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El pueblo del 11-J

La violencia política desatada en las calles y plazas cubanas en estos días —usual en otras realidades, muy rara en la Isla— no se resolverá con la represión gubernamental y el miedo a la Covid-19. En la historia posterior a 1959 es difícil encontrar momentos similares a este del 11-J. Para acercarse a algunos habría que remontarse a la lucha de clases de inicios de los sesenta, los sucesos de la embajada del Perú/éxodo del Mariel (1980), y el Maleconazo/crisis de los balseros (1994). Este constituye su antecedente más cercano, pero sus diferencias con lo acaecido el 11-J son sustanciales y las soluciones de entonces no valen ahora.

−I−

Cuando ocurre el Maleconazo de 1994, hacía cinco años había comenzado el Período Especial en tiempo de paz. La pobreza, desnutrición y mortandad asolaban a la mayor parte de la población cubana. El USD, que estuvo a siete pesos en el mercado negro en 1990, llegó a rebasar los ciento cincuenta. Cantidad enorme de dinero en la calle y muy poco que comprar, dispararon una inflación de cuatro dígitos.

No obstante, aquel verano caliente del 94, las manifestaciones de carácter masivo y los encuentros violentos quedaron circunscriptos a una parte de Centro Habana y Habana Vieja y surgieron después de que fuera in crescendo durante semanas la emigración ilegal mediante el robo de embarcaciones. Aunque provocada por la desesperada situación existente, el Maleconazo era aupado desde el exterior por la Ley de Ajuste y la existencia de flotillas aeronavales de rescatistas que esperaban a los balseros en el estrecho de La Florida.

La reacción del gobierno fue reprimir con grupos de respuesta rápida y policías de civil. La presencia de Fidel en el centro de los acontecimientos terminó de aplacar los ánimos con relativa prontitud. Días después, se firmó un nuevo acuerdo con Estados Unidos que amplió la emigración legal y se aplicó un paquete de medidas liberalizadoras que incluían la creación del Mercado Libre Agropecuario, la ampliación de las ventas en USD y el impulso a la joven industria biofarmacéutica.

11-J

La presencia de Fidel en el centro de los acontecimientos del Maleconazo terminó de aplacar los ánimos con relativa prontitud. (Foto: BBC)

−II−

Lo ocurrido el 11-J une nuevamente el grito de los obstinados de las poblaciones y barriadas más empobrecidas de las ciudades y poblados con el conflicto Cuba-EEUU y su expresión mayor: el recrudecimiento del bloqueo en medio de la crisis pandémica. Pero ya no está Fidel para persuadir a las masas y convertir el revés en victoria con su ascendencia política. Tampoco hay Ley de Ajuste; por el contrario, es interés del gobierno de los Estados Unidos disminuir la emigración ilegal, y los capturados en el intento son retornados a Cuba.

Los que clamaron ese día por la intervención humanitaria, a sabiendas de que eso significaría la destrucción del país, no pueden hacerse ilusiones. El propio Bob Menéndez dejó establecido que Estados Unidos no pretende intervenir ni permitir un éxodo masivo desde Cuba. Las soluciones tendrán que ser encontradas y aplicadas entre cubanos.

En este inédito escenario, dos preguntas se hacen los que conocen poco, o mal, al pueblo y gobierno de Cuba:

– ¿por qué una población sale de pronto a las calles a expresarse políticamente, de manera clara y terminante, en rechazo a una política gubernamental que parecían acatar?

– ¿por qué las fuerzas del orden la emprendieron con violencia y saña contra manifestantes pacíficos, mientras brillaban por su ausencia cuando grupos violentos saqueaban tiendas y volcaban carros patrulleros?

Esta semana tuve la desdicha de escuchar a una periodista extranjera referirse despectivamente a los protestantes en Cuba como: «marginales, delincuentes y alcoholizados». Entre ellos pudo haber algunas personas así, pero predominaron estudiantes y profesores de nivel medio y superior, profesionales e intelectuales, obreros y campesinos, empleados y desempleados, jóvenes y viejos. ¡Más respeto, por favor, para el pueblo del país que la acoge!

Hace tres días fue 14 de julio, fecha de la toma de La Bastilla, no puedo menos que recordar a los pares de esos hombres y mujeres del 11-J: los sants culottes de los barrios pobres parisinos de 1789 y sus heroicas compañeras, que dieron la clarinada histórica para poner fin al viejo régimen aristocrático y servil. Parece que otra vez le ha tocado a los sectores del pueblo que sobreviven en la inopia y a los jóvenes rebeldes salir a la calle a gritar por todos los que aún no se atreven a usar su voz.

Es que ese pueblo cubano empobrecido, mal vestido, de habla vulgar, ocupante de casas pequeñas y humildes barbacoas, que tanto gustan de fotografiar los turistas extranjeros, hace mucho que anhela expresar sus convicciones políticas libremente. Si no lo hacía con vehemencia antes era por el respeto y magnetismo que irradiaba Fidel y por el vasto y eficaz sistema de control de las expresiones políticas que estableció. Dicho sistema, aunque aún funciona, ya no puede conservar el monopolio de la información y la comunicación ante la extensión de internet y las redes sociales.

11-J

Otra vez le ha tocado a los sectores del pueblo que sobreviven en la inopia y a los jóvenes rebeldes salir a la calle a gritar por todos… (foto: Alexandre Meneghini / Reuters)

Si el pueblo no lo hizo de esta manera durante la conducción de Raúl fue porque este abrió un proceso de eliminación de prohibiciones anacrónicas, promovió debates colectivos y proyectó reformas que dejaban un atisbo de luz al final del túnel y revivían las esperanzas de que sobrevinieran cambios.

Sin embargo, la posposición de las transformaciones de un año para otro, la presencia activa de la población en las redes sociales y el fiasco de constatar que la Constitución 2019, el VIII Congreso y la dirección del nuevo secretario/presidente serían solo continuidad de lo anterior; hicieron al país llegar a la crisis actual del sars-cov-2 con un extraordinario potencial conflictivo. Las consecuencias predecibles de la aplicación de la redolarización plástica y de la Tarea Ordenamiento hicieron el resto.

En la jornada del 11−J confluyeron tanto la ira popular como el temor del gobierno a perder el poder. Los obstinados salieron a gritar sus consignas improvisadas sobre la marcha, y desfilaron sin orden ni concierto, mientras filmaban lo que hacían con sus móviles para mostrar al mundo que habían perdido el miedo a hacerse escuchar.

Cuando lo ocurrido en San Antonio de los Baños se hizo viral en las redes sociales, las manifestaciones se extendieron espontáneamente. Las piedras llovieron sobre las odiadas tiendas en MLC, muchos aprovecharon para saquear y destruir —como ocurre en medio de acontecimientos como estos— y las autoridades comprendieron que era hora de cortar la internet e iniciar la represión porque: «La calle es de los revolucionarios».

Los efectos de esa confrontación fratricida fueron vistos en todo el mundo y estremecen hoy a los que apenas estamos recuperando el servicio de internet. Restañar las heridas de estos días y sobrepasar este momento difícil exigirá valor, mesura y tacto político al gobierno y a sus oponentes. La hora actual de Cuba es más para el diálogo y la persuasión que para las redadas y los encarcelamientos.

Los extremismos han de ceder el puesto a las posiciones consensuadas, pues no creo que haya regreso posible al diez de julio. El pueblo tuvo su 11-J y la gran mayoría de los que gritaron: «¡Libertad!» y «¡Patria y Vida!» no estaban pagados por el imperio ni ignoraban la trascendencia de lo que estaban viviendo. El gobierno debería hacer control de daños y poner en práctica cuanta medida conduzca a un diálogo nacional.

El Gobierno/Partido/Estado tiene que entender que el pueblo exige cambios en la economía, la sociedad y la política. Para que continúe el socialismo y la independencia, habrá que romper definitivamente con el inmovilismo y la soberbia burocrática. Mientras termino el post se anuncian nuevas medidas flexibilizadoras por parte del gobierno a la entrada de medicinas y alimentos y la estimulación empresarial. Buena señal. El poder del pueblo del 11-J, ese sí es poder.

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