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11J: «Desorden público cometieron los que nos agarraron y nos tiraron en un camión»

En un capítulo especial de El Enjambre titulado «Tan diversa como una república», Maykel González Vivero y Yunior García Aguilera ofrecen su testimonio del arresto que, al igual que cientos de cubanos en todo el país, sufrieron a raíz de las protestas masivas acontecidas en Cuba el pasado 11 de julio de 2021.

Las primeras manifestaciones se registraron en San Antonio de los Baños (provincia de Artemisa) y Palma Soriano, en Santiago de Cuba. Enseguida se sumaron protestas en Mayabeque, La Habana y el resto del país, incluido el municipio especial Isla de la Juventud. Las filmaciones dan cuenta de una diversidad de consignas («Patria y Vida», «las calles son del pueblo», «no tenemos miedo») así como demanda de alimentos, libertad y medicinas. La masividad y simultaneidad de las manifestaciones contra el gobierno marcan un punto de giro en la historia contemporánea cubana: después de 1959 no se había producido un estallido social de esta magnitud.

La convergencia de crisis (la COVID-19 en su peor momento y una economía en estado crítico) marca el contexto de las protestas, las cuales fueron reprimidas por las fuerzas del orden: la Policía Nacional Revolucionaria, Ministerio del Interior, las llamadas Avispas Negras y las brigadas de respuesta rápida convocadas por el Gobierno.

Maykel: «Se sentía una gran tensión»

«Hay mucha discusión en las redes sociales acerca de qué querían realmente los manifestantes, qué discurso estaban defendiendo; pero eso es muy difícil de establecer, porque había muchos discursos, muchas posiciones. El único denominador común es que todos estaban haciendo demandas al Gobierno; cada persona y grupo venía con las suyas, a pesar de las coincidencias que tenían algunos.

»Decidí salir a la calle porque, como periodista, era indispensable que contribuyera desde Tremenda Nota a cubrir y contar esta historia; informar sobre lo que estaba pasando (…). Salí a reunir información y testimonios para poder redondear la cobertura», afirma el activista.

Maykel comenta que, poco antes de salir de su casa hacia la zona del Capitolio, escuchó el polémico discurso de Díaz-Canel en el que llamaba a los partidarios del Gobierno a salir y enfrentar a los manifestantes. Al llegar a la Habana Vieja, cuenta, todo era caótico e impredecible y resultaba difícil identificar el lugar exacto donde se estaba produciendo la concentración. Alguien le refiere que lo que había pasado minutos antes en el Capitolio estaba sucediendo frente al Museo de la Revolución, a la entrada del túnel de La Habana.

«Fui hacia allá con dos personas más. No sabía qué iba a encontrarme, no fui por las calles principales; vine a ver la concentración cuando llegué al monumento a Máximo Gómez (…). Sentí una sorpresa tremenda al ver a tanta gente porque sabía que había protestas, pero no tenía clara la dimensión; estamos hablando de miles de personas, las más comunes que te puedas imaginar. Me uno a ellos, que empiezan a moverse hacia Centro Habana y gritaban consignas como “Libertad”, “Abajo la dictadura”, “No tenemos miedo” y otras que están en el imaginario de la izquierda latinoamericana, como “El pueblo unido, jamás será vencido”.

»La policía intentó detener la marcha en todo momento. En determinados puntos hacían cordones, pero la marcha siempre acomodaba el rumbo. Si se topaban con un cordón policial, doblaban por otra calle. En Malecón y Belascoaín había un cordón policial importante y la marcha no pudo continuar; se evitó la confrontación todo el tiempo. Pero se sentía una gran tensión».

Maykel narra que algunos contenedores de basura fueron volcados en algunos tramos, aunque no era el comportamiento dominante de la manifestación. Alguien instó a asaltar una tienda en MLC, cuenta, pero la mayoría de las personas estaban negadas a ejercer ese tipo de violencia; no ocurrió. Los manifestantes iban diciendo «únanse», y así caminó el grupo kilómetros hasta llegar a Carlos III.

«Hubo ciertas discusiones entre los manifestantes. Pensemos que estas protestas no tenían un líder visible ni una estrategia clara; pero se impuso la idea de continuar hacia la Plaza de la Revolución como centro del poder del país, y hacia allá bajamos. Yo respeto mucho la intención de las personas de la marcha en la que estuve de mantener el tono pacífico y reclamar sus demandas ante el poder en su núcleo mismo.

»En Ayestarán ya fue imposible evadir la brigada antimotines. Estaban con sus bastones invitando a los manifestantes a que los enfrentaran. Había altos mandos con una actitud agresiva diciendo a los manifestantes que se retiraran. Detrás de los antimotines había muchos carros patrulleros y, además de eso, estaban bajando de uno de los edificios más próximos a la Plaza decenas de agentes vestidos de civil armados con palos; eran casi todos hombres entre cuarenta y cincuenta y tantos años. Los manifestantes reaccionan cuando ven que la policía está decidida a detener la manifestación. Yo no sabría decirles quién fue el que tiró la primera piedra en esa batalla, pero las piedras empezaron a volar. Sentí que me podía pasar cualquier cosa, que me podía caer una piedra; los policías lanzaron disparos al aire.

»Me metí en un portal a refugiarme y ahí vi una señora de 60 años que tenía el nasobuco lleno de sangre; había recibido un golpe, no se sabe de quién. Había mucha gente atemorizada; hubo pánico y en ese momento quedamos en el campo dominado por las brigadas antimotines. Uno de los agentes vestidos de civil va hacia el portal y nos pide que salgamos. La señora emplaza al agente y él le contesta que no tenían que haber hecho lo que hicieron; ella le dice que es culpa de ellos, porque no dejaban tener libertades. Este es uno de los personajes más vívidos que recuerdo».

Al salir del portal, Maykel se encontró con dos amigos que habrían seguido la manifestación desde lejos, uno de ellos era el sociólogo Frank García. Según narra, estaba tratando de salir por alguna calle cuando uno de los agentes vestidos de civil dice: «Cojan a este flaco, que este estaba tirando piedras también». «Mi reacción fue primero de desconcierto y luego de reclamo. Le dije: «Yo jamás he tirado una piedra en mi vida, no tiene que ver conmigo». Frank, que es mi amigo y militante del Partido Comunista de Cuba, sale en mi defensa, y ¿cuál fue la decisión que tomaron los policías? Detener también a Frank García Hernández.

»Aquí viene la parte más escabrosa: los agentes me ponen en manos de los antimotines, ¿para qué, si podían conducirme por ellos mismos al carro patrulla? Los antimotines me obligan a tirarme contra el piso, me agarran los brazos, que además estaban esposados, me obligan a correr prácticamente en cuclillas y ahí es donde se me caen los espejuelos. Les digo: «Miren, se me cayeron los espejuelos», y ellos les dan una patada. Me quedé con la visibilidad muy reducida, mirándolo todo difuminado y hasta ahora he estado así. Es mi único par de espejuelos y fue muy doloroso verlos tirados en la calle pateados por las brigadas antimotines. Tiran a Iván a la patrulla, un camarógrafo del ICRT, y luego tiran a Frank y nos llevan a la estación de policía de Zapata y C.

»Había policías indignados con los manifestantes. Recuerdo uno que daba golpes en las paredes por la ira. La unidad pronto quedó saturada de detenidos de la manifestación de Ayestarán; estábamos hacinados. Allí confirmé que la mayoría de los manifestantes provenían de barrios empobrecidos; son personas que han vivido en espacios físicos de la sociedad con desventajas, los humildes.

»Entrada la madrugada, nos informaron que íbamos a ser trasladados al Vivac. Allí nos trataron mejor y los heridos fueron atendidos, incluso desde que estaban en Zapata y C, pero en el Vivac tampoco había condiciones para tantos detenidos y también había hacinamiento. Estuvimos alrededor de 12 horas en el depósito, que es la habitación pequeñita de la entrada. Yo soy diabético y me fue muy difícil mantenerme en medio de todo eso, porque no había alimentos. El trato en general fue aceptable, no se irrespetó la dignidad de las personas; pero no había condiciones para recibir más presos.

»Luego nos dieron la libertad a Frank y a mí; al resto los dejaron ahí. Nosotros teníamos varias ventajas y privilegios: una de ellas es la visibilidad, el hecho de ser personas más o menos conocidas y con un montón de gente que pudiera respaldarnos en público; y lo otro es que las autoridades nos conocen bien y pueden evaluar realmente cuál es nuestra peligrosidad o en qué dirección va».

Yunior García: «Esto no ha acabado, hay cientos de jóvenes presos y desaparecidos»

El dramaturgo y podcaster cuenta que se encontraba ese día reunido con los actores de su grupo, Trébol Teatro, cuando se enteró de lo que pasaba en San Antonio de los Baños:

«Al ver las protestas, consideramos que eran totalmente legítimas, que estaban haciéndose de manera pacífica. Sabíamos que iba a ocurrir de un momento a otro; no esperábamos que fuera en San Antonio, nos sorprendió. Consideramos que no era valiente quedarnos en un sofá comentando lo que estaba ocurriendo; por eso salimos a la calle también para evitar que hubiese una represión violenta, y mostrar nuestra solidaridad con las causas que llevaron a la gente a manifestar su inconformidad.

»Creímos que el ICRT era el lugar adecuado, porque éramos artistas y tenemos relación con esa institución. Queríamos pedir 15 minutos de derecho a réplica, que sacaran las cámaras para decir que estábamos en contra de la represión y en solidaridad con las protestas, que apoyábamos el sentimiento de una parte del pueblo que está inconforme, que quiere un cambio democrático por la vía pacífica. Éramos alrededor de veinte jóvenes, casi todos artistas. Hicimos primero una declaración: ahí estaba parte de la prensa extranjera y un periodista del ICRT que salió y me hizo una entrevista grabada.

»Salieron algunos trabajadores del ICRT, pero también llegaron trabajadores de otras instituciones. Comenzaron a gritarnos cosas como “Abajo el bloqueo”, y nosotros decíamos: “Abajo el bloqueo”, porque nosotros también estamos en contra del bloqueo. Decían “Injerencia no”, y nosotros también decíamos “Injerencia no”; decían “Intervención militar no”, y nosotros decíamos “tampoco la queremos”. Y en las caras de aquellas personas, cuya mayoría ya peina canas, había desconcierto, porque se preguntaban “¿a quiénes nos estamos enfrentando?”. Empezaron a pasar personas por la calle, algunos comenzaron a unirse a nosotros, y cuando vimos que podía tornarse violento, decidimos sentarnos en el piso y cantar el himno nacional, para que fuera más evidente que no estábamos allí de manera violenta, que era absolutamente pacífico.

»Ahí empezaron a rodearnos. Aparecieron estos personajes vestidos de civil que sabíamos que no eran trabajadores de cultura ni de ningún lugar. Ahí se apareció un camión de los que se usan para trasladar basura en La Habana. Me agarraron con fuerza varios señores y les dije: “yo no voy a cometer desacato, puedo subirme al camión, no tienen que lanzarme”. Me sueltan por un momento, pero vuelven a agarrarme. Delante de mí lanzan a Raúl Pardo, el director de fotografía de la próxima película de Fernando Pérez, y cuando lo van a lanzar, él comienza a cantar el himno. Mientras está en el aire cantando el himno y lo están lanzando como un saco de basura al camión, una de las mujeres que nos gritaba dijo: “este pueblo no te quiere, viejo”, como se puede escuchar en el video; una imagen muy fascista.

»Estas imágenes frente al ICRT no van a salir en la Televisión Cubana porque contradicen todo el discurso oficialista de vandalismo, delincuencia, etcétera. Ahí estábamos un grupo de artistas de la forma más pacífica que se puede estar en un lugar, sentados en el piso frente a una institución. Excepto un policía, ahí todos estaban vestidos de civil. Nadie nos mostró ninguna identificación ni nos dijo que estábamos arrestados. En el camión también lanzan a los actores Daniel Triana y Edel Carrero; a Leo, historiador católico, y a una muchacha que se llama Aminta, que pasaba por allí después de comprar sus mandados y la tiraron al camión. Ella lloraba y gritaba en el camión: “mi padre fue alfabetizador, cómo es posible que me hagan esto por defender algo en lo que yo creo, porque hay cosas que están muy mal en este país”. Ahí estaba el actor de Inocencia, Reinier Díaz; ellos sabían quién era y no querían a uno de los muchachos que encarnó a los estudiantes de Medicina sobre ese camión. A él intentaban apartarlo para que no fuera parte de la redada, pero Daniel, que es amigo nuestro y estuvo también en el 27N, se subió él mismo por una goma al camión.

»Hay un momento en que pierdes todo el temor, no sientes ningún miedo. Ellos no nos dejaban ponernos de pie porque no querían que supiéramos por dónde íbamos y cada vez que alguien intentaba sacar su teléfono, nos amenazaban. Luego supimos que llegamos al Vivac, una prisión provisional a donde llevan a quienes serán sometidos a juicio o apresados posteriormente.

»Yo tenía moretones en los brazos de cuando me agarraron y Raúl Prado tenía marcas en el cuello que eran insignificantes comparados con lo que podrían estar sufriendo otros manifestantes. La celda era la típica celda de espera. Muchos policías estaban molestos porque los habían sacado de sus casas y llamado a una movilización un domingo en la tarde. En nosotros no había ningún sentimiento de rabia; nunca vimos a esos policías como enemigos. Incluso les preguntamos si sabían algo del juego entre Italia e Inglaterra, pero nos ignoraban. Conmigo no fueron tan bruscos, pero con Leo, el católico, sí lo fueron; le querían quitar su cruz a la fuerza, él intentó que no lo hicieran y lo hicieron de manera violenta.

»Cuando llegaron los oficiales de la Seguridad que han dado seguimiento a nuestros casos desde el 27N, el trato cambió. Comenzaron los interrogatorios; el mío fue de una hora y prácticamente de lo que hablamos fue de economía política e historia. En el interrogatorio se nos acusó de desorden público y todos nos negamos a firmar aquella acusación porque consideramos que no habíamos cometido ningún desorden público: estábamos sentados frente a una institución con la cual tenemos vínculo pidiendo que nos escucharan. Desorden público cometieron los que nos agarraron y nos tiraron en un camión. Todo ahí fue muy improvisado, ni siquiera tenían tinta para tomarnos las huellas digitales.

»A Leo lo agarraron el lunes en la mañana, lo esposaron y lo llevaron a una celda de castigo solo por decir la palabra “derechos”. Hasta que intercedimos por él, les dijimos que habían cometido una injusticia y lo sacaron de la celda de castigo. Esa noche no dormimos; primero por la incertidumbre de lo que estaba pasando afuera y luego por la incertidumbre de qué iban a hacer con nosotros. Me enteré ahí de la “orden de combate” de Díaz-Canel, que me pareció lo más irresponsable en un momento como este. Luego nos soltaron a todos los del ICRT que estábamos en el Vivac».

Lucía March les preguntó qué han hecho desde que los liberaron hasta el día de hoy.

Para Maykel, lo fundamental era reanudar el trabajo de Tremenda Nota. «Tenemos un compromiso con nuestra audiencia. Teníamos todo por escribir, por contar y por cubrir. Entonces, regresar a un escenario sin internet y con mucha incertidumbre fue el gran reto. Tuve mucho apoyo de gente cercana, amigos, colegas, familia que se reunieron en mi casa. También he estado en contacto con la familia de algunos de los detenidos, he estado escribiendo sin parar y llamando la atención sobre los que aún siguen detenidos, para visibilizar eso lo más posible».

Yunior también necesitaba dar testimonio: «Estábamos viendo toda la manipulación que había en la prensa oficial y en otras prensas también, se han dicho muchas mentiras. Sabemos que ahora mismo el Gobierno cubano está muy preocupado por su imagen pública, porque ha quedado muy dañada y deteriorada ante lo que ocurrió. Esto no ha acabado, hay cientos de jóvenes presos y desaparecidos; todavía hay personas que no saben el paradero de sus familias. Hay gente presa que no ha hecho nada, hay gente herida; no han dado cifras, el Gobierno no ha dicho cuántos heridos hay ni cuánta gente detenida».

 

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