MIAMI, Estados Unidos.- Antes de entrar en el tema de esta columna quería agradecer a mis compatriotas de Palma Soriano, Santiago de Cuba, por cantarle las cuarenta, cara a cara, sin miedo, al más criminal de los castristas llamados “históricos”, Ramiro Valdés, quien ostenta amplia carrera entre los instructores de tortura en el Ministerio del Interior, además de ser exportador de conflictos y desestabilización fuera de las fronteras cubanas, labor que ha desempeñado, con creces, en la sufrida Venezuela.
Les agradezco de corazón tanto arrojo, porque cuando ese pequeño gran hombre que fue mi padre trató de gestionar la salida oficial de Cuba, luego de contar con la visa de los Estados Unidos, esbirros del MININT, que a la sazón dirigía el tal Valdés, lo mantuvieron cinco años castigado, haciendo la misma reclamación cada mes porque, según ellos, mi padre debía pagar por la deserción de su hijo mayor.
El enfrentamiento en Palma Soriano, los pomos de agua que le lanzaron a Díaz-Canel en San Antonio de los Baños y la perseverancia de cubanos como mi padre, para hacer valer sus derechos, se inscriben en la antología de la dignidad nacional.
Ahora el régimen, que transporta hacia los barrios más combativos en ómnibus refrigerados a matones con trancas de marabú, para que parezcan espontáneos, arrancados a la naturaleza, se desvive en cónclaves televisivos donde solo se habla de paz, tranquilidad y solidaridad, mientras sus sicarios irrumpen como tropas de asalto nazis en hogares humildes para cazar, uno por uno, a los sublevados.
La cómoda y plañidera izquierda mundial sigue culpando al embargo de los desaguisados de la isla.
Desde Cuba se añade cierto grupo elitista de actores, presentadores de televisión, gente de cine, diletantes con acceso a Facebook, dados a cuidar sus misérrimos puestos de trabajo, con una narrativa similar a la de Díaz-Canel: “Que se imponga la hermandad, “peace and love”, por favor, para evitar la guerra civil, fratricida, estamos embargados de tristeza ante los acontecimientos”, aducen desde su destartalado confort.
Estos cómplices, conscientes e inconscientes, desperdician la oportunidad que les da tamaña epopeya de ser coterráneos de los héroes que exponen sus vidas para la libertad de ellos en las calles cubanas.
Así se expresan dos de los “usual suspects” foráneos que no cesan de entrometerse en nuestra tragedia:
Frei Betto, supuesto hombre de fe, faltando a la verdad sin remilgos: “Los descontentos con la Revolución, que gravitan en la órbita del ‘sueño americano, promovieron las protestas del domingo 11 de julio con la ayuda ‘solidaria’ de la CIA”.
La cita fantasiosa del biógrafo del dictador Fidel Castro, Ignacio Ramonet: “Una serie de desalmados en el interior y en el exterior se aprovechan de las circunstancias creadas por el enemigo de más de 60 años para lanzarse al cuello de un país tan ejemplar”.
Dos organizaciones de intelectuales mexicanos, El Observatorio Ciudadano de Coyoacán, y la Escuela de Cuadros Morena Coyoacán, donde figuran Laura Esquivel, Elena Poniatowska, Eugenia León y Paco Ignacio Taibo II, entre muchos otros, en un rapto de mitomanía, acusan a la llamada “mafia cubano estadounidense que busca un levantamiento popular llamando a manifestaciones en Cuba”.
Aliados a esta caterva despreciable que hace honor a la prédica de Ernesto Guevara se pronuncian los nacionales que alguna vez tendrán que responder ante tanta abyección, como Miguel Barnet, reconocido vocero de la dictadura: “¿Qué se puede esperar de esos vándalos? ¿Cuál es su programa? ¿De verdad ellos creen que van a gobernar este país? Jamás, eso no lo permitiremos. No lo permitirá la gran mayoría de este pueblo”.
Es revelador, sin embargo, cómo el régimen no ha logrado comprometer a adláteres culturales de más rango y convoca a aquellos chantajeados con premios nacionales y otras pocas prebendas. Son artistas y escritores que no se distinguen por su talento y sí por estar al servicio de la dictadura, como la cineasta Rebeca Chávez, quien gusta de hacer loas desesperadas a la historia del castrismo en sus documentales: “Es un acto de cobardía aprovecharse de la extrema situación que vive Cuba”, o el pusilánime poeta e investigador Virgilio López Lemus: “Creo que hay que saber a quién servimos con nuestros actos, para estar tranquilos y seguros de que no lo hacemos al anexionismo”.
Mientras varios íconos de la música cubana, dentro y fuera de la isla, se han manifestado contrarios a la represión, es lamentable que Bobby Carcasses no se haya unido a las voces de sus colegas para aliarse al punto de vista oficialista: “El domingo no pude identificar a nuestro pueblo entre quienes imitaron soluciones que no encajan con nuestra idiosincrasia”.
Los osados y adelantados en estas lides de siempre, que también tienen mucho que perder con la revancha castrista, no temen llamar a la represión por su nombre y han comenzado incluso a renunciar a las organizaciones oficialistas, como la inútil UNEAC, por ser cómplices de la represión que han suscrito en lamentables declaraciones.
En el bando de la dignidad vuelve a figurar el cineasta Fernando Pérez, así como sus discípulos José Luis Aparicio, Raúl Prado, Ricardo Figueredo y Carlos Lechuga, quien ha tomado la iniciativa de cortar los lazos con las organizaciones culturales en lo que escribe textos sin ambages para los medios sociales, donde llama al crimen por su nombre:
“No, Díaz-Canel, tú no puedes pedir más sangre. No sé qué tipo de persona eres, si se te ha olvidado tu infancia, tu familia, tu madre, tu barrio. No sé si las andadas por la capital o los consejos de Raúl te han convertido en un monstruo. No lo sé. No me interesa.
“Díaz-Canel, tienes las manitos manchadas de sangre. Mételas debajo de la mesa y trata de limpiarlas en el mantel, mientras sonríes esperando la llamada de Raúl.”
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