La clínica del trauma privilegia dos principios necesarios para sanar. El primer principio es la facilitación de un espacio libre para la palabra, para que lo que no se puede soportar sea dicho, sea articulado. El segundo es la garantía de la presencia de un otro que acoja ese trabajo de elaboración psicológica. Es decir, un sujeto dispuesto a hablar y otro comprometido a acoger su versión son los pilares del trabajo con el trauma.

Pero el trauma nunca se reduce a cero y este es el límite a considerar también. Todo trauma confronta al sujeto con lo imposible, con lo que no tiene sentido, con lo que en psicoanálisis se llama lo real. Habrá que aprender a vivir también con lo irreparable.

Las sociedades asumen también mecanismos de cohesión social patológicos. Por ejemplo, las sociedades de control priorizan la paranoia como forma de lazo social. En nuestro caso, continuar en silencio sería perpetuar la vía patológica y provocar que el trauma retorne en pasajes al acto, como decía anteriormente. Sin embargo, ¿cómo hablar cuando publicar en las redes sociales ya es un delito, cuando el otro que debería escuchar es quien reprime? La democracia no se hace en silencio, como diría Rene Fidel González.

De todas formas, estoy convencido que de manera natural se abrirán espacios seguros dentro de la sociedad civil. Pienso en algunos psicólogos, psiquiatras, terapeutas, dentro y fuera del país, que quieran ayudar en la escucha pastoral de algunas comunidades religiosas o de ONG.

Silencio (3)

Silencio (3)

Pero mas que nada pienso en la resiliencia y la creatividad de nuestra cultura, donde cada cual encontrará una vía para no tener que tragar sin digerir, para reapropiarse del placer de utilizar su propia voz y enriquecer la memoria colectiva, pues ningún poder político es omnipresente, ni todopoderoso por más que lo pretenda. El control total es una ilusión.

No hay cura en la venganza

Uno de los peligros de los encuentros con la violencia es el de repetirla. La violencia, el odio y el resentimiento parecen la salida fácil, pero nunca lo son. La violencia es circular y regresa a sí misma, no hace lazo con el otro. El violento siempre debe cuidarse porque su propia violencia lo puede alcanzar. Por tanto, si creemos que la respuesta al 11 de julio es más violencia, entonces la encontraremos una y otra vez.

El camino de sanar juntos es largo, pero debe comenzar ya. Cuando aparece en los pacientes un atisbo de futuro, de deseo, se está frente al comienzo de la cura. Los cambios van a venir, a corto, mediano o largo plazo. Parafraseando a Julio Antonio Fernández, tenemos que inventar un nuevo sueño. Una propuesta es la de la perspectiva de la justicia restaurativa.

La justicia restaurativa no se centra en la venganza o el castigo, sino en la reparación de los daños de la nación y de las relaciones humanas. Solo desde ahí lo penal serviría también como reparación. Que el respeto a lo humano sea nuestro límite, para no fundar los nuevos caminos sobre la violencia. ¿Por qué repetir los tribunales populares, los fusilamientos, los ajustes de cuenta, cuando lo que queremos construir es democracia, un estado de derecho? Hay que sanar con una justicia que pueda restaurar algo del lazo roto. Justicia no es venganza.

Este tipo de justicia invita a las víctimas a tomar una posición activa en el proceso y, al mismo tiempo, sirve de muro de contención para la repetición de ciclos de violencia. Las víctimas hacen oír su voz y narran los daños irreparables que el ofensor provocó, y si es posible este último debe reparar lo más que pueda el mal que causó. SI bien no es una sustitución del sistema penal, es una perspectiva de valor terapéutico. Es la experiencia del fin del apartheid con la creación de la Comisión de la Verdad y Reconciliación en Sudáfrica; no así la del fin del franquismo o la de la dictadura de Pinochet.

Ser responsables es responder por lo que nos concierne. Lo que ha sucedido en Cuba nos ha pasado a todos y a todas, y cada persona es responsable, aunque no todos somos culpables. El 11-J fracturaron para siempre la nación. Sanar del trauma social que también nos une, va por la vía de la restauración de la justicia en sí, sin la violencia, sin ideologías totalitarias y reconquistando el derecho a la palabra sin ropajes de silencio.

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