―¿Viste qué hermoso te ves en esa foto, gritando desgañitado y con el brazo en alto?
―Yo…
―Ya sé por dónde vienes: es una manifestación pacífica… ¿De cuándo acá te has puesto tan del Partido de los Verdes? ¿Ahora pediste la militancia? Aquí tengo copia de las actas de las dos últimas asambleas de rendición de cuentas de tu circunscripción. A la primera no asististe, y en la segunda estabas, pero no consta que hayas hecho planteamiento alguno, a pesar de que hubo críticas muy duras con el asunto de Comunales y la recogida de basura. Se habló de la cantidad de desperdicios que la gente tiraba en la calle… quién iba a pensar que año y medio después la que se tirara para la calle y sin desperdicio fuera la gente.
―¿Sabe por qué…
―¡Cállate! Debías estar ronco después de lo que gritaste el domingo. ¿Es que no has tenido la oportunidad de plantear las inconformidades en las reuniones de los trabajadores de tu fábrica, aquellas en que tan duramente se ha criticado el recrudecimiento del bloqueo norteamericano? Dime si en el buró sindical de la Casa Blanca le han dicho tan clarito las verdades sobre Cuba al presidente de los Estados Unidos.
―¿Y qué resuelve…
―¡No me robes la palabra, coño! Cuando miro tu expediente y veo que eres hijo del mejor ingeniero en minas que tuvo este país, gracias a quien se descubrieron los pocos yacimientos de oro que se hoy se explotan en suelo cubano, no hago más que acordarme de la cantidad de veces que coincidí con él en movilizaciones de la zafra y en marchas del pueblo combatiente: ¡eso sí eran protestas!
―A papá…
―¡Venme ahora con la historia de su jubilación y de que fue poco el apoyo que se le dio tras el peritaje! Acabo de interrogar a algunos vecinos, dan fe de la cantidad de veces que el director de la Unión de Empresas pasó a hacerle consultas técnicas a tu viejo en el mismo portal de la Esquina de Toyo donde se sentaba a vender maní.
―¿Y acaso…
―¿Acaso calculas la cantidad de minas de oro que hay que explotar para pagarle la carrera a desagradecidos como tú?
―¿Tengo que…
―¡Tienes que ser consecuente con la historia! ¡Esta Revolución no se hizo para señalarle las manchas y después alegar que no hay detergente para quitárselas! Cada vez que veo esa foto tuya, encabezando a ese grupo de jóvenes, ¡qué digo jóvenes!: vagos, maleantes, delincuentes, mercenarios, rateros de la peor calaña que salen de la universidad y hasta una ocupación segura tienen…
―Somos…
―¡Unos imbéciles! ¿Quién les dijo que tienen tamaño para opinar sobre lo que pasa en este país? Para eso está la generación histórica. ¡Empínate ante la estatura de esos ancianos, que, a pesar de dejar sus responsabilidades, aún siguen sumándose a las visitas gubernamentales!
―¿Y no es hora…
―¡Es hora de que cierres la boca, me tienen harto tú y tus compañeritos con su hipercriticismo! ¿Qué pretendían: que se cambie el Día de la Rebeldía Nacional del 26 para el 11?
―La Historia…
―¡La Historia está escrita y ustedes ni la repasan! Antes no se veían las cosas que se ven hoy: no ya un presidente o un ministro, ¡cuidado del que hablara mal de un primer secretario del Partido en un municipio!… A propósito: ¡procura que en algún video no salga a relucir que tú y tus amiguitos repiten la frasecita de la canción o gritan a voz en cuello que el presidente fue violado contra natura!
―La Constitución…
―¡Constitución tarro! ¡Cada vez que alguien saca ese librito yo se lo haría tragar! ¿En qué acápite el panfleto ese dice que pueden enarbolarse ofensas a nuestros dirigentes? No creas que no investigaré qué hay detrás de la acotación que escribiste en el libro de Economía Política que tenemos incautado: «Lapin Gaesa». ¿Y todavía te ríes? La gozadera se acabó el día 11, ¿entendido? Ya lo dijo bien claro el compañero Díaz-Canel cuando dio la orden de combate: ¡la calle es de los revolucionarios!
―…y nosotros estábamos en la acera.